La ofensiva de Barcelona

FECHA
13/03
2016
por ESPN Stats & Information
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Lionel Messi ha ganado su quinto Balón de Oro y el mundo del futbol parece rendido a sus pies: un futbolista que se acerca a la perfección en la cancha y que más allá de ella, cumple con los estereotipos de un tipo común y corriente. El Messi que solo es capaz de competir ante el propio Messi y que cuando suponíamos que lo habíamos visto todo, está preparado para reescribir la historia de su propio juego o hazaña. Maravilloso con el balón a los pies, su nivel se compara con el de los mejores de todos los tiempos: Pelé, Maradona, Cruyff y Zidane. Damas y caballeros... ¿nos hemos encontrado con el futbolista perfecto?

LOS ANGELES, CA -- Si no lo es, se parece... podría serlo, debería serlo...

¿El futbolista perfecto? Siempre pensé que no existió y que jamás existiría, hasta que lo vi correr, fintar, tirar, hablar y hasta caminar por la calle. Lionel Messi recogió, en Zurich, el trofeo que le pone más lejos que nadie en la historia del futbol: cinco Balones de Oro de la FIFA, cinco reconocimientos que no terminan de entregarnos un informe completo sobre este futbolista, porque lo que él hizo el sábado, los tres goles, el amague, la asistencia al compañero, pueden quedarse obsoletos tan pronto cuando vuelva el fin de semana próximo a la cancha de juego. Hay un problema con Lionel Messi que quizá ocurría en menos grado en los tiempos de Pelé, de Maradona, de Cruyff o de Zidane: Cuando pensábamos que lo habíamos visto todo, él encontraba la manera de ser mejor.

El Messi de una semana atrás se volvía caduco, inoperante, inexpresivo y hasta inofensivo en comparación con el Messi que veíamos hoy. Él siempre está competiendo contra el único con el que puede realmente competir: contra él mismo. Además de lo que hace en el futbol, yo agregaría lo que hace Messi por el futbol. En una época de condiciones mediáticas, de redes sociales, de escándalos, de violencia, de indiferencia, de pocos valores, él juega su propio partido. Un chico callado, respetuoso y respetado por compañeros de equipo y por los rivales en el campo, un hombre ajeno al estereotipo que aparentemente necesita un futbolista convertido en superestrella.

Messi no parece requerir de la vida desordenada que Maradona hizo tan importante en su entorno como el propio futbol o quizá de los misterios que siempre envolvieron los días de Pelé. Es o parece el niño tímido que salió de Rosario para llegar a La Masía sin que nadie se diera cuenta, en aquel entonces, de lo que podía llegar a ser con el paso del tiempo.

Lionel no necesita de un escándalo posterior al juego para sobresalir. Sus mayores “escándalos” se dan, generalmente, con el balón a los pies. ¿Qué se le puede recriminar a Messi? Los argentinos o mejor dicho, algunos aficionados argentinos al futbol, creen que es el hecho de no haber ganado un Mundial. Y otros, acudiendo o buscando cualquier tipo de argucia, asisten a la idea que su carrera se ha alimentado en títulos individuales y no colectivos, una acusación completamente tergiversada por lo que ha significado la época del Barcelona alrededor de Messi.

Está claro que no ha tenido los resultados esperados en la Selección argentina, pero también, está claro, que el futbol es un deporte asociación y que su peso específico el Barcelona no está en juego, en dilema, en tiempos en los que la percepción sobre futbol ha cambiado y donde aquel que no logre triunfar en el máximo nivel europeo, no puede cotizarse como el mejor futbolista del mundo.

El problema de Messi -para decirlo de tajo- es Maradona, las lágrimas de Maradona, la pasión de Maradona por la camiseta albiceleste, los trofeos que Maradona levantó en ella y yo diría que hasta su vida imperfecta alrededor del futbol, justo el sitio donde muchos aficionados parecen identificarse con él.

Por una condición humana, siempre será más fácil estar más cerca de los defectos y las carencias de Maradona que de las extraordinarias virtudes de Messi. La otra historia es la apartemente gran competencia que ha tenido con Cristiano Ronaldo en la época y por la época. Y digo aparente porque el portugués del Real Madrid ha sido muy inteligente. Ha competido, ha tendido una “cortina de humo” para confundirnos de que realmente se le puede comparar con el “10” del Barcelona, cuando futbolísticamente, en aptitudes y en condiciones, conservan una distancia considerable. Cristiano hace goles, goles y más goles. Messi pone goles, asistencias, arte, arte y más arte a su juego. Mientras a Cristiano se le compara con Messi, a Messi se le compara con Maradona o con Pelé. Messi se luce y hace lucir a sus compañeros en la cancha. Cristiano se luce para él mismo, para las redes sociales, para la revista de moda, para las supermodelos, para los yates y los aviones privados. Habitan en mundos opuestos. Cristiano debe lamentarse una y otra vez el haber vivido en la misma época que Messi.

