LA SERENA (enviado especial) -- "¿Viene al Mundial?"
La pregunta del oficial de migraciones, apenas pisamos suelo chileno, no es fiel reflejo de la sensación térmica previa al inicio de la Copa América.
En La Serena, descripta en la guía de medios del certamen como "la ciudad con mejor calidad de vida" del país, hay expectativa y satisfacción por ser una de las 8 sedes de la cita continental.
Fundada en 1544, La Serena era el lugar de descanso de los colonizadores que viajaban entre Santiago y Perú. En el hermoso paisaje se destacan 6 km. de playa y el Valle del Elqui, paso obligado de los turistas.
La calma habitual se ve alterada por la presencia de los planteles de Argentina y Paraguay. En la puerta de los hoteles y predios de entrenamiento, siempre hay un grupo numeroso de personas a la espera de ver a los futbolistas para expresarles su cariño.
Si de cariño se habla, Marcelo Espina recibe más reverencias que Messi. Acá es prácticamente una celebridad. El analista de ESPN es abordado permanentemente por gente que, con mucho respeto, le pide fotos o autógrafos, recordando su exitoso paso por el fútbol chileno.
La Catedral, el casco histórico, el museo arqueológico, el Parque Japonés Kokoro No Niwa y el Faro Monumental al inicio de la Avenida Francisco Aguirre son otros puntos de interés. A la noche, la Avenida del Mar es el foco de concentración por su gastronomía.
Además, la ciudad ubicada a 470 km. de Santiago y con 211.000 habitantes se caracteriza por su Ruta Astronómica. A través de su modernos observatorios se pueden apreciar los cielos más nítidos de Chile.
En pocas horas, las estrellas también se verán en la cancha.
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EAST RUTHERFORD, N.J. -- ¿Valentía o cobardía? ¿Carácter o pusilanimidad? ¿Liberación o escape? ¿Traición o solidaridad?
¿Claudica o desintoxica? ¿Deserción o sinceridad? ¿Suicidio o eutanasia deportiva?
La respuesta la tienen los días. Y aquellos que sobrevivan en una selección argentina que ha perdido tres finales consecutivas, dos de ellas ante Chile.
Lionel Messi ha tomado este domingo una decisión que sacude al mundo del futbol. Sacude a Argentina. Sacude a Barcelona.
Renunciar a continuar en la Selección de Argentina, no debe ser una decisión fácil.
El mejor del mundo claudica, se rinda, en el peor de sus momentos. Vitoreado de azulgrana, vituperado de albiceleste.
Para muchos es una deserción. El capitán no salta de la nave antes de que se hunda. El romanticismo, la hidalguía y el honor, dicen que debe hundirse con su navío. Sólo saltan los roedores de entrañas negras.
Y Messi parece darle la razón a Diego Armando Maradona quien le cuestionaba sus dotes de líder para encumbrar a Argentina. "Si no regresan campeones, que no regresen", los había amenazado El Pelusa.
Hay algo irrefutable: para claudicar, después de tres monumentales fracasos, hay que tener una gran honestidad o un gran cinismo. Sólo Messi sabe sus motivos.
Y con él se va un jugador de enorme carácter, Javier Mascherano. El genuino líder de Argentina. Se va por edad y por decepción.
El fracaso suele llevar al suicidio como una forma de eutanasia. Morir a solas para vivir mejor.
La gran duda se mete en los corazones inconsolables de los aficionados argentinos: ¿podrán clasificar a la Copa del Mundo de Rusia 2018 sin dos de esos referentes?
¿Y cuál será el golpe brutalmente moral que estas dos deserciones provoquen en el resto del plantel?
Y el Barcelona agrega sus propias dudas: ¿cuáles ruinas de Messi llegarán a su campo de pretemporada, después de este nuevo fracaso con Argentina y del mismo fracaso en la temporada a nivel de clubes, sin ganar la Champions, y que encima gana el Real Madrid?
Los mismos patrocinadores de la Selección de Argentina tendrán que sentarse a platicar sobre sus acuerdos con la AFA, que, además, recordemos, en este momento tiene a un presidente entre desaparecido, prófugo, amparado y exigido por la justicia.
Y en España, la situación fiscal y legal de Messi y su padre se agravó hace dos semanas con nuevos reclamos y nuevas investigaciones. Los Panamá Papers, aún tienen legajos y legado oscuros sobre la familia.
Lo cierto es que el mejor jugador del mundo tomó la mejor decisión para él, y la peor para una nación que hace 23 años, y seguramente muchos más, ha visto el Obelisco como un altar que se ha vuelto profano: la gloria futbolística se niega a volver a él.
