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Un genio...

Eso es Floyd Mayweather Junior. Porque él preparo a detalle lo que sucedió el sábado aquí en Las Vegas. Porque él sabía qué clase de riesgos tomaba, qué tipo de rutas debía seguir y en qué momento la jornada sería suya. Fue inteligente, esmeradamente inteligente: le dio credibilidad al boxeo del oponente aunque éste no fuera un boxeador y luego apareció como un semidiós omnipresente para lograr el nocaut que tanto anhelaban sus seguidores y que tanto alardeaban sus detractores. McGregor y todos nosotros fuimos, a final del día, tan sólo instrumentos que él utilizó a la perfección. Como fue toda su brillante carrera, fríamente calculada, preparada, seria, profesional, ordenada, así fue también la que pareció ser su última noche por los cuadriláteros. Un genio...

LOS ANGELES, CA.-- "No se gana con fuerza. Se gana con inteligencia...".

Floyd Mayweather Junior no sólo será recordado como un cinco veces campeón del mundo, con un récord invicto de 50-0 y uno de los estilos defensivos más desarrollados en toda la historia del boxeo. También, con el paso del tiempo, será reconocido y venerado como un boxeador inteligente, fuera y dentro del ring, capaz de calcular todos los riesgos, los movimientos, los factores y las variables que se transforman en puntos decisivos al momento de definir al ganador sobre un el cuadrilátero. Un boxeador inteligente, prácticamente un genio adelantado a su época y quizá a muchas épocas.

Y eso fue exactamente lo que hizo desde el mismo día en que se apareció por su mente la idea de volver al deporte para enfrentar a un luchador de las Artes Marciales Mixtas en un espectáculo millonario que atrapó el morbo y la pasión de millones de personas, incluyendo a aquellas que no son particularmente aficionados al boxeo o a los deporte de contacto violentos. Mayweather entendió desde un principio la trascedencia del negocio y visualizó, al mismo tiempo, el reto deportivo que la pelea le presentaba, los "pros y los contras", los riesgos y la seguridad, las circunstancias y los detalles que significaban enfrentar a un atleta consagrado en un deporte ajeno al mundo que él ha dominado con placer y categoría en las últimas dos décadas. Mayweather entendió y planificó todo desde un principio. Connor McGregor era tan sólo un elemento más, como otros millones que utilizaría para cimentar aún más su leyenda sobre un ring y su ya de por sí abultada cuenta de banco.

Y llegó el sábado 26 de agosto en la T-Mobile Arena de esta ciudad. El sol caía a plomo, pero el morbo se apoderaba de las calles, de los casinos, de cada mente que ya antes se había hecho la misma pregunta: ¿Será esta, finalmente, la noche donde lo veremos perder? Pero Mayweather tenía un plan metido en la cabeza. McGregor podía ser más grande que él, pero jamás más rápido. Y acudió a un elemento que ha marcado la época y también la distancia entre los mejores boxeadores: la velocidad. Mayweather sabía que el irlandés subiría con 170 libras, mientras que él se mantendría en el límite superwelter de las 153. Comprendía, también, que los combates de la UFC se terminan rápido y que el esfuerzo de los luchadores de artes marciales mixtas alcanza para menos de media hora de combate intenso. Y sabía de antemano, Mayweather, que los primeros rounds serían complicados, pero que más temprano que tarde, cuando la pelea entrará a una zona de desgaste físico, el doble campeón de la UFC iba a parar, a bajar la guardia y enfrentarse a los golpes de un verdadero boxeador, con guantes de 8 onzas, también escogidos por Mayweather. Y eso fue exactamente lo que sucedió. Mayweather le dio a McGregor su espacio y su presencia --tenía que hacerlo para darle credibilidad a su propio triunfo. Dejó que el irlandés tirará golpes --para que muchos de nosotros durante y después de la pelea afirmáramos que McGregor ofreció una gran pelea-- y esperó, esperó pacientemente porque sabía que llegaría el momento donde el ring sería sólo suyo y McGregor un simple bulto, sin aire, sin gasolina, listo para caer a la lona.

Mayweather escribió el guión de la película. Él sabía cómo terminaría, quienes eran los actores principales, los secundarios, los extras, la trama, el costo, la recuperación, los riesgos, y justo el momento donde aparecería el 'héroe' de la noche para cobrar un cheque de 100 millones de dólares, más extras que genere el pago por evento.

Hubo algún momento en esos primeros rounds donde suponíamos que los golpes que recibía Mayweather eran el reflejo de sus 40 años y de su largo alejamiento de los cuadriláteros, pero no, eran parte del desgaste que el propio Mayweather hacía de McGregor.

Un genio. No hay otra forma de describirlo, porque al final del día, él sabía que tenía todas las ventajas antes un luchador de las artes marciales mixtas y que también, el combate provocaría un impacto mediático histórico --un rara combinación entre un 'show' circense pero con una parte deportiva sagrada; estaba él, uno de los mejores boxeadores de la historia y estaba McGregor, uno de los mejores exponentes de las MMA en la época. El resultado era ilimitado en lo económico y poco riesgoso en la parte deportiva. Mejor, imposible.

El legado de Mayweather no merece ningún asterisco. Se trata de uno de los cinco mejores boxeadores de la historia, un hombre que jamás fue vencido y que ofreció recitales de boxeo artístico --para los puristas de este deporte. Su marca de 50-0 rompe el récord de Rocky Marciano y su nueva bolsa lo confirma como el atleta que más dinero ha generado en la historia del deporte.

@Faitelson_ESPN