Para su entrenador en Boca durante estos últimos años, Carlos Bianchi, Riquelme es "el mejor 10 del mundo, un futbolista muy cerebral, que dirige el juego y marca los tiempos del equipo, a diferencia de Aimar, que se apoya más en la velocidad".

"Romy" es un jugador que tiene una idea titular y dos suplentes sobre qué hacer con la pelota cuando está a punto de recibirlo, capacidad para defenderla, dominio para hacer con ella lo que se le ocurra y una creatividad inagotable.

Lo que se ha visto de él en el torneo argentino desde 1996 se proyectó al mundo en el partido por la Copa Intercontinental que Boca Juniors ganó el año pasado ante el Real Madrid en Tokio. Aquella vez expuso buena parte de su repertorio y desde entonces pocas dudas quedaron de que su destino estaba en España.

Riquelme es un muchacho de origen humilde, sencillo, callado, poco comunicativo, que protege su vida privada, al que únicamente le interesa el fútbol y mantener a su numerosa familia (esposa, hija, padres y diez hermanos) y que vive en el mismo barrio en el que nació hace 22 años.

Una vez, a propósito de un presunto interés del Real Madrid por ficharle, dijo que no le interesaba ir a jugar a Europa, que su felicidad sería vestir la camiseta del Boca toda la vida, pero cuando pidió que actualizaran su contrato poco tiempo después de haberlo firmado y los dirigentes se opusieron, cambió de idea.

Disgustado, se negó a jugar los partidos amistosos del Boca Juniors en la pretemporada de 2000 y por propia decisión e influencia del entrenador Carlos Bianchi reapareció en la tercera jornada del torneo Apertura, en el que logró su tercer título de campeón de Liga.

Desde entonces no ha mantenido un buen diálogo con el presidente del club, Mauricio Macri, lo que ha sido uno de los factores de su marcha.

Sin embargo, este no ha sido el motivo principal para cruzar el Atlántico. El reto de triunfar en Europa y la generosa oferta del Barcelona se han unido a otro argumento no menos importante: la búsqueda de seguridad para él y para su familia.

El secuestro de su hermano Cristian el pasado mes de abril ha supuesto un detonante para su decisión de salir de Argentina.

Cristian Riquelme, de 16 años y jugador de las divisiones juveniles del segunda división Platense, estuvo 30 horas en poder de sus captores hasta que su hermano mayor pagó por su liberación alrededor de 150.000 dólares.

Riquelme sopesó todos los pros y los contras y decidió que su futuro estaba en Europa, donde espera exportar al Camp Nou de Barcelona las proezas que ha regalado a los espectadores argentinos.

Destacó en las selecciones juveniles, con las que fue campeón sudamericano sub 20 en Chile 97 y campeón mundial en Malasia 97, pero el fracaso del equipo que en enero de 2000 no logró clasificarse para los Juegos Olímpicos de Sydney lo marcó.

Llegó a jugar seis partidos en la selección absoluta que dirigió Daniel Passarella hasta 1998, pero Marcelo Bielsa, el actual entrenador del equipo nacional, no lo tuvo en cuenta para jugar el Mundial de Corea-Japón.

De este modo, Riquelme se convirtió -curiosamente como su compatrita y nuevo compañero Javier Saviola- en la gran ausencia de la albiceleste que disputó la Copa del Mundo.

Desde que Diego Maradona apareció y dejó su marca inalterable en el fútbol argentino, cada vez que surgió un jugador talentoso se lo ha señalado como el "nuevo Maradona", pero las características físicas y personales de Riquelme neutralizaron ese tópico.

Su andar, su porte, sus gestos, su cara de "poker" en cualquier circunstancia lo diferencian de "Pelusa", aunque muchos tengan la tentación de interpretar su calidad técnica como parecida al del mejor jugador de la historia del fútbol argentino.

Riquelme sólo comparte con Maradona su amor por el balón y el haberse formado en la cantera del Argentinos Juniors.