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La travesía milagrosa de Francis Ngannou

El campeón más improbable de MMA sale a la defensa de su cinturón en UFC 270, el punto culminante de un viaje peligroso al Octágono que comenzó hace 30 años.

ESTRECHO DE GIBRALTAR. 26 AÑOS. 2013. Dejó sus mentiras flotando sobre el océano. Las luces del barco que se acercaba le indicaban que ya no tenía que fingir ser otra persona. Por eso, sacó el pasaporte falso de su bolsillo, lo lanzó desde la balsa inflable y lo vio desaparecer en la oscuridad infinita del mar. Las luces se acercaban, brillando sobre las ondas del océano, superando a las estrellas que palpitaban en el cielo. Esas luces eran una oración.

Era, nuevamente, Francis Ngannou, un aspirante a boxeador de 26 años oriundo de Camerún; Sambou Mfally, un hombre senegalés de 40 años que solo existía en un pasaporte vendido en el mercado negro por $30, flotaba hacia la distancia. Se rio y les dijo a sus ocho compañeros balseros: "Nunca me he sentido más orgulloso de ser camerunés". Provenían de Camerún, Mali y Costa de Marfil. El azar los juntó y ellos se reían con él. Este bote de la Cruz Roja, con sus luces penetrantes, significaba que llegarían a España provenientes de Marruecos. Siendo camerunés en España significaba que no sería deportado.

Ngannou era el capitán autodesignado de la balsa, un objeto frágil con capacidad para cuatro personas, quizás cinco; probablemente menos personas cuando el capitán es una columna dórica de 6 pies y 4 pulgadas (1.95m) y 240 libras (108,8 Kg). El hecho de no saber nadar no lo amilanaba. Ngannou fue la persona que diseñó el plan de partida desde Tánger, encontró el punto de lanzamiento en las costas del Estrecho de Gibraltar y los remó lo suficientemente lejos en el misterioso mar oscuro (el Atlántico al oeste, el Mediterráneo al este) hasta llegar a aguas internacionales, donde la llamada de rescate desde su teléfono móvil plegable fue respondida por la Cruz Roja española, en vez de la guardia costera marroquí.

La increíble travesía de Francis Ngannou hasta el campeonato de UFC

La historia de cómo Ngannou recorrió tres continentes en ocho años hasta llegar a la cima del peso completo de UFC. Producido por Danny Arruda; editado por Warren Wolcott.

Abordaron el bote de la Cruz Roja sintiéndose victoriosos. Estaban conscientes de las probabilidades. Sabían que innumerables cuerpos durante incontables décadas se habían perdido sobre los 1.200 pies de agua bajo ellos. Cada uno recorrió distancias extraordinarias (Ngannou cruzó más de 3.000 millas por el desierto del Sahara, por Nigeria, Níger y Argelia) esperando por este día. Memorizaron sus cubiertas (Mfally, obrero de la construcción, casado con tres hijos) con la idea de que algún día las olvidarían. Ngannou había sido sacado del agua seis veces previas, bajo distintas circunstancias, y bien lo habían dejado caer en medio del desierto marroquí o apresado temporalmente en una cárcel marroquí. Era un viaje de los comprometidos.

Al llegar a la costa española, su primera parada fue un centro de detención de inmigrantes (otra cárcel), pero eso no le importaba a Ngannou. El asilo estaba prácticamente garantizado para un hombre que recientemente declaró su orgullo por ser camerunés y la cárcel era un inconveniente temporal, mucho más atractivo que vivir con miedo en los bosques de Marruecos, fingiendo ser otra persona.

El sueño que era tan latente en él se hizo súbitamente factible al instante en que Ngannou puso pie sobre suelo europeo. Sabía bien cómo funcionaba el sistema; cumpliría sus dos meses de cárcel y sería liberado, quedando bajo custodia de una fundación que ayuda a los refugiados africanos. Desde allí, partiría aún más hacia el norte, quizás hasta Alemania, para encontrar un gimnasio donde emprender la empresa, por largo tiempo estancada, de convertirse en campeón mundial de boxeo en la categoría del peso pesado.

Había entre 15 y 20 personas juntas en una celda de gran tamaño. Algunos eran sus compañeros balseros, con literas alineadas en el perímetro. Desayuno, hora de la ducha, recreo, almuerzo, 30 minutos de televisión, cena, hora de dormir. Hizo tantas flexiones que ni se molestó en llevar la cuenta. Mantuvo discreción y pensaba en lo que le depararía el futuro.

Los guardias intentaron romper su compostura en busca de una confesión, una acusación, o que estuviera de acuerdo con una historia que acabaría con sus esperanzas de obtener asilo. Su labor era frustrarlo; sin embargo, había llegado demasiado lejos como para cometer semejante novatada. Había soportado cosas mucho peores. Durante su trayecto de 14 meses, cada vez que sentía dudas y pensaba en volver a su pueblo, repetía las palabras que le hacían seguir adelante.

"Nunca subestimes a alguien con esperanzas".


"Durante toda mi vida, mi padre fue mi ejemplo de lo que no se debe hacer", afirma Ngannou de su padre, quien murió en 2001. "Creo que eso fue lo mejor que jamás me ha ocurrido, porque si mi padre no fuera lo que fue, yo pude haber sido lo que él fue". Cortesía Francis Ngannou

BATIE, CAMERÚN. 6 AÑOS. 1992.

