River bajo la lupa

FECHA
31/08
2015
por Javier Gil Navarro

BUENOS AIRES -- Desde esta columna siempre hemos seguido una idea uniforme: analizar a los equipos según su rendimiento actual y no por estadísticas de victorias o de derrotas logradas en los últimos tiempos.

Obviamente que se debe tener en cuenta el funcionamiento que viene teniendo para saber si se trata, ya sea por lo bueno o por lo malo que haga, de una cuestión coyuntural o de algo que arrastra como una patología crónica. Realizada esta salvedad podemos poner a River bajo la lupa.

Y lo primero que sorprende, habida cuenta de que estamos ante un equipo que viene de conseguir títulos internacionales, es que lleve tres partidos consecutivos sin paladear una derrota. Podrá decirse que la Copa Libertadores y la Suruga Bank ya son historia y que no pueden ponerse como un atenuante a la hora de encontrar los por qué de la escasez de resultados, pero es innegable que cuando los grandes objetivos se alcanzan se produce un lógico e involuntario relax.

Y aunque los futbolistas y el cuerpo técnico busquen aventar esta idea exteriorizando su fastidio ante la situación, lo real es que no resulta sencillo mantener la concentración. Esto por un lado. Por el otro, existe una merma en el funcionamiento colectivo. La cual, en el caso del partido con Huracán, se vio reflejada en la ineficacia ofensiva y en las desatenciones de su defensa.

Porque River no se quedó con los tres puntos producto de una mezcla de estas variables. Cuando en el primer tiempo dominaba el trámite casi a voluntad, no lo liquidó. Falló en la definición. Dilapidó ocasiones. Y a partir de esta falla no sólo le dio vida a su oponente, sino que además lo empujó a estar en partido con un infantil error defensivo.

Huracán, que estaba siendo maniatado, empató gracias a una equivocación de su oponente, volvió a la vida apuntalado en ofrendas ajenas. La primera reflexión es que a River esto antes no le sucedía. Liquidaba los pleitos usufructuando cada una de las chances que se le presentaban. Hoy la historia es diferente, paga caro su improductividad.

Esto perturba a Gallardo, aunque no lo preocupa del todo porque el técnico estima que esa carencia es pasajera y, en la medida que su equipo continúe teniendo nivel de los primeros cuarenta y cinco minutos, todo lo va a encarrilar en el corto plazo.

La historia pasa por saber cuál es el verdadero River de hoy, si el del primer tiempo, que generó mucho pero falló en la definición, o el del segundo, que no encontró los caminos claros y fue vulnerable en defensa.

Por todo lo que se observó y por las coronas que ha conquistado, la respuesta obvia parecería ser que cuando recupere el golpe final va a verse nuevamente al equipo multicampeón. Hoy padece por su propia impericia, pero cuando la mala llega después de una gran cosecha, sobrellevar la tormenta es mucho más sencillo.

Gallardo es conciente de esto. Y no quiere prolongar la mala racha, entre otras cosas porque es un obsesivo del buen funcionamiento y, aunque tenga crédito de sobra, sufre cuando las cosas no salen como las planifica.

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BUENOS AIRES -- El trajín de la Copa Libertadores, los festejos prácticamente arriba de un avión, en un vuelo interminable, la Suruga Bank con un cambio horario de doce horas, el inmediato regreso, en algún momento el cuerpo le iba a pasar factura al plantel de River. Nadie puede soportar semejante carga sin pagarlo de una manera u otra. Y el equipo de Marcelo Gallardo terminó sufriendo ese ajetreo con una derrota, en su propia casa, ante San Martín de San Juan.

Pero la idea mencionada no se refrenda con el traspié en sí mismo, que dentro de un fútbol tan competitivo puede estar dentro de las generales de la ley, sino que además queda en evidencia por lo sucedido en el campo. River jugó un tiempo y se quedó sin combustible. Claramente. Ni siquiera el haber estado más de media hora con un hombre más fue el disparador para que pudiera establecer una diferencia. Lógico, entendible, razonable. Pero quizás se va con un sabor amargo porque de haber cosechado de a tres, esto le hubiese permitido poder alcanzar a los punteros (Boca y San Lorenzo) con el partido que aún tiene suspendido ante Defensa y Justicia. No fue posible. Hoy el plantel que tiene es muy corto y el entrenador no tuvo la posibilidad de apelar a un necesario recambio.

