LOS ÁNGELES -- A Luis Michel le acosa la adversidad. Lo azuza el infortunio. De ese que cotiza sólo entre el desastre y la calamidad.
José Luis Alvite lo describiría así: "Con la suerte que tengo, estoy seguro de que en el caso de existir la reencarnación, yo reencarnaría en un cadáver". Y en su oficio, con esa desventura, si el portero de Chivas reencarnara en portero, reencarnaría como el Capitán Garfio.
Y sin embargo, Michel vivió su épica el sábado pasado. Quemó todos sus gatos negros en una hoguera histórica y en un estadio histérico. Se engalanó de ídolo a los casi 36 años, tarde pues, como su misma titularidad: a los 28 años.
Después de 12 años de firmar con el primer equipo del Guadalajara, la tribuna, finalmente, vitoreó y proclamó su nombre. Pero, para colmo, infelizmente, con acento equivocado "Mí-chel, Mí-chel", en lugar de Michel, como corresponde a un hombre con rancia heráldica francesa, nacido en El Grullo, Jalisco, cuya población total es insuficiente para llenar la zona alta del Estadio Jalisco.
Mire Usted. Era el minuto 93. Desenlace de drama. Jugada de vida o muerte. De vida y muerte. En la agonía de un Clásico turbulento, fascinante, intenso, rabioso, con el Estadio Jalisco estremecido por microsismos de ansiedad y angustia. Penalti que el árbitro, timoratamente, con el 1-1 entre Atlas y Chivas, decidió ignorar, pero que su juez de línea, le espetó justiciero: "Hubo falta, es penal".
La pelota fue al manchón. Ponchito González sobó la tersura circunféricamente infinita del balón. Fernando Arce quería envenenar de nervios al juvenil del Atlas.
Y Ponchito no se conforma con la gloria de ser artífice de una victoria contra el históricamente acérrimo engendro rival. No quiere una ovación, no, Ponchito quiere un monumento, un parteaguas, una gala. En los entrenamientos ha hecho enojar a Federico Vilar con la sorna estética de cobrar al estilo Panenka. Y Vilar es más que Michel. Y Ponchito se obsesiona con la gira mundial de su gol a través de YouTube. Que en Praga sepan que en Reynosa y Guadalajara, hay Panenkas.
El amague del rojinegro es perfecto. Michel se despega de su línea antes de que Ponchito dispare la sentencia desde el machón. El arquero aterriza sabiendo que ha sido embaucado. Ponchito lanza el balón en esa parábola perezosa, mágica, hipnotizante, burlona. La pincelada es magistral... pero, unos milímetros fuera de la línea de flotación ideal. Y Michel está caído, pero no vencido. Ha masticado el engaño, pero no lo ha tragado.
Y mientras la historia de 90 minutos encuentra en segundos su epílogo, hay un vuelco grotesco, brutal, dramático en la tribuna del Estadio Jalisco. La afición del Atlas bufaba el gol sin haber gol, y la afición de Chivas callaba la sangre frustrada, sin recibir el gol. Y en esa milésima de segundo, en esa eternidad en la que se precipitan los milagros en el futbol, los gritos rojinegros de gol mueren en la afonía de la incredulidad, y el luto rojiblanco anticipado, hace erupción de alivio: el empate tiene el sabor de la victoria, como el condenado a muerte cuando el indulto divino revienta la cuerda.
Porque en ese brevísimo espacio, Michel recompone la figura y estira el brazo derecho, casi - sólo casi -- como la estampa preciosista de Adán hecho carne por Dios, de Miguel Ángel en La Creación de la Capilla Sixtina. Y detiene el balón. Y lo acurruca. Y el Panenka rojinegro queda como utilería anecdótica de entrenamiento. Y el calamitoso Michel monta la pira de leña verde para quemar a todas las brujas de sus desventuras. Casi 36 años soñando con esa ovación y ocho años en Chivas tratando de merecerla.
Y el Atlas empata a lo Atlas. No es culpa de Ponchito. Es el acta adoptiva del Atlas. El principio de lo inesperado: cuando todo marcha bien, algo debe arruinarlo.
Hablábamos de Michel, el aciago, el desafortunado, el paria. Porque llega a Chivas cuando la figura de Oswaldo Sánchez se agigantaba. Ya la banca, era un premio para él. Y en 2008, ante Atlante, en la SuperLiga, sufre fractura de cúbito y radio. Pierde la temporada, una oportunidad en la selección mexicana, y la creciente admiración en el Rebaño.
Después, en medio de la crisis del Guadalajara, para el club era necesario recrear y crucificar a sus propios Judas. Michel sería enviado al Saprissa de Costa Rica bajo cargos fuertes: problemas graves en el vestidor con el resto del grupo, que parecía cerrar filas contra él.
Pero, oh, adversidad, Saprissa no lo retiene. Regresa a Chivas, que a regañadientes lo conserva, para que sirva, estrictamente, como relevo, apoyo e incentivo de Toño Rodríguez.
Llega 'Chepo' de la Torre y en medio de controversias, de cuestionamientos generalizados, incluyendo este espacio, reinstala a Michel, que en los primeros juegos del Clausura 2015, perpetra algunos errores severos, dada su experiencia. La misma afición rojiblanca candidateaba a Rodríguez, y recriminaba la tozudez del 'Chepo'.
Pero el sábado, en el Clásico, en el minuto 93, con el 1-1 en el marcador, y con la relativa infalibilidad del penalti, el conjurado Michel trastocó todos los destinos, excepto, claro, el del Atlas, que sigue encontrando su fatalidad a lo Atlas. Sólo alguien mucho más desafortunado puede quitarle los maleficios a un desafortunado. Y Michel tuvo la fortuna de encontrar al suyo.
Desde 2007, esperando el clamor de su apellida en la tribuna. Ocurrió. En el alarido, lo pronunciaron mal, sonaba extraño: "Mí-chel, Mí-chel" y no Michel. ¿A quién le importa? Que sonara, por fin, era lo importante.