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La paciencia es un árbol de raíces amargas y frutos dulces, dicen los persas. En el Bernabéu se empalagaron.
3-1. Y pudieron ser más. Y debieron ser más. Noche festiva de la Casa Blanca, aprovechando que los tres gigantescos enanos de aquel Barcelona que fue su Némesis recurrente, se consumen. Iniesta y Xavi han tomado una tregua. Y Messi claudicó a ser Messi hace ya un año..
Y sin ellos, sin las tres piedras filosofales de La Masía -hoy, por hoy, casi más mítica que legendaria-, el Barcelona no entreteje milagros con la fascinación pulcra de la pelota.
Sí: los tres desaparecen y la transición se aborta cuando Barcelona debe encarar a sus iguales, y no al cortejo de patiños habituales de la Liga.
Real Madrid fue más poderoso. En todas las aristas letales del futbol. Fue más atlético. Más fuerte. Más resistente. Más letal. Más consistente. Y más convencido espiritualmente.
Baste recordar que se levantó del atropello moral y deportivo que fue el gol de Neymar, para de inmediato reclamar la potestad de su propio escenario.
Y empezó a gestionar, de inmediato, especialmente con Marcelo, Cristiano y Benzema, con el sostén impecable de Kroos, toda una épica ofensiva, que por momentos llegó a retar a la pusilanimidad arbitral, como el abrazo de Pancracio, de Piqué sobre Benzema.
Barcelona no tenía manejo. Su abdicación del vanagloriado y embelesador tiki-taka, para tratar de encontrar recorridos más rápidos, incluso parece ser atentatorio a su propio almacén físico.
Recordemos: el Barcelona de Guardiola se distinguía por ser el equipo que menos corría pero mejor recorría la cancha. El maratonista era el balón, los genios se dedicaban a inspirarse. Por eso, al final del encuentro, los catalanes resoplaban y los madridistas soplaban.
Real Madrid agregó a los condimentos del Clásico, el inteligente respeto a la cartografía de Ancelotti. Especialmente nunca se desesperó, insisto, a pesar incluso, de la estocada de Neymar.
Incluso llamaba la atención el desparpajo de libertad que se le concedía a Marcelo, el acompañante perfecto al ataque, y todo ese larde del brasileño se construía magníficamente con la cobertura territorial del sobreslaiente Kroos, quien sudó su primer Clásico con un espíritu muy alemán: primero ganar y después sentir; primero máquina, después mortal.
¿James Rodríguez? Cumplió. Sin ser una de las claves de la victoria. Llama la atención, sin embargo, cómo en tres ocasiones al menos, apareció en los confines del área, en condiciones propicias para su pierna izquierda, pero le negaron la pelota, forzando incluso jugadas hacia Cristiano y Benzema.
Dramático e irónico que el misticismo de ese número endiosado en la cancha, nunca se materializó. Los "10", como suele ocurrir, no dejaron un legado memorable, como debería ser, en la cancha. Messi no fue, ya no es, el de tantos Clásicos. James, en su favor, debe decirse, apenas empieza a paladearlos.
Y queda demostrado que los discursos de las extorsiones físicas a los jugadores, a causa de los calendarios, son una falacia. ¿Fue evidente en algún momento que el Madrid tenía 24 horas menos de reposo que el Barcelona? Pareció todo lo contrario.
Por todo ello, al final, Madrid y madridismo disfrutan del lado sádico de los cocineros de la venganza: mientras más lenta, se vuelve más deliciosa.
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