SANTIAGO -- Los estrellas siguen apagadas en Chile. Han sido candil de su calle, oscuridad en su casa.

Han sido penumbra en su cuna, con su camiseta de sangre, bajo su bandera, luego de ser, casi todos, luminosidad absoluta con sus clubes, con sus patrones, bajo sus contratos.

A Chile no llega aún Messi. Ni llega James. Neymar llegó y se fue apestando a azufre, para seguir en deuda con su selección. Luceros mortecinos, especialmente el brasileño, con saldo de cuatro juegos de suspensión.

Messi recorrió menos metros que su arquero ante Jamaica. Mientras, James mete más codazos que Zúñiga y Cuadrado, y lo más ofensivo de Neymar lo hizo cuando el partido había terminado, y lo hizo con alevosía contra rival, árbitro... y contra Brasil.

La fase de grupos, se la roban dos cometas, dos delanteros fugaces. Irrumpieron y desaparecieron en este páramo donde las individualidades nacen, crecen, se reproducen y mueren en la efímera etapa de 90 minutos.

Arturo Vidal es letal ante México, con dos goles y una asistencia. Después arruina su Ferrari en un accidente, y con los artificios magníficos de la impunidad y la corrupción, lo perdonan.

El otro es Matías Vuoso, quien marca dos ante Chile en un partido espectacular, y en el juego clave, ante una defensiva más frágil como la de Ecuador, y vuelve a su estado natural de sequía.

Pero no era de ellos de quien se esperaba la pirotecnia. No era de ellos de quien se esperaba la grandilocuencia futbolística. Eran accesorios. El universo esperaba más que estrellas fugaces.

La expectación giraba alrededor de tres jugadores que en sus clubes han mostrado una brillantez que deja atónitamente maravillado al universo del futbol. En cambio, decepción, al menos en la fase de grupos.

    1.- Neymar estalla en la adversidad. Colombia le tunde en la madrugada del juego. Y pudo hacerle más. Y en el desenlace, Neymar estalla, agrede a colegas, insulta a un compañero, y luego amenaza e insulta a los árbitros. Los cuatro juegos de castigo fueron casi compasivos.

    2.- James Rodríguez sigue arrullado por la fama. La creó, la crió y se echó a dormir. Jugador revelación para algunos y jugador confirmación para otros en el Mundial de Brasil, tras un paso inconsistente con Real Madrid, no llega a hacerse cargo de Colombia en Chile. Ni siquiera en uno de sus tesoros innegables: los cobros.

    3.- Lionel Messi encumbró al Barcelona. Hibernó un año. Regresó en 2015 a adueñarse de todo, incluyendo el próximo Balón de Oro. Pero Argentina lo sigue buscando. Parece un fantasma entre sus compañeros, pese a que sus adversarios no lo pierden de vista con el temor palpitante, latente, como esperando que esa cobra enroscada salte y aniquila. Pero la cobra sigue hipnotizada.

Y las ausencias futbolísticas, no físicas, de los tres notables, se acentúan con las deficiencias de sus seleccionados nacionales.

El Brasil de Neymar no carbura. Ni con él ni sin él. La victoria sobre Venezuela se originó más en el reverencial temor de los llaneros que en las facultades extraordinarias de los amazónicos, más allá del gol espectacular de Thiago.

Pero si Brasil no funciona, esperaba al menos el impulso mágico de Neymar. La explosión devastadora de su talento.

Y si Argentina no fascina, porque Higuaín no anota las fáciles, y Di María no encuentra socio para las difíciles, Messi no germina, no genera, no arriesga, a pesar de que si lo hace Agüero, y que en su momento lo respaldará Tévez. Ante Jamaica, Messi entregaba la pelota y se escondía entre dos o tres contrarios.

James ha ofrecido un par de jugadas notables ante Brasil. Ante Venezuela desapareció. Y ante Perú hizo más daño con golpes prohibidos que con buen uso de la pelota. El niño mimado de Colombia que ha desbancado a un Radamel Falcao en declive, no tendrá más comodidades ante Argentina, donde el trato será áspero, rudo, como pocas veces los ha sentido en su vida.

