LOS ÁNGELES -- Siempre tenía una broma. Llegábamos en fila india a cubrir día con día el entrenamiento de Chivas. “¡Ya ven, por no estudiar, cabrones!, ¡Ja, ja, ja, ja!”, se carcajeaba con los brazos en jarras Tomás Balcázar, siempre con un silbato colgándole del cuello y con sus gafas. Falleció este domingo, pero los inmortales, sólo se despiden… sólo nos abandonan.
Era una rutina. “Rafa (este reportero), seguramente volteas atrás y ves a Héctor (Huerta, analista de ESPN), y dices ¡ah, caray, se me salió la solitaria” y provocaba la carcajada general en la cancha de entrenamiento Anacleto Macías “Tolán”.
Héctor Huerta, en ese entonces tenía el físico de un indigente salido de las cintas en blanco y negro de Luis Buñuel, pero era el consentido de Tomás Balcázar entre el grupo de reporteros, del cual, sin duda, era el más avezado.
Un personaje de catálogo. Los jugadores lo veneraban. Respeto absoluto para un ícono del Campeonísimo Guadalajara y referente de la Selección Mexicana.
Era “Tommy aquí, Tommy allá”, cuando era el momento de bromear. Y era “sí, Don Tomás”, cuando apretaba las tuercas a los holgazanes.
Impecable siempre al vestir, encontraba espacio para los escolapios del oficio de reportero. Le preguntábamos por algún jugador. “Siéntense ahí (en las jardineras), porque ése se tarda en peinarse más que novia de pueblo”, bromeaba con ademanes peculiares arreglándose una melena inexistente.
O nos advertía: “Se les anda escondiendo, ya se fue por la otra puerta, ¡córranle a ver si lo alcanzan!”, aunque a veces, el jugador seguía en el vestidor y disfrutaba viendo a la bola de inocentones rodear hacia el estacionamiento.
Fue uno de los líderes en el vestuario del mejor Chivas de la historia, el Campeonísimo. Época en la que las vanidades estaban siempre en conflicto.
“¿Qué nos íbamos a querer? ¡Queríamos partirnos la madre!”, confesaba. “Pero en la cancha, éramos un grupo muy unido, respetábamos lo que es Chivas, el equipo más grande. Cada martes nos reuníamos, nos decíamos de todo, pero hacíamos el compromiso de matarnos en cada partido, y lo cumplíamos”, recordaba Tomás Balcázar.
Eran los ochentas y Miguel Rosas –ex jugador de Chivas--, se encargaba de reunirlos cada fin de semana. Una cascarita y una comilona. Pocos acudían con sus esposas. Eran sesiones que comenzaban a pleno sol y languidecían muy de noche. Horas llenas de carcajadas.
Tomás Balcázar y Jaime ‘Tubo’ Gómez cargaban con el espectáculo. Sólo metían freno de mano si Guillermo ‘Tigre’ Sepúlveda los miraba de reojo. En especial encañonaban a Salvador ‘Chava’ Reyes, quien incluso le echaba leña a su propia hoguera.
Deportistas consumados, pocos bebían y bebían poco, sólo exigían que la comida fuera de calidad y abundante. Mantenían intacta esa glotonería típica del futbolista com un metabolismo al tope.
El Campeonísimo ganaba siempre en sus juegos de veteranos. Era imposible quitarles la pelota. Pesados, con los años a cuestas, la sabiduría mandaba. Circulaban el balón por toda la cancha hasta plantarse ante el gol y ganar 1-0.
Era impresionante ver la seriedad con la que jugaban. Jugaban a ganar. La victoria era una doctrina. “Somos el Campeonísimo. ¿Te imaginas que cualquier pendejo ande diciendo por ahí ‘jugamos con el Campeonísimo y le ganamos’? Nunca”, explicaba ‘El Tubo’ Gómez.
Tomás Balcázar tenía una devoción y compromiso: trabajar con fuerzas básicas. Los mejores frutos en una etapa de la historia de Chivas, pasaron por su huerto. Pastor de privilegio con un semillero de privilegiados.
Fernando Quirarte, otro histórico de Chivas y de la Selección Mexicana y los De la Torre, Néstor, Chepo y su primo Yayo, fueron algunos de ellos.
Y seguramente dejó una enseñanza, un estamento noble y un testamento en su propio nieto: Javier ‘Chicharito’ Hernández, quien se refiere siempre a Tomás como un segundo padre.
Estricto en la disciplina y en el trabajo, Tomás Balcázar hacía énfasis en la sangre nueva del Rebaño. “¡Juegas en Chivas! Métete eso en la cabeza. Juegas en el mejor equipo de México, tienes que ser digno de poder decir eso con orgullo”.
En esa disciplina, sólo lamentó haber dejado ir a un jugador: Sergio Pacheco, un delantero de notables facultades, que terminó en el Atlas.
Tomás Balcázar había advertido a Pacheco que sumaba dos impuntualidades en los entrenamientos. “Eres muy bueno, pero mal ejemplo. Si llegas tarde una vez más, vete a buscar otro equipo”.
Y ocurrió. Pacheco iba a tiempo. Sabía que estaba cerca de ser llevado al primer equipo de Chivas. Pero, un desperfecto en un auto prestado, lo dejó tirado en la Avenida López Mateos, justo a un semáforo del Club Deportivo Guadalajara.
Pacheco tomó la maleta, orilló el carro y salió corriendo hacia el club. Cuando llegó a la cancha, Tomás, a lo lejos, le hizo la seña de que se fuera. Un adiós. Ese mismo día por la tarde, Pacheco estaba en El Paradero, el búnker del Atlas, buscando una oportunidad que pronto le llegaría.
“Como que me arrepentí esa vez. Pero, en el Campeonísimo cuando decidimos ser campeones, empezamos por no dar libertades ni tolerancias. Nos comprometimos totalmente. Sólo así puedes jugar en Chivas”, explicaba después Balcázar.
Sería fácil saquear los archivos ajenos y enlistar aquí cifras, trofeos, títulos, logros, para ayudar a percibir, a visualizar, la trascendencia de Tomás Balcázar como jugador en la historia del Guadalajara y del futbol de México, pero, mejor magnificar esos detalles de la persona, que a final de cuentas es el vacío más grande entre el vecindario inmediato de sus afectos.
En la Copa del Mundo de Sudáfrica 2010, México vence a Francia, y Javier Hernández marca un gol (19 de junio), como lo había hecho su abuelo, el mismo Tomás Balcázar, en el Mundial de 1954 (17 de junio).
En la rueda de prensa posterior a ese juego en el Estadio Peter Mokaba, en Polokwane, al recibir el nombramiento de MVP del juego, le preguntábamos a Javier por esa coincidencia histórica. La mejor respuesta no estuvo en sus palabras, sino en el rostro de ese Chicharito, genuino aún, con los ojos anegados de lágrimas.
Dos historias entrelazadas genéticamente y con dos camisetas históricas: Chivas y el Tri. Ese día, más que ver el rostro de Javier Hernández, habría deseado ver el festejo de Tomás Balcázar, Seguramente gritó más ese gol carne de su carne y sangre de su sangre, que el suyo en aquel Mundial de Suiza 1954.
Buen viaje, Tomás. Y sólo espero que al pedir paso franco en las alturas, no se te ocurra una de tus bromitas, como solías jugárnoslas a los reporteros, y vayas a decirle a San Pedro: “Ya ves, cabrón, por no estudiar terminaste de portero”.