
Nunca busque romper un juego sin hits con un toque de bola; jamás intente robar una base con gran ventaja en la pizarra y no pase sobre el montículo camino hacia el dugout, después de haber sido puesto out.
Estas son apenas algunas de muchas otras normas éticas que pueden llegar a desatar la tercera Guerra Mundial si no se cumplen al pie de la letra.
Algunas de ellas son lógicas; otras, discutibles. Y en mi manera de ver las cosas, al menos una de ella, inaceptable.
¿Por qué un bateador no puede celebrar cuando dispara un cuadrangular?
El jonrón es la expresión suprema del béisbol, el clímax del juego, el acto de gloria extrema, como lo es el gol en el fútbol, el touchdown en el fútbol americano o una canasta de tres puntos en el último segundo de un partido de baloncesto.
En casi todos los deportes, el acto de anotar, de llevar puntos a la pizarra, llámese como se llame, es motivo de una celebración merecida, en ocasiones repleta de aspavientos y gesticulaciones exageradas.
Los futbolistas cuando marcan un gol casi que hacen un striptease, camiseta afuera, mientras que un touchdown se traduce en saltos y bailes que rayan con la ridiculez.
Una clavada en el aro, frente a la cara de un contrario, viene acompañada de expresiones de fuerza, donde los autores muestran sus músculos en señal de poder.
E incluso en el béisbol, cuando un lanzador poncha, digamos, al poderoso cuarto bate del conjunto rival, en situación de bases llenas, los gestos y gritos no se hacen esperar.
Entonces, ¿qué hace distintos a los bateadores, que los ata a ciertos códigos que les prohíbe celebrar sus éxitos?
En las últimas semanas Bryce Harper, Jugador Más Valioso de la Liga Nacional en el 2015, ha sido objeto de severas críticas por defender el derecho a la celebración de los bateadores cuando conectan un jonrón.
Harper, los dominicanos Carlos Gomez, José Bautista y David Ortiz o el cubano Yasiel Puig son una suerte de especie en extinción, cuyos festejos por sus batazos de cuatro esquinas son mal vistos por quienes se han erigido en defensores de la moral de los pitchers.
Incluso lanzadores que tienen el raro don de batear han sido víctimas de estos moralistas.
En su último turno al bate del 2013, en que ganó el premio de Novato del Año del viejo circuito, el cubano José Fernández, de los Marlins de Miami , sacó la pelota de jonrón, primero que conectaba en su carrera.
Por dos segundos se quedó en el plato admirando su obra antes de echar a andar las bases y al llegar al home, el entonces cátcher de los Bravos de Atlanta, Brian McCann, le echó en cara ese tiempo que demoró viendo el recorrido de la pelota.
Lo peor fue que el propio manager de los Marlins en aquel momento, Mike Redmond, tiró a su joven estrella a los leones, obligándolo a disculparse públicamente en una rueda de prensa.
No se trata de ir ahora al otro extremo y que los bateadores hagan señas ofensivas a los serpentineros tras batearle un bambinazo.
No hablamos de pasar el dedo por la garganta como un cuchillo, gesto que todos entienden como una amenaza de muerte.
Pero celebrar un jonrón no debería molestar a nadie, ni debería ser objeto de un acto de represalia en el próximo turno. Mucho menos tendría el siguiente bateador que pagar los platos rotos con un bolazo en las costillas.
¿Quiere venganza? Ponche en la próxima oportunidad al mismo que ahora le botó la pelota. Esa sería la verdadera revancha.
Que vivan las celebraciones de los jonrones. A fin de cuentas, no hay nada más difícil en el mundo del deporte que reaccionar en fracciones de segundo para pegarle a una pelota que viene a 95 millas por hora.
Eso hay que festejarlo. Es un derecho de quienes lo consiguen.



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Por eso es que no se explica esa manía de las autoridades cubanas de tratar cada asunto de la vida nacional, por muy insignificante que sea, como un secreto de Estado.
Por cuarta vez en la temporada, la Serie Nacional recesa, para concentrar a un grupo enorme de peloteros, de donde saldrá el equipo que enfrentará a los Rays.
