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Cuauhtémoc Blanco, Chatón Enriquez, Sebastián Córdova... la dinastía del dolor

LOS ÁNGELES -- Había concluido el entrenamiento de la Selección Mexicana en París, de cara a la Copa del Mundo Francia 1998. Cuauhtémoc Blanco se detiene a un lado de la malla de alambre que circundaba la cancha. Ya por entonces, Manuel Lapuente comenzaba con los entrenamientos a puerta cerrada.

El Temo, aún sin saber que le esperaba un espectacular Mundial, se toca la pantorrilla derecha. “¿Duele?”, le pregunta el reportero. Con ese gesto siempre de enfado hacia los medios, Blanco responde: “Uno siempre juega con dolor”, repela. “Así es esto, amiguito”.

En la Final de los Juegos Olímpicos de Londres, en pleno partido, se lesionan de la rodilla dos de los jugadores clave, Jorge Enríquez y Héctor Herrera. “¿Cuánto dolía?”, se le preguntaría al ‘Chatón’, días después. “Un chingo, pero era una Final. Uno se aguanta y se queda en la cancha”.

Días después de la gesta, Herrera y Enríquez debieron ser operados de la rodilla. El doctor Rafael Ortega, el más calificado en México para este tipo de cirugías, explicó tras ambos procedimientos que no se explicaba cómo resistieron el suplicio.

“En ese momento, el organismo anestesia la zona, pero no para este tipo de lesiones. El dolor debió ser muy fuerte”, mencionaría Ortega.

Este miércoles, Sebastián Córdova subió a sus redes sociales una poderosa fotografía. En ella muestra la calceta rota, y la uña del dedo gordo del pie derecho dañada y ensangrentada, además de que en el zapato blanco, producto del sudor y la sangre, se aprecia una mancha escarlata.

“Gajes del oficio”, explica Córdova en su cuenta de Twitter. El americanista fue el goleador del torneo y figura del Tri en el Preolímpico.

Y retumba la frase de Cuauhtémoc: “Uno siempre juega con dolor”. Gajes del oficio.

Y la del Chatón: “(Dolía) un chingo, pero era una Final. Uno se aguanta y se queda en la cancha”. Gajes del oficio.

Tal vez una de las imágenes más emblemáticas sea la de Diego Armando Maradona en el Mundial de 1990. El tobillo izquierdo inflamado, amoratado. Cortesía del juego ante Rumania. El Pelusa jugó infiltrado el resto del Mundial. Él sabía de los riesgos. El médico Raúl Madero se los hizo saber. Y jugó hasta la Final, esa que los argentinos juran y perjuran se las estafó un árbitro uruguayo, Edgardo Codesal. Pero, antes, Diego entregó un balón con moño incluido a Caniggia para el gol sobre Brasil. “El mejor pase de mi vida”.

Gajes del oficio. Porque, queda claro, “uno (el futbolista) siempre juega con dolor”.

Como ellos, como el testimonio de Sebastián Córdova, debe haber millones en el mundo. A nivel profesional y a nivel amateur, pero, obviamente, se sublima cuando está de por medio un poderoso estandarte como es la camiseta de la Selección Nacional.

Eso, el dolor, hace a muchos claudicar. Renuncian antes que invocar a esa furia interna que puede anestesiar cualquier martirio. No todos pueden. No todos quieren. No todos saben. No todos deben.

Explicarlo como “gajes del oficio” es una simplificación modesta de todas las pasiones virtuosas que hay detrás de la decisión de seguir, de mantenerse ahí, dentro de la cancha, en el fragor del combate, donde la brega, donde el furor, termina a veces sanguinolentamente. Ni el músculo duerme, ni la ambición descansa.

Y por muchos motivos. Porque es su oficio. Porque es la camiseta de la Selección Nacional. Porque vestirla, para ellos, es el fin del principio y es el principio del fin de sus grandes ilusiones. Ninguna atalaya se conquista sin la aflicción del padecimiento. El dolor existe. Sea o no parte de los gajes del oficio.

Y después, uno se entera que un jugador de talla internacional pide el cambio porque tiene ampollas en los pies, cuando su selección mayor se juega la gran posibilidad de ir al Quinto Partido. Y su exentrenador lo exhibe: “Se lesiona y es 'me duele, me duele', y de ahí no lo sacas”.

O simplemente, algún otro, decide qué torneo quiere jugar, con qué Selección Nacional quiere jugar, y con qué técnico quiere jugar, tras años de vivir bajo el predicamento de que “el futbol no me apasiona, me gusta más el basquetbol”.

A Giovani dos Santos y Carlos Vela, entre otros, en un acto de compasión, les dejo una frase de Alvite –perdón por lo escatológico–, que describe la distancia entre ellos y tantos otros que defienden gallardamente eso de “gajes del oficio”.

“Los genios transforman en arte el dolor, del mismo modo que los cerdos convierten en jamón la mierda”, escribe Alvite.

Gajes del oficio.