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+ No soy un aficionado argentino al futbol y quizá para ellos lo que digo o lo que intento plasmar aquí puede resultar hasta ofensivo. Pero lo que trato expresar es que para mi, como un observador, un apasionado de lo que puedo ver y describir a través del deporte y en este caso del futbol, me alcanza con la satisfacción de tenerlo en la cancha y de disfrutar lo que él hace y a veces hasta lo que sólo intenta hacer. El deporte y el futbol están inmiscuidos y mezclados directamente con el orgullo del ser humano, de ganar, de sentirse más fuerte y poderoso que el rival. El triunfo es una satisfacción plena de la naturaleza humana, pero cuando se trata de Lionel Messi, se trata de un artista y cuando uno aprecia una pintura de Van Gogh, una obra de Da Vinci o la música de Beethoven, el triunfo viene incluido como recompensa en nuestros sentidos. Para no seguir con más cuentos y rebusques, creo que a Messi hay que catalogarlo y hasta juzgarlo como un artista y no sólo como futbolista.
LOS ANGELES -- Como en la vida misma, no todas las cosas en el deporte son importantes y preciadas a partir de ganar o perder. Mucho menos cuando se trata de un personaje que conduce "su obra", su talento, su imaginación, su arte, hasta algunos de los niveles más extraordinarios que el juego reconozca en todos sus días de existencia.
Ganar o perder... ¿Qué es ganar y qué es perder?
Para mi es un artista. Como lo era Van Gogh, Da Vinci, Picasso, Miguel Ángel, Mozart, Beethoven, o Bach. Ganar o perder es un asunto trivial, insubstancial. Verlo, en este caso en la cancha, confeccionar su juego, mostrarnos sus destrezas físicas, técnicas y mentales, es ya un triunfo. A mi, sin ser argentino, me basta con eso...
Lo siento por Lionel Messi. Su carrera no merece los amargos momentos que ha vivido vestido en los tonos albicelestes y tratando de evocar los días de gloria de la selección argentina.
Su expresión de dolor y sus lagrimas en la noche de domingo de Nueva Jersey evidenciaban la gran frustración que ha tenido otra vez. La esperanza volvía a pender desde sus botines y la presión volvía a centrarse sobre sus hombros. Argentina ha vuelto a fallar en una final y el peligro radica en que el gran futbolista del Barcelona sea recordado más por la ausencia de buenos momentos y de campeonatos en la selección que por sus fenomenales jornadas sobre el campo de futbol.
El futbol es y sigue siendo un deporte de conjunto, de asociación. Jugadores como Messi, sin embargo, se han encargado de hacernos pensar otra cosa, de entender el futbol de manera distinta, a partir de lo que ellos hagan, o dejen de hacer, de una inspiración, de una especie de magia, de supremacía, de poder hacerlo y resolverlo todo sobre la cancha de juego. La final de la Copa América nos dio una buena lección: Argentina jugó para Messi y pensando que Messi tenía que resolverlo todo --se nos olvidó la falla de Higuain al comienzo del partido o el remate del "Kun" Agüero que Claudio Bravo sacó de manera majestuosa--. Todo estaba listo, incluyendo nuestra mente, para reservar la Copa de Messi y sólo de Messi. Mientras eso sucedía o mejor dicho, no sucedía, Chile jugó como equipo. Se juntó, se fortaleció e incluso se engrandeció a partir de una expulsión antes de la media hora de juego y esperó su momento para volver a ganar la Copa América desde el punto de los penaltis. Chile ha tenido un gran éxito. Es un ejemplo para otros, porque finalmente, después de muchos años de lucha y de trabajo, ha aprovechado una generación bendita, la mejor de todas, para ponerse al nivel de sus históricos "vecinos" futbolísticos: Argentina, Uruguay y Brasil.
Para mi, nada ha cambiado a la mañana siguiente: Messi sigue siendo el mejor futbolista del mundo. Que haya muchos empeñados en comparar épocas, en ponerlo frente a frente con otros en la historia, en declararlo un futbolista carente de carácter y de personalidad --como lo hizo Maradona hace poco en una charla privada con Pelé-- me parece intrascendente. Su marca, sus números y sus actuaciones fehacientes sobre la cancha de juego sólo dejan evidencia de su grandeza. Valdría la pena analizar si algunos de estos futbolistas argentinos que han rodeado a Messi --Higuaín, Agüero, Di María, Lavezzi-- no están realmente sobrevalorados.
Sería injusto catalogar la carrera de Messi a partir de lo que no ha podido ganar con la selección argentina. Estoy seguro de que él se ha esforzado siempre en brindarnos lo mejor que tiene. Su renuncia o insinuación de renuncia a la selección argentina es una muestra de dolor y también del carácter y la personalidad que tanto se le reclama. Y sería, también, una mala noticia para el futbol y sus aficionados, porque después de todo, cuando se trata "un artista" al nivel de Messi, ganar o perder, puede remitirse tan sólo a un hecho anecdótico.