Los padres del niño se divorciaron cuando tenía 6 años, evento que considera como el final de su familia. Se mudó de casa en casa, de pueblo a ciudad, de familiar a familiar. En los años que siguieron aprendió mucho de su padre, un hombre llamado Emmanuel Fosso, conocido en el pueblo de Batie y más allá como un sujeto violento e implacable peleador callejero, alguien capaz de retar a cuatro o cinco pandilleros para azotarlos a todos. Cada vez que un extraño le preguntaba a Francis Ngannou su nombre, podía ver cómo el reconocimiento (oh, el hijo de Emmanuel) caía sobre sus rostros.

Eventualmente Francis, sus cuatro hermanos y su madre consiguieron algo similar a la estabilidad, gracias a su abuela. Ella vivía en la casa de ladrillos de una alcoba, con el suelo de tierra roja a pocos metros del ahumadero, un edificio separado que contenía la cocina. La ocupación de la casa variaba, dependiendo de cuales primos, tías o tíos necesitaban de un sitio para quedarse. Recuerda haber cohabitado con apenas seis y hasta 20, con la cantidad dependiendo de cuántos dormían adentro y cuántos afuera.

Cambiaba frecuentemente de escuela y siempre parecía tener que dejar una por otra tan pronto como hacía un nuevo amigo. La pobreza era una presencia física. Raras veces llevaba su almuerzo a la escuela. Cuando sus compañeros de clase se ofrecían a compartir con él, lo rechazaba porque sabía que en algún momento esperarían su reciprocidad. La maestra escribía una nota sobre la pizarra y él no podía copiarla, porque no podía costearse comprar papel o lápiz. La maestra se frustraba y le expulsaba del aula. Le intentaba explicar. "No tengo lápiz", le decía, aunque los docentes lo interpretaron como un acto de insolencia. La pobreza estaba presente por todas partes, pero ¿cómo podía este chico ser tan pobre que su familia no podía costearle papel y lápiz, el absoluto mínimo necesario para ser estudiante? Los 60 niños presentes en el aula se reían mientras caminaba por las filas para salir por la puerta; la vergüenza era abrumadora. En los días en los cuales no lo enviaban a casa, su hambre frecuentemente le hacía buscar alimentos antes de que terminara la clase.

El jovencito medía el tiempo en base a los años que pasaba vistiendo el mismo par de zapatos. Tuvo un periodo de dos años en el que usó aquellos calzados toscos, con las suelas de goma tan gruesas que dificultaban jugar al fútbol (el deporte preferido del pueblo). Si a esto le añadimos una capa de barro de la tierra roja, parecía que corría con unas pesas atadas a los tobillos. En la aldea, el balón de fútbol se fabricaba enrollando tiras de tela lo más apretadas posible, y las porterías se definían por piedras ubicadas sobre la tierra desnuda. No era un futbolista especialmente bueno (los zapatos se encargaban de ello) y muchas veces no era elegido para jugar, porque todos escogían a sus amigos. Él, de acuerdo con sus propias palabras, era "amigo de nadie".

Tenía 9 años y su hermano 11 cuando ambos comenzaron a trabajar en la mina de arena, por $1.90 diarios. El agua se desviaba de los arroyos para que bajara por las laderas de las montañas, y los hombres se montaban a horcajadas en las empinadas laderas con posturas similares a las de un surfista, y utilizaban barras de meta para picar la tierra y enviarla al valle de abajo. El agua se mezclaba con la tierra y arena y las arrastraba colina abajo, separándolas por el camino, y los dos niños apilaban la arena para que hombres mayores y más fuertes que ellos pudieran meterla en la parte trasera de los camiones de volteo.

Era un chico demasiado joven como para hacer trabajo de hombres; sin embargo, la monotonía permitía que su mente conjurara toda clase de escenarios fantásticos. Estados Unidos fue sede del Mundial de Fútbol de 1994 y eso provocó una obsesión con el país norteamericano. Se apodó a sí mismo American Boy, y se envolvía en ese sobrenombre como si fuera una manta. Al año siguiente, tuvo que practicar su firma para una tarea escolar. En poco tiempo, él y sus compañeros pasarían a una escuela de mayor nivel y requerirían de tarjetas de identidad estudiantiles. Dichas tarjetas requerirían de una firma. En toda la aldea, Ngannou era Francis y a veces lo llamaban Francisco. Comenzó a jugar con su firma hasta que decidió estampar su rúbrica como San Francisco Ngannou, práctica que mantiene hasta hoy. Sólo sabía una cosa sobre San Francisco: era una ciudad ubicada en Estados Unidos, y eso bastaba.

Su principal exposición a la cultura estadounidense ocurrió a través de las películas y el ocasional programa de televisión. La única vez que recuerda haber tenido un televisor ocurrió cuando su padre trajo un aparato a su casa para repararlo por encargo de otra persona. Sin embargo, a menudo lo enviaban a la tienda más cercana, caminando una distancia de 3 kilómetros, y el tendero tenía un televisor con videocasetera. Tenían gustos similares en cuanto al cine. Cuando veían una película en la tienda, Francis permanecía allí todo el tiempo que fuera posible, incluso cuando sabía que le esperaría una tunda a su regreso.