Pasarán muchas generaciones y se seguirá recordando a ese fantástico jugador argentino que llenó horas y horas de parajes memorables en la cancha de juego. ¿El futbolista perfecto? No lo sé, lo que me que parece un hecho es que somos muy afortunados, porque Dios, el destino y el futbol nos han permitido ver a un jugador que se reinventa cada fin de semana y que solo es capaz de competir contra sí mismo.

@Faitelson_ESPN

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LOS ÁNGELES -- Con el hartazgo faraónico, caligulesco casi, del Barcelona, contrasta la inanición de Argentina. Lionel Messi es la referencia y la diferencia.

Otro Balón de Oro. El mismo Messi lo reconoce: "cambiaría los cinco por un título mundial con Argentina" .

Contrastes. Ironías. El universo lo aclama y Argentina sigue en la vigilia amarga de la antesala. Al universo poco le importa lo que Messi dé a Argentina, como a Argentina le importa poco lo que Messi solace y embelese al universo.

La entrega del Balón de Oro para Messi vuelve a ser una obviedad. De hecho, con un arranque impresionante en 2016, Leo advierte que en un año volverá por otra de esas esferas místicas y míticas.

De hecho, sus grandes competidores son sus súbditos: Neymar y Suárez. ¿Cristiano Ronaldo? Necesitaría rebasar todas sus campañas anteriores y que el Real Madrid se le sumara impecable e invencible en esa travesía.

Dejemos de lado al Messi titubeante, indeciso, desconcertado, frígido, que juega de albiceleste. Alguna tormenta debe desatarse en su interior para que en dos finales magníficas, ante Alemania en el Mundial, y ante Chile en la Copa América, yerre, como ha errado, opciones de gol que ha consumado por decenas con el Barcelona.

Habrá quien diga que la calidad de los entrenadores o habrá quien diga que la calidad de sus compañeros son explicaciones o justificaciones de porqué a Argentina le entrega finales amargas y a Barcelona trofeos eternos. La eternidad la dan los museos, no las anécdotas.

Cierto: los genios absolutos consuman las grandes hazañas con peones o con alfiles. Lo hizo Maradona y lo hizo Garrincha, porque O'Rei, el mejor de siempre, estuvo escoltado por grandes futbolistas.

Como futbolista, Messi jamás llegará a sentarse con Maradona, quien asumía el báculo de caudillo, cuando es evidente que el gafete de capitán se resbala del bíceps de Leo.

Pero, en su escenario, en su reino, en su mundo, en su horizonte, nadie puede cuestionar hoy que Messi es un deleite aún entre ese actual estilo frecuentemente anodino del Barcelona para jugar al futbol. Gana hoy, pero sin encanto, sin cautivar, sin el regocijo del segundo a segundo. Pero Messi, Neymar y Suárez, le ponen un clavel al hombre de gabardina gris.

Injusto fue no entregarle el premio Puskas. En 12 segundos, Messi condensó la generosidad de sus recursos. Dislocar esqueletos, bajo vértigo, en espacios ínfimos, atisbando al rival, al que seguía, y la meta suprema del arco, no hay otro futbolista capaz de recrearlo tan inmaculadamente.

Sólo alguien puede superar ese gol de Messi al Bilbao. Y es el otro Messi. Ese que ya dentro de este mismo Messi, inconscientemente, gestiona cómo hacerlo mejor, más rápido, más ladino, más pícaro, y más ornamentalmente letal una próxima vez.

Lejos de ser perfecto, la suma de sus imperfecciones banales y venales (fisco, Las Vegas, desdén a escoltas, etc.), no lo denigra, sólo lo humaniza, porque en ese inagotable carnaval, de frecuencia casi semanal, de crear goles y criar goles ajenos, despierta sospechas sobre el motor prodigioso de este diminuto con cara de despistado y modales en el área de asesino de Quentín Tarantino.

Y esa es la realidad. Argentina puede languidecer trémula ante la ironía de tener al mejor del mundo, pero no poder tener lo mejor del mundo, mientras el resto de la humanidad hace de la palabra Messi la última del esperanto, y lo viste de la túnica sin fronteras: la blanca fascinación de la idolatría.

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