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¿Será? ¿De la raza de cobre en Las Vegas a la raza de bronce en Tokio?

LOS ÁNGELES -- La fatalidad para México siempre se colapsa a once pasos de la gloria. Este martes la historia confirma su reincidencia en las tandas de penaltis. Brasil 4-1, tras un estrujante, magnífico y casi doloroso trámite de casi 130 minutos. El 0-0 era un homenaje al Tri Olímpico y una jaqueca para los amazónicos.

Como ayer, como hoy, como siempre, México acudió a su cita en ese manchón blanco de todas, y de sus mayores y oscuras desgracias. Fallan El Mudo Aguirre y Johan Vásquez. Lo elimina Brasil con la perfección genética de golpear con potencia y erizándole la piel a los postes. El eterno Alves, Martinelli, Guimaraes y Reiner, superan por un centímetro los acertados lances de Guillermo Ochoa. Si no se hubiera cortado las uñas…

Bien lo describía Juan Carlos Osorio: “Los penaltis en los entrenamientos son un gesto técnico, pero, en los partidos, son un gesto espiritual”. Ahí, en el estadio de Kashima, el alma se escapó de Aguirre y de Vásquez.

La derrota rezuma --exuda--, a fracaso. Porque además, el fracaso no tiene matices ni consuelos. El fracaso entierra y destierra. Pero, hay quienes sobreviven. Afortunadamente lo hacen los valientes, y lamentablemente, también, los cínicos.

Dicho está que fracasar no convierte a nadie en fracasado, sino en aprendiz del fracaso, que es el tutor más eficiente y más despiadado. Las selecciones mexicanas, eruditas en el tema, reciben un nuevo aleccionamiento.

Cierto, Brasil fue mejor en un juego que se eternizaba en las piernas agobiadas de los jugadores mexicanos. Los músculos y los pulmones caducan siempre antes que el corazón. Guillermo Ochoa había sido la figura, mientras Luis Romo tenía esa estampa inconfundible de ser el mejor futbolista mexicano del momento.

¿Diego Lainez? Tanta pasión, entrega, rabia y futbol, en ese envase pequeñito, en ese cuerpo rebelde y menudito. Una hormiga que debe contemplar esa cigarra que huyó de Tokio para apoltronarse en el Getafe. Sí, J.J. Macías fracasó antes que todos.

Paciente, armonioso, atlético, denso, devoto, concentrado, Brasil lidió con las ansias de heroísmo de los mexicanos. Dani Alves traga pastillas de eternidad marca Chabelo, y termina la zacapela con la humanidad intacta. Es el Dorian Gray del futbol.

Insisto, el 0-0 que prevaleció, que sobrevivió con esa mueca de angustia a esos casi 130 minutos, enaltece más a Brasil que a México, porque la tozudez y la gallardía de los tricolores, lustra aún más el pase de los amazónicos a la Final de los Juegos Olímpicos.

Seguramente el pizarrón de las estrategias de este Tri Olímpico le pertenece a Gerardo Martino, pero para mantener viva la llama, el pundonor competitivo, cuando ya sólo quedan cenizas en la hoguera física y atlética de los jugadores, hay que sentir el fuego de raza, de sangre, del nativo, de eso se encargan Jaime Lozano y el mismo Ochoa. En retóricas “juangabrielescas”, a la selección de Copa Oro le faltó lo que la olímpica tiene de más. Gónadas, pues, en términos glandulares y anatómicos.

La desazón y el insomnio que le generó al Tata Martino, la excursión fallida en Copa Oro, los amaina, los suaviza, lo que ha observado en la olímpica. Su híbrido gozará de cabal salud para el Octagonal Final de la Concacaf. En la Copa Oro, la medalla fue de cobre, en Tokio, la esperanza es el bronce para esta raza de bronce, o La Raza Cósmica, la quinta raza, según José Vasconcelos.

Una historia conocida, pues: del 0-0 que enaltece, que engalana, hasta la fatalidad aciaga desde el manchón de todas las tragedias. En el futbol, cuando México garabatea cuentos de hadas, aparece la siniestra sinergia de todos los perversos hados de su pasado. Pero, nada es o nada debe ser para siempre…