Por todo esto, en el día de los festejos el hincha de River no pudo irse con una alegría total. De más está decir que la sensación de regocijo por haber ganado la Libertadores no se modifica con nada. Bastaba mirar a las tribunas y observar que el partido se había vuelto una excusa de los simpatizantes Millonarios para estar juntos; sólo deseaban ser participes de una celebración que se venía postergando por casi dos décadas. A nivel cosecha de títulos internacionales, River ha cerrado un año (deportivo no calendario) que es de los mejores en su historia, quizás sólo comparable con aquel 1986/87 en el cual consiguió la Libertadores, la Intercontinental y la Interamericana.

Un festejo que aglutinó a los campeones de otros tiempos, que unió distintas generaciones de futbolistas y, por qué no, de hinchas. No se extendió demasiado ya que Gallardo prefirió algo corto para no desconcentrar a sus jugadores. Pero la realidad es que el tema no estaba en la cabeza, sino en el físico. En lo mental el equipo está atravesando un momento estupendo. Gracias a esa fortaleza anímica es que ha podido superar infinidad de obstáculos y levantar dos copas con una diferencia de días.

La frase "River vuelve a ser River" se convirtió en una de las muletillas más escuchadas de la tarde. Y no deja de ser verídica. Porque después de días aciagos, en muy poquito tiempo ha logrado encarrilar su destino. Tal vez por ese antagonismo en un lapso tan cercano es que se percibía tanta emoción. Con la Copa Libertadores en la vitrina, ahora la voracidad de este River lo lleva a ponerse nuevas metas, ir por otras conquistas, y la realidad es que no resulta malo que, pese a lo ganado, renueve sus horizontes.

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BUENOS AIRES --  Y lo hicieron otra vez…La voracidad de este equipo de River parece no conocer los límites. Después de diecinueve años de abstinencia, de vaivenes emocionales que llevaron al hincha a vivir momentos de ansiedad extrema, hoy, con Marcelo Gallardo como entrenador y con un grupo de jugadores que ha conseguido una maduración que no tiene demasiados precedentes en la historia del club, River se convirtió en el campeón de la Copa Libertadores de América.

Superando escollos en su recorrido, enterrando dudas y denotando el pragmatismo y la versatilidad que se necesitan para disputar con éxito este tipo de compromisos. Porque está claro que se trata de una competición diferente, en la cual no sólo lo futbolístico tiene preponderancia, sino que existen además factores que deben conjugarse para terminar levantando el trofeo.

Los últimos dos años resultaron paradigmáticos en esto de las causas que exceden al juego en sí mismo. En la edición 2014 fue San Lorenzo el que terminó celebrando después de haber disputado una muy floja fase de grupo. Ahora River terminó emulando aquella gesta. Entró por la ventana y se encargó de terminar con las aspiraciones de los más encumbrados. Después de dos momentos en los cuales pareció despedirse en forma prematura, la agonía terminó dándole vida. Una paradoja. Pero fue así. Y en ambos pasajes adversos tuvo a un mismo rival como el débil verdugo que no consiguió culminar su obra.

En la fase de grupos, cuando en Monterrey ganaba 2 a 0, con holgura, Tigres mostró la vulnerabilidad espiritual de quien aún no se cree todo lo grande que puede ser. Le dio cinco minutos de vida a River y, por supuesto, los aprovechó. Luego, cuando el Millonario dependía de los mexicanos para colocarse en los octavos de final, volvió a recibir esa mano salvadora. Y el fútbol es tan injusto como determinados aspectos la vida, en los cuales si no hay frialdad en momentos clave después la estocada se vuelve en contra y termina siendo insoportablemente lacerante.

