<
>

Cabrera, el grandote del swing liviano

OAKMONT -- Para ponerse en los zapatos de Ángel Cabrera hay que estar listo para caminar.

Charlie Epps, quien conoce a Cabrera desde los 18 años y lo entrena desde hace una década, una vez calculó que el argentino de 46 años ha recorrido más de 80.000 kilómetros a lo largo de su penosa travesía en el mundo del golf. Es el equivalente a dos viajes alrededor del mundo, y un poco más.

Desde los cinco años, Cabrera iba caminando a la escuela, y luego caminaba hasta la cancha de golf en Córdoba, donde trabajaba de caddie siete días a la semana. Jugó, y el kilometraje siguió subiendo con sus más de 500 torneos en todo el mundo.

¿Y cuánto duraba un par de zapatos?

"Tenían que durar mucho", dijo Cabrera, "porque no tenía dinero para comprar otro par".

Un hombre duro de corazón tierno, Cabrera regresa al US Open en Oakmont, donde en 2007 ganó el primero de sus dos Majors con ese poderoso swing y un enfoque despreocupado hacia la vida y el deporte.

Cuando en aquella ocasión le preguntaron qué significaba haber superado a Tiger Woods, por entonces el jugador Número 1 del mundo, Cabrera respondió: "No, no, no. Le gané a todos, no sólo a él". Y encendió un cigarrillo. Cuando le preguntaron si los cigarrillos le relajaban, respondió. "Bueno, hay algunos jugadores que tienen psicólogos. Yo fumo".

Él es una inspiración entre los latinos, no sólo por sus victorias en Oakmont y dos años más tarde en el Masters de Augusta, sino por el dinero que ha invertido en Argentina a través de una fundación orientada a la atención de la salud y la educación, y para los jóvenes jugadores de golf que no tienen el dinero para perseguir sus sueños.

"Venció a Tiger Woods en un US Open. No hay nada mejor", dijo el chaqueño Emiliano Grillo, ahora el golfista argentino mejor clasificado en el Ranking Mundial. "Es un dos veces campeón de Majors. Al ver que un montón de jóvenes se le acercan, y también a grandes nombres, uno es testigo de todo el respeto que se le tiene. Y en la Argentina es un dios del golf".

Pero en un aspecto sigue siendo un enigma.

Para un hombre con tanto talento y tan poco miedo, tiene sólo nueve victorias oficiales en todo el mundo. Dos de ellas en Majors, en las canchas con más historia de los Estados Unidos.

Epps recuerda el momento en 2009, cuando Cabrera había pasado casi dos años y 34 torneos fuera de la Argentina sin terminar dentro del Top 10 en el juego por golpes. Quedó fuera del corte en el Abierto de Houston, y en la caminata rumbo a la playa de estacionamiento, Cabrera le dijo a Epps: "Vayamos a ganar un Major".

Nueve días más tarde se ponía la chaqueta verde.

"Aparece cuando menos lo esperas", dijo Cabrera con una gran sonrisa.

Graeme McDowell puede dar fe de ello. Él estaba saliendo a jugar una ronda de práctica en Oakmont en la víspera del US Open de 2007 y Cabrera se le sumó. McDowell nunca hubiese pensado que estaba jugando con el eventual campeón, pero el argentino le dio algunas pistas de lo que podría suceder.

"Estoy por ahí haciendo lo mío, mirando a las líneas, practicando el tiro, firmando autógrafos", dijo McDowell. "Ángel la explotaba en cada tee de salida, le pegaba por el medio, en el segundo golpe estaba en el green, la dejaba cerca del hoyo con el putter y recogía la pelota. Cada vez que llegaba al tee de salida, me esperaba unos 15 minutos. Me pareció algo chocante. Literalmente no hizo golpes de práctica alrededor del green. Todo lo que hizo fue prender un cigarrillo en cada tee de salida, esperando por mí. Es un talento increíble, y a veces parece que quisiera estar en otro lugar".

Geoff Ogilvy ofreció descripciones cortas cuando se le preguntó qué era lo que primero le venía a la mente cuando pensaba en Cabrera.

"Talentoso. Bueno. Gran jugador".

Se detuvo para sonreír antes de añadir: "Gruñón".

"Puede ganar en cualquier lado", dijo Ogilvy. "Él es tan bueno que cuando no le va bien, se frustra. Pero él solía ser el tipo más divertido de los 12 en los equipos de la Presidents Cup. Era el primero en sacar la cerveza del cooler". Su talento rara vez ha sido cuestionado.

La revista Golf Digest, pidió una vez a algunos de los mejores jugadores que nombraran sus cinco swings favoritos de todos los tiempos. En la portada estaba Mickey Wright, cuyo swing era tan puro que Ben Hogan lo llamó una vez "el mejor que había visto en su vida". En su lista figuraban Hogan, Sam Snead, Louise Suggs, Gene Littler y Cabrera.

Ogilvy aseguró que los únicos dos swings que tenían completa libertad en el juego de hoy pertenecían a Rory McIlroy y Cabrera.

"No hay ninguna interferencia", dijo Ogilvy. "En algún momento (en el swing), nuestro cerebro dice: '¡No hagas eso!' Cabrera no tiene eso. Es libre. No hay ninguna parte de su cuerpo que se vea tensa. La pelota no detiene la velocidad del palo".

Cabrera no se molesta por no haber ganado más. Cuando le preguntaron si preferiría tener 15 victorias en el PGA Tour o dos Majors, respondió rápidamente: "Pregúntenle a Colin Montgomerie lo que preferiría. Yo prefiero los dos Majors".

Cabrera no tiene problemas en atravesar días buenos y días malos, sabiendo que lo bueno va a aparecer cuando menos se lo espera.

El ex caddie en Córdoba, que no tuvo televisión hasta los 20 años y no condujo un auto hasta los 24, ahora tiene un locker en la habitación de campeones en Augusta y es socio honorario en Oakmont. Ha sido un gran viaje, con esas más de 50.000 millas a pie.

"Cuando era caddie, me divertía. Estaba en el campo de golf, era feliz," dijo. "Luego, cuando empecé a jugar, estaba feliz entonces. Estoy feliz ahora. Me siento un poco molesto en la cancha por momentos, pero se me pasa rápido".

Hace algunos años se sentó en un bar de las afueras de Washington sonriendo mientras miraba su teléfono, viendo las imágenes de su nieta. Él tiene dos nietos ahora. Lo llaman "Abu".

Un año en Tampa, Florida, estaba hablando de sus nietos cuando Epps le dijo: "¿Por qué no los llevamos a Disneyworld? Tú nunca disfrutaste de eso cuando eras niño".

Cabrera, que habla principalmente en español pero entiende mucho de inglés, alzó la vista y agitó el dedo mayor hacia Epps. No quería oír hablar de vacaciones. Era momento de volver a trabajar, lo que siempre ha hecho a lo largo de su vida.