LOS ÁNGELES -- El rostro de Sergio Agüero conmueve al mundo. Especialmente al del futbol. Y especialmente porque es un espejo de muchos, para muchos. Porque enternece, conmociona, estremece, empatiza, pero, también, aterroriza.

Los mensajes solidarios se deslizaron fervorosos, sinceros, nutridos. Lágrimas virtuales. Un panegírico al hombre que se queda y al jugador que se fue --sin que nadie lo supiera entonces--, aquel 30 de octubre, ante el Alavés, al minuto 38. Una bala de plata le lastimó el corazón.

Llegaron este miércoles, como heraldos compungidos, mensajes de monstruos tan poderosos como él, pero, también, tan frágiles como él. Abrazos intensos en redes sociales de Lionel Messi, Sergio Ramos, Casemiro, Radamel Falcao, Andrés Iniesta, y tantos más.

Sin embargo, son un bálsamo insuficiente. Porque este miércoles, el Kun Agüero, el ser humano, acudió al funeral de su mejor amigo, de su más íntimo consorte: el futbolista.

“Me siento bien ahora mismo. Las primeras semanas fueron duras, pero cuando me hice la primera prueba física me dijeron que había una posibilidad muy grande de no seguir y empecé a mentalizarme. No fue fácil. Cuando me llamaron para darme la noticia definitiva, yo seguía teniendo esperanzas”, reveló Agüero en la conferencia de prensa.

Su rostro se contraía al hablar. La mímica del dolor, que venía de muy adentro. La metamorfosis colosal de abandonar el futbol, no como deporte, sino como esencia de vida. En su discurso hay una palmada de consuelo a su siempre inquieto y belicoso afán de competencia.

“Es momento de ser feliz fuera del futbol, y disfrutar de las cosas que nos perdemos los futbolistas. No es fácil ser jugador de futbol. Todos los días entrenar, viajar y después jugar. Todo el mundo debería tener un respeto enorme a los jugadores de futbol”, puntualiza Agüero.

El futbolista profesional hace del llanto un ceremonial público, pero a veces muy íntimo, muy privado. Hay estampas poderosas. Del que se llena las manos de esa Copa que levanta, y del que con las manos vacías se cubre el rostro. O en el santuario privado del vestuario, por el balón que no entró, por el balón que no se atajó. Es una catarsis por la colectividad, un confesionario privado por un pecado público.

Y el llanto de Sergio Agüero este miércoles representa también ese espejo que conmueve, que sacude, pero que también aterroriza. Revise Usted los nombres de algunos de esos personajes que envían abrazos solidarios, desde la incertidumbre propia: Sergio Ramos, Radamel Falcao y Lionel Messi entre ellos. El Kun les recuerda, de manera estremecedora, que es el momento de ojear y hojear el catálogo de pantuflas y mecedoras.

Agüero habla de las inclemencias de una de los oficios mejor pagados en el mundo. Entrenar, concentrarse, viajar y jugar. Y la familia, en tanto, implora por un buen saldo al término de los 90 minutos. Es, su clan familiar, para el jugador, el refugio más vigoroso o la kermés más jubilosa, dependiendo del guiño fatalista del marcador.

El futbolista nunca está preparado para su retiro. Menos aún, a la edad de Sergio Agüero (33 años), a quien la vida le tendió una emboscada en 2021. Llegaba a un Barcelona fracturado, con la esperanza de resanarlo al lado de su amigo Messi. Jugadas torpes, algunas nuevas y otras heredadas, terminaron resquebrajando al club. En un lapso de meses, Leo se fue y el Kun, esa noche ante el Alavés, se enteró que su corazón se había cansado.

Agigantan este espejo del futbolista profesional, el número de casos de jugadores con cuadros similares. Christian Eriksen y Agüero primero, y en un lapso de días, Víctor Lindelof, Piotr Zielinski, Martín Terrier, John Fleck y Adama Traoré (Sheriff). Problemas respiratorios y/o dolor en el pecho.

Decíamos, después del impactante caso de Eriksen –y la insoportable levedad del ser-- que les hacemos creer a los jugadores que son invulnerables e irrompibles, hasta el grado de hacerles creer a ellos que son invulnerables e irrompibles.

Y así ocurre, hasta que se derrumban Eriksen, Agüero, Lindelof, Zielinski, Terrier, Fleck y Traoré, por diferentes causas, pero un cordón umbilical común: la urgencia de competitividad en los más altos niveles.

Por todo ello, Sergio Agüero calibró las palabras este miércoles. Por él y por los que siguen. Por él y por los que ya no pueden más. “Todo el mundo debería tener un respeto enorme a los jugadores de futbol”.

Se ha convertido en el espejo universal del futbolista. Por lo que nadie vemos y a veces ni ellos: el retiro, los riesgos, los placeres reprimidos. No queremos ver todo eso, porque no cotiza en el marcador.

Agüero ha pasado del arco iris del futbolista, al mundo sepia, pero busca regresar al arco iris del ser humano. León Felipe le habría susurrado: “Ponme a la grupa contigo/Caballero del honor/Ponme a la grupa contigo/Y llévame a ser contigo, contigo, pastor”.

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LOS ÁNGELES -- Barcelona busca el eslabón perdido. Busca su nuevo Pep Guardiola. Sabe que sólo obtendrá un Guardiola versión Xavi Hernández y no un Xavi Hernández versión Guardiola.

La embajada catalana se sentará a negociar estos días ante una de las castas más hábiles para comerciar. Los descendientes de los beduinos han sido capaces de enriquecerse en un páramo. Le extrajeron la sangre negra del petróleo a la aridez.

Ciertamente, Joan Laporta no es un suavecito. Masca vidrio en ayunas y endulza su café con cicuta. Ha sobrevivido al crimen histórico –según el barcelonismo–, al dar un portazo detrás de la compungida y encorvada salida de Lionel Messi.

Laporta sabe que Xavi es apenas el principio. Después sumará a un grupo sólido de trabajo con Andrés Iniesta y Carles Puyol. Y hasta Rafa Márquez suspira por un reencuentro, ahora al lado del campo.

¿Qué espera el Barcelona de Xavi? ¿Qué necesita el Barcelona de Xavi? ¿Qué exige el Barcelona a Xavi? Seguramente ya hay un pentagrama común entre el paladar del técnico y figura legendaria azulgrana, y la directiva catalana.

1.- TÍTULOS...
Barcelona muere de inanición. La Copa del Rey no sana, agrava la enfermedad; no alivia, duele, ampolla.

