Le pedimos este ejercicio: antes de seguir con la lectura, cierre los ojos por unos segundos, piense en Apollo Creed y deje que llegue a usted la primera imagen que se aparezca.
¿Ya está? ¿Lo hizo? Seguramente, fueron muchas las imágenes, al mismo tiempo, desordenadas quizás, pero todas impregnadas de una cierta nostalgia.
Es que por más que la información nos haga saber que el actor Carlo Weathers, nacido el 19 de enero de 1948, ha fallecido a los 76 años, la imagen de Apollo vivirá por siempre en quienes lo siguieron en la saga de Rocky.
Los que tenemos más edad, al cerrar los ojos podríamos evocar la primera vez que fuimos a un cine, para saber quién era Rocky, y el porqué de su éxito.
Los más jóvenes, habrán empezado a ver la saga junto a sus padres, en el living de su casa primero y tal vez en los cines con el correr de los años.
Sea como sea, la realidad se mezcla con la ficción, y Apollo Creed está ahí, vivo y sonriente, desafiante y socarrón, riéndose al comienzo de un desconocido Rocky Balboa. Peleando con él luego en el Spectrum de Filadelfia (¡Y con Joe Frazier en la primera fila!) leyendo enojado las cartas de sus admiradores y fanáticas, reclamando que debería darle una segunda chance a Rocky.
Viva imagen de Muhammad Ali, para que exista Rocky debe haber un Apollo, un rival “Bigger than life” al que sea casi imposible ganar, un desafío extremo.
Y aunque Weathers jamás se había puesto un par de guantes –fue jugador de fútbol americano- llegó a imitar el estilo de Alí, en el ring y fuera de él. “Cuando hice un casting con el propio Stallone yo no sabía que iba a ser el protagonista. Me sentí mal –confesó alguna vez- porque sentí que si me hubieran puesto enfrente a un actor habría sido diferente”.
Pero el papel fue suyo y de ahí en más fueron rivales, amigos, compañeros y compinches. Apollo representa a la nobleza del boxeo, a ese sentimiento fraterno que puede sentir un hombre ante un rival: en la derrota, asiste a Rocky y lo mete en un gimnasio de extramuros para que recupere el Ojo del Tigre. Y, aunque no debe hacerlo, no resiste el desafío de Ivan Drago y vuelve a calzar los guantes. Con una condición: nadie tirará la toalla, orden que pone a Rocky entre la espada de la palabra ofrecida a un amigo y la pared de la realidad.
Creed sigue vivo en la imagen de su hijo en la continuidad de la saga, pero mucho más aún en quienes en la oscuridad de un cine de barrio o en el confort de un living, asistimos a sus dramáticos encuentros con Rocky Balboa.
Ficción y realidad, lindo tema para un amante del boxeo como Julio Cortázar, quien seguramente hubiera preferido que la ficción se instalara primero.
Es que, como cuando vimos por primera vez aquellas películas que seguimos viendo y disfrutando en cualquier lugar, nos invaden los recuerdos.
Y allí encontraremos una vez más a Apollo, con su bigote de grueso trazo y su sonrisa sardónica, señalando un libro de récords y diciendo:
“Aquí está, lo encontré. Es blanco, es italiano y es un muchacho de Filadelfia. Seguramente va a hacer una buena pelea. Sí, voy a pelear con él y haremos un gran negocio”.
Y la música de siempre llegará a nuestros oídos, y nos preparemos en la imaginaria butaca para no perdernos la pelea entre el Italian Stallion y The Master of Disaster, rivales y amigos para siempre.
Es que Carl Weathers ha fallecido, pero no Apollo Creed, que seguirá siempre vivo en quienes lo hemos disfrutado en sus peleas de celuloide y technicolor, viendo a las ring girls pasear con los carteles, round a round, golpe a golpe.
Como si toda esa ficción no haya sido, después de todo, una hermosa, a veces triste, otras veces feliz, realidad.
Gracias por todo, Apollo.