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Raúl Lozano y una vida de locos: la amistad con Velasco y las contrataciones de Berlusconi y los Benetton en la NBA del vóleibol

Raúl Lozano dirigió equipos soñados en Italia: ganó el Scudetto con Sisley Treviso y el Mundial de Clubes con el Milán. Volleyball World

Venía de ganar todo con Ferro, pero no le renovaron el contrato. Vendió todos los aparatos “tecnológicos” que tenía en aquella época y sacó un pasaje a Italia a través de la empresa soviética Aeroflot: escalas interminables, pero a un bajísimo costo. Incentivado por su amigo Julio Velasco, fue a buscarse la vida. Arrancó haciendo traducciones hasta que apareció la chance inicial: un equipo de Segunda División.

Zafó del descenso en su primera experiencia, en la que no cobró el sueldo durante 10 meses. Después condujo al equipo revelación y quedó bajo el radar del Milán: Silvio Berlusconi pidió que lo contrataran. Ganó copas europeas, pero el “rossonero” implosionó y él se fue a dirigir la selección de España. Volvió a la NBA del vóley unas cuantas veces: en una de ellas, para ganar el Scudetto con el Treviso de la familia Benetton, conduciendo lo que la prensa del momento decía que era el plantel más talentoso jamás reunido.

Raúl Lozano, nacido en La Plata hace 67 años, tiene una historia de película. Una historia que recorrió en detalle en diálogo con ESPN.

–Es imposible observar su carrera sin pensar en Julio Velasco. Empezaron juntos el curso de entrenadores, son muy amigos y dirigieron cinco selecciones nacionales cada uno.

–Me acuerdo cuando fui a la casa de Julio por primera vez: yo era muy amigo de Luis, su hermano menor, con quien hicimos la primaria y la secundaria juntos. Cuando mi mamá me pasó a buscar, se saludó muy amistosamente con la mamá de Julio. ¡Habían sido compañeras de colegio! Después, la mamá de Julio fue mi profesora de Inglés. Tenemos muchas cosas en común: además del vóley, y aunque él es unos años más grande, fuimos a la misma escuela primaria, a la misma en la secundaria y los dos estudiamos en la Universidad Nacional de La Plata, aunque fuesen carreras distintas. Hablamos bastante sobre todas esas coincidencias.

–Jorge Taboada, quien fue técnico y formador de ambos, me dijo que su apodo es “Chichi” y no “Chiche”, como se lo suele nombrar. ¿Todo el mundo estuvo equivocado?

–Sí, originalmente es “Chichi”. Nació en la época del equipo de vóley de Estudiantes de La Plata. Me empezaron a decir “chichón” (“chichón del suelo”, muy común para las personas bajas) y quedó “Chichi”. Pero era un apodo muy del ambiente de vóley y de La Plata. Cuando fui a Buenos Aires me lo cambiaron por “Chiche”.

–¿Qué recuerdos tiene de esos comienzos en el vóley con Julio?

–Jugábamos juntos en Estudiantes y un dirigente nos propuso que creáramos la escuela de vóley femenino. Fue en 1974. En esa época se daban clases lo sábados a la mañana. Yo estaba en quinto año del Colegio Nacional de La Plata y Julio era preceptor. Así que salíamos los sábados desde el Colegio Nacional y nos íbamos caminando a Estudiantes mientras comíamos un sándwich. En la escuela femenina había nenas de 13, 14 o 15 años. Julio tomaba un grupo, yo otro y el tercer entrenador, José Luis Blanco, el otro. Hacíamos ejercicios de técnica, sobre todo.

–¿Cuánto duró aquello?

–Empezó en 1974, con el año iniciado, y seguimos hasta octubre o noviembre. Lo recuerdo porque en octubre de 1974 se cerró la Universidad Nacional de La Plata por una serie de atentados. Ya en 1975 Julio empezó a entrenar con los varones y yo seguí con las chicas. Julio, que tenía una función importante en la Federación Universitaria, se fue de La Plata a Buenos Aires por seguridad. Pero siguió yendo a entrenar su equipo un tiempo más. La cuestión es que, más allá de todo eso, empezamos a entrenar juntos el mismo día, a la misma hora, la misma categoría.

–Y Julio fue clave para que usted pudiera desembarcar en el vóleibol europeo, especialmente en Italia.