La última Liga, en 2019, que no alcanzaba a borrar los sonrientes vestigios de la Champions del Real Madrid un año antes, ya parpadeaba en tono ámbar, advirtiendo que todos los ríos de gloria desembocan al océano turbio de las leyendas muertas.

Y claro, seducir a la Champions. Esa que, en acto de perjurio, Messi juramentó una vez, prometió otra, y apenas balbuceó una más, sin cumplir, y que se mantiene lejana, esquiva, desde 2015, en aquella final ante Juventus, con tres héroes en el marcador que ya fueron expulsados de Cataluña: Rakitic, Luis Suárez y Neymar, en los últimos bufidos continentales de Luis Enrique.

2.- PRECIOSISMO...

Claro, al Barcelona no sólo le importa ganar, sino cómo ganar. La victoria no puede vestirse con harapos, ni parcharse con la mezquina mediocridad del “ganar como sea”.

En el Barcelona, los títulos deben ceñirse con vestimenta de gala. Así lo marca su estirpe. Y Xavi lo sabe, porque fue el protagonista de marcar la diferencia entre jugar al futbol y guerrear al futbol, al lado de Iniesta y de Messi.

Con el mismo Luis Enrique, el Barcelona empezó a desangrarse. “Ahora jugamos de punta pa’rriba”, dijo en su momento el mismo Xavi, enemigo de semejante forma usurera de jugar al futbol.

3.- ACADEMIA...
Cuando Guardiola decide irse, la esperanza era Tito Vilanova. Menos obsesivo, pero con el mismo decálogo del barcelonismo. El cáncer cercenó la vida del entrenador y del futuro del Barcelona. No había un heredero pleno. La ubre se secó.

Xavi no sólo es la piedra filosofal del futuro inmediato del Barcelona, sino de futuras generaciones. La cátedra barcelonista de futbol hay que sentirla, hay que vivirla, hay que transpirarla. Leche que no se mama, leche que no se saborea.

Por eso, Laporta pretende reestructurar la escuela de entrenadores del Barcelona, pero sólo con hombres dispuestos a apegarse a una doctrina de juego. Apóstatas, abstenerse.

4.- HEGEMONÍA...
Se entiende que ni el Santos de Pelé fue eterno, ni Maradona hizo eternos a sus equipos. Se entiende que Cruyff instauró la academia holandesa, a partir de Rinus Michels, pero los Países Bajos siguen sin besar una Copa del Mundo.

El imperio barcelonista caducó y nadie entendía que era un fiambre, hasta que empezó a despedir ese tufo a fracaso deportivo. Tarde, siempre tarde. La alarma despierta después del siniestro.

La apuesta de Laporta con Xavi, y tal vez agregando a Iniesta y Puyol, pretende recuperar legítimamente, con un futbol presuntamente espectacular, la omnipresencia que alguna vez tuvo en el universo exigente del futbol.

Porque no era sólo ver a Messi, Iniesta o Xavi, sino contemplar la generosa erupción colectiva del equipo. Se hablaba del Barcelona, y luego se desmembraban los elogios en sus fascinantes actores.

5.- FUTURO...
La caja de caudales del Barcelona parece estar repleta. Ansu Fati, Gavi, Pedri, Riqui Puig, Sergiño Dest, Ronald Araújo, Gayá, Nico y contando, sin descartar que en la ventana de invierno azote una tórrida contratación.

Pero todos son sangre joven que se está cocinando en olla exprés. En el delirio del resultado, en la demencial turbación por el desenlace de un juego, estos mocosos se ven expuestos a la veneración absoluta o al maltrato despiadado.

Yerra Sergiño y lo llevan al patíbulo. Marca Ansu Fati y lo deifican. Todos son dioses y todos son demonios, al amparo o al desamparo de un veredicto futbolero.

Ahí deberá notarse la mano de Xavi. Para poder respaldar a esos mozalbetes en la tormenta y aclimatarlos en la victoria. El carácter, a esas edades, debe templarse a fuego, agua y paciencia, de otra manera, el acero se hace trizas.

En esa inagotable enciclopedia visual que es YouTube, se encuentran disertaciones interesantísimas de varios entrenadores, explicando la compleja sencillez de jugar al futbol.

En uno de ellos, titulado Clase Magistral con Xavi Hernández, el aparentemente futuro técnico del Barcelona hace una feliz disección de la orquesta del Al-Sadd de Catar, pero que es el fundamento de su forma de jugar al futbol.

Obviamente, ante sus mejores maestros, Xavi aprobará con nota sobresaliente al explicar las opciones de ataque, ante cualquier planteamiento del rival. Mueve las fichas con una destreza que envidiarían Karpov, Kasparov y Fischer.

Esas tertulias con saleros, botellas de cátsup y de salsa picante las dicta cualquier merolico. Lo importante es tener la personalidad, la autoridad, la presencia y la jerarquía para convencer a cada jugador de entender, de asimilar, de visualizar y de aplicar la forma en que se deben mover las fichas.

Una referencia cruel. Jordi Cruyff debe saber tanto de futbol como Xavi, pero el hijo del Holandés Volador de 1974 no logra desarrollar ni convencer a sus feligreses del vestuario de la responsabilidad de concentrarse en jugar al futbol 100 minutos. Le faltó cancha o le sobró el apellido paterno.

Por lo pronto, a partir de este jueves, Joan Laporta empezará a conocer la vida más opulenta del futbol, y la más ríspida y hosca forma de negociar, para tratar de convencer a los billonarios cataríes de que le cedan al motor de un Ferrari azulgrana que ha cascabeleado en los últimos años.

No será fácil. Mohammed bin Hamad, el propietario del Al-Sadd y, en cierta medida, del futuro del Barcelona, desprecia los millones de euros. Pozo petrolero mata billete. Él cuenta su fortuna en billones, y si él estornuda, las gasolineras del mundo sufren de pulmonía. Para él, Laporta tiene poco dinero para ofrecer, pero tiene todo el caudal del Barcelona para enriquecer a su club.

Seguramente habrá misioneros del barcelonismo yendo a Catar, y seguramente habrá un partido amistoso en el Estadio Jasimm Bin Hamad, o en alguna sede mundialista de gran capacidad.

Será, sin duda, una transacción a la usanza precolonizadora. Los españoles ofrecerán cuentitas de vidrio y se llevarán el oro, hecho futuro, en la persona de Xavi Hernández.

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LOS ÁNGELES -- La Guerra Fría entre Real Madrid y Barcelona siempre se jugó a altas temperaturas, con las tribunas de los estadios, y de los universos mediáticos y cibernéticos, convertidos en hornos crematorios.

