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La doble moral de Decio en los casos de Herrera y Osorio

LOS ÁNGELES -- Era inevitable en ese día de junio de 2013, recrear una vieja y obscena imagen. Esa estampa del mismo sujeto con impecable traje, pero, en aquel entonces contrariado y con la melena desordenada, sacudiendo el dedo mayor y profiriendo insultos a la tribuna de Estados Unidos en Columbus. Rabia pura.

Esa postal del mismo personaje que ese día presentaba ante La Famiglia del futbol mexicano el Código de Ética, ese que sería impuesto sin concesiones, sin miramientos, en un acto de justicia absoluta.

Con ese mismo dedo impune e impugnador, Decio de María, volteaba las páginas de su constitución de derechos y deberes disciplinarios del futbol mexicano. La Iglesia estaba en manos de Lutero.

Más allá de que hemos visto cómo ese Código de Ética es violado y violentado, por el mismo engendrador, en casos similares, hoy mismo es víctima de la falacia de su anuncio.

En un recorrido engañoso, exhibiendo sus debilidades y temores, para castigar a clubes como Veracruz, Monterrey y Tigres, por desacatos de sus aficiones, o recular ante tipos como los López Chargoy o Fidel Kuri, nuevamente Decio de María se ahoga en la desesperación por violar el que promulgó como inviolable Código de Ética.

Cuando un año antes de su presentación, en julio de 2012 enaltecía el aún en embrión Código de Ética, el entonces jefe de Decio, y hoy su mandamás en la sombra, Justino Compeán, aseguraba que este reglamento "será el eje rector de todo este cambio que tanto dueños, propietarios, presidentes, directores técnicos, jugadores y la gente que trabajamos en comisiones cumplamos con él".

Y advirtió que "el futbol es muy pasional, pero hay que saber controlarnos, ser prudentes. A mí me dicen el cerillo porque me prendo muy rápido y tengo que aprender a ser prudente y paciente, y todos", explicaba, el quien entonces se etiquetó a sí mismo como El Fósforo Compeán.

Cuando el lamentable, bochornoso y deplorable exabrupto de Miguel Herrera, jaloneando e insultando a Martinolli en el aeropuerto de Filadelfia, llevó al banquillo de acusados a El Piojo, y aunque primero le prometió un escarmiento, al final, por presiones de TV Azteca, le cortó la cabeza.

Nadie levantó la mano para defender a Herrera. Tenía todos los agravantes en contra: premeditación, alevosía y ventaja. Además, lo penoso era que salía festivo de haber ganado la Copa Oro, esa misma que el arbitraje de Concacaf le rescató en Cuartos de Final y Semifinal con atrocidades de los jueces, aunque, ante Jamaica, el Tri dio su único partido de gran calidad en el certamen.

Una semana, sí, hasta una semana después del segundo zafarrancho de Juan Carlos Osorio en la Copa Confederaciones, Decio es enviado a entrevistarse con su técnico.

Cuando El Piojo protagoniza ese reprobable incidente, Decio de María lo echó apenas 48 horas después de que se suscitó el conato de bronca en el aeropuerto. Sí, en sólo 48 horas. Esa vez hubo una reacción expedita, vertiginosa, implacable.

Ahora, insisto, una semana después, Decio apenas se apersona ante Osorio para charlar con él. Y se enciende entonces la simpática metáfora del cerillo de Compeán.

En impacto hacia el futbol mexicano, ¿qué ha sido más lamentable y bochornoso, la agresión de Herrera o la explosividad de Osorio ante el cuerpo técnico de Nueva Zelanda y ante el cuerpo arbitral frente a Portugal?

Sin duda ambas son igual de graves. Una ocurrió en un incidente entre civiles, por agresiones incluso familiares en redes sociales, aunque, obvio, Herrera aún estaba dentro de la delegación del Tri.

Y la otra ocurre con todas las investiduras de la selección nacional, en plena competencia, en el segundo torneo intercontinental de selecciones más importante del mundo.

Más allá de que ninguno de los entrenadores es inocente, sí es lamentable la demostración patética de doble moral por parte de Decio de María, y la vulnerabilidad lastimosa y lastimera del tan mentado Código de Ética.

Pero, qué puede esperarse del mismo sujeto que insultó a la tribuna de EEUU y nunca fue castigado, para luego ser ungido como el supuesto Rey Salomón de la FMF con todos y su Código de Ética. El coyote cuidando al gallinero.