Había magia todos los sábados a las 4 p.m.: una televisora de Camerún emitía repeticiones de "El Auto Fantástico", con episodios traducidos al francés. La madre y abuela de Ngannou, conscientes de su afinidad por la serie, la utilizaban como si fuera una espada. "¿Te acuerdas del sábado?", era la pregunta/amenaza que hacían cada vez que él siquiera pensaba en cometer travesuras. Los chicos malos no podían visitar la casa del vecino para ver las hazañas de KITT, el Trans-Am más famoso y fuertemente modificado del mundo, luchando contra el crimen. Así que Francis siempre intentaba portarse bien.

Esa pantalla le dio al American Boy un vistazo a Estados Unidos. Ese era el lugar: la tierra de Hasselhoff, los autos deportivos y San Francisco, sea lo que fuere y donde sea que estuviere. Escuchaba cómo otras personas de su aldea soñaban con Francia, con su idioma familiar y próspera comunidad de inmigrantes. Cuando juntaba suficiente valor como para contarle a alguien sus sueños con Estados Unidos, siempre le decían lo mismo: "Sueñas en grande, hermano". Siempre podía sentir una pizca de burla en esas palabras, pero aprendió a ignorarla. Algún día, American Boy llegaría a Estados Unidos. Iría a ese país para perder su dolor.


Ngannou se apodó a sí mismo American Boy, por su percepción de los Estados Unidos filtrada a través de programas como "El Auto Fantástico", con episodios traducidos al francés. Peter Yang para ESPN

PARÍS, FRANCIA. 26 AÑOS. 2013.

Ngannou llegó sin anunciarse a un gimnasio de boxeo de París, 10 semanas después de abordar el bote de la Cruz Roja en el Estrecho de Gibraltar, y un día después de llegar a esta nueva ciudad. Esperó a que un entrenador a medio tiempo terminara una clase y le dijo: "No tengo dinero. Llegué ayer. Todo lo que quiero es un sitio donde entrenar porque quiero convertirme en campeón mundial". Didier Carmont vio al otro lado de la recepción y vio a un sujeto alto y regio, con músculos formados por 15 años cavando en la mina de arena. La estatura física de Ngannou era evidente, pero había algo en la forma en la que se presentó (digna, a pesar de las indignidades de su vida) que impedía que Carmont lo descartara a él y a su gran diseño.

Ngannou consideraba a París como una mera parada, el sitio hasta donde pudo llegar con los 50 euros que le dieron en una agencia española creada para ayudar a los migrantes del África subsahariana. París no tenía comunidad boxística, un camino viable para alcanzar la especie de fama que buscaba. Llegó allí luego de tomar un tren hasta Madrid y conseguir viajes en una red clandestina. Buscó un sitio donde vivir, encontró un estacionamiento cubierto y acampó en el hueco de una escalera. "El estacionamiento era muy bonito", afirma. "Ni siquiera me sentía como una persona sin hogar". Era el 9 de junio de 2013, y las zapatillas deportivas que vestía al ingresar al gimnasio eran las mismas que usó cuando dejó Camerún el 3 de abril de 2012, 14 meses antes.

“Cualquier lugar donde se ponga el sol es tu hogar en ese momento.”

- Francis Ngannou

Ngannou era discreto, tardaba en revelar los detalles de su historia personal y sentía miedo de permitir que alguien se le acercara demasiado. Sin embargo, la generosidad mostrada por Carmont ayudó a que Ngannou dejara de sentir tanta soledad, dándole una mirada a lo que podía ser su posible comunidad. Carmont le compró su primer teléfono inteligente y un nuevo par de zapatillas. Ngannou entrenó en el gimnasio y vivió en el estacionamiento por aproximadamente dos meses hasta que Carmont se encontró con él en una estación de Metro después de un entrenamiento, para llevarlo a un edificio cercano al Museo Picasso. Ingresaron a un apartamento de una alcoba y Carmont comenzó a mostrarle sus características. "¿Por qué me cuentas esto?", preguntó Ngannou, ansioso por volver a su zona de la ciudad, antes del cierre de las duchas públicas. Carmont terminó el tour dándole a Ngannou la llave del apartamento, diciéndole que podía quedarse allí por dos meses sin pagar arrendamiento.

Para Ngannou esta generosidad era algo fuera de lo común, tanto que una pregunta se quedó merodeando dentro de su cerebro mientras caminaba por el apartamento con llave en mano: "¿Por qué hace esto?" Con el tiempo el escepticismo se desvaneció. "Me vio como un hombre y no como un atleta", recordó Ngannou.

El boxeo era la salida perfecta. "No sólo podía demostrar que no era un inútil", dice, "sino que también podía salvar mi reputación y ganar dinero con ello. En vez de pelear gratis, lucharía por algo". Sin embargo, la realidad se atravesaba en su camino. Ngannou tenía 26 años, sin techo y sin dinero. El camino al boxeo profesional a su edad, en un país con pocas oportunidades, era difícil de imaginar. "Tienes que ganarte la vida", le dijo Carmont, "y no te ganarás la vida boxeando".

Carmont sugirió que practicara MMA. "¿Qué es MMA?", preguntó Ngannou. "Artes Marciales Mixtas". "Sí, genial... Artes Marciales Mixtas", dijo Ngannou. "Pero ¿qué es eso? Carmont le explicó de la forma más simple posible: "Lucha libre, agarre, golpes". Ngannou le hizo un gesto para que se fuera.

"Déjame en paz, hermano", le respondió Ngannou en son de broma. "Sólo quiero practicar boxeo, ¿sabes? Boxeo puro y duro. El arte noble, como Mike Tyson".