–Estuve cuatro años en Ferro y habíamos ganado todo, inclusive el primer Sudamericano de Clubes que ganó un equipo argentino, en 1987. Además, fuimos campeones de Liga Nacional y del Torneo Metropolitano y la Copa Morgan. Pero perdimos la final de un Sudamericano contra Banespa, un equipazo brasileño del cual muchos jugadores irían a los Juegos de Seúl 1988. Fuimos segundos en ese torneo y en la Liga Nacional, y Ferro no me renovó el contrato después de ganar 14 torneos en cuatro años. Yo estaba muy desilusionado. Y Julio me dijo: “Venite a Italia; algo va a salir”.

–Y se fue: según las crónicas, con un pasaje en una aerolínea soviética, porque era más barato y la plata no alcanzaba.

–¿Cómo sabías eso? Ja. Vendí todo lo que podía vender en aquellos años: el televisor, la videocasetera, el contestador automático. En todas las compañías había que sacar pasaje de ida y vuelta. Aeroflot tenía pasajes abiertos por un año. Hacía ocho escalas hasta llegar a Moscú. El avión era incomodísimo. Y tenías que quedarte cuatro días en la capital de la URSS, con hotel pago por Aeroflot, para luego irte a Italia. Llegué a Malpensa, en Milán. Me quedé en la casa de Julio y a los veinte días comencé a ayudarle a su esposa con un trabajo de traducciones.

–Según averigüé, “Buby” Wagenpfeil, exjugador de Selección Argentina, fue la clave para su primer trabajo en un club italiano.

–Sí. Él estaba en Rex Pordenone, un equipo de A2, la Segunda División, y me dijo que seguramente iban a necesitar un entrenador, porque tenían un jugador-entrenador a cargo del plantel. Buby se lo propuso y le dijo que sí, porque no podía solo. Era todo muy precario: faltaban pelotas, no teníamos médico, entrenábamos en escuelas. Había que zafar del descenso y zafamos. Fue una epopeya. Pero estuvimos 10 meses sin cobrar…

–¿Y entonces?

–El presidente del club era un diputado del partido socialista. “Lozano: dígame su cuenta bancaria y en 20 días le giro los fondos”. Lo miré con cara de pocos amigos y le dije que el lunes siguiente iba a poner una carpa, con un cartel de que no me habían pagado todo el año, en la vereda del estudio donde trabajaba. “No me voy a mover hasta que no me den la plata”. Estaba verde de bronca. Se sacó los anteojos, me miró a la cara y me dijo: “Entendí perfectamente”. ¡Eran 10 mil dólares, mil por mes de contrato! El martes me pagó: se ve que juntaron por donde hubiera, porque me dieron bolsas enormes con monedas de liras. De esa época me quedo también con la gran amistad que hicimos con Buby.

La llamada de Berlusconi

–¿Llegó a dirigir a Milán por ganarle precisamente a ese equipo con el modesto Spoleto que venció a casi todos los grandes?

–Spoleto fue la revelación de la Liga de Italia 1991/92, con un equipo que no tenía ningún jugador del seleccionado italiano. Teníamos dos extranjeros muy buenos: el búlgaro Ljubomir Ganev, que hoy es presidente de la federación de su país, y el yugoslavo Zarko Petrovic. También estaban los argentinos Alcides Cuminetti y Horacio del Federico. Les ganamos a casi todos los grandes: Parma, Módena y Milán, y perdimos 2-3 con Ravenna. Era un plantel de 12 jugadores muy parejos e hicimos una gran campaña.

–¿Y cómo se dio la llamada de Berlusconi?

–En Milán venían de los éxitos futbolísticos de Arrigo Sacchi, que nunca había dirigido un equipo grande antes del Milán. Entonces ellos tenían la idea de que había que buscar técnicos diferentes, sin tanto renombre. Querían buscar “el Sacchi del vóley”. Yo caía en ese molde. Fue en 1992. Me invitaron a una charla en Milán, en la que no estaba Berlusconi, sino su cuñado, Foscale, un abogado, otro dirigente de vóley y el psicólogo del equipo de fútbol. Habían hecho una sociedad polideportiva, con rugby, vóley y hasta hockey sobre hielo. De vóley no tenían idea. Había que organizar todo: hasta alquilar un gimnasio, porque no tenían uno propio. Venían de dos temporadas en las que no habían podido llegar a la final. Ahí firmé mi primer buen contrato.

