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Monzón. La biografia definitiva, capítulo 14 (por Carlos Irusta)

(El siguiente es uno de los capítulos de "Monzón. La biografía definitiva", libro de Carlos Irusta, especialista de boxeo de ESPN, recientemente publicado por Editorial Planeta como parte de la Colección Un Caño)

CAPÍTULO 14 – REY DE PARIS

“ES UN SUPER CAMPEÓN”, dijo Jean Claude Bouttier, después de la pelea, que se efectuó el 29 de septiembre en el estadio Roland Garros.

Mostrando las huellas del castigo recibido, Bouttier admitió una derrota más que clara: tres veces fue a la lona, pero por lo menos logró terminar de pie. Áspero, carismático y siempre decidido, Bouttier fue un boxeador de gran popularidad en Francia. Esa noche, el santafecino hizo una gran tarea de contragolpe, obligando a Jean Claude a hacer todo el gasto, recibiéndolo con sus derechas al cuerpo y a la cabeza con los que, justamente, lo tuvo por el suelo. De hecho, en el décimo asalto Harry Gibbs –árbitro inglés- le descontó un punto a Monzón por pegarle a su rival estando en el suelo.

Después de la pelea, Raúl Lastiri, presidente provisional de la Nación, lo felicitó desde Bariloche, donde estaba descansando. “Les digo a los argentinos que cuando Monzón sale del país, cumple con todos –fue la respuesta-. Quiero darle un saludo muy grande a los argentinos y a Lorenzo Miguel. Que se queden tranquilos que Monzón está muy bien. Hasta luego señor presidente, hasta siempre…”, fue la respuesta más larga de Monzón a Lastiri. El saludo a Lorenzo Miguel fue una de las pocas manifestaciones de sus preferencias políticas, que mantuvo fuera de la exposición.

“Vivía la vida riesgosamente –dijo un día Bouttier hablando de quien luego fue su gran amigo-. Cuando él manejaba, los demás autos se tenían que correr y darle paso, porque respetar las prioridades ajenas no estaba en sus códigos, como también hizo Tyson muchas veces. Era la clase de hombre al que uno no podía imaginárselos viviendo en pantuflas, o muriendo en una cama”.

Bouttier había tenido un largo paso por los Estados Unidos. Y esas dos derrotas sufridas ante Carlos Monzón sirvieron para aumentar su popularidad en Francia, porque más allá de las derrotas, fue todo lo que puso en el ring lo que valoró su público.

“Monzón era extraordinario –me dijo alguna vez, cuando nos encontramos en Tucumán, cuando ya era comentarista del Canal + de Francia-, porque no te noqueaba: te destruía, que es todavía peor. Donde pegaba, hacía doler. Un golpe en el brazo, dolor. Un golpe en el hombro, dolor. Al final, quebraba al rival. Yo sé que le hice pelea, sé que aguanté todo aunque en la primera me obligó a abandonar y en la segunda me pegó mucho, pero por todo eso, justamente, siento que de no haber estado frente a un gran boxeador como él, hubiera sido campeón mundial. ¿Qué se puede hacer? Tuve la mala suerte de que me tocó un Monzón, y al mismo tiempo, tuve la suerte de haberlo enfrentado, por momentos, de igual a igual”.

Al mismo tiempo, y merced a la gran popularidad de Bouttier y de lo emocionante de sus dos peleas, también comenzó a agigantarse la figura de Carlos Monzón entre el público francés.

Alain Delon fue uno de los principales interesados y no solamente organizó el combate con Bouttier en Roland Garros: como hombre del espectáculo, comprendió que Carlos estaba para enfrentar un desafío mayor, más comercial y más atractivo.

Fue entonces cuando surgió el nombre de José Ángel “Mantequilla” Nápoles.

CUANDO FIDEL tomó el gobierno de Cuba, el boxeo profesional fue prohibido. Eso fue allá por 1959 y provocó el éxodo de algunos grandes boxeadores. La mayoría se fue para Miami, poniéndose bajo las órdenes de Chris Dudee, famoso promotor de esa zona. Su hermano, Ángelo, le había seguido los pasos desde Nueva York y con el tiempo iba a consagrarse como uno de los mejores técnicos de boxeo –o tal vez sea mejor decirlo, uno de los mejores rincones de boxeo, al amparo de sus conocimientos de estrategia. Luis Manuel Rodríguez, entre otros, fue una de las figuras de aquellos cubanos con base en Miami.