Las artes marciales mixtas nunca formaron parte del sueño, y la idea de convertirse en campeón mundial de un deporte que ni sabía que existía parecía radical hasta el extremo. Sin embargo, Carmont insistió, gentil pero persistentemente. "Siempre conseguía un momento para meter la idea de las artes marciales mixtas", recuerda Ngannou. Carmont le contó de un sitio llamado MMA Factory, que estaría encantado de recibirlo. "Sólo inténtalo".

Dos meses después, el gimnasio de boxeo cerró por todo el mes de agosto y Ngannou aceptó, solo con la finalidad de mantenerse en forma. Fue a la MMA Factory para presentarse al entrenador Fernand López. Lo recibió un empleado cuyos ojos engrandecían a medida que Ngannou se le acercaba.

"Oh, mi----", dijo. "Eres un grandísimo hijo de p---. Fernand se alegrará de verte".


Las visitas a su aldea como campeón alegran a Ngannou. "Ellos lo sentían, como si formaran parte de esto", expresó. "Decían, 'Oh, es posible, puedes triunfar'". Peter Yang para ESPN

DE CAMERÚN A MARRUECOS. 25 AÑOS. 2012.

Le hicieron sentir inútil tantas veces hasta el punto de crecer creyéndoselo. Sus estudios eran constantemente interrumpidos por sus carencias. Nunca había suficiente dinero para útiles escolares o las tarifas impuestas por el gobierno. Por eso, trabajar en la mina le permitía ganar dinero y evitar la vergüenza que le perseguía por toda la escuela.

Y cuando tenía 13 años, ya era capaz de hacer las labores de un hombre adulto. Recogía la arena de la tierra roja y la arrojaba sobre su cabeza hacia los camiones de volteo con un movimiento fluido, con el impulso y apalancado que le ayudaban a compensar su falta de estatura y fuerza. Su seguridad creció y tomó la decisión consciente de dejar de verse a sí mismo como víctima.

¿Qué he hecho de malo para merecer esto?, era una pregunta que se hacía reiteradamente. La respuesta, todo el tiempo, era "nada". Todo lo que tenía, entendió, se lo había ganado por sí mismo. Los zapatos que cubrían sus pies, la camisa, los pantalones. Se los había ganado. Una pala a la vez, $1.90 al día, día tras día. Conocía el valor del trabajo duro; no así la gente que lo despreciaba.

"Si mis zapatos tenían dos años, conozco el valor de esos zapatos", afirma. "Ya sea la camisa rota que visto, conozco su valor".

Dejó la escuela a los 17 años y comenzó a hacer planes para dejar la aldea. Su sueldo ascendió a $2.50 diarios y ahorró todo lo que pudo. Comenzó a practicar boxeo en un gimnasio de la localidad, donde el entrenamiento y el entorno eran rudimentarios. El trabajo en la mina parecía multiplicar sus músculos, y se estiró hasta alcanzar 1.95m de estatura. Sin embargo, cada vez que hablaba de su plan de dejar Camerún para ir a Estados Unidos y convertirse en campeón mundial del peso pesado, era objeto de la misma reacción que en años anteriores: Sueñas en grande, hermano.

Ngannou, con marca de 16-3, venció a Stipe Miocic el año pasado en UFC 260. El sábado enfrenta a Ciryl Gane en UFC 270. Jeff Bottari/Zuffa LLC/Getty Images

Los años pasaron y Ngannou seguía en la aldea. Cumplió 20 años, la misma edad en la que su héroe Mike Tyson se convirtió en campeón del peso pesado, y después llegó a los 22, la edad en la que Muhammad Ali alzó la corona. Finalmente, el 3 de abril de 2012 y con 25 años, Francis Ngannou dijo adiós a su familia y se lanzó en busca de una nueva vida.

El camino para los emigrantes africanos estaba impreso en la psique: primero Marruecos, luego el traicionero paso de 21 kilómetros a través de la masa de agua más estrecha que separa África de Europa. Ngannou tardó tres semanas en recorrer los 4,800 kilómetros hasta Marruecos. Había una red clandestina de personas que ayudaban a cambio de dinero, y él gastó sus escasos recursos en consecuencia. Pagó viajes en auto y caminó cientos de kilómetros. Era bienvenido en algunos países y en otros no. Desierto, bosque, montaña... la tierra se convirtió en un adversario a burlar y conquistar.

"Cualquier lugar donde se ponga el sol es tu hogar en ese momento", afirma.

En Marruecos, Ngannou hizo sus mejores esfuerzos por vivir en las sombras. Antes de entrar a una tienda, permanecía un rato afuera viendo todas las salidas disponibles, por si acaso. Aprendió a leer lenguaje corporal y vestimentas con la finalidad de identificar policías encubiertos, que siempre respondían al contacto visual con una mirada fría. Su primer intento de cruzar a España terminó cuando el capitán vio acercarse a un bote de la guardia costera marroquí, soltó los remos y se zambulló al agua. Nadó de un lado de la balsa al otro, esperando evitar ser detectado por suficiente tiempo para recuperar la balsa después de que Ngannou y cuatro otras personas fueron detenidas. Sin embargo, la llamada reportó que la balsa contaba con seis pasajeros. Por eso, los guardacostas lo esperaron hasta capturarlo.

