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Raúl Lozano, el trotamundos que puede hacer la mejor radiografía de la liga japonesa del vóley

Lozano, desde Hiroshima, donde dirige a los JT Thunders y disfruta del descubrimiento de una cultura milenaria, Prensa JT Thunders

Dos horas de videollamada parecen poco. Uno se queda con ganas de seguir oyendo a este argentino que dirigió el Milán de Silvio Berlusconi y logró el Scudetto de la Liga de Italia con Treviso, el equipo de la familia Benetton, cuando los grupos inversores más poderosos parecían jugar un ajedrez muy particular en la NBA del vóley. ¿Cómo resistirse para no seguir haciéndole preguntas a un entrenador que dirigió cinco seleccionados y vivió experiencias como las de ser el primer técnico extranjero de un deporte colectivo de Polonia, un país en el cual el vóley es casi tan importante como el fútbol?

Raúl Lozano, el hombre en cuestión, decidió hace un tiempo que a su vida de trotamundos le faltaba una aventura más: dirigir en la Liga de Japón y conocer desde adentro una competencia de lo más singular.

A los 67 años, con una gran madurez y una montaña de equipos y selecciones en su currículum, “Chichi” puede hacer la mejor radiografía de la competencia que va camino a convertirse en la tercera liga más poderosa del vóleibol masculino, detrás de las de Italia y Polonia.

Desde Hiroshima, donde dirige a los JT Thunders y disfruta del descubrimiento de una cultura milenaria, el entrenador nacido en La Plata dialogó a fondo con ESPN.

–Después de dirigir el seleccionado de Irán y sobre todo el de China, ¿qué lo sedujo de Japón para sumar otra experiencia en el continente asiático?
–En 2014 había tenido dos ofrecimientos de equipos japoneses. En aquel momento estaba finalizando mi contrato con Alemania y veía mejor seguir dirigiendo selecciones. Por un lado, el nivel de la Liga de

Japón no era el que tiene hoy. Por otra parte, entrenar una selección permite pasar más tiempo al año en Argentina con mi familia: en un club te pagan mejor, pero estás en el exterior 10 u 11 meses al año. Además, hay países en los que la familia se puede adaptar: venir, estar, inclusive cambiar de escuela. En aquel momento no hubiera podido traer a mi hijo a estudiar a Japón.

–Sin embargo, cambiaron las circunstancias y se dio una nueva oportunidad.
–Sí. La Liga creció y es muchísimo más interesante que entonces. Mi hijo (Matías, 28 años) ya está terminando la universidad y mi mujer (Laura) puede venir a Japón y quedarse dos meses. Además, ya hice experiencia en selecciones y tenía ganas de conocer la cultura japonesa y, al mismo tiempo, dirigir en un club importante de la que pinta para ser la tercera liga más importante del mundo, cuestión que en 2014 no sucedía. Se conjugaron todos esos factores.

–Una de las particularidades de la liga japonesa es que los jugadores llegan a los clubes una vez que egresaron de la universidad. Debe ser una cuestión muy particular.
–De los 18 jugadores de mi equipo, 17 pasaron por la universidad y se recibieron en alguna carrera. Hay muchos profesores de Educación Física, pero también tenemos un ingeniero y tres abogados. Y es particular porque llegan al profesionalismo recién a los 23 o 24 años. Las empresas que son propietarias de los equipos les ofrecen contratos: primero son jugadores de vóley, pero una vez terminadas sus carreras siguen trabajando en la empresa. Eso hace que tengan resuelto el futuro laboral en compañías importantes de Japón y, al mismo tiempo, que no ganen fortunas como deportistas. Cobran como un buen empleado de la empresa, pero no son cifras siderales.

–En otros países, lo lógico es que el deportista quiere “salvarse” económicamente, porque después parece poco probable insertarse en el mercado laboral.
–Claro. En Japón es muy distinto. Por un lado, al firmar con un equipo tienen la vida laboral y familiar encaminada y resuelta. Pero eso no les genera el estímulo profesional de evolucionar para ganar más dinero o irse a otro equipo. De todos modos, les gusta entrenar y quieren mejorar: se trabaja en cancha muchas horas y son muy responsables y respetuosos.