José Nápoles, en cambio decidió irse a México, en donde se puso a las órdenes de Cuco Conde y Kid Rapidez. Desde los tiempos de Eligio Sardiñas, “Kid Chocolate” y otros, el boxeo cubano se había convertido en símbolo de elegancia y demostración de habilidades, de boxeo para poseedores de “paladar negro”.

Nápoles mezcló, sin duda, la exquisita escuela cubana con la mexicana, de mayor practicidad y de un estilo más combativo.

Diez años después de su desembarco en México, Nápoles, que ya era conocido como “Mantequilla”, logró la corona mundial de peso welter en el Forum de Inglewood, en California, ante Curtis Cokes, a quien venció por nocaut en el 13er. Asalto el 18 de abril de 1969.

La revancha, efectuada el 29 de junio en el Distrito Federal de México, duró un poco menos: Nápoles le ganó a su rival en diez rounds.

De estilo lleno de un boxeo atildado, de golpes con excelente trayectoria, Nápoles era un bon vivant. Llegó a tener una cantina en el Distrito Federal, e hizo muchas incursiones en los teatros de Music Hall. Para diciembre de 1970, Billy Backus le arrebató la corona –reconocida por el Consejo y la Asociación- por lo que iba a ser uno de sus grandes problemas: las heridas en los arcos superciliares.

En la revancha, el 4 de junio de 1971, Nápoles le ganó a Billy Backus tras derribarlo dos veces. Tres años después seguía siendo el campeón mundial de peso welter y fue entonces cuando se le ofreció la pelea con Carlos Monzón. “Mantequilla” o el “Mantecas”, como también se lo llamaba, aceptó sin mayores problemas. Después de todo, ¿Cómo no enfrentar a Monzón si la pelea iba a ser en París y por una buena bolsa?

La pelea fue organizada para diciembre de 1973, pero una angina obligó a una postergación: finalmente se llevó a cabo en febrero de 1974.

“VIVO, ALAIN DELON: una carpa de circo montada en un terreno baldío al que se llegaba después de cruzar una pasarela y seguir unos caminos improvisados con tablones. Había llovido la noche anterior y la gente no se apartaba de los tablones, ya desde la salida del metro orientándose por las enormes flechas que indicaban el buen rumbo y MONZÓN-NÁPOLES a todo color. Vivo, Alain Delon, capaz de meter sus propias flechas en el territorio sagrado del metro aunque le costara plata. A Estévez no le gustaba el tipo, esa manera prepotente de organizar el campeonato mundial por su cuenta, armar una carpa y dale que va previo pago de qué sé yo cuánta guita, pero había que reconocer, algo daba en cambio, no hablemos de Monzón y Mantequilla pero también las flechas de colores en el metro, esa manera de recibir como un señor, indicándole el camino a la hinchada que se hubiera armado un lío en las salidas y los terrenos baldíos llenos de charcos.” (“La noche de Mantequilla”, por Julio Cortázar).

CON EL PULGAR EXTENDIDO, Monzòn le metió el dedo en el ojo en el comienzo de la pelea a Nápoles, quien además fue superado en alcance de brazos y de kilos. Un welter natural de 66,700 contra un mediano de 72,500, que a la noche subía unos ocho kilos. Por más que Nápoles quisiera recuperar algo, esa era su categoría natural, mientras que Monzón llegaba tan ajustado con el peso que, luego del pesaje, recuperaba rápidamente kilaje.

Mientras Carlos Gardel cantaba “Silencio” por las parlantes del estadio, Monzón subió al ring. Es fácil imaginarlo a Cortázar allá, entre el público, porque era fanático del boxeo, porque describe detalles en su cuento que tienen que ver con lo que no siempre registra la crónica deportiva –crónicas, habría que decir, porque a pesar de que viajaron muchos periodistas ninguno mencionó a Cortázar-: tal vez Julio, un cronopio de pies a cabeza, haya elegido estar allá, al fondo, entre la gente, lejos de las luces del ring, para disfrutar de la pelea tranquilo…

La noche de Mantequilla en realidad fue la noche de Monzón, porque el santafecino castigo a Nápoles a su antojo. Pegó prácticamente todos los golpes que conecto. Malamente lastimado, enceguecido, el cubano-mexicano no aflojó nunca, a pesar del castigo recibido. Cuando intentaba, como podía, alcanzarlo a Monzón, éste daba el paso atrás o tiraba el torso hacia atrás, como era su costumbre, y lo hacía pasar de largo. La pelea no daba para más, porque era un monólogo. Ángel Dundee –histórico entrenador y rincón de Muhammad Alí y Ray “Sugar” Leonard, para dar dos ejemplos básicos- estaba en el rincón para ayudar con las posibles heridas. Y fue él quien, cuando comenzaba el séptimo asalto, decretó el abandono.