Sus tres primeros intentos fracasaron. Cada uno terminó con la policía marroquí abandonándolo en el Sahara Occidental sin comida ni agua. Antes de volver a intentar, buscó un pasaporte en el mercado negro para convertirse en Samou Mfally, el obrero de la construcción de 40 años oriundo de Senegal. (Esto no era nada nuevo: se hizo pasar por ciudadano de Mali durante su travesía por Argelia). "Oh, era genial ser senegalés, hermano", afirma. "Yo era todo un senegalés".

Luego, el cuarto intento fracasó. Después el quinto y luego el sexto. Cada vez que una balsa se alejaba de la orilla, la adrenalina de las probabilidades se imponía sobre el temor al interminable mar negro. No podía sentir nada hasta ser capturado. Después, lo sintió todo: el estómago vacío, humedad, frio, la idea de volver a empezar. La esperanza, que fue tan poderosa hasta hace pocos minutos, abandonó su cuerpo como si fuera una fiebre que empezaba a ceder.

Todo ello bastaba para que un hombre, hasta uno tan testarudo como Ngannou, reconsiderara sus decisiones. Sin embargo, cada vez que pensaba en volver a la aldea de Batie, se daba cuenta de que allí solo le esperaba más dolor, más burlas. Te creías mejor que nosotros, y ahora mírate. Lo había dejado todo atrás, vendió todas sus posesiones (¡hasta su cama!) y su regreso sería una admisión de fracaso. Quizás tendría que pedir dinero a su hermano, rogar por un sitio donde dormir, escuchar a quienes se quedaron atrás, deleitándose mientras se burlaban de los soñadores que se creían mejor que el pueblo. Le dirían derrotista. Lo sabía porque había escuchado ese mismo término dirigido a otras personas muchas veces antes.

Sin embargo, en las noches frías y lluviosas del bosque (con el plástico más fino cubriéndolo, con troncos dispuestos sobre piedras como la única capa que le protegía de la tierra fangosa), la tentación de volver a su pueblo, a la familiaridad de su vida anterior, podía ser fuerte

"Pero eso significaba que te rendías", afirma Ngannou. "Eso significa que ya no tenías esperanzas".


Llámenlo "American Boy", San Francisco Ngannou o hasta el "hombre más rudo del planeta", pero jamás lo califiquen como derrotista. Peter Yang para ESPN

PARÍS, FRANCIA. 27 AÑOS. 2013.

Al inicio, evitaba las conversaciones en el gimnasio. Los combatientes que practicaban Artes Marciales Mixtas en la MMA Factory de París estaban inmersos en la cultura de su disciplina, aparentemente enterados de la existencia de cada uno de sus peleadores y de todos sus combates. Los nombres volaban frente a él. Caín Velásquez. Junior dos Santos. Conor McGregor. Sin saber nada de este nuevo mundo, Ngannou se alejó de las conversaciones, temiendo exponer su ignorancia. Luego, fue a casa e investigó a los peleadores para así tener algo para aportar la próxima vez que sus nombres salieran a relucir.

Y Ngannou tenía un secreto oscuro: no entendía las Artes Marciales Mixtas, pero le gustaba ese deporte. Era anárquico, un poco salvaje y realmente divertido. Los forcejeos y patadas le recordaban aquellas películas de acción que le permitían escapar durante su niñez. ¿Una patada giratoria hacia atrás? Apúntenlo. Lo veía como una diversión, nada más que un pasatiempo mientras el gimnasio de boxeo permanecía cerrado. Y entonces comenzó a mostrar un buen nivel.

Había practicado el deporte por menos de cuatro meses cuando López decidió que estaba listo para hacer su debut como profesional. El 30 de noviembre de 2013, Ngannou se enfrentó a Rachid Benzina (un hombre que disputaba su primer y último combate profesional) en un evento escenificado en París, denominado "100% Fight -- Contenders 20". Ngannou se sentía nervioso, emocionado y un poco más que confundido. Nunca tuvo intenciones de tomar este deporte en serio, y aquí estaba, practicándolo profesionalmente sin entenderlo por completo. Claro, era una locura, aunque también cómico. Dentro del vestuario, antes del combate, Ngannou intentaba recordar las reglas de su nueva disciplina deportiva. ¿Qué debería hacer? se preguntaba. ¿Qué no debo hacer? Decidió que no podía presentarse en la jaula con semejante indecisión, así que se encogió de hombros y dijo a sí mismo: "Es un combate entre dos personas. Puedes manejarlo".

Se llevó el triunfo en esa primera pelea por sumisión sobre Benzina, quien jamás volvió a pelear como profesional. Apenas dos semanas después, Ngannou disputó su segunda pelea (en "100% Fight - Contenders 21"), perdiendo por decisión unánime ante un sujeto llamado Zoumana Cisse. Simplemente, fue otro acto providencial que Ngannou decidió no cuestionar. De haber ganado, habría vuelto al gimnasio de boxeo con unos dólares más en el bolsillo y las artes marciales mixtas se habrían convertido en otro giro de trama en su notable existencia. Al contrario, la derrota (al igual que el resto de los fracasos de su vida) le halaba a un lado, al igual que la promesa de esa costa tan remota. No podía dejarlo sin terminar.


ESTRECHO DE GIBRALTAR. 26 AÑOS. 2013.

Comenzó a planificar su próxima travesía como si fuera una operación militar. Pasó tiempo en los cibercafés de Tánger, ingresando en las computadoras cada vez que alguien se iba antes de que expirase su tiempo de alquiler. Investigaba las mareas y el oleaje, la dirección del viento y fases lunares. Buscaba la noche perfecta: vientos del sur; oleaje bajo y corto; sin luna.