El grupo está compuesto por 41 peloteros: cuatro receptores, 12 jugadores de cuadro, ocho jardineros y 17 lanzadores, que a esta hora nadie sabe quién los va a dirigir.
Hace una semana se suponía que se anunciaría el manager de esa selección, que a todas luces no será Víctor Mesa, involucrado en un escándalo de agresión a un fanático en la occidental provincia de Pinar del Río.
La lista la componen los catchers Frank Camilo Morejón, Yosvani Alarcón, Osvaldo Vázquez y Olber Peña.
Figuran también los infielders William Saavedra, Yordanis Samón, Alexander Malleta, Dainier Gálvez, Andy Sarduy, Juan Carlos Torriente, Rudy Reyes, Yurisbel Gracial, Yunior Paumier, Yeniet Pérez, Yorbis Borroto y Yordan Manduley.
En los jardines aparecen José Adolis García, Yoandry Urgellés, Stayler Hernández, Guillermo Avilés, Dayron Blanco, Roel Santos, Denis Laza y Rubén Paz.
La relación la completan los pitchers Vladimir García, Jonder Martínez, Yosvani Torres, Freddy Asiel Álvarez, Yoanni Yera, Frank Monthiet, Leandro Martínez, Miguel Lahera, Vladimir Baños, Yaifredo Domínguez, Liván Moinelo, Noelvis Entenza, Danny Betancourt, Yunier Cano, José Ángel García, Héctor Ponce y Alexander Rodríguez.
Pero mientras los muchachos ya entrenan a todo tren, 15 de ellos participantes en la reciente Serie del Caribe, el eventual director todavía brilla por su ausencia.
Tanto secreto para un juego de unas tres horas de duración es incomprensible y una muestra más de que las cosas en Cuba siguen igual, más allá de las buenas intenciones de MLB de un acercamiento.
Da la impresión de que las negociaciones beisboleras entre ambos países se desarrollan en la misma tónica que las diplomáticas y políticas, con una parte ofreciendo y cediendo en todo y la otra pidiendo y no cediendo en nada.
Está bien que los cubanos quieran ganar el partido, pero el resultado es lo de menos.
La excepcionalidad del encuentro está en su entorno y no en el juego en sí.
El presidente Obama presente, posiblemente haciendo el lanzamiento de honor, glorias pasadas como Luis Tiant, José Cardenal y el capitán Derek Jeter como invitados y lo que pueda sacarse de la visita en términos de un acercamiento aún mayor es lo que de veras hace histórico el momento.
Una pena que no se haya incluido en la embajada beisbolera a Orlando "El Duque" Hernández, quien, pueden apostarlo, recibiría la ovación más estruendosa que se haya visto jamás en el vetusto estadio habanero, inaugurado en octubre de 1946.
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Goose Gossage es un tipo amargado, que anda repartiendo improperios por el mundo, algunos merecidos, otros desacertados.
En una conversación de diez minutos con ESPN, Gossage la emprendió en duros términos con media humanidad, con palabras soeces y groseras, innecesarias, por muy miembro del Salón de la Fama que sea.
El ex lanzador de 64 años, que pasó 22 temporadas en Grandes Ligas, con 124 victorias y 310 salvamentos, la emprendió sin ton, ni son, contra el dominicano José Bautista, toletero de los Azulejos de Toronto, a quien calificó como ''una desgracia para el deporte''.

En iguales términos se refirió al cubano Yoenis Céspedes, de los Mets de Nueva York, otro que celebra efusivamente sus bambinazos y atrajo todas las miradas sobre sí al inicio de los entrenamientos primaverales con todo un despliegue de autos exóticos.
Pero el propio ex lanzador se contradice al criticar a los nerds que dirigen actualmente el béisbol desde las oficinas de las diferentes franquicias y que según él, están acabando con este deporte.
Se trata de muchachos jovencísimos, graduados con honores de las más prestigiosas universidades, que posiblemente jamás han pisado un terreno de béisbol y que ven el juego a través de sus computadoras.
Parte y parte, Goose, parte y parte. Las cosas no son ni muy, muy, ni tan, tan.
