Nota del Editor: Este texto fue actualizado. Se publicó originalmente el 16 de enero de 2017.
Nunca me agradaron los monólogos. Fui egocéntrico, lo reconozco. Y sí, serlo no era ni es delito. Menos cuando eres un autosuficiente, suficiente... como yo lo fui. Mis récords y la historia son mi aval. Ellos no mienten.
En un mundo de hipócritas jamás puse riendas a mi verbo. No me escondí. Di la cara para hablar o hacer lo que consideré correcto. Lo hice desde que firmaba con nombre de 'esclavo' y ofrecía gloria a un país segregado racialmente, hasta el último de mis días.
- ¿El costo?
Alto. Muy alto.
Por negarme a ir a la guerra de Vietnam perdí los años que pudieron ser los mejores. Pero no iba a recorrer 10 mil kilómetros para ayudar a asesinar en un país pobre simplemente para continuar la dominación de los blancos contra los esclavos negros.
Molestaba. Personas como yo somos incómodas. Sabía a dónde iba, sabía mi verdad. Sabía que no tiene que ser lo que otros quieren que sea. Fui libre de ser lo que quise.
Pero hoy, 17 de enero, no pretendo escribir del pasado; sí del presente. Del hoy del boxeo, la actividad a la que me acerqué y que me permitió convertirme en el mejor de todos los tiempos, aunque por ahí un muchachito de nombre Floyd Mayweather Jr. se empeñe en decir lo contrario, simplemente porque terminó su carrera con récord invicto y ganó más dinero que yo.
Floyd recuerda y nunca olvides que yo fui el Elvis del boxeo, el Tarzán del boxeo, el Superman del boxeo, el Drácula del boxeo. El gran mito del boxeo.
¡The Best Ever! Permíteme sonreír.
El boxeo está en horas bajas. No importa que los sabiondos de oficina, esos que nunca han puesto un pie en el ring, justifiquen su salud con números verdes. El silencio es oro cuando no se puede encontrar una buena respuesta.
¡Cuánta idiotez!
El boxeo languidece. Cada segundo las Artes Marciales Mixtas -sí, Artes, aunque Meryl Streep diga lo contrario- van robándole el protagonismo con una elemental ecuación: los mejores contra los mejores.
Pasarán treinta años, quizás más, quizás menos, pero si el boxeo no cambia estará destinado al fracaso.
¡Cuánto daño hiciste Floyd! ¡Y hoy cuánto hacen esos que prefieren evitarse sobre el ring y solo lanzan golpes en las redes sociales!
La diferencia entre nosotros no son los millones, el peso ni los dígitos en la cuenta bancaria, es el legado. Yo cambié el modo de concebir el espectáculo del boxeo. Lo llevé a niveles de popularidad insospechados. Floyd y un buen número de los peleadores de ahora simplemente convirtieron el boxeo en una aburrida puesta en escena donde lo importante no es el espectáculo sino la cantidad de ceros en el cheque.
El 'Mal de Floyd' hizo metástasis. Hoy un puñado de boxeadores lo imitan con la anuencia de sus promotores. Unos y otros creen que la gente, los fans son estúpidos. ¡Pan y circo!
Un día los fans se cansarán de las mentiras. De los rivales a modo, de los incongruentes saltos de división, de las renuncias a los cinturones para evitar peleas y, sobre todo, de la más prostituida e insulsa de las frases: "la pelea que la gente quiere ver".
Pero también se cansarán del periodismo complaciente, ese que acepta y no reta. Ese que justifica todo con "así es el negocio". No, no debe ser, no puede ser así.
Subirse al cuadrilátero implica riesgos. Es natural que los boxeadores exijan una buena paga. Lo antinatural es que el boxeo se haya convertido en un relajo, donde rara vez los mejores chocan con los mejores y haya más campeones mundiales que estrellas en el firmamento.
Un relajo. Una vergüenza.
Aquí sí puedo afirmar con total seguridad que todo tiempo pasado fue mejor. Es así hasta que se demuestre lo contrario.
Y, por cierto, hoy hubiera cumplido 81 años.