Hoy Tigres, lleno de frustración, se llevó de Buenos Aires una enseñanza convertida en dolor. Así es River, así es este River, sigiloso, frío, calculador. Sabe lo que tiene que hacer en cada paso que da y ha conseguido domar sus emociones. Sentirlas, obviamente, pero sin permitirles que lo desenfoque de su objetivo. En que haya llegado a semejante punto de aplomo tiene que ver Gallardo, su grupo de trabajo y los puntales de un plantel que, tiempo atrás, daba la sensación de que serían uno más dentro de una rica y nutrida historia. Pero, asociado al perfil bajo y despojado de estrellas con espíritu individualista, fue ascendiendo en su funcionamiento hasta alcanzar una transformación que se tradujo en atiborrar de copas las vitrinas de la institución.

El Muñeco Gallardo es el cerebro, el estratega, un obsesivo del trabajo que no se encerró en una idea. Tuve la suficiente inteligencia como para ir moldeando la táctica de acuerdo a las necesidades. No se quedó con su pensamiento inicia, el que, tal vez, era tan ofensivo que si no le imponía matices se podría haber quedado apenas en buenas intenciones. El entendió (y entiende) que cada partido es una historia y que cada historia necesita de diferentes estrategias. Por eso jugó con tres y con cuatro en el fondo, con un solo volante central y con doble cinco, con enganche y sin él y hasta en determinados enfrentamientos con un único punta. Esto lo enriqueció a él y a sus jugadores. Su mensaje les llega claro a los protagonistas. Pero, por sobre todas las cosas, sincero. Todos saben que pueden jugar o salir del equipo, el rendimiento dispone de esa permanencia. Le creen al entrenador. Marcelo Barovero, Jonathan Maidana, Leonardo Ponzio, Matías Kranevitter, Rodrigo Mora, en su momento Teo Gutiérrez, todos configuraron una columna vertebral a la cual se adosaron otros futbolistas que estuvieron a la misma altura. Lo mismo que las incorporaciones, que arribaron a un equipo armado y consiguieron ensamblarse a la estructura.

Para que esto haya ocurrido también se debe ponderar el buen ojo del director técnico, quien pidió poco, pero bueno. Lucas Alario fue un ejemplo de esto, dos goles trascendentes hicieron comprender el por qué de tanta insistencia por parte de Gallardo para que sea contratado. Por todo lo narrado (y por muchas cosas más) es que el mundo River hoy festeja, vive en un glorioso limbo que lo transporta a una realidad soñada.

“La Copa Libertadores es mi obsesión…”, cantaba la gente en las tribunas, y ese anhelo hecho canción hizo explotar de felicidad a los corazones riverplatenses. Que soportaron la lluvia en la final y deliraron bajo esa cortina de agua que le dio un toque épico a una noche que no olvidarán jamás...

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BUENOS AIRES -- Suplentes en el campeonato local o titulares en la Copa Libertadores ya da casi igual, River ha encontrado un funcionamiento colectivo que le otorga algo que es muy complicado de conseguir en el fútbol: confiabilidad. Todo lo que Marcelo Gallardo decide le sale bien, lo que pone funciona y lo que imagina se produce, y esto no es porque se trate de alguien con poderes sobrenaturales, sino que es lo que ocurre cuando la confianza grupal se encuentra en alza y, por supuesto, cuando se cuenta con un plantel dotado.

Es más o menos lo que pasaba en la década del '90 con el equipo de Ramón, que los suplentes peleaban codo a codo con los titulares y aquellos que debían ingresar se ensamblaban a un equipo que estaba configurado para ganar. Regresando a estos tiempos, los números son más que indulgentes con Gallardo.

Un elevado porcentaje de puntos cosechados y haber colocado a River nuevamente en los primeros planos del fútbol internacional (ahora se clasificó al mundial de clubes) hacen que el Muñeco, con un corto recorrido como entrenador, esté consiguiendo un sitio de privilegio entre los entrenadores más emblemáticos de la institución.

