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Ricardo Peláez, la Cruz Roja de Cruz Azul

¿Más un horizonte Azul que una (otra, la enésima) Cruz en el horizonte? Esa es la expectativa de una nación abnegada, resignada, ilusionada, temeraria, temerosa, desesperada como la nación de Cruz Azul.

Llega Ricardo Peláez como director deportivo a La Noria. Tiene todo que ganar y todo que perder. Trece ilusos e ilusionados como él, han pasado por la misma oficina del desconsuelo.

Un cubículo dirigencial donde se han fosilizado las buenas intenciones. Mientras tanto, Cruz Azul se acerca a los 21 años sin levantar un título. Un largo Vía Crucis...

Y Ricardo Peláez lo sabe: el mismo día en que pise su despacho en La Noria, estará dando el primer paso hacia el despido y el exilio, mucho antes o mucho después que el resto.

Nada es eterno en Cruz Azul. Nada ni nadie.Vamos, ni el fracaso, aunque esos 21 años saben a eternidad.

Ricardo Peláez tiene un palmarés respetable. Sobre todo el de continuidad de éxitos, en un medio agreste, inhóspito y traicionero como el mexicano.

Algo que pocos saben y pocos le colocan en el aparador, y es su incidencia en el título conseguido en el Mundial Sub 17 de Perú. En ese entonces, Ricardo LaVolpe quiso despojar a Chucho Ramírez de ese seleccionado nacional.

Justo entonces, saltó Peláez y negoció: "Me voy yo, dejo (la dirección de selecciones nacionales), pero respeten el proceso de Chucho". Alberto de la Torre aceptó y LaVolpe se encogió de hombros. Y el resto ya lo saben.

Con el Tri y América, enderezó la nave. Incluso antes de salir del Nido ante las intrigas de Mauricio Culebro y Yon de Luisa, había dejado apalabrado a Miguel Herrera para regresar al América.

Vamos, cualquiera sabe que si Peláez hubiera estado aún en selecciones nacionales, el Piojo no se hubiera confrontado a Martinolli, lo que originó su salida del Tri. Pero González Iñárritu era turista con privilegios en ese Tri.

La tarea es mayúscula, titánica. Los goznes de la puerta de trofeos de Cruz Azul están oxidados. Y también las mentes directivas.

A Ricardo Peláez le aguardan molinos de viento. Hay enemigos evidentes y hay otros emboscados. Los segundos, son más peligrosos.

1.- La Leyenda Urbana (AKA Carlos Hurtado o El Patrón de Miami). Ricardo Peláez necesitará auditar al equipo. ¿Cuántos jugadores pertenecen al equipo y cuantos a Hurtado, en una evidente aberración de esclavitud moderna?

2.- En una tradición de la Familia Álvarez, los jugadores tienen derecho de picaporte ante la presidencia. Y desde ahí, desde ese menoscabo a la autoridad del director deportivo y el técnico, empieza el problema.

3.- El paternalismo, o casi maternalismo, con el que se trata al jugador de Cruz Azul lo ha convertido en un burgués. Renuncia al compromiso y a la devoción. Elige auto-castrarse. Peláez tiene experiencia comprobada en desnudar divos.

4.- Choque de poderes. Ricardo Peláez y Pedro Caixinha deberán ser muy respetuosos en marcar sus límites. Ojo: el portugués ya tuvo toda la libertad que exigió y no clasificó al equipo. Hoy deberá permitir que el nuevo dirigente pise su vestuario y opine.

5.- Recordemos la forma en que Peláez terminó siendo víctima también de su propia doctrina de trabajo y de su autoritarismo. Chocó con Matosas, aunque éste con sus extravagantes exigencias. Y con Mohamed, quien le arrebató el control del vestidor. Con Ambriz excedió en tolerancia, aunque con LaVolpe entró en términos saludables.

5.- Que nadie espere milagros. Peláez no puede ofrecer garantías de transformaciones radicales en un equipo con una estela corrosiva de ensayos y de vicios arraigados. Necesitará mano dura, drástica, pero, sobre todo, respaldo absoluto de Robin y de Billy Álvarez.

Evidentemente Peláez ha aprendido de todas las experiencias acumuladas. Sus aciertos lo fortalecieron y sus errores lo perfeccionaron.

Cruz Azul puede ser donde levante su altar, o donde cave su tumba.