Él es el capitán, el encargado de decidir la fecha y hora de salida, quien remará más fuerte y con mayor decisión, la persona que (con algo de suerte) guiará la balsa lo suficientemente lejos en el Mediterráneo para hacer la llamada que pedirá a la Cruz Roja que los rescaten y lleven a España, donde podrán iniciar una nueva vida.

Ngannou eligió una noche de mediados de marzo. Vientos del sur, oleaje suave y escaso, luna nueva. Todos los miembros del grupo aportaron para completar los $50 necesarios para comprar la balsa en la que confiaron para mantenerse con vida. Cuando llegó la hora de salir, Ngannou evitó a un oficial de inmigración marroquí y llevó al grupo hasta una ensenada protegida. Consiguió un espacio entre rocas lo suficientemente ancho como para inflar y lanzar la balsa. Ocho personas subieron, muchas de ellas por primera vez, sus miedos al aire como un olor, cada uno operando con la esperanza de una vida mejor... y una fe ciega en su musculoso capitán.

Mientras sacaba la balsa, Ngannou veía a sus compañeros balseros e intentaba emanar tranquilidad. Tenían que verlo, primero y principal, como alguien con esperanzas.

Los condujo más allá de la ruptura y en silencio hacia la oscuridad. Por varios kilómetros a su alrededor y a 1,200 pies por debajo de ellos, no había nada más que agua. El mar permanecía tranquilo, los vientos seguían ligeros y se permitió pensar que quizás este sería el momento. Intentó no pensar en los siete trayectos fallidos, lo indigno de la captura, el regreso, el volver a empezar. Las luces de Tánger se hacían cada vez más distantes. Todos permanecían en silencio, siendo los únicos sonidos los del agua golpeando los lados de la balsa y los remos rompiendo la superficie del mar. Después de lo que pareció toda una eternidad, Ngannou dejó de remar y estimó la distancia que habían recorrido. Les dijo a sus compañeros balseros que había llegado la hora. Vio emoción y alivio por partes iguales en sus rostros. Empezó a marcar los números de su teléfono.


Ngannou volvió a Camerún en abril pasado, un mes después de noquear a Stipe Miocic. Caminó por las calles de Batie como héroe, o "un superhéroe", según afirma su amigo Carmont. Daniel Beloumou Olomo/AFP/Getty Images

LAS VEGAS, NEVADA. 35 AÑOS. 2022.

Ngannou vive en una casa de dos plantas, ubicada en el gran bosque de estuco de Las Vegas, entre cuadras y cuadras llenas de hogares idénticos. La piscina de atrás está vacía, a la espera de una nueva capa de pintura. Su superficie se asemeja a una condición de la piel. Hay una bicicleta estacionaria y una caminadora en el comedor, y un suministro interminable de botellas de agua marca UFC en un gabinete ubicado al lado del refrigerador. Fotografías enmarcadas de gran tamaño se apoyan de las paredes, todas ellas con un cinturón de campeonato y un campeón sonriente. De vez en cuando, se pone de pie y juega con un balón de fútbol nuevo (derecha, derecha, izquierda, derecha) vistiendo un nuevo par de tenis.

American Boy, en Estados Unidos.

Sólo una fotografía enmarcada cuelga en el salón: Francis, que probablemente tenía dos o tres años; junto a su padre, fallecido en 2001. Ambos sonríen. Francis viste pantalones cortos blancos y una camisa azul y dorada, su padre con pantalones largos y una camisa manga larga con franjas. Parecen estar en un sendero en el bosque, con la característica tierra roja de Camerún debajo de ellos. Su padre es alto y delgado, su rostro marcado por la misma geometría cuadrada que el de su hijo. El pie derecho de Emmanuel Fosso descansa sobre el tocón de un árbol. Francis está de pie sobre el muslo de su padre, con su pequeña mano derecha saludando a la persona que sostiene la cámara. La fotografía ha sido ampliada y un tinte amarillo se cuela desde los bordes, desvaneciéndose como un recuerdo.

"Durante toda mi vida, mi padre fue mi ejemplo de lo que no se debe hacer", afirma. "Creo que eso fue lo mejor que jamás me ha ocurrido, porque si mi padre no fuera lo que fue, yo pude haber sido lo que él fue. Sin embargo, lo sigo queriendo... mucho".

“No es el título de campeón de la UFC lo que hace a Francis Ngannou. Francis Ngannou hace al campeón de la UFC.”

- Francis Ngannou

Aquellos que lo conocen mejor afirman que Ngannou vive una vida de asceta: entrena, descansa, vuelve a entrenar. No tiene familiares en Estados Unidos: su madre fue objeto de dos negativas de visa cuando intentó visitar a su hijo y asistir a una pelea hace dos años. Ngannou afirma: "No me gusta la forma cómo sucedió. Te hacen una revisión de antecedentes, y cuando se enteran de que eres pobre, sabes que (vienes a Estados Unidos) para quedarte. Mi mamá no puede vivir aquí, ¿sabes? Sus amigos, sus hijos, sus nietos... toda su vida está en África". Hace dos años, uno de los hermanos menores de Ngannou fue admitido en la Universidad de Nevada Las Vegas (UNLV); sin embargo, la pandemia ha impedido su partida de Camerún para asistir a la casa de estudios.