Esto independientemente de lo que ocurra en la final que va a disputar con Tigres, porque un resultado no va a modificar un sistema de trabajo. Quizás el mayor mérito esté en lograr los objetivos con un plantel que, por supuesto, tiene cualidades más que destacadas, pero que no posee figuras descollantes. Tal vez el sacrificio y el haberse codeado con el barro en otros tiempos, lo cual lo llevó a saber cómo se viven las malas, sean algunas de las claves para comprender el poder de reinventarse que tienen estos jugadores.

Sobre los méritos de Gallardo hay que agregarle otro que no es menor, el de saber elegir a los refuerzos. El uruguayo Tabaré Viudez era el futbolista que había pedido, con mucha insistencia, en el inicio de la temporada. El frustrado intento de principio de año no fue impedimento para que el técnico continuara con su idea de tenerlo en el plantel. Y en apenas un puñado de minutos en cancha hizo que la gente entendiera el por qué de tanta obstinación. Un pase gol en Paraguay, ante Guaraní, que cerró un partido que se le estaba complicando al Millo, y un gol en el estadio Monumental, frente a Colón, por el certamen doméstico, hicieron que la gente le esté ofreciendo el cariño en los primeros pasos dentro del club.

Ahora se le viene a River la definición de ese objetivo soñado. La Copa Libertadores, ese objetivo/obsesión que se planteó al principio de la temporada está a un solo paso con formalizarse. No será una final sencilla, Tigres ya lo ha complicado en el partido que disputaron en Monterrey y le sacó un empate en Argentina, sin embargo, el alma y las ganas que tiene este plantel de River siempre deja abierta la puerta a cualquier pensamiento. En diez días las cartas ya estarán echadas, por lo pronto, los hinchas no quieres despertarse de este hermoso sueño...

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BUENOS AIRES -- Si hay algo que no se le puede negar a Marcelo Gallardo es su condición de gran estratega, de observador de las circunstancias que se van presentando a lo largo de la competencia. Esa visión lo ha llevado a conseguir que su equipo vaya superando contingencias adversas.

A manera de reivindicación hay que decir que en el post partido con Temperley dio una nueva muestra de sus dotes. Casi con un espíritu profético, se animó a aseverar que River, que no venía jugando bien ni había ganado en las tres presentaciones del reinicio de la temporada, iba a mostrar un fuego sagrado en la Copa Libertadores. Y hay que darle la derecha al técnico porque fue así.

Ese equipo opaco, con escasas luces y algunos errores que invitaban a imaginar que su gran anhelo de ganar podría quedar trunco, apareció en una forma notable. No es casualidad que lo haya hecho justo cuento el entrenador lo predijo. Esto se trata de un mérito suyo, pero también de sus jugadores, que son los intérpretes, los que salen al campo y saben perfectamente cuál es el momento de pegar el volantazo. Porque más allá de lo que pueda arengar el conductor, si los que juegan están en otra sintonía la historia no se modifica.

El grupo parece haberse moldeado a medida de las exigencias de demandan los certámenes que tienen llaves de ida y vuelta. Quizás sea un exceso decir que es un equipo copero, pero no edulcoramos los conceptos si hablamos de cierto virtuosismo a la hora de enfrentar los compromisos más complejos y que se dirimen con un mano a mano. Da la sensación de que allí aparece un fuego sagrado que River, en su extensa vida deportiva, anheló tener.

Es verdad que para apuntalar tales ideas siempre hace falta sustentarlas con realidades empíricas. Y existen. Un título en la Copa Sudamericana y una semifinal de Libertadores, más allá de lo que pueda ocurrir después, son argumentos para validar el pensamiento. Más allá de lo que suceda. Porque no siempre se debe opinar con los títulos obtenidos, si así fuese serían muy pocos los equipos que obtendrían méritos para ser destacados.