Muchos años después, Ángelo Dundee se encontró con Amílcar Brusa y de técnico a técnico, le ofreció un halago que Brusa jamás olvidó: “Monzón tenía uno de los estilos más prácticos que conocí en mi vida –le dijo Ángelo- no desperdicia nada, ni golpes, ni movimientos y por eso convierte en fácil lo que, en realidad, es muy difícil de llevar a la práctica”.

Mantequilla –que mucho había hablado antes de la pelea, tal vez más para “venderla” que por su propio estilo-, nunca se olvidó de tamaña derrota. Ese mismo año, enfrentó al tucumano Horacio “La Pantera” Saldaño en el Palacio de los Deportes de México. En la comitiva estuvieron Carlos Monzón, Víctor Galíndez y Oscar Bonavena. Luego de darle una lección de boxeo –paliza incluida- a Saldaño, Nápoles corrió hacia el rincón argentino, apuntando a Lectoure, cobrándose la deuda.

Monzón, en los vestuarios, masticaba bronca en silencio, porque no le gustaba perder a nada.

“CADA UNO POR SU LADO se acordaría alguna vez que se habían encontrado la noche de Mantequilla que se estaba jugando a fondo en la quinta vuelta, ahora con un público de pie y delirante, los argentinos y los mexicanos barridos por una enorme ola francesa que veía la lucha más que los luchadores, que atisbaba las reacciones, el juego de piernas, al final Estévez se daba cuenta de que casi todos entendían la cosa a fondo, apenas uno que otro festejando idiotamente un golpe aparatoso y sin efectos mientras se perdía lo que de verás estaba sucediendo en ese ring donde Monzón entraba y salía aprovechando una velocidad que a partir de ese momento distanciaba más y más la de Mantequilla cansado, tocado, batiéndose con todo frente al sauce de largos brazos que otra vez se hamacaba en las sogas para volver a entrar arriba y abajo, seco y preciso.”
(“La noche de Mantequilla”, por Julio Cortázar).

El Consejo Mundial de Boxeo hizo su Convención Anual en Buenos Aires en 1999. José Sulaimán, su presidente, hizo un gran homenaje a Carlos Monzón, incluyendo un monumento en Santa Fe. Vinieron muchos de sus ex rivales. Una noche quedé en una habitación del Bauen Hotel con “Mantequilla” Nápoles, Rodrigo Valdez y Emile Griffith. Los tres estaban alegres y de alguna manera, felices de seguir vivos, de haber salido un poco de todo aquello. Hablaban entre ellos, y aunque Griffith no hablaba en español, era fácil entender lo que decían, sobre todo cuando –como pude- les pedí algo sobre Monzòn, una frase aunque fuera, porque tenían ganas de celebrar, no de reportajes. Y mientras el reportero gráfico hacía lo que podía, recuerdo claramente a Mantequilla, con los ojos desmesuradamente abiertos, la sonrisa enorme diciendo: “Pues cuando subí al ring y lo vi, el cabrón era enorme, era grandodote, y me dije, ¿Qué hago yo con este tipo ahora?”, decía riéndose, festejando sus propias palabras mientras elevaba los ojos al techo de la habitación, elevando los brazos y, con las manos como garras, describía los hombres altos y enormes de Monzòn, a quien para esa pelea, Delon bautizó “El Macho”. Reía Nápoles, reían todos, felices de estar juntos y vivos reían en aquel breve encuentro, como si volvieran a tener veinte años y el mundo fuera todo de ellos…

MOROCHO Y ARGENTINO, Rey de París había titulado la nota Ernesto Cherquis Bialo, enviado especial por la revista “El Gráfico”, tomando la famosa frase del tango “Araca, París”, de Collazo y Lenzi.

Efectivamente, tras aquellas dos victorias en el mismo año, Paris se rindió a los pies de Carlos Monzón: los festejos en el Lido, los trajes de pana negro, las corbatas de seda, los perfumes exquisitos. Entre las peleas, los festejos, los viajes y las noches placenteras, Carlos terminó casi olvidando lo que había pasado un mes antes de la pelea con Mantequilla Nápoles.

Es que en febrero de 1974, había recibido una llamada inesperada:

-¿Señor Monzón? Lo llamo en nombre de Cervantes Luro, que tiene una propuesta para usted
-¿Qué propuesta?
-Hacer una película. Y con usted de protagonista.