LOS ÁNGELES -- Ambos podían cambiar cada historia del futbol. Ambos podían retocar la historia de cada 90 minutos. Podían incluso escribir la historia misma con su puño y letra. Vamos, la historia era suya, la tenían secuestrada bajo la generosidad de sus propios caprichos y veleidades.
Y el universo se regocijaba de que así fuera. La humanidad se apoltronaba a consumir la consumación de sus hazañas. De ambos, de Lionel Messi y de Cristiano Ronaldo.
Hoy, la historia del futbol los ha exiliado. Los arrojó al destierro. A ambos, a Cristiano Ronaldo y a Lionel Messi. La Champions, el escenario más majestuoso de futbol, a nivel de clubes, ha prescindido de ellos. Y lo hizo brutalmente. Como si fuera una represalia, una venganza macerada, destilada, añejada, impúdicamente.
Las edades, ambas, la cronológica y la futbolística, se cebaron, inevitablemente, sobre tipos que desafiaron los estándares humanos del jugador. La divinización del futbolista.
1.- A uno, Messi, la perfección lo arropaba, como si hubiera nacido en su propio Belén futbolístico, como un predestinado, como un elegido.
2.- El otro, Cristiano, a pura fe, egomanía, sacrificio y voluntad, construyó su propio Adonis, su propio Apolo futbolístico. Era su propio David de su propio Miguel Ángel, “sólo le falta hablar”.
Tras años estériles de compararlos, de medirlos, de confrontarlos, de estigmatizarlos, y de colocarlos un escalón detrás de los altares de Pelé y Maradona, resulta que sus números terminan rebasando el planeta del futbol.
Y, sin embargo, sus ceremonias de graduación absolutas nunca llegaron. Todos sus trofeos domésticos, individuales, continentales, los tsunamis de sus cifras estratosféricas, no abren las puertas de ese hemiciclo, de esa pinacoteca, donde retozan las epopeyas de Edson Arantes y Diego Armando.
1.- Para Ronaldo ha sido y será imposible levantar una Copa del Mundo. Es un Cristiano jugando con moros. Crueldad del juego mismo, habiendo sido clave en todas las etapas, la Final de la Eurocopa la ganó recluido en la banca por lesión.
2.- Messi está en condiciones similares. Aunque él es parte de la perturbación de Argentina. Vanagloriado con el Barcelona, con infinitos laureles, con la albiceleste perdió la Final ante Alemania en 2014, con un yerro monumental de Higuaín, pero el mismo Leo había errado, dentro del área y solo ante Manuel Neuer. Irónicamente, el único título, en Copa América, la escena más chusca le pertenece a él: al ’88 recibe de De Paul en el área chica, y ante Ederson, se le doblan las piernas y es despojado.
Sin embargo, hoy, Messi, rumbo a los 35 años, y Cristiano, cumplidos los 37, pueden contemplar la fastuosa hemeroteca de sus conquistas, y todavía con músculo, pulmones, neuronas y hormonas suficientes para atreverse a consumar hazañas, en el plano de la normalidad de los futbolistas.
Entiéndase que la cosecha de ambos fue tan generosa, tan espléndida porque pertenecieron a diferentes pléyades de compañeros y en los equipos más importantes del mundo. No habrían sido los históricos Atilas sin sus históricos hunos. Fueron los comandantes privilegiados de legiones de privilegiados.
El martes, Cristiano fue echado de la Champions por once rabiosos gladiadores, hechos de la misma sustancia que él, y dirigidos por un tipo capaz de convertir en águilas a los ruiseñores, como lo es El Cholo Simeone. Ronaldo no pudo contra 11 de su misma contextura anímica y hormonal, aunque inferiores en condiciones futbolísticas.
Apenas el sábado pasado, CR7 había liquidado al Tottenham con un implacable triplete, el hat-trick número 59 de su historia, pero la asiduidad de esas proezas no son garantía de que pueden consumarse en cada cita de 90 minutos.
Y antes, el Real Madrid había puesto a los millonarios en la indigencia. El Paris Saint-Germain con Messi, Kylian Mbappe y el eterno “ya merito” llamado Neymar, colapsó, naufragó, no sólo ante Karim Benzema, sino ante la historia y la histeria de la Casa Blanca y el orfeón del Santiago Bernabéu. Queda claro que hay partidos que se ganan también desde la tribuna. Hay goles que se siembran en el graderío y se cosechan en el marcador.
Entiéndase que Messi no fue el villano de ese partido. Él jugaba como en casa. ¡Cuántas fechorías no había perpetrado en el Bernabéu! Hizo lo suyo, hasta donde le alcanza hoy. Fue el motor de un carro que se desmanteló en la pista sin llegar a pits. Su rendimiento estuvo por encima del resto, pero para semejante proeza como desolar la Casa Blanca, ya no le ajusta, no, al menos, en solitario.
El universo del futbol va de la veneración a la antropofagia. Ayer los exaltaba, hoy los lapida. Messi salió a la cancha en la Liga de Francia. Él y el eterno irresponsable Neymar, fueron abucheados, antes, durante y después del partido. Era la forma del pueblo lacayo del PSG de cobrarle la herida a sus nobles.
Se exacerbaron en las redes sociales los fanatizados. Llamaron desgraciados y desagradecidos a los franceses por vituperar a Leo. ¿Qué le ha dado Messi al PSG? Sólo decepciones. No hay deuda alguna. Sí, sin duda, el Barcelona y sus aficionados pueden montar un hemiciclo glorioso agendando sus proezas para la eternidad. En Cataluña y sus aldeas regadas por el mundo, tendrán una deuda eterna. Pero, al final, como alguna vez lo sentenció el escritor colombiano Fernando Vallejo: “La gloria es una estatua en la que se cagan las palomas”.
Puede llamarse, eso sí, tontorrones a los seguidores del PSG por creer que compraban al Messi de hace un lustro o más, pero no desagradecidos. Estaban alucinando los parisinos, si esperaban ver una explosión fascinante, electrizante, por ejemplo, como aquella embestida de Leo sobre el Bilbao, en la Final de la Copa del Rey, una centella letal de 11 segundos, 13 toques, siete rivales vencidos y un gol. Eso, hoy, ya es imposible. Aquello es pieza de museo, pero no de presupuesto para el futuro.
Rebasado, relegado, desafiado, ninguneado, pero, finalmente, en feroz venganza, el futuro alcanzó y cazó a Cristiano Ronaldo y a Messi. Los riscos fascinantes del Everest de la Champions les han sido negados nuevamente. Terminaron en los balcones de los participantes, y no en los sitios de protagonismo.
Ley de vida. Durante años, ellos escribieron capítulos refulgentes de la historia del futbol. Hoy, la historia del futbol ha decidido escribir la suya, sin ellos. Serán apéndices de sus capítulos, pero no los héroes de los mismos. Ley de vida: de protagonistas poderosos a actores de reparto.
Ahora sólo resta que cumplan esa promesa hecha hace años a David Beckham para 2023: jugar junto en el Inter Miami CF, cierto, en una Acrópolis donde el futbol a veces se parece poco al futbol, como lo es la MLS.
Afortunadamente, para ellos, para todos, siempre quedan las memorias. Es tiempo más de resignarse a las efemérides de Messi y Cristiano, que desgastarse en utopías.
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