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Messi y Cristiano: Entre la eterna comparación y la incapacidad para disfrutarlos

COLUMNA ‘EL PULSO’

CIUDAD DE MÉXICO -- La intempestiva salida de Cristiano Ronaldo del Real Madrid en el verano pasado supuso que la rivalidad de más de una década con Lionel Messi podría llegar a su fin.

Los dos grandes estandartes de los equipos más importantes del mundo ya no competirían codo a codo en la misma Liga cada semana, para que los amantes de las estadísticas trasladaran a los números esta eterna comparación.

“¿Quién es el mejor del mundo?”, o más allá, “¿quién es el mejor de la historia?”, son las preguntas más recurrentes que se lanzan en sondeos de los medios deportivos para tratar de dirimir una batalla tan gastada como inútil.

”El que no sabe de futbol, solo habla de resultados”, dijo alguna vez Xavi Hernández, y esta frase adquiere mayor sentido cuando los argumentos para decir quién es más grande entre Messi y Cristiano, son los números.

Por supuesto que las conquistas son importantísimas, tanto las individuales como las colectivas; sin embargo, hay algo ‘no medible’ y no es otra cosa que la emoción que cada uno genera en sus millones de adeptos.

Se llama sentido de identidad y amor por unos colores. Parece sencillo de entender, pero cuando se lleva a cabo un debate y la camiseta está de por medio, difícilmente algún argumento saldrá victorioso.

A sus 34 años recién cumplidos, Cristiano Ronaldo prometió marcar tres goles en Octavos de Final de la Champions League, para que la Juventus remontara una eliminatoria que en el papel parecía perdida ante el Atlético de Madrid… Y cumplió.

De nuevo el mundo a sus pies, otra vez los adoradores del portugués lo proclamaron como el mejor futbolista de la historia.

Sin embargo, 24 horas después, Messi pasó lista de presente y con un partido redondo en el que anotó un doblete y sirvió dos asistencias, el Barcelona resolvió la serie ante el Lyon francés, que le complicó más de lo esperado.

Golpe de autoridad de CR7 y respuesta de Leo: argumentos suficientes para reavivar la comparación y desatar las interminables discusiones entre defensores y acusadores de uno y otro.

Se habla de que uno es más completo que el otro, que aquel es más rematador, que uno no se achica, que ‘fulano’ no ha ganado nada con su selección, y un sinfín de lugares comunes que llevan a la siguiente conclusión: hay una incapacidad terrible para sencillamente disfrutarlos y dejar de compararlos.

Ayer Messi no tuvo empacho en elogiar a Cristiano y “su noche mágica” en Turín; en alguna entrega del ‘Balón de Oro’, Cristiano le confesó al argentino que su hijo lo admira. Ellos han puesto el ejemplo y ese casi nadie lo ha seguido.

Que Ronaldo se ha autoproclamado como “el mejor de la historia”, es cierto. Leo nunca lo hará. Es la personalidad de cada uno y hay poco o nada de cuestionable en ello.

El deporte concede la maravillosa posibilidad de que a miles de kilómetros de distancia, sus seguidores puedan hacer más llevadero el día a día por el simple hecho de ver y admirar las hazañas de su equipo y jugadores favoritos.

La rivalidad deportiva de Messi y Cristiano no terminó con la marcha del luso a Italia, y no acabará ni siquiera cuando ambos se retiren; sin embargo, pugnar por disfrutar en lugar de comparar, no debería ser un ejercicio estéril.

A final de cuentas, bien lo dice el maestro Jorge Valdano: “si nos lo tomamos demasiado en serio, corremos el riesgo de meter al futbol en la realidad, y jugamos para escaparnos de ella”.