Ngannou puede ubicarse sobre su tejado y ver las brillantes luces del Vegas Strip; no obstante, tienen poco atractivo para él. El niño de la aldea, el niño de la mina de arena y el joven de la balsa inflable son ahora el campeón mundial del peso pesado de la UFC. No le hace justicia a su historia si se dice que tomó el camino difícil. Luego de su travesía desde África, peleó en seis ocasiones en Europa antes de fichar con UFC, y a ese punto su talento se manifestó a tiempo para acelerar su éxito. Su primer pelea se realizó en UVC en Fox 17 en 2015, el primer evento de una cartelera que incluía los pesos pesados Alistair Overeem y Junior dos Santos, ante Luis Henrique ante una tribuna vacía en Orlando, y Ngannou triunfó. En el camino a su marca de 16-3, noqueó a dos hombres (Dos Santos y Caín Velásquez) cuyos nombres debió investigar luego de oír sus nombres en aquel gimnasio de París. Además dejó a Overeem inconsciente a finales de 2017.

Algo cambia en ese momento cuando el cerrojo de la jaula hace clic y solo quedan dos peleadores y un árbitro. Hablamos de algunos de los hombres más rudos de todo el deporte y la palabra miedo es la más sucia entre todas las obscenidades imaginables. No obstante, algo terriblemente cercano a ello cae sobre los rostros de los hombres que se topan mirando a Ngannou del otro lado del Octágono. No se trata tanto de su estatura, sino de la serenidad sin sonrisas ni expresiones que emite, como si la idea de patearles el trasero lo aburriese. Parece estar ligeramente por encima del sobrecargado mundo de la UFC, que a menudo se asemeja a un culto. Él es el más raro de los hombres: elegante, miembro de un deporte poco elegante.

Vamos al 9 de mayo de 2020. Jacksonville, Florida. UFC 249: Jairzinho Rozenstruik fue el decimoctavo de los 19 oponentes profesionales de Ngannou. Mientras Ngannou se dirigía desde el camerino hasta la jaula, su entrenador Eric Nicksick volvió para mirar el lugar y tener una idea del momento. Vio a Ngannou chasquear sus dedos ("como si fuera a pasear por el parque", indica Nicksick) y Rozenstruik mirando, contemplando la confianza y dándose cuenta de la enormidad que estaba a punto de enfrentar. "Podías ver el lenguaje corporal", dice Nicksick, "y cómo las cosas cambiaron muy rápidamente". Ngannou lo noqueó en 20 segundos.

Aborda su trabajo de forma casi clínica, recorriendo a sus oponentes y buscando el momento más devastador para soltar una diestra poseedora del récord del golpe más duro jamás propinado, equivalente a 93 caballos de fuerza. (En comparación, un auto inteligente corre a un máximo de 80). Entrena en Las Vegas en Xtreme Couture, gimnasio propiedad de la leyenda de la UFC Randy Couture. Es una salvaje colección de europeos orientales, con mandíbulas cuadradas, cejas gruesas y orejas destruidas; mujeres incansables de lenguas afiladas y tres corpulentos peleadores de los pesos pesados que tienen el honor de hacer sparring con Ngannou.

En un sábado sorprendentemente fresco de mediados de diciembre ("sábado enfermo", como lo apoda Nicksick), Ngannou entrena en el octágono principal del gimnasio, donde un cartel que dice "Recursos Humanos" cuelga sobre la puerta de la jaula. Ngannou, cuyo cuerpo parece haber adoptado un estado de flexión permanente, se dedica a su labor sin sonreír ni hacer expresiones. La trayectoria de sus golpes se extiende y retracta como la lengua de una serpiente, los músculos de sus piernas se distienden cuando se contraen alrededor de la espalda de un compañero de sparring, el sonido de sus pateadas golpea las almohadillas y resuenan por las paredes como disparos.

A la vuelta de la esquina, hay una pizarra con un mensaje escrito a mano: "Aunque la mayoría de las relaciones terminan en desolación, el templo de las gains (término de la jerga del fitness relativo a la ganancia de masa muscular) siempre estará allí". Esta pizca de inspiración nihilista se atribuye al conocido filósofo "Swolezekiel 3:5". Pragmático entre los fanáticos, Ngannou termina un agotador entrenamiento de una hora sin pausas e inmediatamente toma una cuerda, busca un espejo y salta por 45 minutos, también sin parar. Parece no obtener placer ni miseria de este proceso.

"Son prácticas duras y eso lo entiendo", afirma Eric Nicksick, entrenador de Ngannou. "Pero creo que es importante hacer esas comparaciones a veces y decir: 'Oye, has pasado por cosas mucho peores'. Él hace esa conexión de inmediato y lo ves levantarse de golpe. 'Tienes razón. No hay problema. Lo tengo'".

Ngannou recorrió por tres continentas bajo circunstancias peligrosas rumbo al camino de sus sueños. Peter Yang para ESPN

Ngannou mantiene una racha de cinco nocauts seguidos mientras entrena con miras al evento estelar del UFC 270 en el que se enfrentará a Gane, ex compañero de entrenamientos de París y entrenado por López, el mismo hombre que se mostró contento al ver "un grandísimo hijo de p---" en el gimnasio de París. López entrenó a Ngannou previo a sus primeros 14 combates en las Artes Marciales Mixtas, y su polémica y pública ruptura ha suscitado la clase de declaraciones que se escuchan en una mesa de comedor de secundaria. El drama comenzó cuando Ngannou ignoró a López y Gane cuando pasó a un lado de ellos en un pasillo del Madison Square Garden durante el UFC 268 de noviembre pasado. Desde entonces, López ha adoptado el papel de antagonista/promotor calificando a Ngannou de ingrato y tacaño, aparte de sugerir que su madre se enfadó cuando Ngannou no mencionó la influencia ejercida por su hijo durante una entrevista de televisión. Por su parte, Ngannou cree que la UFC lo presenta como villano para promover una historia de buenos contra malos.

