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México, entre el espejismo y la alucinación

CIUDAD DE PANAMÁ -- El espejismo del triunfo de México ante Estados Unidos quedó hecho añicos en dos frentes. El maquillaje se le corrió a la mujer barbuda en el circo del exitismo.

1. Se pulverizó en Costa Rica con un 4-0 humillante que pone en la guillotina a Jurgen Klinsmann. El alemán ha arruinado el proyecto sólido que forjaron Arena y Bradley para EEUU.

2. Y en Panamá, con un México que tragó bilis y angustia, y sobrevive gracias a Guillermo Ochoa, con dos intervenciones notables a disparos de Machado y la chilena de Tejada.

El Tri de este martes en el Rommel Fernández, vitoreado generosamente tras consumar el exorcismo a la plaza endemoniada de Columbus, fue más un mellizo del segundo tiempo, sufrido, agobiado, apremiante, ante Estados Unidos, que una réplica del primer tiempo.

Es cierto, México debió confrontar cambios. Pero, también es cierto que a las sustituciones sencillas de los ausentes, Juan Carlos Osorio quiso agregarle la calentura de sus propias rotaciones.

Así, llevó a un equipo mexicano que pretendió jugar con línea de cinco a una bizarra, extraña y extravagante deformación de tres en el fondo y tres delante de ellos, sin que existiera jamás una coherencia de carrileros, que persistieron en estorbarse, Diego Reyes con Jonathan dos Santos y Miguel Layún con Marco Fabián.

No había mucha ciencia en injertar a un equipo ganador, sufrido, pero ganador. El error comenzó desde el capricho con Diego Reyes. Un jugador de frágil respuesta ante EEUU, aún en el mejor momento de México, volvió a ser presa fácil, aunque la fortuna para México es que sus dos amarillas lo dejan fuera ante Costa Rica.

El problema más grave fue en la generación de juego. Si bien Marco Fabián persistía, y por derecha, el más comprometido era Raúl Jiménez, lo cierto es que uno jamás conectó con Layún, en ese confuso encimamiento y ensimismamiento por izquierda, mientras que Giovani deambuló en la cancha, en la otra cara de la moneda de lo que fue en el primer tiempo ante Estados Unidos.

Habían aclarado en conferencia de prensa, tanto Javier Hernández como Juan Carlos Osorio, que no se relajarían tras la victoria ante Estados Unidos. Fue peor. Más que relajarse, la mayoría de los jugadores desestimaron al adversario, lo empequeñecieron en la soberbia con la que lo confrontaron. Y los abofetearon con sorpresa.

Y claro, más allá de la serie de desperfectos provocados por los cinco movimientos de Osorio, cuando sólo necesitaba de tres ajustes, Panamá hizo el partido que necesitaba, en el momento que necesitaba, para sacar el resultado que menos le desagradaba.

Entre esa falacia que a veces documentan las cifras, la noche de este martes, México cargó con un 70 por ciento de posesión del balón por sólo 30 de Panamá, pero, mientras Jaime Penedo sólo sufrió por sus desatenciones, Guillermo Ochoa respondió a dos disparos de Gabriel Torres, uno más de Machado y la chilena de Tejada.

De esta manera, México recibe un llamado de atención. La gesta de Columbus no debe desatar fantasías exacerbadas, sino atender ese sopetón de coherencia que aporta generosamente el empate ante Panamá.

Quede claro: el ex gigante de Concacaf no es el coloso del área por haber vencido al otro ex gigante de Concacaf.

Panamá hizo un favor a México: lo llevó a atender más el diccionario, para entender que entre espejismo y alucinaciones, hay una ligera diferencia: un estado de demencia.