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Alan Pulido, superhéroe sin capa y sin máscara

LOS ÁNGELES -- Alan Pulido encarna el sueño del mexicano. Su deidad perfecta. Esa versión utópica, inalcanzable y villana del Juan Charrasqueado.

Alan Pulido ha pasado a ser ese personaje inidentificado pero definible: "Aquí el más chimuelo masca tuercas, el más pelón se hace trenzas, el más tullido es alambrista y el artrítico teje trutrú".

Rebasando las demenciales y azarosas emboscadas sufridas por James Bond, Jason Bourne, Indiana Jones, Mr. Bean, y el Inspector Gadget, Alan Pulido sobrevive a la saña despiadada del destino, que lo elige como prototipo de la futurista evolución del burdo hombre en superhombre.

Si Dios hubiera elegido trabajar el Séptimo Día de la Creación, en lugar de haraganear contemplando su esplendorosa obra, y hubiera decidido perfeccionar al ser humano, Alan Pulido habría sido nuestro Adán... y hasta nuestra Eva también.

Y el delantero de Chivas no sólo sobrevive victorioso a las canalladas del destino, sino que, además, ensaya su sonrisa ladeada, perfilando el rostro en tres cuartos, para que los púberes del mundo entiendan que él sí es de carne y hueso, y que el tal dios Thor es un payaso rubio L'Oreal, disfrazado por un sastre daltónico, que rezuma anabolizantes y usa una versión corregida y aumentada del Chipote Chillón del Chapulín Colorado.

Él hace una verdad de a puño aquello de que hay superhéroes que no usan capa. Los doce trabajos de Hércules, Alan Pulido los habría resuelto con el bastón de selfie en la izquierda, y -según el Tuca Ferretti- con el cepillo en la mano derecha esculpiendo la quietud inalterable de su copete de semental. Porque no basta ser superhéroe... hay que parecerlo.

El pasado fin de semana, mientras sus compañeros, ordinarios y simplones seres humanos, obligados a transpirar para comer, se batían y debatían ante el Veracruz, Pulido acudió a un concierto de Bad Bunny en Guadalajara, para demostrarle al destino que es tan irrompible como Roger Rabbit.

Acostumbrada su garganta al elíxir celestial de Möet & Chandon (entre 45 y 68 dólares la botella), como teporocho del vecindario de las Kardashians, Pulido le pegó el pico a la botella, según testimonios, hasta vaciar varias de las obesas damajuanas.

Después, mientras un par de rubias odaliscas fallaban en retenerlo, abandonó el bodegón de Casino 2 abordo de un Audi R8 de 250 mil dólares, para descender de la nobleza de su gañote aventurero a la exquisitez proletaria de unos tacos al pastor, con harta piña, harta cebolla, harto cilantro y harta salsa de chipotle.

Mientras la poderosa Calabaza del osado Ceniciento, con motor V10 (de cero a 60 millas por hora en 2.9 segundos), se dirigía al delicatesen noctambulero, encuentra, inexplicablemente, a un auto que en reversa, a 50 millas por hora, se pasa al alto con tan mala suerte que destruye el fastuoso frente del Halcón Milenario de nuestro Han Solo, pero con harto Moco de Gorila (gel) en el copete.

Las versiones se cruzan. Hay quien asegura que tras el impacto, Alan Pulido, para reponerse de la Kryptonita del susto, se refugió en el oasis de la taquería, mientras dejó a su cocinero asumiendo la responsabilidad del impacto.

Y hay quien asegura que Alan Pulido, multifacético y camaleónico, se deshizo de su atuendo de Diabólico, y al más puro estilo de Matt Murdock, se convirtió en paladín de la palabra, para ganar la querella porque el atolondrado conductor del otro auto no tenía seguro.

Chivas se apoya en el discurso de su jugador. Lo convierte en víctima. Y hasta José Luis Higuera, el pelagatos de Jorge Vergara, según Ricardo Peláez, protege a Pulido, aunque advierte que si lo que había dentro de esos bidones de Möet & Chandon era Möet & Chandon, podría sancionarlo.

Higuera no entiende que lo que en cualquier pelagatos es borrachera, en el futbolista es sólo la mexicana alegría de escaparse, de fugarse, de esa terrible pena que embargaba a Pulido, por esa grave lesión que le impidió hacer el viaje a Veracruz, pero que no le incapacitó para bailar, brincar, brindar, ni menearse con la cadencia rumbera en una noche de despecho.

Cautivante este moderno descendiente de las odiseas de El Santo y Blue Demon, que, recordemos, sin enfrentar a zombis o mujeres vampiro, fue alguna vez capaz de escapar a las garras de cuatro fariseos mejor armados que Rambo y más desalmados que Heidi, y se fugó de las garras de esos secuestradores, tras aprender artes marciales en las matinés domingueras con Jackie Chan, en los cines en Monterrey.

Hoy, Pulido ha escapado a un nuevo complot del universo. Bien lo dice la cuenta de @Sancadilla: su mayor hazaña fue sobrevivir al Poncio Pilatos del futbol mexicano, al Tuca Ferretti y a su meretriz, la directiva de Tigres.

Ciertamente, Alan Pulido desperdició una magnífica oportunidad de ser admirado por algo más más que por sus fantasías que seguramente algunos bobalicones todavía creen.

Hoy perdió la magnífica oportunidad de reconocer que se había equivocado y que aceptaba su error.

Porque, por encima de todo, el futbolista tiene en el Purgatorio de la cancha la mejor posibilidad de recibir las indulgencias absolutas de la afición, de sus compañeros, de sus directivos y de su cuerpo técnico.

En el caso de esa visión narcisista del mexicano ("aquí el más chimuelo masca tuercas, el más pelón se hace trenzas, el más tullido es alambrista y el artrítico teje trutrú"), no coincide con la percepción de Groucho Marx: "Nunca voy a ver películas donde el pecho del héroe es mayor que el de la heroína".