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Mi pasado me condena

BUENOS AIRES -- Como si tuviera pocos problemas, el entrenador de Boca, Guillermo Barros Schelotto, sumó un dolor de cabeza imprevisto cuando su flamante refuerzo, Ricardo Centurión, chocó su auto al final de una noche agitada provocando un incidente que pudo ser de máxima gravedad.

Al considerar la mano dura demostrada con Daniel Osvaldo, los observadores calcularon que la cabeza del ex futbolista de Racing rodaría a modo de escarmiento. Sin embargo el Mellizo le bajó el tono a la polémica que despegaba gracias al tribunal que suelen montar los periodistas (sobre todo si hay pocas noticias deportivas de impacto) y dijo lo más sensato que se le escuchó desde que llegó a Boca: que se trataba un hecho de la vida privada y que al club solo le atañe la conducta del jugador mientras cumple horario de entrenamiento. No antes ni después.

Aunque suene contradictorio, el entrenador agregó que Centurión (como cualquier otro, se sobrentiende) es jugador de Boca “las veinticuatro horas”. Qué significa: que si hace una estupidez que perjudica su físico (su herramienta de trabajo), indirectamente lo sufrirá el plantel y el club.

Al margen de esta aclaración muy oportuna de Guillermo (a veces, los propios contratos especifican las prohibiciones sobre actividades peligrosas que los jugadores deben acatar), la condena colectiva parecía apuntar a otra cosa: a los hábitos nocheros, la supuesta falta de profesionalismo, el mareo al que lleva el dinero rápido y cierto renombre.

Suenan a prescripciones aplicables a cualquier individuo descarriado, pero una pizca de fobia de clase se suele colar en estas diatribas. Como la mayoría de los futbolistas desde siempre, Centurión surgió de una barriada pobre y tuvo un entorno bastante pesado. Incluso alguna foto inoportuna (portaba un arma) lo vinculó a la cultura de los pibes chorros.

A las almas puras les molesta que estas biografías se coronen con el éxito deportivo y lo que acarrea. Plata, notoriedad, chupamedias. No les parece justo. Y entienden que su prejuicio se ratifica (se vuelve palabra santa) con los episodios como el choque tan comentado. Comprueban que, tarde o temprano, estos personajes muestran la hilacha. La cuna espuria.

Es probable que las historias tan problemáticas como las de Centurión (por caso, la de Maradona) no preparen del mejor modo para enfrentar el mundo. Y mucho menos, el golpe que implica el gran escenario de la fama. Quien no ha tenido nada, apenas si puede ajustar su mirada a ese espejismo.

La mejor manera de apoyar a estos jugadores quizá no sean las sanciones –que suelen llegar cuando ya es tarde– sino algún tipo de contención y respaldo. Por lo demás, no hay que perder de vista que los futbolistas son jóvenes. Y que, en su tiempo libre, se divierten como cualquier coetáneo. Van a bailar, se toman una copa, a veces más. Nada que, por sí solo, pueda truncar una carrera. Ni que merezca objeciones moralizantes.