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Salcedo y Marco Fabián, hijastros de Alemania

Una animación en redes sociales muestra a Carlos Salcedo y a Marco Fabián de la Mora, dos jugadores de raigambre chiva, festejar con un baño de cerveza la conquista de la Copa Alemana con el Eintracht de Frankfurt.

Cierto: ninguno de ellos fue el orfebre absoluto de la conquista ante el Bayern Munich. Pero, tienen derecho al desfile y a la guirnalda.

Salcedo se fajó el fin de semana con los amos de la BundesLiga, salió ileso y con puntaje aprobatorio. Marco Fabián se quedó entumido en el banquillo.

Tienen un poderoso cordón umbilical en su aventura europea. Sin diplomacia y más con dotes de dentista que de político, lograron que Chivas les diera pasaporte futbolístico.

Marco Fabián apostó casi por vivir en una isla, como penoitente en su aventura alemana. Salcedo escaló en Italia y se consolidó en Frankfurt.

Los dos cargaron con lesiones. Fabián sucumbió por esos misteriosos enjambres de nervios y músculos en la espalda. Ni el doctor ni él, encontraron escape al martirio de meses de rehabilitación. Salcedo pasó de una luxación de hombro a una rabiosa terapia. No había tiempo y él lo sabía: el Mundial no modifica horarios, y él quería estar a punto.

Pero tal vez donde hay una hermandad especial es en cómo debieron romper con sus dogmas patriarcales para figurar, en la medida de sus capacidades, en Europa, especialmente hoy que celebran con ese duchazo dorado de la copa alemana.

Salcedo rompió lazos que le parecían cadenas. Rompió nexos que le parecían grilletes. A tal grado que su familia directa no fue invitada a su boda. El jugador eligió la ruta de sus pasiones. Debió ser doloroso romper con la casa familiar. Sus allegados hablan de un yugo, de una asfixia paterna. Carlos Salcedo eligió edificar su propia familia en su propio hábitat bajo sus propias condiciones.

Él tiempo le da la razón, y seguramente el tiempo cicatrizará heridas, y la sangre llamará a la sangre, y el afecto natural pacificará las guerras veleidosas, frívolas, lamentables, que pueden darse a veces entre familiares.

Por lo demás, Salcedo se pone a punto. Cierto, su estilo atrabancado, intenso hasta a veces ser rudo o violento, deberá irlo templando. En una Copa del Mundo, por ejemplo, no le perdonarían una roja como pudo haber cargado con ella en esa misma final de la copa alemana.

Marco Fabián fue favorecido por su éxodo. En Chivas, y en su pasaje por Cruz Azul, y en su retorno al Rebaño, nunca encontró el escenario para ponerle consistencia y continuidad a sus promesas de figura. Los amigos, así explicaban en su entorno. Las tentaciones, así lo justificaban en su entorno. Pero esos pecados veniales se convertían en culpas capitales en el balance crucial.

Porque Marco Fabián fue el jugador más importante, en sus momentos, cuando México conquistó la medalla olímpica en Londres 2012. Luis Fernando Tena, el técnico, lo definió así: "es un futbolista muy completo, si él lo quiere...".

Sin un rompimiento, sino apenas una delineación, una definición de límites, Fabián eligió sus propios molinos de viento. Y quemando naves y puentes, casi vestido de ese gris de indiferencia llegó a Alemania. Poco a poco entró en la disciplina, el orden, el trabajo, la exigencia, el rigor, y empezó a mostrar su capacidad. De la que aún, por supuesto, esperan mejores manifestaciones.

En ambos casos, subrayable la rebeldía, la osadía de ir contra corriente, contra lo inesperado, contra lo desconocido, porque ambos llegaban precisamente como desconocidos, y aparte con el alma ajada porque la familia quedaba atrás y detrás. No son, en este momento, figuras exultantes del futbol mexicano, pero son jugadores representativos sobre los desafíos para el jugador mexicano. Hoy, de momento, en su nivel, al nivel en que están, han tenido éxito.

El futbol mexicano está lleno de esas historias perniciosas de padres que terminan siendo enemigos del talento de sus hijos: Landín, Villaluz... y contando.

Hay una referencia tan dramática, triste, dolorosa, como ilustrativa. Referirla puede ser aleccionador, pero con un final amargo, lacerante, desgarrador...Manuel López Agredano era dueño de la estación de radio Canal 58, la referencia absoluta del futbol en Guadalajara y otras ciudades mexicanas. Futbol a todo pulmón, porque todos los clubes de Jalisco tenían su contrato ahí.

Voces como las de Enrique Bermúdez, Jaime García Elías, Roberto Guerrero, Nacho González, David Medrano y Octavio Hernández, entre otros, la convertían en una emisora de referencia. El hijo de López Agredano, José Manuel López, El Pituco, era un futbolista de más testosterona que talento. Un guerrero absoluto. Él quería ser futbolista. Su padre quería que él fuera un crack.

La familia tenía que ser rojinegra. Atlas era la segunda deidad en casa. Y claro, se veneraba el odio a Chivas. Tras varios años de rojinegro, El Pituco no lograba consolidarse. Él quería por él mismo. Él debía por su padre mismo. Pero no podía.

López Agredano además intervenía, presionaba, se inmiscuía en el Atlas, como accionista incluso, para velar por su vástago. El perjudicado era obviamente el hijo. Pero, el destino le abre un contrato con Chivas. Herejía. Sacrilegio. Afrenta. Y El Pituco lo toma. Ahí, el padre, no tenía ningún resquicio para presionarlo.

Y El Pituco fue campeón con Chivas en 1987. Un jugador clave. Después, una penosa enfermedad lo fue consumiendo. Y Don Manuel, como todos le llamaban, se fue olvidando del futbol.

Se lo advertí: una historia desgarradora. Cruel, absolutamente. Por eso, este escenario de desencuentros y seguras reconciliaciones a futuro, explican decisiones fuertes de Salcedo y Fabián. Para bien, para mal. Dolorosas, pero plausibles. Porque ambos jugadores saben que el futbol terminará un día, pero ellos, la familia, siempre estará ahí...