Fueron héroes por caminos distintos

Ella llegaba con la chapa de N° 1 y mucho favoritismo a cuestas; él no integraba siquiera la lista de candidatos. Por distintos caminos, Thomas Johansson y la Jennifer Capriati fueron los reyes de Australia y los héroes del primer Grand Slam del 2002

FELICIDAD
El sueco Thomas Johansson besa el trofeo por obtener el Abierto de Australia en individuales masculino, tras vencer en la final al ruso Marat Safin
(Reuters)
Ella llegaba con la chapa de N° 1 y una gran porción de favoritismo a cuestas. Él no integraba siquiera la lista de candidatos. Ella tenía la obligación moral de defender el título. Él quería dar el golpe suficiente en un torneo de primera línea para meterse en la lucha por los primeros lugares del ranking.

Jennifer Capriati y Thomas Johansson viven horas de gloria. Son los campeones del Abierto de Australia. Potentes, diestros, aguerridos y muy agresivos desde el fondo de la cancha.

La estadounidense debió luchar demasiado y estuvo cuatro veces a punto de ceder la corona del primer Grand Slam de la temporada. El sueco, 18° del mundo y gran sorpresa del torneo, sufrió más en algunas de las ruedas previas que en la definición. Por distintos caminos, pero con la convicción y la mentalidad ganadora necesarias, fueron los héroes en este arranque del 2002.

EL INESPERADO FESTEJO DE JOHANSSON
El festejo del sueco Thomas Johansson no pudo ser más inesperado: su efectivo y poderoso servicio y su solidez fueron demasiado contra el sube y baja del ruso Marat Safin. El ganador, de 26 años, dejó en claro que, como gran especialista en superficies duras, ya no es más una amenaza para los que siempre se repartían la torta, sino un candidato más a tener en cuenta de aquí en adelante.

La mayoría apostaba a que Safin iba a soplar las 22 velitas alzando su segunda copa de Grand Slam. El vencedor en el US Open 2000 y ex rey en esa temporada, sufrió los vaivenes habituales en él y sólo por momentos logró imponer la fuerza de su drive. Su saque no lastimó y fue Johansson, dueño de una magnífica devolución, el que martilló como lo había soñado y levantó a la siempre presente hinchada sueca.

La experiencia en etapas decisivas de estos certámenes no jugó un papel importante, como se presumía. Porque Safin siguió con picos y pozos pronunciados y no paró de protestarle a su entrenador y de agarrársela con su raqueta. El ruso, que se formó en Valencia y habla perfectamente el español, recién disputó su segunda definición de este tipo. Enfrente, el sueco jamás había alcanzado las semifinales en alguno de los cuatro grandes campeonatos (apenas dos veces hizo cuartos en el US Open).

Este título será determinante en la trayectoria de Johansson. El flaquito que, como todo gran jugador de Suecia, transmite muy poco en cuanto a imagen y carisma, derrocha regularidad. Porque a su saque y derecha les agregó un revés cruzado implacable para dejar parado e impotente a Safin, cuando éste buscó sorprenderlo en el decisivo cuarto set. El nuevo rey de Australia no tuvo fisuras y lo fundamental pasó, como suele ocurrir en estas instancias de certámenes de Grand Slam, por la firmeza mental para no ceder en los puntos clave.

Justamente lo contrario ocurrió con Safin, quien tiene condiciones no sólo para pegarle duro a la pelota, sino también para meter drops, conectar globos y buscar ángulos abiertos. Le sobra paño. Por eso, si su mentalidad no viajara tan seguido por cualquier parte, haría estragos y permanecería entre los cinco primeros del mundo durante mucho tiempo.

Como en el caso de Capriati, para Johansson la única superficie un poco esquiva es el veloz césped de Wimbledon. Allí deberá ajustar detalles si pretende hacer el mismo ruido que en las demás canchas rápidas, como el rebound ace de Australia, el cemento y la carpeta sintética. Igual, cuenta con tiros letales. Los mismos que le permitieron abrirse paso en Melbourne. Fue Safin el que eliminó al norteamericano Pete Sampras y al alemán Tommy Haas, por el sector más complicado del cuadro.