Ha sido, es, será, El Clásico, como una versión futbolera de la mítica Titanomaquia griega, en esa guerra eterna entre los dioses y los colosos, entre los dioses y los titanes. Hesíodo los habría investido a unos de blanco, y a otros, blaugranas.

Un Clásico que nació, creció, se desarrolló y que no morirá, con o sin Lionel Messi, o con o sin Cristiano Ronaldo. Fueron dos de sus mejores exponentes, dos de sus más venerables y venerados paladines, pero hasta ellos se convierten en cenizas reciclables.

Porque sí, porque el Cristianismo sobrevivió a Jesús, el budismo sobrevivió a Buda, y Los Beatles a John Lennon. Porque ese Nirvana bélico del futbol, esa catarsis, existió antes y existirá después de ellos, de Lionel Messi y de Cristiano Ronaldo.

Tal vez esta rivalidad ahora se fortalezca. Tal vez regrese a ser exclusiva del elitismo que degusta el poderío de estos clubes, pero, sobre todo, de su generosa historia, y que entiende el medular encono entre dos instituciones que, nuevamente, entre las cenizas, encuentran los poderosos cimientos de su resurrección.

Porque, idos Messi y Cristiano, este Clásico dejó de pertenecerle al vulgo, al fanatizado, al villamelón, al oportunista, al cínico impostor de la moda y sus conjuntos, y, por supuesto, al trashumante de pasiones ajenas ante la orfandad de las propias.

Dejó El Clásico de pertenecerle entonces al advenedizo de las favelas de Río, o al de la prefectura de Xigaze en el Tíbet, o al campesino de Tangamandapio, o al labriego urbano de Soyapango, o hasta al camellito de Nuevo Alberdi en Rosario, Argentina.

Sí, tal vez dejó de pertenecerle al que descubrió encandilado a Messi antes que al Barcelona y a Xavi, Andrés Iniesta y Puyol. Y dejó también de pertenecerle al que descubrió antes a Cristiano que al Real Madrid, a Iker Casillas, a Sergio Ramos, y los mitos y leyendas de la Casa Blanca.

Sí, sin duda, El Clásico entre Barcelona y Real Madrid dejó de pertenecerle al vulgo, al peregrino del populismo, voluble, volátil, comodino, pero, sin duda, sigue y seguirá perteneciendo al que se exalta cuando le mencionan a Gento y a DiStéfano, a Raúl y a Hugo Sánchez.

Y El Clásico le seguirá perteneciendo hasta el delirio, al que le citen a Cruyff, a Guardiola, a Bakero, y a Kubala. Porque fueron ellos, ellos y tantos más, quienes glorificaron las camisetas, lo suficiente para que Messi y Cristiano fueran parte de su museo, de su historia. Y no al revés.

Porque fueron las camisetas las que vistieron primero de gala a Messi y a Cristiano, para que ellos después engalanaran las fascinantes épicas de esta Titanomaquia en cada infinitesimal rincón del universo del futbol.

Eso enaltece a ambos jugadores: el privilegio de ser sacramentados para algunas de las batallas más memorables y célebres en la historia del futbol. Dividieron al mundo para sentarlo unido ante la narrativa de un televisor. A la Torre de Babel le dieron el esperanto del futbol.

Fueron dos predestinados para reñirse, ceñidos e investidos con dos de las camisetas más poderosas del futbol mundial. Por eso, la rivalidad entre Messi y Cristiano nunca rebasó, aunque sí redimensionó, la rivalidad entre Barcelona y Real Madrid.

Hoy la tarea será de otros en la cancha, pero de los de siempre en la tribuna. La pasión en El Clásico tiene en esos dos sitios pebeteros inextinguibles. El odio deportivo, una vez propagado, si acaso se debilita, nunca fenece, nunca se apaga ni se carboniza.

Imposible pensar que Gerard Piqué, Marc-André ter Stegen, Sergio Busquets y Jordi Alba no exalten la importancia de un triunfo en este Clásico a Ansu Fati, Gavi, Oscar Mingueza, a los De Jong, o a un Pedri, en desprecio mutuo por el Real Madrid, aunque ausente en esta edición. Y hasta un Riqui Puig, segregado de momento por su entrenador.

Y por La Casa Blanca, el encono extremo a todo lo blaugrana, se mastica pero no se traga, en hombres con heridas y galardones en estos juegos, como Karim Benzema, Kroos, Casemiro, Luka Modric, Vinicius y Thibaut Courtois.

Es sin duda, en el marco, bajo el entorno de estos implacables y despiadados enfrentamientos, en los que se sabe de qué está hecho el futbolista. Es la plataforma crucial en la que se identifica si el jugador merece la camiseta, y un pendón bordado de autoridad, de respeto, de confianza y de responsabilidad.

Estos estremecedores zafarranchos evidencian a aquellos jugadores que son candil de la Liga y oscuridad de la gloria. La historia está llena de hombres que marcaron la gran diferencia. Pero también está atiborrada de nombres que fracasaron.

No, El Clásico no está muerto. Se extrañarán personas y personajes; habrá nostalgia perturbada por un par de ausencias, pero mantiene ese poderoso desafío, esa poderosa provocación entre dos casas en constante beligerancia. Los Capuleto y los Montesco del futbol no tienen guiños furtivos en sus balcones, en los que sólo se velan armas.

El Clásico dejó de pertenecerle al vulgo. Dejó de ser el ocioso parloteo de los advenedizos, de los barcelonistas y madridistas de ocasión, de eventualidad. Los profanos que sólo veneraban a Messi y a Cristiano, se han mudado de intereses. Los aranceles de una pasión fingida han caducado.

El Clásico quedó en manos de sus genuinos propietarios. De esos que no traicionan por el incierto presente, sino que veneran a Barcelona y a Real Madrid, por la magnitud señorial de todos sus antecedentes.

El Clásico no ha muerto. Las tumbas, esas, las ocupan los legionarios del oportunismo con esas camisetas caducas de lealtad y marchitas de resignación. Pero, algún día, seguramente, serán desempolvadas, por eso, precisamente por eso, porque El Clásico no ha muerto.

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LOS ÁNGELES -- Ansioso de cancha. Y de vestuario. Y de competencia. Y de revancha. Y de Champions. Ese gnomo vertiginoso, despiadado, obsesivo en el terreno de juego, tomó con parsimonia de burócrata, con ecuanimidad tibetana, y con la rutina de una contestadora automática, su comparecencia de prensa con el ParIs Saint-Germain este miércoles.

