LOS ÁNGELES -- 20 años ya de una osadía inesperada. Aquel 30 de octubre de 2002, Jorge Vergara compraba a Chivas y trastocaría al futbol mexicano. Parecía más fácil, entonces, comprar el Castillo de Chapultepec que al más icónico club.
Por entonces, el equipo más importante y más ganador de México, el Guadalajara, dejaba de pertenecer a una sociedad en crisis, para encontrar a un mecenas dispuesto a sacarlo de una acechante e inaplazable miseria. Una Asociación Civil que tenía hambre, pero no sabía hornear el pan. Era, un equipo malbaratado. Recibía limosnas de las televisoras y de los patrocinadores.
Por entonces, Chivas estaba en alquiler y bajo el control de Salvador Martínez Garza y su Promotora Deportiva Guadalajara. La bancarrota amenazaba a MexLub, la empresa madre del conglomerado. El proyecto de las Súper Chivas agonizaba, se lo había tragado inmisericordemente el hampa vestida de etiqueta del futbol mexicano.
Aficionado al Atlas, propietario de OmniLife, Jorge Vergara compró 190 certificados de propiedad a cambio de 260 millones de dólares, bajo la promesa de mantener el mexicanismo en Chivas y no mover al equipo de la plaza. “Si me hubieran pedido el pago de contado, no habría podido. No tenía ese dinero”, reconocería después el empresario.
Martínez Garza interrumpió su acuerdo, aceleró el rompimiento del pacto, y facilitó las negociaciones, para salvar sus propias empresas y acabar con lo que empezó como un sueño, pero que era ya una desgarradora pesadilla. En casi 10 años de gestión, entregó sólo un título, con Ricardo Ferretti, y tras armar una poderosa escuadra para satisfacción del vampirismo de promotores.
Jorge Vergara llegaría no sólo a salvar de inanición al Guadalajara, sino, principalmente, de una nueva embestida de la familia Azcárraga para apoderarse de la institución. Ya antes, Alejandro Burillo Azcárraga estuvo a una firma, a sólo una firma, a sólo un garabato de apoderarse del control de Chivas.
La nueva crisis rojiblanca permitió a Televisa calar bayonetas y chequera sobre El Rebaño. Emilio Azcárraga Jean, a través de testaferros y capitales fantasmas, veía una nueva oportunidad de apoderarse del equipo con una propuesta similar a la de Martínez Garza.
Sin embargo, Jorge Vergara fue más audaz, más transparente y más incisivo. Los socios tenedores de los certificados del Club Guadalajara también entendían que el entonces equipo más importante de México se les escapaba de las manos con destino al resumidero. Era vender o morir.
¿20 años después, qué es de Chivas? ¿Bendición o maldición la irrupción de Jorge Vergara? ¿Sobrevive o sucumbe el Guadalajara en manos del heredero Amaury Vergara? ¿Llegó el momento de vender nuevamente en el nombre del padre y del hijo y del espíritu chiva…?
Con la mención honorifica de evitar que El Rebaño cayera en las fauces del lobo televisivo, el primer discurso de Jorge Vergara, tras sacudir al futbol mexicano, al arrebatarle a los tiburones del océano balompédico a la sirena más preciada, llenó de ilusión a sus aficionados.
“Traeré al mejor técnico del mundo”, dijo, y firmó a Eduardo de la Torre, quien, inexperto, sin embargo, montó en escena a un equipo agradable y competitivo, pero sin títulos, a pesar de que el mismo Vergara se comprometía, además, a que el Guadalajara tendría un impacto en la élite del orbe. “Será el mejor equipo del mundo”. Urbi et orbi.
Acostumbrado a un modelo de negocios pulcro, Vergara se encontró con un entramado y entrampado escenario en Chivas, un escenario común, además, en todos los clubes del futbol mexicano. Empezó por limpiar la casa.
El empresario se topó con juegos dobles y triples de contratos; evasiones, contubernios y fraudes fiscales; fugas de dineros, y un descarado sistema de reventa con la complicidad de la misma institución. Además, un club deportivo en decadencia, que había pasado de ser un privilegio social a una porqueriza.
De inmediato se dio cuenta que la fastuosa fachada del Guadalajara, el equipo más ganador en la historia en ese momento, era sólo un maquillaje ante las negligencias y fechorías heredadas y hereditarias que se perpetraban desde dentro.
De inmediato, Vergara limpió y puso un orden fiscal, contable y legal en el manejo de la institución. Sabía que era urgente, porque, para entonces, ya había sufrido decenas de auditorías, a nivel personal, y en las finanzas de OmniLife, por parte de las autoridades hacendarias de México.
A su presencia, su discurso, el carisma y esa silenciosa y laboriosa marabunta de empleados de OmniLife, Jorge Vergara añadió el impacto mediático a bofetadas contra los otros clubes de la Liga. Con novedosos, humorísticos, ingeniosos e incómodos desplegados levantó urticaria entre los, en apariencia, modositos y remilgosos dueños de clubes. Al tiempo, en una Asamblea de Dueños de la Liga MX, sus congéneres, con piel de cebolla, le obligaron a suspender la publicación de esos panfletos.
Queriendo animar la competencia, empezó a tirar apuestas con otros clubes, especialmente, buscando beneficios sociales y especialmente sin mordazas, pero sí con mordaces desafíos a Emilio Azcárraga Jean, lo que enriqueció la rivalidad con el América.
