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El regreso del béisbol a la acción no está en manos de MLB

Como es lógico, una industria que mueve alrededor de once mil millones de dólares anuales como el béisbol de Grandes Ligas de Estados Unidos (MLB) no puede quedarse de brazos cruzados en medio de un paro forzado como consecuencia de la pandemia del coronavirus.

Además de jugadores y entrenadores, la empresa MLB tiene en su nómina a decenas de mentes brillantes cuyo único oficio es solucionar problemas, controlar crisis y crear planes para minimizar daños y reducir pérdidas.

Con eso en mente, no es nada extraño que mientras el país observa una cuarentena obligatoria para tratar de frenar la propagación de la peor plaga que ha enfrentado el planeta en las primeras décadas del tercer milenio, los estrategas de las ligas mayores estén sometiendo propuestas que permitan celebrar en condiciones precarias algún tipo de temporada de béisbol en el 2020.

No sería exagerado suponer que es muy probable que al menos un par de decenas de ideas hayan sido mencionadas durante esas reuniones virtuales que ha mantenido el comisionado Rob Manfred con su equipo de colaboradores desde que, hace un mes, MLB cerró sus operaciones y suspendió indefinidamente el inicio de la temporada.

"El único real plan que tenemos es que no volveremos a jugar béisbol hasta que no haya ningún riesgo a la salud pública de nuestros jugadores, nuestros empleados y nuestros aficionados", dijo Manfred el martes a Fox News.

"Ahora mismo estamos en el juego de esperar, barajando diferentes escenarios y planes de contingencia, pero la clave de todo es la mejoría de la salud pública", agregó el comisionado.

Por supuesto, algunas de las sugerencias y escenarios que se han planteado, murieron antes de nacer, mientras que otras se mantuvieron por días en una carpeta, antes de ser asesinadas con el bolígrafo rojo de Manfred. Un par llamaron la atención, al menos como para ganarse el honor de colarlas a la prensa y someterlas al escrutinio público.

OPERACIÓN ENCIERRO EN EL DESIERTO

De acuerdo al plan revelado por ESPN, los 30 equipos de las ligas mayores jugarían en estadios sin fanáticos en el área de Phoenix, incluido el Chase Field de los Arizona Diamondbacks y una decena de instalaciones de entrenamiento primaverales.

Los jugadores, coaches, árbitros y personal esencial (encargados del terreno, cuerpos de seguridad, ejecutivos, evaluadores y periodistas, entre otros) serían secuestrados en los hoteles locales, donde vivirían en un relativo aislamiento y viajarían solo hacia y desde el estadio por cerca de cuatro meses.

Ese proyecto, que cuenta con el apoyo de las autoridades federales de salud, incluiría una breve fase de entrenamientos y el día inaugural ocurriría en algún momento de mayo.

PROYECTO CACTUS Y TORONJAS

De acuerdo al periódico USA Today, una opción que baraja Grandes Ligas es la de mantener a todos los equipos en sus sedes naturales de entrenamientos primaverales, en Arizona y Florida, donde jugarían sin aficionados en las gradas.

En este escenario, en lugar de Liga Americana y Liga Nacional, se jugarían las ligas del Cactus (Arizona) y La Toronja (Florida), tomando en cuenta que equipos de ambas ligas mayores están repartidos en los dos estados donde se entrena cada primavera.

Como consecuencia de esa mezcla, se usaría el bateador designado de manera universal y, salvo algún diseño especial de la fase final de los playoffs, se abre la ventana de probabilidades para que la Serie Mundial enfrente a dos equipos de la misma liga por primera vez en la historia.

Al igual que en el plan de Arizona, los jugadores, entrenadores y personal esencial serían acuartelado en hoteles de la zona y solo viajarían de sus habitaciones a los estadios.

EL GRAN INCONVENIENTE

Más allá de la logística o el sacrificio de encerrarse en un lugar por cuatro meses sin acceso a la familia y jugar en estadios sin aficionados, el verdadero desafío para cualquier plan que diseñe Grandes Ligas (o cualquier otra liga deportiva) es la realidad de la forma en que el coronavirus impacta a Estados Unidos, ahora y en los próximos meses.

A pesar de que en los últimos tres días se redujo el macabro ritmo de muertes por la pandemia y que el presidente Donald Trump está determinado a reabrir las actividades comerciales de la nación lo más pronto posible, Estados Unidos sigue liderando al mundo en las indeseables categorías de contagios (casi 600 mil) y fatalidades (más de 23 mil) por coronavirus.

El estado de Nueva York y la ciudad del mismo nombre, sede de los Mets y los Yankees, han perdido 10 mil ciudadanos por consecuencia del virus.

¿Cuándo los ciudadanos estadounidenses estarán listos para retomar sus rutinas normales?

No por ahora. La semana pasada, una encuesta de la Universidad de Seton Hall mostró que el 72 por ciento de los estadounidenses no piensa arriesgar su salud por asistir a cualquier evento deportivo en los próximos meses si no están vacunados contra el coronavirus.

Aunque Sarah Gilbert, una profesora de vacunología de la Universidad de Oxford, dijo recientemente al rotativo The New York Times que una vacuna podría estar lista para uso público en septiembre, la gran mayoría de científicos que colaboran en esos esfuerzos considera que es poco probable ques se tenga una cura para antes del 2021.

Tomando en cuenta que históricamente, el béisbol ha jugado un rol muy importante en el proceso de sanación del país en otras crisis, lo más probable es que eso ocurra una vez más.

Pero el cuándo es lo que nadie debería dar por garantizado ahora mismo.

Por simple sentido común, cualquier plan de las Grandes Ligas para volver a jugar, cuando sea, no debería ignorar ninguno de los aspectos mencionados anteriormente, especialmente la situación en la mayoría de las ciudades sedes de los clubes, sin importar que en Arizona y Florida, o cualquier otro lugar, se puedan recrear las condiciones míminas para poner a los peloteros en el campo.

Antes de lanzar la primera bola en un partido oficial de Grandes Ligas, Estados Unidos como nación debería haber derrotado al coronavirus. O al menos haber conseguido una tregua.

Es una condición "sine qua non" para que, al final, el remedio no sea peor que la enfermedad.