Lionel Messi recibió oficialmente otra camiseta número 30. Como aquella con la que comenzó todo en el Barcelona. Esa con la que terminará todo en Europa, antes de seguramente emigrar en 2023 a la MLS.

La recibió de manos de Nasser Al-Khelaifi, su patrón, un tipo mediocre como tenista profesional, pero astuto como empresario, con una fortuna estimada en 16 mil millones de dólares. Malo con el passing shot de revés cruzado, pero letal en los malabares petroleros.

Rostro inalterable, exponiendo una que otra sonrisa, Messi confesó su hartazgo en el inevitable ceremonial mediático. “Estoy ansioso de que termine esto para ir con los muchachos (jugadores del PSG) a entrenar”, dijo.

Se subió a la barcaza frágil de la temeridad: “Quiero ganar otra vez la Champions”. Mantuvo la compostura y la lealtad, al dejar en claro que aquella pléyade blaugrana con Xavi e Iniesta “es irrepetible”, aún con Kylian Mbappé y Neymar.

Cierto, Mbappé aún no renueva. Esgrime que quiere un equipo con aires de conquista. Remolón, roñoso, este miércoles se llevó una advertencia de Al-Khelaifi. “Mbappé es parisino, muy competitivo, quería un equipo competitivo, creo que no hay nada más competitivo como equipo (en referencia al PSG), no tiene excusas”.

Incluso, la frase más prometedora de Lionel pareció un mensaje para el francés: “Mi sueño es ganar otra Champions y siento que he caído en el lugar ideal para lograrlo”.

Messi encaró preguntas de todo tipo, que él llevó a un lugar común y que en la cancha, por cierto, repudia. Sí, todos los cuestionamientos los llevó al banderín de tiro de esquina, y ahí, los sobó, los anestesió, los enfrió, se comió el reloj. Todo fue elogio, sin apóstrofe alguno.

¿Será que por primera vez Messi se convierte en un mortal más del mundillo de los asalariados? Sí, cierto, un asalariado con privilegios mayúsculos. Seguirá haciendo lo que mejor sabe y lo que más le gusta. Pero esta vez no está donde querría estar, sino donde debe estar. En Barcelona, con salario y premios de escándalo, donaba con amor su talento, ahora los ha puesto en alquiler, ambos, el amor y e talento, también con bonificaciones de escándalo.

Reiteró, hasta el reiterado cansancio, en esa comodidad de jugar pegadito al banderín de córner, que en el vestidor del PSG encontrará amigos, y que la calidad de la plantilla, las amistades con Neymar y Pochettino, y el hambre de competencia, terminaron por convencerlo de elegir París.

Revancha es un combustible poderoso, nuclear. No usa la palabra, pero Messi la describe de manera inequívoca. Lo hace cuando replantea su urgencia por ganar otra Champions y por el placer culposo que le significaría enfrentar a su cuna culé en el festival máximo de clubes en el mundo. “Sería lindo regresar a Barcelona y con gente (en la tribuna)”. Claro, la venganza sin testigos presenciales, corre el riesgo de ser más anécdota que leyenda.

No te preocupes, Leo, Ceferin (UEFA) e Infantino (FIFA), ya se ocuparán de ello. Su habilidad siniestra de “matchmakers” sonrojaría a Don King y a Bob Arum. Y así como alguna vez hubo ocho horrores arbitrales para someter al PSG en los Octavos de Final de 2017, ahora podría haber ocho horrores arbitrales para que Barcelona, Laporta y la tambaleante Superliga se enteren quién manda.

Mientras una nación azulgrana sigue en duelo, Messi saludó agradecido a una nación festiva, redimida, resucitada, que en abril pasado había sepultado sus ilusiones de Champions ante el Manchester City. Sabe que los parisinos han vivido en una gestación múltiple: venerando su llegada, entre la vigilia de la ansiedad y la belicosa desesperación por velar armas. Desde París, con nuevo almirante, a Europa entera le han declarado la guerra.

“Agradecidísimo. Sé que hace tres días que están en la calle. Es impresionante. No había vivido algo así nunca. Es mi primera experiencia de cambiar de club y ha sido espectacular. Espero empezar y vivir cosas grandes juntos”, fue el mensaje a multitudes, que sin mascarillas, están desperdigadas por París, una ciudad agobiada por Covid-19, con 29 mil nuevos casos de infectados, solamente este martes.

Ciertamente aún quedan pendientes los trámites más importantes, esos, los que deberán consensuarse dentro de la cancha. Las migrañas serán para Pochettino, quien tiene la mejor plantilla posible, a expensas del futuro de Mbappé, obsesión del Real Madrid, y quien públicamente, alguna vez, deslizó que su ídolo, Cristiano Ronaldo, es mejor que Messi.

¿Quién cobrará los tiros libres con semejantes artilleros? ¿Quiénes serán los tres capitanes de la plantilla? ¿Quiénes cobrarán los penaltis? ¿Quién de entre Mbappé, Messi y Neymar deberá hacer labores más estrictas de sacrificio y marca? ¿Estarán los tres al servicio de su mejor rematador de cabeza, y con quien han tenido rencillas y resquemores, como lo es Sergio Ramos?

Partamos de un principio. Todos estos personajes, que han convertido al PSG --al menos en la cartelera--, en un equipo de ensueño, tienen enormes particularidades en común. Cierto: falta dar el paso gigantesco, colosal, de equipo de ensueño a equipo de época.

1.- Todos son competitivos y ganadores. Han besado Copas del Mundo, Champions, Copas América, Ligas de Europa. El problema de saborear la gloria es la adicción que provoca.

2.- Todos tienen una desmesurada hambre de revancha y de títulos. Han sido humillados por clubes ingleses y alemanes.

3.- Más allá de la inmadurez de Mbappé, y de las misteriosas lesiones de Neymar en tiempos de cumpleaños familiares, ambos serán empujados y metidos al orden, por tipos con ascendencia en el vestidor, como el mismo Ramos, y la cercanía de Messi con el fiestero brasileño.

Por eso, insisto en la analogía: Mauricio Pochettino debe estar más atribulado que un daltónico con un Cubo de Rubik.

Pero, al final, concluyó el teleculebrón. Joan Laporta se queda con un Barcelona saludable y Lionel Messi con un horizonte de desafíos, afortunadamente en un terreno de bendiciones, para hacer lo que le más le gusta y lo que mejor sabe.

La cancha dimensionará las equivocaciones y los aciertos de todos los involucrados, incluyendo, por supuesto, al PSG.

