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"Modo Patriot" llevó a New England al título del Super Bowl

HOUSTON -- En ocasiones, simple y sencillamente hay que ver para creer.

Así será recordado en Super Bowl LI.

Ya sea desde las gradas del NRG Stadium de Houston, desde la silla alta en un bar, o el sillón de casa, a este Super Bowl había que verlo para creerlo.

Los New England Patriots llegaron al final del tercer periodo abajo por 28-3 ante unos Atlanta Falcons con pleno dominio de las acciones y exhibiendo una confianza que parecía inquebrantable, de la mano de un Matt Ryan que hasta mediados del cuarto periodo llevaba un índice de pasador perfecto.

Luego, la marea cambió su rumbo del modo más drástico inimaginable.

Los mismos Patriots que sufrieron a lo largo de casi toda la noche para mover las cadenas, encontraron su ritmo y anotaron 25 puntos sin contestación para enviar el partido a la primera definición de tiempo suplementario en la historia del Super Bowl. Una vez que New England ganó el lanzamiento de la moneda para el tiempo extra, hubo pocas dudas de lo que sucedería después.

El análisis simplista dirá que los Falcons hicieron todo lo posible por perder el juego. Es cierto, Atlanta cometió errores de manejo de partido y de reloj en los instantes finales, pero eso no equivale a entregar el juego. Los puntos que, quizás, dejaron pasar los Falcons --sobre todo la posibilidad de un intento corto gol de campo en la recta final del cuarto periodo después de la segunda atrapada monumental de Julio Jones en la noche-- será el argumento que tendrán a la mano quienes esgriman esta teoría, pero la realidad es mucho más compleja.

Pero impedir un potencial gol de campo, o un touchdown inclusive, en ese instante, no bastaba para que el momento del péndulo se trasladara al otro lado.

A la defensiva, New England encontró el modo de detener a Atlanta cuando bastaba muy poco para sentenciar el juego, y al mismo tiempo logró quebrar un muro de los Falcons que había frustrado el juego de los Pats a lo largo de toda la noche cediera 31 puntos sin contestación.

La selección de jugadas ofensivas no puede ser toda la explicación del triunfo de New England, como tampoco lo fue hace dos años cuando Malcolm Butler nos regaló la jugada defensiva más impresionante en el partido grande.

En Houston hubo algo más.

"Salimos al vestidor en el medio tiempo. Dijimos que el juego no estaba acabado", dijo el corredor James James White, quien fácilmente pudo haber sido nombrado el Jugador Más Valioso del partido. "Volvimos a la segunda mitad y simplemente dimos el 100 por ciento del esfuerzo para el resto del partido".

Suena sencillo, eso de no darse por vencido. Suena sencillo eso de seguir peleando, de seguir entregando un 100 por ciento de esfuerzo, pese a la adversidad que representa un déficit tan amplio.

No lo es.

Pero la cultura de New England es única en la NFL, y probablemente única en cualquier deporte. Las trillados frases de "Haz tu trabajo", o "Tomar una jugada a la vez, un partido a la vez", suenan pedestres, mundanas, pero cobran un sentido especial cuando son predicadas por Bill Belichick, y cuando el primero en ceñirse al credo es Tom Brady.

Y son espectaculares cuando se les ve en acción.

De hecho, el secreto a la mística de este equipo de los Patriots --de esta versión que ha conquistado un par de Lombardis en las últimas tres campañas-- es la relación especial que se halla entre entrenador en jefe y mariscal de campo.

Se trata de dos mentes privilegiadas para el discernimiento del fútbol americano, y sintonizadas en la misma frecuencia respecto a los objetivos del equipo, que cuesta trabajo entender la grandeza de uno sin la grandeza del otro. Belichick es el entrenador perfecto para Brady porque nunca deja de exigirle, sea en la sala de juntas, en las prácticas o en los partidos, como desde el primer día que llegó como el recluta N° 199 del draft del 2000. Brady es el mariscal de campo perfecto para Belichick, porque posee una ética de trabajo incansable que no suele asociarse con quienes son las figuras más mediáticas de los clubes.

En el fondo, después de todos los triunfos, después de los cinco anillos de Super Bowl, Brady sigue siendo el mismo chico que llegó a la Universidad de Michigan a ganarse un puesto pese a que había seis pasadores por delante de él en la plantilla de Lloyd Carr; el mismo chico que se acercó a Robert Kraft a anunciarle que era la mejor decisión en la historia de New England, pese a que fueron seis pasadores los que escucharon su nombre antes que él en el sorteo del 2000, y que jugaría detrás de un Drew Bledsoe que entonces era el mariscal de campo mejor pagado de la NFL.

Si hiciéramos un recuento de mariscales de campo con mejores condiciones físicas, comenzando por el brazo, que Brady, sería una lista larga.

Pero el hambre insaciable de Brady --compartida por su entrenador en jefe-- le permite mantener la cabeza en alto sin importar que el Jugador Más Valioso de la temporada esté en las laterales de enfrente, con su equipo arriba por 21-3 con poco más de un cuarto por jugador y un índice de pasador perfecto; sin importar haber lanzado la primera intercepción devuelta para anotación en su carrera de postemporada; sin importar las cinco capturas en contra ni los incontables golpes y apresuramientos que sumaban los Falcons con cada jugada de pase.

Brady se va de Houston con varios récords nuevos para sumar a una carrera deportiva de por sí increíble.

El inédito quinto anillo para el mariscal de campo llegó, como no podría ser de otra manera, en un partido que había que ver para creer.