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Hay que exigir buenos resultados para apostar, ¿o es al revés?: el análisis de la actuación de Argentina en la Copa del Mundo

Argentina, en el saludo final con el público que se acercó a alentarlas en Nueva Zelanda AFA

La Selección Argentina había trazado un aparente modesto objetivo antes de viajar a la Copa del Mundo y no pudo conseguirlo. Se propusieron ganar el primer partido de la historia mundialista celeste y blanca, pero los resultados no acompañaron. ¿Significa un fracaso? Para responder esta pregunta hay que aportar contexto y hacer un análisis más exhaustivo (y justo) de cuáles son las sensaciones que el equipo puede llevarse y cuáles son los aprendizajes que se recolectan de esta eliminación temprana.

Para comprender las ambiciones de las compatriotas de los campeones del mundo hay que saber desde dónde se partió y hacia dónde se busca ir. En Argentina el fútbol tiende al profesionalismo desde 2019 y, por ejemplo, en Suecia (su último rival) lo es desde 1988. Es extrema la comparación, pero por demás ilustrativa.

Las potencias europeas y Estados Unidos han aumentado considerablemente la brecha con los equipos sudamericanos, que se sustentan con el talento innato y hacen pie en las competencias internacionales por las aptitudes individuales. Para la Selección nacional no fue sencillo entrar a esta Copa del Mundo, quedó por detrás de Brasil (campeona del continente) y Colombia (las vecinas que de la mano de Linda Caicedo renovaron sus aspiraciones). Y así como en Francia 2019 lo hizo por un repechaje, en Australia Nueva Zelanda también se metió agónicamente, tras ganarle el tercer puesto a Paraguay en la Copa América.

De la mano de sus principales referentes, Argentina empujó para proponer una idea de juego más afín a las tradiciones de nuestras tierras y abandonar la postura excesivamente defensiva. Salir a "no perder" incomodaba a las jugadoras y decidieron asumir el riesgo de animarse a competir.

Las apuestas siempre son plausibles de llevar a resultados decepcionantes, porque si la recompensa fuera una certeza no tendría sentido la incomodidad. Germán Portanova llegó al equipo para tomar el mando y defender con uñas y dientes una bajada de línea. En cada conferencia de prensa y en cada entrenamiento, según cuentan las jugadoras, el DT se animó a proponer el sueño de construir una identidad. Y eso no fue gratis.

En el grupo G estaría Italia para el debut, un equipo con jerarquía y rodaje entre la elite. Contra las Azzurri, Argentina jugó un partido inteligente y de mucho sacrificio. Para quien no se levantó a las 3 de la mañana para ver los 90 minutos, posiblemente haya sido solo una derrota. Pero en el análisis global, la Selección tuvo pasajes de dominio y mostró autoridad casi desentendiéndose del temor al poderío europeo. Respetó al rival porque entendió que no podía sostener un partido de ida y vuelta, pero se apegó a la misión de la presión alta, la disciplina y la concentración.

Con los primeros tres puntos perdidos todo era cuesta arriba para la Selección, que en la jornada final jugaría con las número 3 del mundo. Además del desgaste físico enorme en el estreno, las tarjetas amarillas fueron un condicionante que forzó al técnico a ser cauteloso para planear el cierre de la fase.

Sudáfrica fue la segunda cita y el primer tiempo fue olvidable. Pero en la segunda etapa, la Albiceleste se plantó y rescató un 2-2, que después de estar 2-0 abajo reavivó las ilusiones. Mariana Larroquette lamentó esos dos puntos perdidos en retrospectiva, cuando después de hacerle frente a Suecia parecía una locura no haberle ganado a las sudafricanas.

"Con el amor propio y la garra ya no es suficiente, es hora de hacer el cambio", dijo Julieta Cruz después de la eliminación, porque entiende la importancia de marcar lo que está pasando en el país con el fútbol femenino. Las cosas avanzan, pero a un paso que no alcanza para competir de igual a igual en una Copa del Mundo.

Muchas jugadoras hablaron del orgullo por haberlo dejado todo y se describieron como "vacías" por la entrega. Y es fundamental resaltar que este equipo hizo su mejor esfuerzo por representar de la mejor manera los colores. Sin embargo, los micrófonos abiertos y las repercusiones ahora que la herida está abierta obligan a alzar la voz para pedir por las generaciones que vienen. Lo hizo Estefania Banini, que será una baja irremplazable para la Selección. Lo remarcaron Núñez, Rodríguez, Sachs, Benítez, Ippolito, entre otras.

El Mundial es una vidriera para el fútbol femenino y todas las nenas que serán el futuro de esta camiseta están involucradas. El momento de formarlas y prepararlas para luego exigirlas, es ahora. No se puede recriminar resultados a quienes no han recibido las herramientas para su desarrollo y cuanto más se demoren las acciones, menos posibilidades habrá de soñar con ser protagonistas de un Mundial algún día.

Demasiado lejos ha llegado esta camada de deportistas extraordinarias que no tuvieron divisiones inferiores, que tuvieron que jugar escondidas entre varones, que tuvieron que trabajar para llegar a fin de mes y que no tuvieron mujeres referentes a disposición en los medios de comunicación.

¿Este Mundial fue un fracaso para la Selección? Definitivamente, no. Estarán quienes no lo comprendan y renieguen por los malos resultados. Pero estarán quienes abran los ojos para entender que la apuesta que dejará los mejores frutos es a largo plazo y que para eso hay que trabajar, invertir y acompañar hoy, legitimando las luchas y respetando los procesos.