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LOS ÁNGELES -- Son temas diferentes, pero no inconexos; distintos, pero no ajenos. Hace casi un año, en agosto, el día 25, el burofax irrumpió furtivo y silencioso en las oficinas del Barcelona. Lionel Messi quería abandonar al club.

A veces, el ser humano desata tormentas que después es incapaz de controlar. A veces el ser humano desea tan fervientemente un capricho, incapaz de adivinar el desastre agazapado detrás.

El engendro del burofax, ese 25 de agosto de 2020, terminó siendo el principio del fin y el fin del principio. Imposible saberlo entonces. Inútil saberlo hoy. “Desperté de ser niño, nunca despiertes”, le habría advertido el poeta español Miguel Hernández.

Este domingo en Barcelona, Lionel Messi despertó de ser niño. “El año pasado no quería quedarme… y lo dije. Ahora sí quería quedarme”, explicó en un ceremonial densificado por la tristeza atorada, gutural, universal y compartida.

Aquella fue la tormenta que desató su padre, Jorge, incapaz de controlar, y que hoy humedece los ojos de millones de personas, mientras los hijos de Leo, Thiago, Mateo y Ciro, incapaces de entender el colapso de un club y de una liga, aplaudían tímida e inocentemente, incapaces también de entender cómo aquellos adultos, de pie, durante dos minutos, vitoreaban el impactante y sublime momento de ver a su propio padre gimotear. Despertó de ser niño, nunca despierten.

Messi lamenta su despedida. Todo en ella es aberrante. Lo hace con un traje oscuro, cuando debió hacerlo en una cancha, con la camiseta perfumada de sudor. Se ha ido sin la armadura de toda la vida. Lo hace con un pañuelo recolectando lágrimas y mucosidades, cuando él anhelaba ver revolotear miles de ellos, miles de paños, como compungidas aves de paso, en la tribuna del Camp Nou.

Acostumbrado a alebrestar multitudes, a bendecirlas de felicidad a unas y de amargura a otras, este domingo, Lionel Messi, en la opulencia de la fama, se fue en la frugalidad de un cuartucho, con su familia, sus hoy ex compañeros, y ante tipos olorosos a dinero, con mascarillas, y sin tener el privilegio, el derecho, la urgencia, de sumergirse en el rugido estentóreo de una tribuna. Tantas veces cruzó los portones de la gloria azulgrana, y termina escurriéndose, más solo que nunca, por una puertecita lateral de un salón que termina siendo un mausoleo maldito.

“Ne hubiera gustado irme de otra forma. Despedirme con una ovación en el estadio”, dijo el futbolista, dejando aún un velo de suspenso sobre su futuro con el PSG, que ya alquiló la Torre Eiffel para este martes.

Él no lo sabe y tal vez nunca lo sepa, pero nuevamente mantuvo en vilo al universo barcelonista, en el que algunos todavía esperaban, como feligreses de algún milagro, que Messi les dijeran que no, que todo era una pesadilla, un rumor, un malentendido, una broma de mal gusto.

Pero, en su comparecencia, Messi no ocultaba ningún misterio. Había sido despojado, para ese momento, de su vida misma. Sin balón, sin red, sin cancha, sin marcador, sin tribuna, sin alaridos. Lo obligaron a irse como un paria, en un recoveco de la majestuosa catedral que él ayudo a construir al lado de genios como Xavi, Iniesta y Ronaldinho, o guerreros de sangre como Puyol.

Sólo debe haber un hombre feliz en Barcelona. Josep María Bartomeu debe estar haciendo girar una copa regordeta, aromatizando la tragedia y su victoria, encendiendo un habano, y leyendo y releyendo, el manifiesto parido por el burofax. Perdiendo, terminó ganando. Messi, entonces ganando, terminó perdiendo.

Javier Tebas también tiene las manos tintas en sangre. Bajo el estandarte de querer salvar La Liga, elige la forma más siniestra de aniquilarla. Hay que ser muy tonto para invitar a los buitres a su propio funeral.

Messi lo imputa: “Estaba todo arreglado y por el tema de La Liga no se pudo hacer a último momento. Quería quedarme, hice todo lo posible y no se pudo”.

¿Pudo, quiso, debió hacer más el Barcelona? Joan Laporta asegura que no. Era hundirse juntos o sobrevivir separados.

Cierto, insisto, no hay parentesco entre el burofax del suicidio, y la crisis financiera del Barcelona y de La Liga, pero imposible creer que estén desconectados. Jorge Messi, reitero, desató una tormenta que después fue incapaz de controlar. Su voracidad de hace un año, llevó a su hijo a esta despedida de domingo. Le quiso comprar un carnaval y este domingo hasta los cuervos se vistieron de luto.

Cierto, en aquel momento, hace menos de un año, el burofax era un ultimátum, pero el conflicto no era el dinero, era la desgracia competitiva del Barcelona. Lionel urgía a tener un equipo mejor. Cada fracaso era una llaga. Y estaba harto de esa piel de leproso. Entonces sí quería irse. Tal vez lo deseó con demasiada vehemencia.

Es cierto también: era imposible tratar de negociar de buena fe, con un tipo que como Bartomeu, con el poder absoluto dentro del mismo club, subrepticia y falazmente atentó contra todos los órganos vitales de la institución, dispuesto a extirparlos y venderlos en el mercado negro de su locura y sus ambiciones. ¿Cómo hablar de ensaladas con un carnicero blandiendo un machete?

En su alocución, Messi envió diversos mensajes a la cofradía blaugrana. Pero, sobre todo, dejó en claro, que su hogar, desde los 13 años, es en este momento el ente más urgente de rescatar. “El club es más importante que cualquiera. La gente se va a terminar acostumbrando. Tiene una gran plantilla y vinieron grandes jugadores, al final todo se acomoda”, explicó.

Por lo pronto, este lunes, con el jefe de familia aún como parte de los 197 millones de desempleados en el mundo, el Clan Messi prepara la mudanza a París.

Lionel asegura que tiene hambre de títulos y que quiere superar a su compañero Dani Alves, quien suma 46, tras ganar el oro olímpico en Tokio. Necesita conseguir 11 más con el PSG como cómplice. “Quiero seguir sumando títulos a mi carrera. De paso saludo a Dani Alves, por los Juegos Olímpicos. Voy a intentar pasarlo en títulos. Quiero ir a un club donde pueda competir y seguir ganando”.

Y en Barcelona, ¿quién se atreverá alguna vez a vestir la camiseta ‘10’?

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LOS ÁNGELES -- Lo que siempre los mantuvo unidos, los ha separado para siempre: el dinero. Lo que siempre los mantuvo unidos, los mantendrá unidos para siempre: el futbol.

