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Messi: 11 segundos, 13 toques y 7 rivales

CIUDAD DE MÉXICO -- No lo vi. Lo confieso. Ni siquiera lo imaginé. Aterrizando en México, saltaban en Twitter, como pulgas en perro con pedigrí, los viejos, repetidos, cíclicos, reiterados, apellidos que se matrimonian con los goles de Messi. Desde la A, del altísimo, hasta la z de zafiro.

Parecería que el diccionario se encogiera, cuando el español es el idioma más hermoso del mundo, al tratarse de ponderar a una Pulga cuya insignificancia incluida en el sobrenombre, choca brutalmente con sus quehaceres colosales en la cancha.

Ojo: no reculo. Creí que el ocaso se cernía en ese año sabático que se tomó Lionel, con el Mundial de Brasil incluido en esos síntomas de decadencia.

Parecía que en esos vómitos de bilis se escurría el último hálito de inmortalidad al aspirante a contender con la magnificencia de Pelé y Maradona.

Me equivoqué. Como muchos. Y tras hociconear fallidamente sobre el crepúsculo de un genio, me sumo a la tribuna contemplativa.

Ante el carrusel festivo del universo, en todos los idiomas, me zambullí en la enciclopedia infalible de Twitter. Vaya, hasta encontré a un compañero de Raza Deportiva en ESPNDeportes, Omar Orlando Salazar, que colgó del tendedero cibernético su relato de ese tanto al Bilbao.

Y como en el futuro las generaciones, al asalto de lo impensable de la tecnología, recurrirán a la memoria genética y genérica de las redes sociales, busqué con molestia y avidez ese gol que se convertía en un coloquio placentero entre todos aquellos quienes estuvieran colgados a un teléfono inteligente.

Y lo fue. Es un gol a lo Messi, pero mejor que otros goles de Messi. Es un gol con el ADN de su repertorio. Parecería que primero los dibuja, los programa, los organiza, los sintetiza, los inmortaliza en la frialdad de los videojuegos.

Tuve que verlo varias veces. Un tipo a mi lado, que luchaba con su Pitágoras interno ante los enigmas de un Sudoku, empezó a cuestionarme de reojo. Como auscultando mis neuronas, para ver si era necesario ver y rever y volver a ver, ese pasaje de segundos.

Fue fascinante. A veces, en este oficio debería ser una obviedad, una obscenidad, detenerse a detallar esas acciones. Debería bastar con embelesarse. Con regodearse. Y marcar la estrella de favoritos en ese video de Twitter para cuando uno vea a tanto lerdo y palurdo que se viste de futbolista, reconciliarse visualmente con el futbol.

1. Lo de Messi no pasa por su inteligencia. El desarrollo y la aplicación de la inteligencia implican método, cálculo de riesgos, revisar alternativas, confrontar opciones y posibilidades. Un intelectual no puede repentizar como lo hace Lionel. Pero Lio no construye, improvisa, crea.

2. Hay un instante en el que Messi levanta la mirada. Es un acto prodigioso. Revisa el horizonte, lo memoriza, lo mecaniza, lo adivina y decide, entonces, embestir. Es como una mirada procesada en megahertz.

Elway, Montana, Manning, Brady observarían el horizonte de un bosque poblado de propios y extraños. Y elegirían, pero obedeciendo a un esquema, a una rutina, a un plan preconcebido, y teniendo un cómplice predeterminado.

Messi está solo. Ni sus eventuales cómplices saben que van a serlo. Ni sus propios rivales saben que al final, terminarán siendo sus cómplices. Por eso lo comparaba con el legendario Garrincha, que llamaba Manuel a todos sus adversarios. Seguro Lio ni siquiera podría poner el nombre en el epitafio de sus víctimas. Todos son Fulano, Zutano o Perengano para él.

3. Después de leer, codificar y decidir, Messi arranca sobre el primer Fulano, con un Zutano y un Perengano detrás. Y Fulano que ya sucumbe por la sorpresa. Decían en la época de Garrincha, que el brasileño les decía a sus frustrados marcadores: "vámonos", cuando iba a pedir la pelota y empezar a sembrar rivales. Messi, como acto de piedad, debería hacer lo mismo.

4. 11 segundos, 13 toques de balón, y siete adversarios más confundidos que Joseph Blatter antes del conteo de votos. Eso ocurre en un pedazo de terreno.

¿Cómo demonios puede un ser humano recorrer 40 metros tejiendo rococó con las dos agujas y amagando fraudes, ojo, en espacios que serían callejones sin salida para cualquier otro jugador, en un lapso de 11 segundos y tocando 15 veces el balón hasta la puñalada final al corazón gigante de los Leones de San Mamés?

5. Y nunca falta el detalle chusco. Dani Alves celebraba el pase que le dio por derecha antes del arrancón letal, mientras que cuando dispara Messi es sorprendente la coordinación con el salto de Luis Suárez, para no obstaculizar el viaje del balón. ¿Alguien se imagina la frustración mundanamente mundial si el disparo del genio termina en el trasero del uruguayo, después de semejante concierto de desconciertos ajenos?

Sí. Me lo perdí en vivo, en directo, pero las redes sociales siempre estarán al rescate de nosotros los despistados.