Hoy River se ha convertido en una especialista en este tipo de compromisos y los culpables de que esto haya sucedido son el cuerpo técnico y los futbolistas. Sería injusto separar a uno de otro a la hora de repartir elogios, porque ambos tienen la misma cuota parte de responsabilidad.

Todavía le resta un escalón más para acceder a la final, sin embargo nada puede empañar lo hecho hasta el momento. Hay un estilo, una idea, una convicción y un grupo de jugadores que sabe como plasmar, todo eso que parte de una cabeza, adentro del campo.

El hincha de River relojea hoy a la distancia, sin ninguna añoranza, la época en la cual jugar la Copa se volvía un calvario. Ahora disfruta del momento, lo vive de otra forma. Y esa confianza es respaldada por lo que se le trasmite desde adentro de la cancha.

El Millo está cerca de vivir un momento histórico. Si continúa por el mismo camino y no se deja llevar por la magnitud de lo que tiene frente a sus narices, este grupo puede seguir escribiendo la historia grande del club.

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BUENOS AIRES -- Ya está, ya pasó, termió el primero, el menos recordado cuando finalicen las tres batallas de esta Revolución de Mayo. Sí, es cierto que el primer clásico consagró en soledad al nuevo líder del torneo local y también es cierto que los primeros noventa minutos significaron el mejor combustible anímico para hacerle frente a los cruces en la Copa Libertadores. Por lo que Boca ha ganado definitivamente el partido de la CONFIANZA con un 2 a 0 que infla pechos, relaja nervios, tensiones y permite respirar mucho mejor.

Sin destacarse una gran figura, Boca supo contener sus miedos. Un error, un yerro o una mala decisión en esta clase de juegos pueden significar la peor condena en la religión de la pelota. Los elegidos por el Vasco querían pasar hasta inadvertidos dejándoles la responsabilidades a sus compañeros. De esta manera difícilmente se consiga hilvanar un juego que ilusione.

El primero fue el menos importante de los tres, el que menos cosas tenía en juego. Por lo que si ambos equipos reflejaron lo que reflejaron en el puntapié inicial me da miedo imaginarme lo que nos espera este y el próximo jueves, donde ahí se escribirá en grande la historia.

El único jugador que aportó calma, claridad y experiencia para esta clase de partidos fue Fernando Gago. Con su ingreso Boca se despabiló y las contracturas que generaban las tomas de decisiones en sus compañeros, el hombre de la Selección Argentina las supo transformar en un horizonte mucho más claro para atacar al rival.

En el inicio de juego el peligro que Boca le causó a River fue con pura colaboración, involuntaria claro, de River. Entre su arquero y sus defensores le brindaron a Boca un abanico de posibilidades que los locales no supieron cristalizar. Corrieron los minutos y el clásico comenzó a pesarle principalmente a los jugadores. Como si quisieran sacárselo de encima y saltar inmediatamente a los de la Copa. Y esa pesadez se trasladó al público hasta que los cambios del entrenador significaron la solución a un difícil crucigrama.

Los goles los hicieron Cristian Pavón y Pablo Pérez, aunque pudieron haberlos hecho cualquier otro. No fueron responsables de jugadas que quedarán grabadas en las retinas de la historia ni mucho menos. Las desatensiones de River volvieron a decir presente sobre el ocaso y el local con los ojos bien abiertos desde el banco de suplentes lo supo administrar a favor.

Boca fue más y mereció ganar, pero su juego colectivo no fue confiable. Sin embargo los clásicos hay que ganarlos y Boca no solo lo ganó. Sino que ganó quizás el más importante, el de la confianza, el del envión que le puede dar el impuslo suficiente para pegar uno de los saltos más lindos de su historia.

Ahora la responsabilidad contrariamente a los que muchos creen, la tiene Boca. El gol de visitante lo obligará al Vasco a plantear un partido bien ofensivo sabiendo que a River un empate sin goles le viene muy, pero muy bien. Es cierto que se define en La Bombonera, pero si se definiera en el Monumental dentro de algunas horas sería mucho mejor para Boca. El 2 a 0 le da y de sobra mucha CONFIANZA.

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