Sin embargo, este viernes, Joan Laporta cerró los portones del Barcelona, detrás de la silueta lánguida de Lionel Messi. Entre club y jugador, los lazos serán eternos, pero la relación quedó trunca. ¿El dinero no compra la felicidad? No, pero le encuentra concubinas.

En conferencia de prensa, Laporta extinguió la trémula fe de quienes veían un atisbo de esperanza en el divorcio entre Messi y el Barcelona, con la pérfida Liga de por medio, como la suegra celosa y recelosa.

La exposición de Laporta, este viernes, era inapelable. Ni el más facineroso dirigente de FIFA, ni sus alquimistas del fraude, habrían hecho cuadrar las cifras. “No estoy dispuesto a hipotecar durante 50 años al Barcelona por nadie”, dijo.

Con Messi, el Barcelona habría salido a “botear” a las calles, por mendrugos de pan, con la tripa hecha nudos de hambre, al borde de la inanición. Sin Messi, todos tendrán el pan suyo de cada día. No el gol, no la magia, no las fantasías, pero sí el maná.

La analogía de pan y circo. Barcelona eligió el pan y dejar escapar el circo. El pan tiene más valor que precio. El circo tiene más precio que valor.

El club aprenderá a sobrevivir sin Lionel Messi, como aprendió a sobrevivir sin Andrés Iniesta, sin Xavi, sin Carles Puyol, sin Pep. La histórica grandeza del Barcelona es intocable, pero este viernes, tras las palabras de Laporta, pasa a ser equipo sin apellidos de alcurnia. Vivirá con los privilegios de una dama divorciada.

Y Messi aprenderá a vivir sin el Barcelona. Puede vivir sin el club, pero no puede vivir sin la escenografía perfecta de esa ecuación que forman cancha, red y balón.

Será que en el fondo Leo obedece al credo que atribuyen a su padrino Ronaldinho: “Juega por el nombre que llevas delante en la camiseta y se acordarán del nombre que hay atrás”.

Laporta asegura que sólo resta ver al futuro, pero sin renunciar a los privilegios ni a las lecciones del pasado. Barcelona está en manos de ingenieros en finanzas y no entre los cálculos ilusionistas entre copas de bohemios del hubiera.

“No estoy dispuesto a hipotecar al club. El Barça está por encima de todos los jugadores, incluso por encima del mejor jugador de la historia, Leo Messi”, reiteró Laporta este viernes, mientras se lavaba las manos con Javier Tebas, y LaLiga como la jerga, con la cual secarse cualquier vestigio de culpabilidad, y sin dejar de escupir en el inmenso albañal que es Josep Bartomeu, “porque venimos de una gestión nefasta y calamitosa”.

Mientras en el universo infinito del futbol se juega con el destino de los memes, para reforzar desde el Santiago Tangamandapio F.C. hasta el Bayern Munich, la brújula de la voracidad financiera de Jorge Messi, el padre del ser humano con las facultades más inútiles, pero las más caras y cotizables del mundo, tiene línea abierta, según los cercanos al clan, con el Paris Saint-Germain y con el Manchester City.

Mientras Lionel sigue de vacaciones, ajeno seguramente a la forma en que se ha convulsionado la galaxia del futbol, su padre juega las cartas con más astucia y argucia que cualquier tahúr de colmillo torcido y uñas largas en Las Vegas.

El PSG deja entrever que se siente fuerte con lo que tiene, mientras el City de Pep Guardiola ha firmado a Jack Grealish, quien no es Messi, pero llena los requisitos de ese club ciudadano urgido de una Champions.

¿Y el Barcelona? Respirando ya serenamente, luego del riesgo de ser intubado de emergencia, trata de organizar su vida tras la más grave de sus pandemias, azotado por el virus Bartomeu-20, más que por los estragos del Covid-19.

Trató de vender a Antoine Griezmann hace unos meses, pero no encontró mercado y hoy se vuelve en imprescindible. Mientras tanto, el Kun Sergio Agüero, hoy se siente doblemente abandonado. A su vez, Memphis Depay llega con la consigna de confirmar su poder demoledor... en la Liga de Francia.

Y claro, queda la sangre joven. Pedri, Riqui Puig, Oscar Mingueza, Ilaix Moriba, Ronald Araújo, Sergiño Dest, Tenas. La Masía trata de rescatar su prestigio.

Por otro lado, Ronald Koeman debe ser el más aliviado por la salida de Messi. Hoy tiene sólo a seres humanos. Y no tiene a ninguna figura emblemática que pueda cuestionar su autoridad. Prefiere sólo a peones en su tablero, aunque haya perdido el misticismo de su reina.

Y, sin duda, el resto de la población en la Liga se sublima. Los clubes ya no tendrán que inventar en el pizarrón estrategias fallidas y fútiles, para tratar de despellejar a un solo futbolista. El Barcelona sin Messi, como el Real Madrid sin Cristiano Ronaldo, se convierten en artillería vulgar.

Así pues, luego de años de vivir bajo el concubinato perfecto, Barcelona y Messi han encontrado la humanoide imperfección del rompimiento. Lo que siempre los mantuvo unidos, los ha separado para siempre: el dinero. Lo que siempre los mantuvo unidos, los mantendrá unidos para siempre: el futbol.

Ambos entendieron que para que ambos sobrevivan, deben hacerlo por separado. Juntos, sólo los esperaba el desenlace de la cicuta shakespierana.

Y por ello, entre el pan y el circo, Barcelona se queda con el pan. Porque el pan tiene más valor que precio. El circo tiene más precio que valor.

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LOS ÁNGELES -- Fue como una fiesta de Bautismo. Con la cuadrilla de payasos llegada desde Nigeria. Y el festejado, Rogelio Funes Mori, se sumergió en la pila bautismal apenas a los cuatro minutos. México 4-0.

Perplejos, como conejos lampareados, distraídos, entumecidos, la versión emergente y apantallada de las Súper Águilas Verdes, se atragantó dos goles en los primeros cuatro minutos, y el partido dejó de tener interés, utilidad, atractivo, emociones y calidad.

Fue un partido de desperdicio. Absolutamente. Tras el 2-0 (Héctor Herrera al '2 y Funes Mori al '4), la pachanga fue evidente en la cancha del Memorial Coliseum. Celoso, por no poder vulnerar a la pintoresca y frágil Nigeria, organizada al vapor, Hirving Lozano le puso empeño a tratar de marcar, en una obsesión con la que cargó al medio tiempo.

