La Fórmula 1 es la máxima categoría del deporte motor, pero no es la más competida ni la más pareja. Eso es un hecho.
Dentro del mismo campeonato donde hay 10 equipos, 20 autos y misma cantidad de pilotos se pueden distinguir al menos cuatro divisiones marcadas por su grado de competitividad o fuerza.
Se trata de fortaleza de desarrollo, infraestructura, respaldo de una gran marca, poder económico y reclutamiento de talento.
En teoría, todos los equipos de la F1 tienen un tope de gastos (que no incluye los sueldos de los pilotos, de los tres empleados mejor pagados y gastos de marketing) de $145 millones anuales.
Otros gastos excluidos de este presupuesto son los de ausencias por maternidad y paternidad, incapacidad, seguros de salud y otros beneficios médicos.
Digo en teoría, porque los que cuentan con un túnel de viento propio y elementos de desarrollo adquiridos con anterioridad, además de ser el equipo de una fábrica automotriz siempre podrán tener una ventaja competitiva respecto a equipos más pequeños.
El dinero es parte importante del dominio de un equipo sobre otro, pero no necesariamente, porque Ferrari ha sido el equipo de mayor presupuesto anual y eso no le ha dado una hegemonía en la F1, salvo en algunos periodos muy localizados.
Normalmente se habla de los contendientes al título y el resto, pero esta dicotomía merece una reagrupación extra.