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Esa Final que el resentimiento llama 'Clásico de Rancho'

LOS ÁNGELES -- La Final del desdén, del menosprecio, del ninguneo. O, tal vez, La Final de la envidia, del egoísmo, del rencor, del resentimiento.

Eso parece ser el desenlace del torneo entre Monterrey y Tigres. Un acto segregacionista por parte de las aficiones de los otros 16 equipos de la Liga que, desde la inclemencia apática del sofá, pueden, o no, arrimarse al festín regiomontano.

"Clásico de pueblo". "Clásico regional". "Clásico de rancho". Algunos de los estigmas más generosos o menos ingratos en las redes sociales hacia La Final entre Monterrey y Tigres.

Lo cierto es que, más allá de fanatismos enceguecidos y enceguecedores, seduce a cualquier aficionado al futbol, especialmente por la investidura de ser La Final del Apertura 2017.

Despojados de vestimentas y pasiones elitistas, como los feligreses de Tigres y Rayados, el juego se sostiene del clímax del juicio sumario a una campaña que en la Tabla de Clasificaciones fue controlada por estos equipos y que merecen la oportunidad de coronarse.

El regionalismo es una sulfurosa sustancia genética del mexicano. Hay una sensación de que ser tapatío, capitalino, chilango (porque no todos los capitalinos son chilangos, ni todos los chilangos son capitalinos), regiomontano, veracruzano, yucateco, colimote o culichi, es un título nobiliario que supera al destino de ser puntualmente mexicano.

En un país que es capaz de discurrir once tipos de moles y 13 tipos de pozoles, según los condimentos y creatividad de la región de donde provenga el platillo, es entendible que la denominación de origen para un equipo de futbol sea más radical.

El mole y el pozole se sirven en cualquier plato, cualquiera que sea la etnia de su recetario, pero no cualquier camiseta se ajusta a cualquier cuerpecito ni a cualquier ideología futbolística.

Lo cierto es que en medio de los resabios regionalistas, especialmente hacia el estado, Nuevo León --pulso financiero e industrial del país--, la expectación nacional, por vehemencia al futbol mismo, se mantendrá vigente.

Con una sobrepoblación de jugadores extranjeros, prohijada por la estulticia de la FMF, pero Monterrey y Tigres confirman tener los mejores planteles con 13 futbolistas seleccionables de diferentes países, y 21 que han sido o son seleccionados nacionales.

Más allá de los cuestionamientos acerca de la exquisitez futbolística de ambos entrenadores, lo cierto es que Monterrey es la mejor versión del Turco Mohamed como técnico, en todos sentidos, incluyendo el delicatessen futbolístico.

Por su parte, Tigres debe ser el equipo más maduro del Tuca Ferretti, más allá de que no pudo encontrar una versión para el futbol de transición que llegó a ser Rafael Sobis, o el aporte mixto de Guido Pizarro.

Entendiendo que los 16 clubes ausentes de La Final conjugarán el término fracaso o no, según las dimensiones de su importancia y de sus metas, la distancia que marcaron felinos y regios del resto de los equipos no puede ser cuestionada.

Por eso, más allá de esos regionalismos que supuran de manera lastimera epítetos como "clásico de rancho grande", lo cierto es que La Final tiene el encanto de la riña entre los más poderosos futbolísticamente del Norte, y financieramente, los más pudientes de la Liga MX.

Ojo, no reculo a la opinión que tengo de que muchos de estos clásicos regios, en temporada regular, e incluso en Liguilla, se juegan bajo el precepto escabroso del "miedo a no perder", especialmente con Mohamed y Ferretti, y quedan a deber en espectacularidad, que seguramente, por el apasionamiento de sus fanáticos, por los estremecimientos naturales de la pugna, para ellos, pasa desapercibido este punto.

Lo cierto es que, seguramente, de esta versión regional de mole y pozole -aunque en realidad será puro cabrito-, que se servirán en Monterrey, el resto de las 16 pasiones regionales del país quisieran haber alcanzado una probadita.