Aparecieron, sin embargo, expresiones individuales por parte de algunos jugadores mexicanos. Obviamente, con los adversarios en plena somnolencia, los tricolores disponían de tiempo y espacio para lograr plantarse con facilidad en la periferia de los dominios del arquero Bobo Nwabali.

Fue así que con un adversario desordenado, esforzado, mientras los músculos aguantaban, México terminó por involucrarse en la desidia y en olvidarse totalmente de las pretensiones estratégicas que debió haber urdido Gerardo Martino.

En la segunda mitad, los nigerianos ya hicieron más compacta su formación, y entregaban cancha y balón a una selección mexicana cómoda y acomodada, sin prisas ya, e interpretando la implícita rendición de los visitantes.

En el regreso del descanso, se genera el 3-0 rápidamente. De nuevo Chucky Lozano aparece en el área, le anticipa Nwabali, pero su despeje es un regalo frontal a la llegada de Héctor Herrera, quien sin marca, sin estorbo y sin arquero, sentencia el 3-0.

Para confirmar ya que el encuentro de preparación se convertía en un guateque sin utilidad competitiva para nadie, Gerardo Martino hace tres cambios de golpe y porrazo a los 65 minutos, precisamente aprovechando que coincidió en tiempos con tres jugadores nigerianos tirados en la cancha, víctimas de calambres: Efraín Álvarez (Tecatito Corona), Orbelín Pineda (Funes Mori) y Jonathan dos Santos (Héctor Herrera).

La embaucada y engatusada afición terminó decepcionada, pero al menos no intentó desahogar su frustración con #ElGrito, y resignándose a las limosnas que había organizado SUM con este encuentro, al que forzó finalmente a que compareciera el entrenador de la ni Súper ni Águilas nigerianas, el alemán Gernot Rhor, quien había jurado y perjurado que no pensaba desplazarse a Los Ángeles.

El 4-0, entre la desarticulada y modorra defensa nigeriana, lo sentencia Jonathan dos Santos, aprovechando el pase que puede organizar con toda libertad Erick Sánchez, mientras Chucky Lozano perdería el quinto, encaprichado en hacer su gol, en un egoísmo enfermizo.

Por lo pronto, México ya conoce las opciones para abrir la Copa Oro el 10 de julio. Este martes, el ganador del repechaje conkakafkiano entre Guyana Francesa y Trinidad y Tobago, irá al Grupo A del Tri, complementado por Curazao y El Salvador.

México es el máximo ganador de la Copa Oro con 11 títulos, mientras que Estados Unidos totaliza seis, por tres de Costa Rica.

La más reciente coronación del Tri fue en 2019, venciendo a EE.UU. con gol de Jonathan dos Santos, en el Soldier Field de Chicago.

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LOS ÁNGELES -- Se estima que hay 197 millones de desempleados en el mundo, y el mundo se inquieta, con estertores agregados, –incluyendo muchos de esos 197 millones de personas en receso–, por el desempleo de un multimillonario: Lionel Messi.

Tras el Armagedón financiero provocado por la pandemia de COVID-19, la Organización Internacional del Trabajo advirtió a mediados de 2020 sobre el cruento latigazo de repercusiones que irían azotando a la humanidad hasta 2022.

Mientras Lionel Messi se concentra, a ratitos, para el enfrentamiento de este sábado, en Cuartos de Final de la Copa América, ante Ecuador, el universo barcelonista y su entorno, incluyendo al madridismo, hurgan con fruición en Twitter, en busca del humo blanco que deben exhalar los abrumados pulmones de Joan Laporta.

Entendamos algo: Leo jamás ha leído un contrato. ¡Qué va a leer semejantes legajos atiborrados de palabras altisonantes para él, donde su nombre cambia puerilmente de la ostentosidad de ser Lionel Messi a un burdo, anónimo y vulgar “el contratado”!

Él mismo aceptó ante un medio italiano (Suplemento Sette, del diario Corriere della Sera), que sólo ha medio leído un libro en su vida, uno solo, y ha sido una de tantas biografías sobre Diego Armando Maradona. Y podríamos abonarle la lectura reiterada del cuento infantil Topito, el favorito de sus hijos.

Vamos, él mismo ha reconocido que ni siquiera ha leído de corridito las 51 palabras hechas pre contrato, en esa legendaria servilleta en la que la audacia de Carlos Rexach consiguió, el 14 de diciembre de 2000, amarrar a Messi para el Barcelona, en una reunión al vapor en el Club de Tenis Pompeia con Josep María Minguella y Horacio Gaggioli (entonces representante de Messi), quien hoy conserva ese papelito, prófugo del basurero, en una caja fuerte del Banco de Crédito de Andorra, y por el que le han ofrecido millones de dólares, algunos extravagantes coleccionistas de Japón, Estados Unidos e Inglaterra.

Leer su propio contrato con el Barcelona debe resultarle a Messi tan complicado de entender como el Ulises de James Joyce. Y no hay por qué culparlo. Lo suyo, y lo hace magníficamente vestido de azulgrana, sólo de azulgrana, es recrear fantasías con un balón.

Laporta sufre día con día. Primero, para limpiar el estercolero que hicieron explotar la ineptitud de Josep Maria Bartomeu y el ataque casi terrorista de aquella epístola casi pontificia, eructada por el burofax, ese 25 de agosto de 2020, cuando la familia Messi anunciaba su deseo de desvincularse del club blaugrana.

En el Museo del Barcelona (“Museu President Núñez”) se exhibe una réplica de la citada servilleta, y posiblemente, algún día, se exhiba también una réplica del burofax, para citar los contrastes de un tristón papel desechable que terminó germinando en páginas de oro para el club, hasta un abominable capítulo en el que el mejor futbolista del momento se desprendía de su matriz catalana.

Sin duda, para un personaje que dice aborrecer el tango, como lo ha revelado Lionel Messi (“cuando lo escucho en la radio, cambio de cadena”, dijo a Sette), ha armado un tango de proporciones gardelianas (por Carlos Gardel), que rebasa las ya de por sí intrínsecamente trágicas implicaciones de esta bellísima expresión musical.

Laporta busca la anuencia de Javier Tebas, presidente de La Liga, y su intercesión ante la UEFA para que el tan manoseado “Fair Play Financiero” cierre los ojos discretamente, mientras el Barcelona hace malabarismos contables, para poder satisfacer la voracidad de Jorge Messi, quien seguramente cuchichea con su hijo algo así como: “vos no te preocupés, Lio, los tenemos bien agarrados de los...” detalles contractuales.

