Juan Díaz dejó atrás sus demonios y evitó que el boxeo se olvidara de él.

Antes de la pelea del sábado contra Paul Malignaggi, aún recordaba la paliza que Juan Manuel Márquez le dio el 28 de febrero de este año. Se le notaba en el rostro durante la presentación de Michael Buffer, pero al sonar la campana también dejó atrás su traspié con el púgil mexicano. Enfrente tenía a un diabólico payaso quien lo arengaba con su lengua de fuera y sus rastas.

Si perdía, el Torito saldría de los primeros planos del pugilismo. Lo sabía.

Malignaggi percibió los temores del texano y desde el primer asalto se arrojó sobre éste.

Sin embargo, duele más la bofetada de una mujer. El nativo de Brooklyn tiene cinco KO en 26 victorias.

Díaz se sacudió el miedo y boxeó con cautela. No fue el mismo salvaje de siempre y a pesar de sufrir un corte en la ceja izquierda desde el segundo episodio, mostró valentía cuando las circunstancias lo ameritaban. Sí, como todo un macho, más no como una bestia.

El Baby Bull golpeó con efectividad y contuvo su tradicional bombardeo de puños, un sistema que, ante la falta de un puñetazo noqueador, destruye el cuerpo de sus oponentes.

A pesar de que Malignaggi lo eludió, lo provocó, lo golpeó con el codo en el quinto rollo y lo fastidió con el clinch, Díaz lo trabajó con inteligencia para imponerse por decisión unánime. Los rounds en los cuales se impuso, los ganó con un límite estrecho. Diferencia mínima, pero diferencia al fin.

El Torito revive y quiere la revancha contra el Dinamita Márquez. La pide con un interés genuino. Y también con el impulso animal que le caracteriza, aunque... vaya si guardó las apariencias.