–Si los jugadores llegan a los clubes con 23 o 24 años, la maduración es más lenta que en Occidente, donde quizás se da a los 20.
–Sí, hay que darles “un golpe de horno”. Los japoneses siguen evolucionando, creciendo y aprendiendo a pesar de la edad. Eso no es tan habitual. Solamente ocurre en otro lado con los jugadores que son “distintos”. Me gusta el ejemplo de Messi, que a los 18 o 20 años era uno de los mejores del mundo pero no pateaba tiros libres. Y siguió evolucionando y creciendo. Y es completísimo: puede ser creador de juego como en el Mundial de Qatar, delantero como en el Barcelona o media punta como en la selección con Sabella. Era un jugador diferente pero siguió aprendiendo, buscando roles. Trasladado al vóley, en clubes o selecciones de otros países puede haber jugadores muy buenos que se van estancando con la edad. Acá en Japón siempre lo intentan. Hay quienes pueden y quienes no lo consiguen. Pero la apertura mental es la de crecer siempre. Y eso es muy bueno.

–En lo deportivo, ¿qué otras particularidades parecen lejanas para Occidente?
–Hay otras cosas extrañas. Yo dirijo JT Thunders Hiroshima, que es propiedad de Japan Tobacco, la máxima empresa tabacalera del país. Y nueve de mis jugadores fuman, cosa que en otros equipos no sucedería. Pero no puedo hacer publicidad en contra del cigarrillo. Los jugadores ya son grandes y hacen su vida. También tiene un equipo muy poderoso la empresa Suntory, que vende whisky, gin y sake, por ejemplo.

CULTURA MILENARIA Y UN RELAX IMPENSADO

–¿Qué cuestiones de la vida cotidiana y de la cultura japonesa le resultan muy seductoras?
–Todos sabemos que se trata de una cultura milenaria, con diferentes momentos, sea en el arte, la religión o la economía. Además, después de la Segunda Guerra, Japón era una economía chiquita y devastada, y se transformó en uno de los países más desarrollados del mundo.

Quizás en algunas cosas son superados por China, pero no hay relación en cuanto a la dimensión de uno y otro. Japón tiene 125 millones de habitantes y China, 1.400 millones. Muchas cosas de la vida japonesa me llaman la atención y trato no solo de contemplarlas, sino de incorporarlas, como por ejemplo la forma de comer.

–¿Cómo es esa alimentación?<br>–Es muy atractiva por la calidad, el equilibrio y la cantidad, que es mucho menor a lo que estamos acostumbrados en otros países. Se comienza por un plato de sopa chiquito y luego vienen una ensaladas y, más tarde, proteínas animales. Después, fruta. Las medidas son pequeñas: todo es como el tamaño de una taza. En el acumulado, la alimentación es muy buena, sea para los deportistas o para mí, que soy entrenador. Otra cosa que me llama la atención es la importancia de la educación. Hay un gran respeto hacia el profesor, el maestro, el docente. Y es una educación de gran calidad.

–De la vida cotidiana, ¿qué cosas nos provocarían sorpresa?
–En la calle no hay basureros o papeleros. Nadie tira una colilla de un cigarrillo ni un papelito de un chicle. Otra cosa maravillosa es que en casi todos lados hay oficinas de objetos perdidos: en los supermercados, las tiendas o una estación de tren. Y llevan allí desde un documento a un celular de alta gama o billeteras llenas de plata. Ni siquiera alguien pensaría en robar: tampoco podrían llevarse algo que encontró suelto, sin dueño, porque simplemente no es suyo.

–¿Vivió situaciones inesperadas en ese sentido?
–Mi mujer perdió unos anteojos y se dio cuenta tarde. Fuimos a los dos días al tercer piso de una tienda en la que había estado mirando ropa y estaban ahí, en objetos perdidos. ¡Y encontré un iPhone 15 en el tren de alta velocidad! Se lo comenté a uno de los entrenadores y tuvo la idea de comunicarse con el último número que aparecía en pantalla para explicarle que había encontrado ese teléfono. Lo atendió la esposa del dueño. “Avísele a su marido que puede retirarlo en la oficina de objetos perdidos de la estación de Osaka”, le dijo el entrenador. Y la mujer agradeció. Pero lo tomaron como algo natural. Es la norma, no un hecho excepcional.

–Impresionante…
–Culturalmente, todo eso es muy relajante. Uno puede vivir su cotidianidad con muchísima tranquilidad. En Japón nadie podría llevarse algo que no es suyo. No entra en sus cabezas, en sus lógicas. De hecho, si alguien es acusado de corrupción puede llegar a suicidarse. En China o Irán, donde también dirigí sus selecciones, algunos delitos pueden terminar en ejecuciones. Pero son distintas las raíces por las cuales alguien no haría determinada cosa. En un caso es educativa, como en Japón. En la otra, punitiva.