Y Messi volverá a sus videojuegos hasta que el sábado por la noche se vista para enfrentar a Ecuador, sin preocuparse por saber quién será el mastín en turno para tratar de refrenarlo en la cancha. Para él, como en su tiempo para Garrincha, todos son “Joao”.

Mientras tanto, mortificado, Laporta manotea, y más se hunde, en el pantano de sus promesas. Messi ha pedido un equipo no competitivo, sino ganador. Y el presidente del Barcelona busca nuevos socios comerciales, nuevos atajos financieros, y la complicidad de Tebas, quien ha sido claro de que “LaLiga no puede perder a Messi”. Bueno, ese lujo tiene un precio, más que monetario, de tipo legaloide, un subterfugio, pues.

El Clan Messi ya no necesita mover un dedo. Las cifras y demás detalles están sobre la mesa. Ahora, a esperar que las acrobacias financieras, fiscales y legales que lleva a cabo Laporta, como saltimbanqui de cuello blanco, tengan efecto.

Por si acaso se le olvidaron a Usted las cifras en el recientemente vencido contrato de Leo, vale la pena refrescarlas, de acuerdo con lo publicado por el Diario El Mundo: el contrato laboral era por 61,328,520 euros, y el contrato de imagen era por 10,822,680 euros. Es decir, por los cuatro años, recibió 288,604,800 euros.

Además, por primas y bonos de los acuerdos laborales y de imagen, en su último acuerdo laboral, Messi sumó 115,225,000 de euros, sin despreciar otros 29,780,793 euros en apartados variables, según la publicación de El Mundo.

Así pues, en un universo surrealista como el del futbol, hay una preocupación extrema por un multimillonario desempleado, más que por las extremas urgencias de 197 millones de desempleados.

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Laporta va a construir su Barcelona en base a lo que Messi significa para este equipo, así como buscar que se retire en el club catalán

Señoras y señores…Como se esperaba, el favorito Joan Laporta, vuelve a ser el presidente del F.C Barcelona.

Hace unos años, por ahí del 2003-2004, Laporta fue presidente del club catalán, y el Barcelona tuvo un reputne espectacular con jugadores llamativos como Ronaldinho y el surgimiento de Lionel Messi en la cantera, que le ha ayudado mucho a los blaugranas.

Laporta fue un buen presidente, y la gente lo reconoció ayer cuando ganó la mayoría de los votos con el 54%, una mayoría absoluta frente a sus oponentes de unos cerca de 56 mil socios que votaron en el Barcelona.

¿Qué es lo primero que tiene que hacer Laporta? Lo primero por hacer es platicar con Messi, se conocen bien, tiene que ver qué es lo que Lionel necesita del equipo para que esté a gusto y contento, así sea renovar su contrato, si quiere intervenir en decisiones importantes como insinuar qué jugadores pueden ayudar al Barcelona o cómo pueden renovar la platilla… Todo eso, Laporta se lo va a conceder a Messi.

Laporta va a construir su Barcelona en base a lo que Messi significa para este equipo, así como buscar que Lionel se retire en el club catalán, que es lo que desea Laporta y también creo que Messi, internamente, lo quiere.

Lo primero que ha hecho Laporta es contratar un jefe de mercadotecnia internacional, un buen equipo conformado por exjugadores que poco a poco lo irán ayudando para tratar de sanear las finanzas del Barcelona.

Laporta es un empresario muy conocido, no es un archimillonario, pero tiene los contactos necesarios para hacer que el club lleve dinero a sus arcas y poder empezar a comprar o recontruir este equipo. Puede vender, puede intercambiar… está buscando una reconstrucción.

Barcelona se está jugando LaLiga, se ha acercado mucho al Atlético de Madrid, y además es finalista de la Copa del Rey. En la Champions League no va a remontar al París Saint-Germain, es muy complicado, ya lo hizo una vez y le metió seis goles a los parisinos, el club balugrana no está en el momento adecuado para hacerlo de nuevo.

Sin embargo, está jugando bien. Va a buscar si se queda Koeman o llega Arteta, direcctor técnico del Arsenal que suena con Joan Laporta, ¿por qué? Porque Arteta se hizo trabajando con Guardiola en el Manchester City.

Ese es el trabajo que tiene Joan Laporta por delante. Mucha visión, claridad, ideas, y sobre todo, centrarse en Messi y su alrededor. De ahí a organizar el Barcelona.

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Barcelona, Lionel Messi

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Las elecciones del Barcelona están a la vuelta de la esquina, en cuatro días más elegirán al nuevo presidente del club y a su directiva.

Señoras y señores… El Barcelona es un caldo hirviendo. Primero están las campañas políticas de Joan Laporta, Antoni Freixa y Víctor Font, que alguno de ellos será elegido el próximo 5 de marzo como presidente del club con sus respectivos proyectos deportivos que deben presentar, sus asesores y hasta su director deportivo, entrenador y algunos refuerzos.

Los golpes a Bartomeu tampoco de hacen esperar, tanto interna como externamente. No es nuevo lo del “Barcagate”, ya se había atacado hace mucho sobre que se había contratado a una empresa que investigaba a los directivos que estaban en contra de Bartomeu y algunos de los jugadores líderes del vestuario, entre ellos Gerard Piqué y Lionel Messi.

El tema se cuestionó muchísimo en su momento, y Josep María Bartomeu lo negó. Pero hoy, seguramente alguna demanda puesta contra él expresidente del Barcelona se ha hecho efectiva, y fueron a las oficinas del club para detener a Óscar Garú y posteriormente a la casa de Bartomeu para detenerlo también.

Se registraron papeles y seguramente, en los próximos días, Bartomeu será sometido a una serie de interrogantes sobre lo sucedido en su etapa como directivo en el Barcelona.

Se veía venir…

Bartomeu salió perdiendo en el Barça, a pesar de que en esa época en que estuvo como presidente, el club ganó un sextete con Luis Enrique. Sin embargo, Bartomeu en la cuestión administrativa fue un auténtico desastre con un mal manejo en el vestidor, en las contrataciones, pleitos con los directivos, pleitos con los jugadores, pleito con el París Saint-Germain… en fin, pleitos con todo el mundo.

Así lastimó la imagen del Barcelona, un club importante y exitoso.

Bartomeu será juzgado de acuerdo a los delitos que se le imputen, si no, seguramente será liberado.

Las elecciones del Barcelona están a la vuelta de la esquina, en cuatro días más elegirán al nuevo presidente del club y a su directiva.

Seguramente vendrá un cambio, posiblemente radical, en el Barcelona.

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