–¿Cuándo conoció a Berlusconi?

–Después de firmar me dijeron que Berlusconi me quería conocer. En ese momento me resultó muy simpático, muy agradable. Fue previo a su desembarco total en la política. Tuve varias reuniones con él, inclusive en la mansión de la Villa de Árcore. Se hizo conocido por el fútbol del Milán, pero también por su sociedad polideportiva: nosotros ganamos el Mundial de Clubes y la Recopa de Europa, aunque nos faltó el Scudetto. Berlusconi tenía la imagen de un triunfador deportivo. A grandes rasgos, fue algo similar a lo que hizo (Mauricio) Macri en Boca.

–En Milán dirigió a figuras increíbles, como los italianos Lucchetta y Zorzi, el brasileño Tande y el estadounidense Stork. Sin embargo, fallaron las dos finales por el Scudetto.

–Sí, es cierto. Pero estábamos un poquito por detrás de Sisley y Parma, que tenían más poderío en ese momento. Dirigí a Lucchetta y Zorzi, también a Galli, Marguti, Vergnaghi, un muy joven Zlatanov. También a Stork, un extraordinario armador, y Tande, que en ese momento era el mejor del mundo. En una de las finales, Stork tuvo una rotura fibrilar en un gemelo y tuvimos que jugar con su suplente. Otro de los titulares estaba con fiebre y jugó apenas un set. Fueron finales muy “remendadas”. Y dimos el máximo en esas condiciones. Dimos todo, y en ese sentido nos fuimos tranquilos.

–¿Cómo se terminó la relación con el Milán?

–Jugamos dos finales seguidas y las perdimos: una contra Parma (1992/93) y otra con Treviso (1993/94). Tenía contrato por otras dos temporadas. Berlusconi fue al vestuario y me dijo que teníamos que hablar. Que en la semana me llamaba por teléfono para juntarnos a almorzar y evaluar cómo reforzar el equipo. Pocos días después puso a un interventor en la sociedad polideportiva. ¡Y boom! Se fue todo al corno. Querían demostrar que eran buenos administradores, y recortaron gastos por todos lados, porque él se iba a dedicar enteramente a la política. Fue la última charla con Berlusconi.

–¿Qué fue lo más alocado que vivió con Berlusconi?

–Uno de los choferes de Foscale me pasó a buscar para ir a la casa de Berlusconi. Fue un domingo y estaban su mujer de aquel momento y sus hijos. Nos sentamos en una biblioteca enorme y le planteé que quería sumar a un armador italiano joven, Marco Meoni, luego un grandísimo jugador, porque en ese momento se jugaba con solo dos extranjeros, y yo quería que los extranjeros fueran atacantes. “¿Cuánto vale?”, preguntó. Le explicamos que nos pedían mucho. Foscale lo “adornaba” diciendo que podíamos hacerle un contrato a cinco años y eso fraccionaba el costo. No quería decirle que el Pádova pedía 2,5 millones de euros. Una locura.

–¿Y se lo dijo?

–“¿Cuánto sale, neto?”, insistió Berlusconi. Y le dije: 2,5 millones. Lo miró a Foscale y le dijo: “¿Cuánto gana el mejor jugador del equipo?”. El cuñado se atragantó de nuevo: “Lucchetta y Galli están ganando 550 mil, pero lo que pasa es que por imagen les sacamos el cincuenta por ciento…”. Berlusconi se paró, lo volvió a mirar, cara a cara. “¡¿Le estamos pagando a un jugador de vóley como a Paolo Maldini?! Vamos a tener que hablar de esto”. Fue el momento en que había “explotado” la Liga de Italia, porque la selección de Julio Velasco ganó el Europeo 1989, el Mundial 1990 y la Liga Mundial 1990 y 1991. Ingresaron tres o cuatro firmas muy “gruesas” y los contratos se dispararon.

Scudetto con el Treviso de los Benetton

–En algunas crónicas de la época se decía que el Treviso con el que usted ganó la Liga de Italia era el mejor equipo jamás reunido en cuanto al talento.

