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Tigres consuma el rapto de las ninfas del Turco

LOS ÁNGELES -- Fue un abuso. Absoluto. Lesa impunidad. Tigres hizo suya la plaza, la ciudadela ajena, y en pleno zócalo tendió la ajada, mustia, marchita, humeante y humillada zalea del castrado adversario.

Los ¿futbolistas? ¿profesionales? del Monterrey abochornaron a su afición, esa que en un acto extremo de Fe, creyó en unos Rayados reacios creer. Los eunucos visten de rayas.

6-1. Tigres en plan de tsunami. Un epitafio doloroso, pero es, en un clásico regio, una vejación absoluta. Semejante ultraje tiene un responsable: Antonio Mohamed.

Rayados hizo un acto de ilusionismo de 25 minutos. Parecía que quería. Y que podía. Porque, sin duda, debía, a pesar de que algunos, como Edwin Cardona, se movían menos que su sombra.

Pero, en ese acoso estéril, empujados por la inercia de la afición, a la desfachatez del Juego de Ida, y la urgencia de negociar su permanencia seis años más con la mejor beca posible, los jugadores sólo ratificaron su inmoral impotencia. Su descaro es casi un delito.

Después, Tuca rescata los trucos del Tuca. Y hace Jaque Mate al Turco. Mete a Meza, y contra sus hábitos de otros tiempos, monta línea de cinco y casi de seis con Pizarro. Ante semejante laberinto, Mohamed demostró que apenas es un aprendiz del Sudoku.

La ganzúa de Tigres volvió a ser Gignac. Un tiro libre con más intención que letalidad, encuentra en el padrinazgo paquidérmico de Hugo González la complicidad para el 1-0, que acumulaba en 5-1 depredador.

Rayados percibió el tufo. Y no, no era esa fragancia sagrada del sudor honorable del competidor noble. Era la pestilencia de su propio cadáver. El 5-1 era el certificado de defunción. Pero, como los pollos descabezados, seguían corriendo enloquecidos, como estertor y como espasmo muscular de su muerte.

Giganc tenía más. Se enreda Montes en una pirueta torpe de jirafa recién nacida, al enredarse con sus piernas, y el balón llega al chacal francés. Sabio asesino de Liguillas, pero sólo de Liguillas y sólo en el torneo doméstico, alcanzó a tomarse la selfie antes de ridiculizar a Hugo.

Con el 6-1, la afición regia empezó a abandonar su flamante estadio, que se ha convertido, lamentablemente, en sólo una pira, un crematorio, un mausoleo de sus sueños más humedecidos de llanto que de champaña.

Acaso, la falta de gallardía, de masculinidad de los adversario descarapela la consumación de Tigres como amo y señor de Monterrey. No es lo mismo confrontar a guerreros que a ninfas perfumadas que además se amotinan ante su entrenador.

Mohamed demostró que no tiene capacidad de respuesta. Y que en la cancha no tiene auténticos caudillos como los tuvo en Monterrey y América, capaz de detonar, si les queda, la testosterona a los señoritos indecorosos que hoy maneja.

El Turco tiene contrato por dos años. Le han comprado lo que ha pedido. Y seguro, le comprarán, nuevamente lo que ahora pida.

Mohamed tiene la opción de hacer una limpia. Estos soldados le ayudarán a ganar batallas, pero ninguna guerra. Y a estos jugadores, Mohamed los puede convencer de ganar batallas, pero nunca la guerra. Perviven, ambos, en la misma incubadora del fracaso.

Ciertamente el arbitraje de Fernando Hernández fue calamitoso, pero más por torpe y huidizo que por sospechoso. Perdonó a Funes Mori tras alevosa plancha al histriónico Nahuel, mientras que el choque con Dueñas, visto por TV, parece una colisión accidental, más que provocada por el jugador.

¿Tigres? ¿Quién puede detenerlos? Tuca Ferretti ha encontrado los jugadores perfectos para del sopor ir al vértigo. Mucho debió aprender de cómo pierde la Final de la Concachampions ante Pachuca. Hasta se da el lujo de jugar con diez, mientras tiene a Sosa escondiéndose en la cancha.

Y ocurrió de nuevo. Violencia extrema. Algunos aficionados de Monterrey embistieron a seguidores de Tigres. Imprudencia compartida, sin duda. Pero ese tono de linchamiento urge ser sancionado de manera radical y drástica. Pero, lo sabemos, Decio de María no se atreve. Él es cómplice.