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América estaba muerto antes del crimen de Macías

LOS ÁNGELES -- El VAR habría salvado al América del nefasto trabajo de Óscar Macías, pero no de la superioridad de Tigres.

Al final, el 1-0 describe y circunscribe el dominio de los felinos sobre el América en el Estadio Azteca.

El árbitro, dechado de errores en el Morelia frente a Toluca, marca un penalti que sólo existió en esa cabecita donde hicieron carambola los nervios, el temor, la ignorancia y una dosis imprescindible de estulticia: centro de Enner Valencia, el balón se estrella en el rostro de Bruno Valdez y después en la mano.

Y Macías se lleva el Oscar de las sospechas. ¿Sus jueces de línea? ¿Un ciego guiando a otro ciego?

Pero, sin duda, con el árbitro como villano absoluto de la serie, el América tiene más preocupaciones que estos jueces de crisálidas camisetas.

El principal conflicto de El Nido: no juega mejor al futbol que sus adversarios. Porque lo mismo le ocurrió ante Cruz Azul. El doble 0-0 ante La Máquina lo envió a la tertulia del "friendzone" de las semifinales en la Liguilla. Un acto de clemencia del reglamento.

Además, si América pretende convertir a Macías en el mesías de Tigres, olvidaría, entonces, que Oribe Peralta y Diego Lainez bien pudieron cargar con tarjetas rojas por las guillotinas brutales disfrazadas de planchas que tiraron a sus adversarios.

¿Será acaso que, tras la representación pública de Miguel Herrera sobre su patrón Emilio, con manotazo en la mesa incluido, con eso de "quiero a mi equipo campeón", la histeria y los nervios han traído convulsiones nerviosas en El Nido?

¿A estos felinos pragmáticos, cómodos, de colmillo retorcido, de diente de sable --que no se inquietan ante nadie, que no sea el Monterrey--, a estos mismos Tigres, podrá el América hacerle dos goles en El Volcán?

Después del 3-1 a Cruz Azul en la Fecha 13, el América ha marcado dos goles en siete partidos... pero ha recibido cinco. Dos goles en siete juegos equivale a que marca un tanto cada 315 minutos.

Mientras tanto, Tigres, como local, recibió tres goles en ocho partidos y marcó 17. De miedo los contrastes.

Miguel Herrera tiene poco tiempo, horas acaso, para resucitar a su equipo, no sólo en lo anímico, sino puntualmente en lo futbolístico, donde el equipo se ha estancado de manera dramática, arrastrando la esperanzadora brillantez individual de sus jugadores.

Este miércoles en el Estadio Azteca, la tenaza que rompía candados y se vanagloriaba en el marcador quedó desvencijada: Oribe Peralta y Carlos Darwin, especialmente el colombiano, deambularon en la cancha. Los abucheos terminaron por oxidarlos.

De nuevo con Marchesín poniéndole piedad al marcador final, con un par de atajadas soberbias, el resto del equipo se vio torpe en idea, al grado que terminaron todos, al final del partido, arrejuntados bajo las faldas, amponas de excusas, de la pifia del árbitro Óscar Macías.

Si bien puede decirse que con una terrible injusticia, el silbante hizo justicia a lo que ocurría en la cancha, lo cierto es que las Águilas estaban ya muertas competitivamente, antes del asesinato a mansalva de Juninho desde el manchón de las sentencias.

Si bien el Tuca Ferretti tiene una banca poderosa, es innegable que el América tiene potencial en sus jugadores para trastocar la historia en El Volcán, pero Miguel Herrera debe primero rescatar conceptos y después solidarizar voluntades, especialmente, si es como dicen, que el grupo de jugadores paraguayos han iniciado una revuelta como respaldo a un Cecilio Domínguez, quien en realidad es una luciérnaga que se enciende en la calma, pero se apaga en las tormentas.