Andre Agassi, de moderno a clásico

Pasando por alto a las nuevas generaciones que pretenden cuestionar la hegemonía de los clásicos, y 17 años después de su irreverente aparición en el circuito, el Kid de Las Vegas se mantiene en la cima

MELBOURNE -- El Abierto de Australia, el Grand Slam que más ha engrandecido la carrera de Andre Agassi, recuperó el aroma de los grandes momentos para el veterano tenista de Las Vegas, encumbrado por cuarta vez en las Antípodas y devuelto al papel estelar del escenario principal en el mundo de la raqueta.

El tenista estadounidense, que a los treinta y dos años ha sumado su octavo gran torneo justo cuando el Melbourne Park repartía los sentimientos entre el "Día de Australia" y la coronación de nuevo de su ídolo, debió pensar, copa en mano, que los tiempos no han cambiado tanto como se decía.

Agassi ha pasado por alto la incesante irrupción generacional que pretende cuestionar la hegemonía de los clásicos y diecisiete años después de su irreverente aparición en el circuito profesional está donde estuvo y donde ha estado.

Aposentado en la elite y auxiliado por la evidencia de los cincuenta y cinco títulos que contemplan su palmarés: ocho de ellos -cuatro en Australia, dos en Estados Unidos, uno en Roland Garros y otro en Wimbledon- del Grand Slam.

La imprudencia con la que el jugador estadounidense ha abierto el nuevo año alimentan de futuro el devenir del tenista, que ni siquiera cuestionó sus expectativas tras la derrota sufrida en el Abierto de Estados Unidos, cuando su amigo y rival Pete Sampras intentó debilitar las nuevas ambiciones del de Las Vegas, huérfano de triunfos de relumbrón en los grandes del pasado año.

Y es que Agassi se mantiene fiel a sus principios y a las directrices que sostienen su tenis. Un inigualable resto, una contundente pegada y una velocidad amparada en un innato talento dirigen sus movimientos sobre la pista al dictado de la inspiración.

Algo pareció cambiar hace mucho tiempo cuando un niño de cuatro años, el primero de cuatro hermanos e hijo de Elizabeth y un ex boxeador -Mike- que llegó a ser olímpico en 1952, decidió empuñar una raqueta mientras imaginaba respirar los éxitos de Bjorn Borg, de Ilie Nastase o de Harold Solomon y poco después irrumpía, tildado de niño prodigio, en el cerrado circuito profesional a la edad de dieciséis años.

La osadía con la que empezó a alimentar su leyenda no fue entendida en un mundo de privilegiados. Agassi terminó con los hermetismos de la raqueta y se plantó, rebelde, en las pistas de tenis para enfrentarse a los grandes mitos.

El lenguaje irreverente con el que trataba a sus rivales se estrelló de plano con los hábitos próximos a la raqueta. El joven de Las Vegas vestía pantalones vaqueros, hasta entonces al margen del deporte, y su peinado, largo y estirado hacia el cielo, alimentaba las estridencias de un joven que inexplicablemente rechazaba el lujo de los grandes hoteles y se refugiaba en las horas muertas frente al televisor con una hamburguesa en la mano.

Los formalismos se rompían también en la cancha, acompañado de un juego agresivo y veloz pleno de fantasía. Los cruces dialécticos como el que mantuvo con Jimmy Connors en 1988 poblaron más de una página de periódico.

Los tiempos cambiaron también para Agassi, asentado definitivamente desde su relación con la ex tenista alemana Steffi Graf y socialmente instalado. La madurez adulteró la frescura del comportamiento rebelde, adecentó la imagen aunque afortunadamente, no su juego. Y esa frescura le ha devuelto al cielo.

-EFE

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domingo, 26 de enero
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