Igual, quién podrá decir que Johansson no se cruzó con ningún top ten o campeón de un Grand Slam. Recién le tocó contra Safin en la última parada y resolvió la final como si se tratase de un Sampras. Eso es fundamental: no tuvo miedo escénico, algo bastante común en los novatos en definiciones de esta dimensión. Por eso le pertenece la corona: se la tiene bien merecida.

CAPRIATI, UNA CAMPEONA CON ESTILO PROPIO
"No sé cómo gané. No entiendo cómo lo hice". En pocas palabras, Jennifer Capriati resumió la sensación que quedó tras la emotiva y entretenida final. Cuando todo parecía indicar que la suiza Martina Hingis se quedaría con su primer Grand Slam en tres años, las dudas y la falta de un tiro desequilibrante empezaron a torcer la historia. Y rondaron en la cabeza de casi todos los reiterados dichos que rezan que un partido se define con la última pelota. No son frases hechas, sino verdades absolutas.

En su tercera final de esta categoría, Capriati, de 25 años, volvió a coronarse, como pasó en Australia y en Roland Garros del año último. La contracara la padeció Hingis, N° 4 del ranking y ex reina indiscutida, que acumula cinco títulos de Grand Slam pero no obtiene ninguno desde Australia 99. Desde entonces, perdió cinco definiciones.

Sin dudas, era la suiza, de 21 años, la que más necesitaba la victoria. Para levantar cabeza definitivamente y ver hasta dónde puede torcer el rumbo ante su permanente falta de fuerza respecto de Capriati y en especial contra otras tres norteamericanas: Lindsay Davenport y las hermanas Venus y Serena Williams.

Mientras la campeona buscó y arriesgó más apoyada en su mayor potencia, sobre todo con la derecha, la europea se limitó en muchísimos casos a esperar los errores de la rival. No por una cuestión de estilo de juego, sino porque era la estrategia elegida frente a la imposibilidad de hacer la diferencia con sus propios golpes. Hingis careció del tiro de gracia: dispuso de cuatro match-points en el segundo set y finalmente terminó llorando como una niña tras la derrota.

Capriati, que siempre estuvo abajo en el marcador, ya sea por errores propios o algunas virtudes ajenas, quedó contra las cuerdas. Si bien había dudado en ventajas importantes, siguió firme y con decisión cada vez que debió levantar cabeza. Así, fue por más y no le dio respiro a Hingis, a quien su inteligencia y su precisión no le alcanzaron. La ganadora forzó y tuvo su merecida recompensa. Pese a los altibajos, tuvo mentalidad para no bajar la guardia e insistir con su potencia desde la base.

Fue un cierre vibrante, bajo un terrible calor. Con Capriati sacando fuerzas quién sabe de dónde, agrandada y combativa. Y con Hingis destruida física y anímicamente. Fue una final que dejará una huella difícil de borrar para la ex número uno del mundo, porque en su intento por revertir una racha nefasta en los Grand Slam nunca antes había estado tan cerca del triunfo. En sus mejores años demostró mentalidad fuerte y ganó mucho, pero quizá de aquí en más también empiece a jugar contra los fantasmas de la falta de definición.

Entre Capriati y Venus Williams se adjudicaron los últimos siete títulos grandes. Son tiempos en los que el tenis femenino de Estados Unidos casi no encuentra resistencia. Mal que les pese a muchos, la potencia marca el rumbo, por encima de los toques y los cambios de ritmo. No hay vueltas. Hingis quiere aportar una cuota de aire fresco, pero no la dejan. Como le pasa a la talentosa y diminuta belga Justine Henin. Están un poco más cerca.

¿Podrán revertir la historia? Quizás el lento polvo de ladrillo de Roland Garros, el próximo Grand Slam, les haga un guiño cómplice. Por ahora, Capriati sigue descorchando champagne.

GUSTAVO GOITÍA es periodista especializado en tenis desde 1989. Se desempeñó como redactor en el diario La Nación, la revista VIVA de Clarín y el diario deportivo Olé, todos de Buenos Aires, y además fue comentarista en el canal TyC Sports. Actualmente es redactor del diario Clarín y columnista de ESPNdeportes.com.

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