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Tim Howard: un último adiós a mis seguidores

Es domingo en la tarde en Los Ángeles y después de una derrota 3-1 a manos del LAFC que puso punto final, de manera oficial, a nuestra temporada con el Colorado Rapids, dejé la cancha como futbolista profesional en mi ocasión número 815, la última vez. Antes de cruzar la línea, hice una pausa, oré brevemente, besé mis guantes y apunté al cielo. Después, seguí mi camino.

Y así, súbitamente, 22 años de carrera habían llegado a su final. Todos asumen que me siento triste por ello. Se preguntan si estoy arrepintiéndome de ello. No obstante, miren, la mayoría de las veces uno no tiene la oportunidad de elegir su final en el mundo de los deportes. Así lo he visto con compañeros y amigos: sus contratos no son renovados. Intentan conseguir una última oportunidad. No lo logran. Y así termina todo.

Soy uno de los afortunados. Puedo decir adiós bajo mis términos. En mi último partido como local en Colorado, disputado el 29 de septiembre, mis tres mejores amigos oriundos de Nueva Jersey (a quienes he conocido desde que cursaba la primaria) se sentaron detrás del arco durante los calentamientos. Fue maravilloso. Me sentí tan inspirado. Pienso que fue el mejor calentamiento que jamás haya tenido. Hubo tributos de tantos jugadores y entrenadores que compartieron conmigo durante el transcurso de mi carrera: Rio Ferdinand, Carlos Bocanegra, Landon Donovan, David Moyes... la lista sigue y sigue. Y tuve la oportunidad de compartirlo todo con mi hijo, mi hija y mi madre. Vaya cuento de hadas.

Después del partido, fui anfitrión de una fiesta a la cual asistieron aproximadamente 100 personas, entre amigos y familiares. Y no recuerdo haberme sentido en algún momento triste o pensar: "Esto es todo". Estoy seguro de que todo me llegará en cierto instante. No obstante, por ahora, se siente como si fuera el final de cualquier otra temporada. Esto es todo lo que he conocido durante 22 años. Las temporadas comienzan, las temporadas terminan. Quizás todo me impactará en marzo próximo, cuando todo comience de nuevo y, en vez de ubicarme delante de la malla, me sentaré en un sofá.

Desde que tengo uso de razón, el fútbol siempre fue para mí el gran nivelador. A estas alturas, todos saben que yo padezco de desorden obsesivo compulsivo y síndrome de Tourette. No ha sido fácil. A pesar de ello, a nadie le importaba eso en la cancha. Mis tics faciales, la tos, nada de eso importaba siempre y cuando fuera capaz de atajar el balón y evitar que golpeara mi malla. La cancha era un lugar en el cual me sentía libre de ser yo mismo. Era un refugio seguro. Además de ser la medicina más grande que jamás haya ingerido.

El fútbol me ha enseñado mucho sobre la vida. Y sobre quién soy como persona. De todos los partidos que he disputado, apostaré que casi la mitad de ellos terminaron con críticas dirigidas hacia mí por parte de los medios de comunicación o los hinchas. Es natural, entonces, que las dudas comiencen a apoderarse de tu ser. Uno llega a cuestionarse si, de hecho, es capaz de hacer esto.

Si pudiera volver al año 2003 y viera a ese chico nervioso e ingenuo de 24 años que volaba en un avión con destino a Inglaterra para jugar con el Manchester United, que estaba a punto de firmar con el club de fútbol más importante del mundo, le diría que se abrochara fuerte el cinturón. Va a ser un viaje tremendo. Habrá días buenos y malos. Visitarás algunos sitios oscuros. Llegarás a preguntarte si deberías renunciar. La gente te criticará durante varias décadas sin fin. Pero todo valdrá la pena.

También le dejaría saber a ese chico que este deporte no siempre es justo. Tan pronto como uno llega a creer que lo ha entendido todo, éste va a golpearte en la cara y te dejará tendido en el suelo. Y en ese momento, independientemente de si se está en el Manchester, el Everton o representando a tu país en el evento deportivo más importante del globo terráqueo, tu confianza irá y vendrá. Pero no permitas jamás perder tu creencia inamovible de que puedes hacerlo. Porque tú puedes.

Tuve la oportunidad de jugar con tantos grandes jugadores y lideres durante toda mi carrera, pero a mi criterio, ninguno fue mejor que Roy Keane durante mi época en Manchester. Él fue el hijo de perra más rudo que jamás haya conocido. Nada menos que brillante. Como técnico, me enseñó mucho sobre la resiliencia. Y me enseñó a jamás rendirme. Asimilé tantas cosas que aprendí a su lado y las utilicé durante el resto de mi carrera, tratando de transmitirlas a la próxima generación.