¿Títulos? Sólo dos, uno con Chepo de la Torre y otro más con Matías Almeyda. Lejos, pues, de su promesa y su sueño de construir otro equipo de época, un nuevo Campeonísimo. “Es posible. Si ya hubo un Campeonísimo, habrá otro mejor”, pronosticaba con esos aires tan peculiares de un tipo que alguna vez vendió carnitas los domingos y ahora consumaba un emporio.
Inició su propia batalla para mejorar aspectos del futbol mexicano. Encontró una feroz oposición, a pesar de un manifiesto liderazgo en la Asamblea de Dueños de Equipos. Su mayor frustración fue no lograr la reducción de extranjeros, a pesar de que, en cabildeos previos a las sesiones, conseguía la promesa de respaldo de varios clubes.
Fue el gestor de dos técnicos para procesos mundialistas. Estuvo detrás de la llegada de Sven Goran-Eriksson y de José Manuel de la Torre. Ninguno terminó la gestión. Tanto el sueco como El Chepo fracasarían y necesitarían de bomberos ya con México al borde de la eliminación.
Javier Aguirre y Miguel Herrera, ungidos y urgidos ambos por Emilio Azcárraga Jean, entraron al relevo.
Se le preguntó, fuera de entrevista, al mismo Vergara si llegó a sospechar de un eventual boicot a sus propuestas de técnicos nacionales como represalia directa por parte del comando del futbol mexicano para debilitar su influencia. El dueño de Chivas sólo se encogió de hombros y se dio la vuelta.
Lo cierto es que fue forzado a presentar a El Piojo de cara al repechaje ante Nueva Zelanda. “Me la tengo que tragar todita”, fue su expresión de frustración al ser él y no Justino Compeán (entonces presidente de la FMF) quien investía a Miguel Herrera, en ese momento campeón con el América, como nuevo técnico nacional.
Tras azarosos momentos financieros, el divorcio de Angélica Fuentes en medio de prolongadas y a veces cruentas batallas legales, Jorge Vergara sufre un grave deterioro de su salud. Un sufrido y penoso aislamiento lo aleja de sus negocios, dejando todo en manos de su hijo Amaury Vergara y a expensas de un personaje que habría abusado de la confianza familiar, como José Luis Higuera.
No ha sido fácil para Amaury Vergara confrontar el reto. Al asumir el control total del conglomerado montado por su padre, encontró graves problemas por parte de gente en la que había confiado. Pero, el actual mandamás de Chivas ha sido cauteloso.
Tal vez su único exabrupto ocurrió este mismo año, en un evento del Salón de la Fama. Charlando con los medios, se le acercó Higuera. Su rostro se transformó. La ecuanimidad desapareció. “¡No, no, tú no! ¡No me saludes tú! ¡Es más, no te me vuelvas a acercar nunca más!”. Higuera se alejó con una sonrisa, como lo habrían hecho Banzai, Ed y Shenzi (las hienas), de Simba en el Rey León.
¿Por qué no ha procedido legalmente Amaury contra quienes hicieron tanto daño al feudo de su padre? La versión desde dentro es que prometió a Jorge preocuparse por crecer y no estancarse en venganzas desgastantes.
Luego de más de cien millones de dólares despilfarrados, cinco entrenadores y el fracaso de un director deportivo con éxito en América y Cruz Azul, como Ricardo Peláez, Amaury Vergara no ha conseguido regresarle el protagonismo exitoso a Chivas. Por el contrario, en redes sociales, los aficionados le suplican que venda al equipo.
El actual capataz de Chivas y OmniLife pretende dar un brusco golpe de timón con el anuncio de Fernando Hierro como director deportivo. El español, con una flamante carrera como futbolista del Real Madrid, y la experiencia con la Selección de España, ha sido al menos cauteloso en promesas respecto a su antecesor. “Aquí no se hablará ya de descensos o porcentajes, sino de títulos”, dijo Peláez en su presentación.
Amaury entregó dos llaves importantes a Hierro: la de la organización deportiva del Guadalajara y la de las finanzas, pero bajo la supervisión escueta, luego de las fallidas contrataciones hechas por Peláez.
Esta apuesta con Fernando Hierro requiere paciencia. Y tal vez Amaury no ha sido lo suficientemente enfático en ese tema con la Nación Chiva. A pesar de disponer de dos meses de trabajo para armar un equipo, necesitará de un proceso de saneamiento espiritual y disciplinario absoluto en el Guadalajara.
No sólo se trata de futbol, estrategias y refuerzos. Amaury abrió la Caja de Pandora en el seno del vestidor rojiblanco. Disciplina, compromiso, orden, devoción. “Entrega total, mentalidad ganadora, con esfuerzo, con sacrificio”, dijo a Fox. Evidentemente, Fernando necesitará una mano de Hierro para conseguir esa responsabilidad casi castrense por parte de sus jugadores.
Hoy, a 20 años de la irrupción de Jorge Vergara adjudicándose a Chivas, la mejor herencia ha sido, sin duda, esa doble exoneración: rescatar al equipo de la inopia y mantenerlo a salvo de las garras de la Familia Azcárraga.
Por otro lado, también, tras el fallecimiento de Jorge Vergara y el peso invaluable de su ausencia, el aficionado de Chivas puede evocar, melancólica y lánguidamente la poesía de Víctor Manuel: “Nos hizo libres, pero sin alas. Nos dejó el hambre y se llevó el pan”.