<
>

Cómo el sistema de entrenamiento del fútbol puede arruinar la carrera de un juvenil

Robbie Paratore, der., es un ejemplo de un jugador que quedó en una encrucijada con el sistema de compensación por entrenamientos. Victor Fraile/Getty Images

Robbie Paratore tenía 18 años y era capitán del equipo sub-18 del Leicester City cuando se dio cuenta de que se encontraba dentro de una verdadera encrucijada. Su contrato "scholar" (el pacto por dos años por el cual se rige la mayoría de los jugadores en Inglaterra entre las edades de 16 y 18 años) estaba llegando a su final. Y mientras que el club le ofrecía un pacto a nivel profesional por un año, Paratore no se encontraba convencido de que tuviera futuro dentro del club.

"Por eso, le pregunté a mi agente si podíamos utilizar esa oferta como una herramienta para negociar con otros clubes (ya que me convertiría en agente libre)", afirmó. "Él desestimo la idea de inmediato. 'Es imposible que te vayas', me dijo. ¿Por qué? 'Porque cualquier equipo que te contrate tendrá que pagar tus compensaciones por entrenamiento. Y nadie querrá asumirlo".

La compensación por entrenamiento es una cantidad de dinero que reciben los clubes por haber desarrollado a los jugadores a través de sus respectivas canteras. Se trata de un cálculo simple: multiplicas la cantidad de años dentro de un determinado club en el periodo etario entre 12 y 21 años (5, en el caso de Robbie) por una tarifa anual basada en el tamaño y categoría del club (el Leicester City se encuentra en la categoría más alta, por ende, esa tarifa representó aproximadamente €90,000 por año).

La cifra total que un club tendría que desembolsar si deseara contratar a Paratore: aproximadamente medio millón de dólares (€450,000 o cerca de 400,000 libras esterlinas). Quizás algún equipo hubiera pagado semejante cifra por su antiguo compañero de cuarto Jeffrey Schlupp, u otro ex compañero, Ben Chilwell. Pero, tal como él mismo lo confiesa: "Yo no era un Jeff Schlupp".

Todo lo que se necesitaba para que el Leicester ejerciera su derecho a esta compensación era que el club le ofreciera un contrato profesional en vez de dejarlo en libertad. Paratore recuerda que era un contrato por un año por menos de 500 libras esterlinas a la semana y, por ende, Paratore estaba atascado. Quería irse y jugar con otro equipo, desarrollarse, encontrar su nivel. Quizás sería varios peldaños por debajo del Leicester, pero eso estaba bien. Con la excepción de que ningún equipo a ese nivel podía darse el lujo de pagar semejante cifra por él.

Ahora, con 24 años, piensa bien en cómo pudo haber actuado de forma distinta.

Él pudo haber ido a un tribunal y pedir que su compensación por entrenamientos fuera reducida. "Aunque, siendo realistas, eso hubiera significado abandonar el fútbol por un año y jugar balompié en los parques, sin mencionar ganarme una reputación de problemático", afirma.

Paratore pudo haberse asegurado de una oferta con otro equipo e intentar que el Leicester rescindiera su contrato o redujera o restructurara su compensación para que se produjera en la forma de cláusulas agregadas si él llegaba a tener éxito. De hecho, él llegó a tener ofertas por parte de varios clubes, aunque todos sentían temor y no se sentían en condiciones de pactar con él. Eventualmente, las lesiones abruptamente marcaron el final de su carrera. Por eso, terminó asistiendo a la facultad de Derecho y ahora se encuentra a punto de convertirse en abogado totalmente calificado.

La historia de Paratore es una de muchas que sacan a relucir uno de los aspectos más disfuncionales del fútbol juvenil: la compensación por entrenamiento. Dicho principio se basa en el hecho de que los clubes invierten recursos en entrenar jugadores jóvenes y por ende, se merecen cierta clase de compensación si el futbolista cambia de club antes de cumplir 23 años o, frecuentemente, con menor edad, antes de que se pueda pagar una tarifa de transfer porque el jugador es demasiado joven para pactar a nivel profesional.

Aquí se produce un problema con dos aristas. Por un lado, tenemos casos como el de Paratore, en los cuales los futbolistas permanecen presos de su cláusula de compensación por entrenamiento. A menos que sus clubes decidan rescindirla o llegar a un pacto, se encuentran atados por las regulaciones, incapaces de jugar en cualquier otro lado excepto el futbol aficionado. Por el otro, se encuentra el hecho de que, frecuentemente, los clubes consiguen formas de evitar pagar dicha cláusula, bien sea amarrando al sistema con trámites burocráticos y legales, mediante el uso de recursos judiciales, tribunales y contrademandas, o aprovechando el hecho de que no existe un sistema efectivo para cobrar dichas cláusulas. Según el presidente de la FIFA Gianni Infantino, a pesar del hecho de que existía un total de aproximadamente $6.4 mil millones en total por transferencias internacionales en el año 2017, sólo $60 millones fueron producto de compensaciones por transferencia, lo cual implica que aún hay cientos de millones de dólares por cobrar.

La Comisión de Grupos de Interés de la FIFA revisa este tema, como parte de su plan para reformar el sistema de transferencias. Existen varias formulas que están siendo objeto de análisis, incluyendo un impuesto sobre las transferencias internacionales que sería cobrado por la FIFA para que esta última lo redistribuya; aunque existe una forma más simple y efectiva. Una que es tan simple y directa, que podría ser demasiado obvia.

En vez de imponer un impuesto a las transferencias dentro de la fórmula actual de compensación por entrenamiento, ¿por qué no simplemente imponer un impuesto en las ganancias que genere un futbolista durante el resto de su carrera?

Se puede debatir el monto, pero no sería más del 2% o 3% y esto recompensaría a aquellos clubes que invierten en jugadores que luego se hacen profesionales. Por ejemplo, si se es Neymar y ganas unos $65 millones al año, pagarías una cifra que oscilaría, aproximadamente, entre $1.3 y $2 millones por temporada al Santos, el club con el cual militaba entre los 12 años y los 17, cuando se hizo profesional. Pero en el caso de un jugador de la Segunda División portuguesa que ganaba $100,000 por campaña, la compensación sería entre $2,000 y $3,000 al año, para ser dividida entre los diversos clubes que lo desarrollaron en el fútbol menor.

La belleza de este sistema radica en que los clubes recibirían tarifas por compensación de entrenamiento basadas en el éxito alcanzado realmente por sus jugadores, en vez de un sistema único que hace que un Robbie Paratore sea equivalente a un Jadon Sancho. Se redactaría directamente en el contrato y cobrada por la FIFA, quien la distribuiría.

Podemos debatir cuál sería el porcentaje: el objetivo, obviamente, sería reunir lo suficiente para cubrir los gastos en los cuales incurrieron las academias juveniles. Y por supuesto, se podría establecer un sistema de niveles para que solo sea cobrable una vez que el jugador gane por encima de cierto monto, parecido a lo que se hace con algunos prestamos universitarios.

Un sistema como este habría permitido a Paratore y otros en una situación similar contar con la libertad de cambiar de equipo y hacer lo mejor para ellos y sus carreras, sin dejar a los clubes que invirtieron en ellos sin una compensación. No hay duda de que la Comisión de Grupos de Interés de la FIFA saldrá con un mecanismo más engorroso y complicado que este, aunque seguirá siendo mejor que el sistema actual que, para algunos, puede terminar siendo demoniaco.