Es cierto que estos computines, niños bitongos y bastante poco atléticos dañan el juego con su visión sabermétrica de la vida, lo vuelven aburrido al imponer nuevas reglas que le restan colorido a un deporte que ha perdido, lamentablemente, arraigo entre los más jóvenes, aunque desde el punto de vista financiero goce de la mejor salud de su historia.
La regla 7.13, que impide a los catchers bloquear el plato, se impuso de manera provisional, a modo de experimento en el 2014, pero se ha quedado, sin que hasta ahora nadie se haya pronunciado sobre su perpetuidad.
Ahora una nueva norma regula los deslizamientos en la intermedia, en lugar de enseñar a campocortos y camareros a evitar a corredores malintencionados.
Pero volviendo a Bautista, Céspedes y otros flamboyantes celebradores de sus batazos, ahí Gossage ni siquiera acercó la pelota a la zona de strikes.
Si, como él dice, el béisbol se está volviendo aburrido, debería aplaudir a hombres como estos, que con sus chispazos energizan el juego.
Ellos, el dominicano Carlos Gómez, el cubano Yasiel Puig y el estadounidense Bryce Harper, de personalidades un tanto extravagantes, son necesarios en un juego que ha caído en la peligrosa corriente de lo ''políticamente correcto''.
Ahora resulta que sólo los pitchers tienen derecho a festejar sus éxitos, con guturales expresiones, miradas desafiantes y puños en alto.
Y encima de eso, algunos se creen como encargados de mantener la ética y la justicia, como Madison Bumgarner, estelar serpentinero que casi quería asesinar a Puig cuando este lo vaciló con un enorme bambinazo tras dejarse cantar dos strikes por el medio.
Por cierto, que la respuesta del jardinero quisqueyano de los Azulejos, al enterarse de las declaraciones de Gossage, fue un acto de clase, al calificarlo de gran embajador del béisbol y restar importancia a sus opiniones.
Sin llegar a la falta de respeto o la humillación, aplausos para los festejos de Bautista, Céspedes, Gómez o Harper y disfrutemos la última campaña de David Ortiz, porque cuando se retire, lo vamos a extrañar.
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Mi apertura más difícil
He jugado en estadios repletos. Me he sometido a numerosas cirugías. E incluso he lanzado en una Serie Mundial. Pero nada me asustaba más que decir estas tres palabras: "Necesito ayuda". Bueno, ni siquiera las palabras , de verdad. Las palabras son fáciles de decir, sobre todo si usted no cree que ellas. Estaba bien diciendo que necesitaba ayuda mucho antes de que realmente lo creyera. Cuando mi esposa y amigos cercanos empezaron a decirme que pensaban que yo tenía un problema, siempre les daba la respuesta correcta. Yo decía lo que ellos querían oír para que pudieran sentirse mejor en ese momento. Pero mis respuestas nunca en realidad salieron de mi corazón. En realidad nunca quería dejar de beber. Y no pensé que lo necesitaba. Pensé que tenía todo bajo control. Sin embargo, en octubre pasado, mientras estaba sentado solo en una habitación de hotel, finalmente acepté la realidad que había estado evitando por tanto tiempo. "Necesito ayuda." Estaba en Baltimore en ese momento. Fue el último domingo de la temporada regular y estábamos a punto de comenzar los playoffs. Habíamos suspendido un juego por lluvia el viernes y había pasado la mayor parte del fin de semana solo en mi habitación de hotel consumiendo todo lo que había en el minibar. Tuvimos un juego de ese día, pero yo sabía que no iba a ser capaz de ayudar a mis compañeros si me necesitaban. Había tenido problemas físicos, pero también me sentí muy mal por otras razones. Estaba cansado de sentir algo que me enfermaba y agotado por mantener este secreto durante tanto tiempo. Entonces finalmente la realidad me golpeó: Tú no tienes que vivir así. Después de años de lucha, es importante para mí compartir mi historia con mis propias palabras. Durante mucho tiempo pensé que estaba en esto solo. Pero quiero que el mundo sepa que siempre hay gente por ahí que entienden. Es posible mejorar.Comentarios
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