¿Se están reservando Messi y James para los mejores momentos, para enfrentarse entre sí? El viernes tendremos la respuesta.

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LOS ÁNGELES -- La venganza es una joya culinaria: más deleita mientras más se cocina. Y Real Madrid la cocinó a fuego lento. Intenso, pero lento.

La paciencia es un árbol de raíces amargas y frutos dulces, dicen los persas. En el Bernabéu se empalagaron.

3-1. Y pudieron ser más. Y debieron ser más. Noche festiva de la Casa Blanca, aprovechando que los tres gigantescos enanos de aquel Barcelona que fue su Némesis recurrente, se consumen. Iniesta y Xavi han tomado una tregua. Y Messi claudicó a ser Messi hace ya un año..

Y sin ellos, sin las tres piedras filosofales de La Masía -hoy, por hoy, casi más mítica que legendaria-, el Barcelona no entreteje milagros con la fascinación pulcra de la pelota.

Sí: los tres desaparecen y la transición se aborta cuando Barcelona debe encarar a sus iguales, y no al cortejo de patiños habituales de la Liga.

Real Madrid fue más poderoso. En todas las aristas letales del futbol. Fue más atlético. Más fuerte. Más resistente. Más letal. Más consistente. Y más convencido espiritualmente.

Baste recordar que se levantó del atropello moral y deportivo que fue el gol de Neymar, para de inmediato reclamar la potestad de su propio escenario.

Y empezó a gestionar, de inmediato, especialmente con Marcelo, Cristiano y Benzema, con el sostén impecable de Kroos, toda una épica ofensiva, que por momentos llegó a retar a la pusilanimidad arbitral, como el abrazo de Pancracio, de Piqué sobre Benzema.

Barcelona no tenía manejo. Su abdicación del vanagloriado y embelesador tiki-taka, para tratar de encontrar recorridos más rápidos, incluso parece ser atentatorio a su propio almacén físico.

Recordemos: el Barcelona de Guardiola se distinguía por ser el equipo que menos corría pero mejor recorría la cancha. El maratonista era el balón, los genios se dedicaban a inspirarse. Por eso, al final del encuentro, los catalanes resoplaban y los madridistas soplaban.

Real Madrid agregó a los condimentos del Clásico, el inteligente respeto a la cartografía de Ancelotti. Especialmente nunca se desesperó, insisto, a pesar incluso, de la estocada de Neymar.

Incluso llamaba la atención el desparpajo de libertad que se le concedía a Marcelo, el acompañante perfecto al ataque, y todo ese larde del brasileño se construía magníficamente con la cobertura territorial del sobreslaiente Kroos, quien sudó su primer Clásico con un espíritu muy alemán: primero ganar y después sentir; primero máquina, después mortal.

¿James Rodríguez? Cumplió. Sin ser una de las claves de la victoria. Llama la atención, sin embargo, cómo en tres ocasiones al menos, apareció en los confines del área, en condiciones propicias para su pierna izquierda, pero le negaron la pelota, forzando incluso jugadas hacia Cristiano y Benzema.

Dramático e irónico que el misticismo de ese número endiosado en la cancha, nunca se materializó. Los "10", como suele ocurrir, no dejaron un legado memorable, como debería ser, en la cancha. Messi no fue, ya no es, el de tantos Clásicos. James, en su favor, debe decirse, apenas empieza a paladearlos.

Y queda demostrado que los discursos de las extorsiones físicas a los jugadores, a causa de los calendarios, son una falacia. ¿Fue evidente en algún momento que el Madrid tenía 24 horas menos de reposo que el Barcelona? Pareció todo lo contrario.

Por todo ello, al final, Madrid y madridismo disfrutan del lado sádico de los cocineros de la venganza: mientras más lenta, se vuelve más deliciosa.

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