Es fácil desestimar toda esta charla como el subproducto sin encanto de un combate emitido mediante el sistema de "pago por evento" (los eventos de la UFC se llaman "promociones" por una razón); sin embargo, también podría servir de indicio de un descontento más profundo dentro de Ngannou. El combate contra Gane será su vigésimo enfrentamiento de Artes Marciales Mixtas, y tentativamente podría ser su último. Al igual que prácticamente todos los combatientes de alto renombre, su relación con la UFC se ha tensado a medida que su perfil se ha elevado. El modelo de negocios, bajo el cual la UFC se queda con aproximadamente el 85 por ciento de todos los ingresos y los peleadores trabajan bajo la figura de contratistas independientes, ha molestado a sus peleadores desde el inicio. Cuando se le pide que describa su relación con Dana White y la UFC, Ngannou afirma: "No es buena, hermano. No es buena... porque no me gusta besar el anillo".

Ha aprendido el poder de su historia y su trayectoria le ha envalentonado. "Puede que ellos crean que no tengo opciones, pero soy un hombre libre", afirma. "Puedo ser campeón de la UFC, pero no tengo problemas en volver a África y hacer lo mío. Esto no me define. No es el título de campeón de la UFC lo que hace a Francis Ngannou. Francis Ngannou hace al campeón de la UFC. Sé que todo lo que hice, lo hice bajo mis condiciones".

"Aún me queda mucho en cuanto a retos, pero en algún momento las cosas se ponen feas y todo deja de ser divertido. No quería ser peleador de la UFC, pero fue divertido practicar Artes Marciales Mixtas. Eso fue lo que me trajo aquí: la diversión. La UFC no era mi sueño. No buscaba [formar parte de] la UFC. Lo que hago es divertirme; así que, cuando me quiten la diversión ya no será igual. Disfruto entrenar y estoy contento cuando pienso en las peleas; pero cuando pienso en todo el panorama, en todo el negocio, es agotador".

Hace una pausa momentánea hasta que vuelve a jugar con el balón de fútbol. Los toques resuenan en el techo alto mientras recuerda los momentos vividos en el camerino en mayo pasado, antes de noquear a Miocic para convertirse en campeón. Su mente se desvió para volver a Batie. Pensó en su madre frente al televisor, con sus niveles de estrés en aumento. Pensó en sus primos y tíos que compartieron con él en aquella casa con pisos de tierra roja y se mostraron incrédulos ante el soñador y su alocado sueño. ¿Qué pensarán ahora? También pensó en aquellos que no conoce, aquellos que podrían sentir envidia de su situación, pero que temen imitar su trayecto. Ya no sólo se trata de mí, pensó. Esto es algo más grande.

Todos ellos recuerdan el sueño original: campeón mundial de boxeo del peso pesado. Le fastidia, al igual que aquella derrota en su segunda pelea, una cosa más que falta por corregir. Tiene 35 años, mayor para algunas cosas, menor para otras. ¿Acaso los sueños (grandes sueños, hermano) mueren alguna vez? Nunca subestimes a alguien con esperanza, diría Ngannou; sin embargo, de muchas formas, ha vuelto al sitio donde se encontraba hace 10 años, con el tiempo que se le escapa y algunos sueños aplazados.

Ngannou volvió a Camerún en abril pasado, un mes después de noquear a Stipe Miocic. Caminó por las calles de Batie como héroe, o "un superhéroe", según afirma su amigo Carmont. El campeón reconoció casi a todos: los chicos que se burlaron de sus sueños, los escépticos compañeros de clase y maestros poco comprensivos. Volvió a la mina, se ubicó en la pradera con una palanca y cavó grandes trozos de tierra para que chocaran con el valle; no porque tenía que hacerlo, sino porque quería hacerlo. Se ubicó en la parte trasera de un camión con su familia y sostuvo el cinturón en alto mientras los habitantes de la aldea bailaban y aplaudían.

"Ellos lo sentían, como si formaran parte de esto", expresó. "Decían, 'Oh, es posible, puedes triunfar'".

Desde ese punto de vista, Ngannou miró directamente a un pasado del que buscaba escapar, y se sorprendió al ver que le devolvía la mirada, alzándolo sobre sus hombros. Y ese día, sintió algo que pocas veces sintió en aquella aldea: una alegría desbordante. Por una vez en su vida, después de todo lo que había vivido, finalmente sintió que todo era suficiente.

Tim KeownKeown es escritor senior para ESPN.

Estilo por Olori Swank; Peinado por Hee Soo Kwon/The Rex Agency; Producción por Suzette Kealan y Marco Mavridis/Crawford & Co.; traje color dorado por Dolce & Gabbana; reloj por Jacob & Co; traje estampado por Dolce & Gabbana; camisa por Braydon Alexander; insignia por Gucci, Chanel; gorro, collar y anillos: Francis' Own