–Son opiniones que no se pueden contrastar. Era, por supuesto, un muy buen equipo. En Treviso tuvimos un plantel más largo que en el Milán. Pero también era un equipo con jugadores grandes, que tuvieron muchas lesiones. Y lesiones que se producían en los partidos. Creo que en Treviso no pudimos complementarnos de la mejor manera con el preparador físico. Y en playoffs “barrimos” todas las series: ganamos nueve partidos sobre nueve, algo que se dio pocas veces en la historia de la Liga de Italia. Tuvimos cuatro competencias y jugamos las cuatro finales. Ganamos el Scudetto y la Supercopa de Italia. En la Copa Italia teníamos lesionados a Bernardi, Fomin y Gravina.

–¿Había comparación entre los proyectos de Treviso y Milán?

–Benetton creó una sociedad polideportiva “real”. Hicieron un estadio para vóley y básquet. Y compraron “la Ghirada”, donde se entrenaba el equipo de rugby. Tenían equipos fuertes de básquet, rugby y vóley. También incluyeron las escuelas deportivas, con muchos chicos de la zona. Crearon un movimiento deportivo y después hicieron los equipos profesionales para ser los mejores de Italia. En cambio, en el Milán de Berlusconi, la sociedad deportiva era más “de utilería”.

–¿Conoció a la familia Benetton?

–Sí, claro. De hecho, la historia de la familia es la de cuatro hermanos que empezaron desde cero. Arrancaron vendiendo en ferias artesanales en los pueblos. Un día en cada pueblito. Era como una combi, en la que bajaban y armaban mesas con caballetes y vendían remeras, pulóveres, zapatos. Después abrieron un local. Y crecieron tantísimo hasta que la marca Benetton fue global.

–¿Vivió con ellos alguna situación deslumbrante?

–Pasé una Navidad en la casa de Luciano Benetton, en el centro de Treviso, en la parte histórica. Fuimos con mi mujer, Laura, y mi hijo, Matías. La casa era enorme, de tres pisos, con una terraza con lo que vendría a ser un quincho en Argentina. El living era unas cuatro veces más grande que un living convencional. Cuando íbamos a guardar nuestro auto en la cochera, ubicada en el sótano, vimos unas luces en el piso y un vidrio muy, muy grueso. Era como si fuese una cava. Nos asomamos con Laura y vimos unas ánforas romanas: unas antigüedades muy bien iluminadas. Nos quedamos extrañados.

–¿Qué era, finalmente?

–Al subir al tercer piso, apenas bajamos del ascensor le comenté a Luciano Benetton que habíamos visto ese vidrio, esas luces, esas ánforas. Y me respondió: “No lo comenten. Cuando estuvieron haciendo los cimientos, perforaron e hicieron las excavaciones. Y si declarábamos que habíamos encontrado eso, se paraba toda la construcción. Nos dijeron que le pusiéramos un vidrio y no se lo mostráramos a nadie”, me explicó.

–En la A1 de Italia también dirigió Macerata y Palermo. ¿En cuál de los dos tiene grandes recuerdos?

–Después del Milán dirigí la selección de España entre 1994 y 1997. Volví a Italia en Macerata. Y al año siguiente me fui a Palermo. En la primera temporada de Palermo nos fue bárbaro: fuimos campeones de la Copa CEV de Europa y llegamos a semifinales de la Liga y de la Copa Italia. Pero justo me llamaron de nuevo de España para tratar de clasificarnos a Sydney 2000. Fue la única vez que la selección española llegó a unos Juegos Olímpicos obteniendo la clasificación, porque en Barcelona 1992 jugaron por ser organizadores. Volví a Macerata tiempo después: me rescindieron el contrato estando primeros en la tabla de posiciones.

–Si tuviera que armar un “Dream Team” de jugadores que dirigió en equipos italianos, ¿cómo lo conformaría?

–Uy, ¡qué linda pregunta y qué difícil es la respuesta! Voy a armar un equipo de 12 jugadores. Como levantadores, Stork (EEUU) y Meoni (Italia). Como opuestos, Zorzi (Italia) y Fomin (Ucrania). De centrales, Van de Goor (Países Bajos), Galli y Lucchetta (ambos de Italia). Los receptores-punta: Tande, Nalbert (los dos de Brasil), Cisolla y Cantagalli (ambos de Italia). Como líbero, Corsano (Italia). Entiendo que este “Dream Team” es un juego, porque en la elección de Cantagalli y Cisolla influye el afecto: allí también podría haber elegido a Papi y Bernardi (dos más de Italia). Dirigí grandísimos jugadores.