En muchas ocasiones, la gente me pregunta cuáles son mis recuerdos más grandes. Honestamente, todo es un borrón tan grande. Todos hablan del Mundial de Brasil 2014, cuando atajé 16 remates contra la selección de Bélgica. Seré sincero: durante mucho tiempo, fui muy ingenuo con respecto a lo que esa noche representó para tanta gente. Me sentí tan destrozado porque perdimos. Fue casi vergonzoso tener que lidiar con personas que me hacían preguntas relativas a mi actuación. No obstante, después de que regresamos a casa y entendí lo épica que fue esa noche para tantas personas, aprendí a ser sumamente agradecido por haber jugado ese partido y por esa actuación.

Poca idea tenía yo de que, tres años después, iba a sufrir la mayor decepción de mi carrera, cuando estaba a la zaga y escuché el silbato del árbitro, que sentenciaba el final de nuestra aplastante derrota 2-1 ante Trinidad y Tobago en eliminatorias mundialistas, lo cual sirvió para confirmar que nunca volvería a participar de una Copa del Mundo. Esa noche de octubre representó la experiencia más horrorosa y miserable de mi vida, tanto dentro como fuera de la cancha. Es imposible describirla con palabras. Incluso hoy en día, después de dos años, el dolor sigue siendo tan vívido como si hubiese ocurrido ayer. No existe nada que lo haga desaparecer. A pesar de ello, la vida sigue. No hay otra opción.

Sin embargo, hay tantas otras cosas positivas que siempre tendré conmigo. El día que usé el brazalete de capitán con el Everton, cuando jugamos como visitantes contra el Chelsea. O el día cuando David Moyes me enseñó lo que realmente significaba la frase "Spitting mad" ("Escupir como loco", término coloquial británico, utilizado para referirse a una persona sumamente enfadada). Después de que jugué un partido terrible, él me miró con tanta decepción en sus ojos y comenzó a gritar a voz en cuello. Apenas podía quitar la mirada del suelo. Miro hacia abajo y veo como su saliva salpica todo el piso y recuerdo pensar: "Eso es lo que significa 'escupir como loco'".

Son esos momentos en el vestuario (cuando eres retado como competidor, cuando estrechas lazos con tus hermanos y armas tanta camaradería) que extrañaré más que nada. Cuando empecé a jugar al fútbol profesional, yo era un chico de 18 años rodeado de veinteañeros. Este año, tenía 40 y compartí la cancha con jóvenes que apenas son unos años mayores que mi hijo de 14 años. Sin embargo, todo es igual. El empeño y motivación. La adrenalina que sientes jugando con un montón de hombres, todos halando en la misma dirección. Es una droga. Es adictivo.

No sé si podré reemplazar esas sensaciones durante mi retiro; no obstante, estoy listo para pasar la página. Mi cuerpo no se mantiene de la misma forma que solía hacerlo. He padecido tantas torceduras musculares, contracciones y calambres. Hoy me despierto y mis pantorrillas y caderas no funcionan como deberían hacerlo en el caso de un ser humano normal. Mi cuerpo está roto.

Actualmente, puedo pasar más tiempo al lado de mis hijos. Puedo concentrarme de verdad en mi crecimiento profesional como comentarista de televisión. Y el año pasado, me convertí en dueño minoritario del Memphis 901 FC de la United Soccer League. Quiero ayudar en nuestros esfuerzos para ganar un campeonato.

Desde que anuncié mi retiro en enero pasado, muchas personas me han preguntado con respecto a mi legado. ¿Cómo quiero ser recordado? Quiero que le gente recuerde a un portero que se paró en la cancha todos los días durante 22 años y respondió cada vez que se le llamaba. Sin importar lo que había ocurrido en el partido anterior, sin importar los retos que tenía por delante, siempre di todo lo que tenía. La gente tendrá sus opiniones con respecto a mi lugar en la historia. Pero siempre intenté asegurarme de que, independientemente de esas opiniones, nadie pudiera dudar de mis estadísticas. Me exigí hasta alcanzar alturas que solo podía soñar y avanzar aún más allá. Con orgullo, podré comparar mi carrera con la de cualquier otro.

A los hinchas, gracias por acompañarme en cada partido, los buenos y los malos. Desde los aplausos hasta las críticas, cada palabra expresada por ustedes me motivó a alcanzar mi mejor nivel. También le doy las gracias a mis compañeros. No habría sido nada sin ustedes. Extrañaré nuestra hermandad y los momentos que compartimos en las trincheras. Gracias a todos los técnicos que creyeron en mí. Recibir un voto de confianza como arquero titular en más de 800 ocasiones es el mayor halago que he podido recibir.

Y finalmente, gracias fútbol. Le enseñaste a este muchacho complicado, hijo de una madre soltera del Norte de Nueva Jersey a sonar en grande, creer en sí mismo y jamás rendirse, sin importar el reto que tenía en frente. Prometo que este no es un adiós. Simplemente, es un hasta pronto.