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Pablo Larios, ese héroe accidental

LOS ÁNGELES -- El médico de Cruz Azul dijo no. El técnico también dijo no. El entrenador de porteros dijo no. Pero, Pablo Larios Iwasaki, agitaba la cabeza diciendo que no, pero aseverando que sí: "Juego, es mi decisión, juego".

Clínicamente no podía ser el héroe. Competitivamente no podía ser el héroe. Anímicamente, moralmente, solidariamente, Pablo Larios había decidido ser el héroe.

La rodilla derecha estaba maltratada. Hinchada. Palpitaba. Bufaba. Dolía. Inyecciones de cortisona para poder jugar. Ceño de angustia, de indecisión, en las frentes de Héctor Pulido y su cuerpo técnico.

100 mil gargantas bramaban entre los microsismos de la colosal tribuna del Estadio Azteca. Héctor Pulido le tiene que gritar y gesticular para que lo escuche, porque la atmósfera era electrizante, enloquecida. Pandemónium. Y cómo no: Cruz Azul recibía a Chivas en la Final de Ida del Torneo 1986-1987.

--¿Estás seguro Pablo? Aún es tiempo--, preguntó de nuevo Héctor Pulido.

Sonriendo, con esa paz aniñada en esos ojos oblicuos y ese rostro de kamikaze de 90 minutos, Pablo Larios respondió: "Puedo Héctor, puedo, esté tranquilo".

Y pudo. Pablo Larios Iwasaki fue esa tarde el adalid de La Máquina. Un héroe accidental, un héroe incidental. Cruz Azul 2-1 Chivas.

Arrebató balones de las frentes implacables de Fernando Quirarte y Yayo de la Torre. Se revolcó en mano a mano con Concho Rodríguez y el Cadáver Valdés, y detuvo escopetazos de Chepo de la Torre y El Pituko López.

En cada lance, había un gemido, un rictus. Pero se ponía de pie, parecía ajustar la rodillera, pero en realidad frotaba sobre el dolor y volteaba a la banca para apaciguar la angustia del cuerpo técnico.

--Pablo, no debías jugar y atajaste casi todo--, se le pregunta al término del partido.

"No pasa nada", respondió con la sonrisa más genuina en los ojos oblicuos que en las comisuras de su boca. "No pasó nada". La rodilla seguía hinchada, enrojecida.

En la Final de Vuelta, en el Estadio Jalisco, Chivas fue un vendaval: Fernando Quirarte hizo el primero y Eduardo de la Torre dos más. Chivas campeón. La heroicidad de Larios la arrastró entre sus aguas amargas la resaca del subcampeonato.
Así se narra sin equivocaciones al Pablo Larios deportista. Pude convivir con él en las giras de la selección mexicana bajo el mando de Bora Milutinovic.

Pablo Larios y Olaf Heredia competían por la portería del Tri. Ejemplar cómo entre ellos mismos se corregían sus errores. Compañeros de concentración, eran inseparables.

Si querías entrevistar a Pablo Larios, él te sugería que también incluyeras a Olaf Heredia. Y si querías entrevistar a Olaf, éste sugería que también charlaras con Larios.

Sí, lo sé. Después Larios sucumbió en la batalla contra esas arpías que ennegrecen y contaminan el futbol. Los basiliscos del deportista profesional se posesionaron virulentamente de él. Lo consumieron por dentro.

Por eso, al final, me quedo con esa vivencia, con esa semblanza, con esa postal. Ese día que todos decidían por él que no, pero Pablo Larios Iwasaki, por lealtad al futbol, decidió que sí.