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+ Se cumplen justamente 30 años de aquella maravillosa gesta en México. El mundial de 1986, la consagración de Maradona y la confirmación de un futbol como potencia mundial. Pero algo sucedió después. Argentina no dejo de protagonizar, de estar en los primeros sitios, de llegar a finales, pero no levantó más trofeos. Hoy, la necesidad existe, porque hay toda una generación de nuevos aficionados argentinos que jamás lo han visto campeón. Es tiempo de Argentina, de Messi y de acabar de una vez y para siempre con "los fantasmas" que aparecieron luego de que Maradona recibió la estatuilla de campeón de manos del presidente mexicano Miguel de la Madrid Hurtado.
LOS ANGELES -- Para una nación siempre orgullosa de su futbol, la sequía, el ayuno no sólo ha sido prolongado, también ha dejado una dolorosa y pesada huella en toda una generación. Hay muchos argentinos que recuerdan vagamente el gol sobre Inglaterra, "La Mano de Dios" y la consagración en el Estadio Azteca. Hay muchos argentinos que no lo vieron, que se los contaron y que a partir de ahí, han vivido un "infierno desolado" entre el futbol que cuentan sus padres y sus abuelos y aquel que no consigue el triunfo otra vez.
El culpable perfecto para cargar con toda la época de carencias sigue siendo el hombre que porta la camiseta número "10", aun con aromas sagrados de Maradona, aun, con los vestigios de un futbol al que no le alcanza mantenerse en un estado competitivo, que no está completo solo acariciando la gloria, que necesita ganar, siempre y levantar trofeos, siempre.
Argentina vuelve a tener esa oportunidad el domingo y Argentina sabe que no puede írsele de las manos.
Lionel Messi vuelve a tener la ocasión y Messi sabe que no hay otro plazo, otro pretexto, otro acercamiento infructuoso. Es ahora o nunca.
La jornada en Nueva York promete, sin embrago, no ser un "dia de campo" para Argentina. Hay suficiente materia prima, inteligencia, creatividad y personalidad para pensar que tendremos un partido de poder a poder, con los dos mejores equipos del continente, dos de los mejores del mundo, con dos nominas impresionantes en la cancha y una sola diferencia: Messi.
Lo que resulte del Argentina-Chile para definir este domingo, en Nueva York, al histórico primer campeón de la Copa América Centenario parece depender del mejor futbolista del mundo y para muchos --yo levanto la mano-- del mejor jugador de la historia.
Argentina y Messi han "paseado" hasta ahora por la Copa América. No han tenido demasiado presión ni en la ronda de grupos --donde el entrenador Gerardo Martino supo administrar la presencia de Messi y llevarlo de menos a más ante la presión del torneo y de los aficionados por verlo en la cancha-- y tampoco en las rondas definitivas, donde el equipo mostró un amplio control de la situaciones. Venezuela no fue rival en los cuartos de final y Estados Unidos tampoco lo fue en las semifinales. Los números de Argentina son pulcros e impresionantes. Al domingo llegará como el inobjetable favorito.
El problema de este equipo y de Messi e incluso antes de Messi ha radicado en ganar partidos definitivos. Por increíble que parezca, Argentina no gana un torneo de relevancia desde la distante Copa América de 1993 y está por cumplir, justo en estos días, 30, 30 lejanos años desde que levantó la Copa de la FIFA en el Mundial de 1986. Acercamientos ha tenido y de sobra. Finales de torneos continentales y finales de Copas del Mundo (1990 y 2014). Parece que ha llegado el momento de tomar lo que les corresponde.
La mayor presión para Argentina será la propia Argentina, su incapacidad para ganar finales, para levantar trofeos, su memoria de un equipo poderoso, de un Maradona genial y de los añoradles días de la gloria. Ha llegado el momento y puede que enfrente estén Chile, Arturo Vidal, Alexis Sánchez y Claudio Bravo, pero la realidad es que el rival más difícil de superar será la propia Argentina y sus "fantasmas" de las últimas tres décadas.
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Las victorias de Osorio sobre la gran derrota de México
Juan Carlos Osorio sigue al frente del Tri. Presentó su renuncia, según Guillermo Cantú. Conciliaron. Reconstruyeron el pacto de entre las ruinas del 7-0 ante Chile. En medio de esa vergonzosa derrota, el entrenador consuma victorias.
Cada quien tendrá su respuesta, pero ¿qué lacera, que hiere, qué hiede más del 7-0 ante Chile? ¿El escandaloso marcador? ¿O la deplorable actitud de los jugadores? La segunda consuma la primera, sin duda.
Y ojo, lo había advertido: un grueso de la afición, sigue exonerando, exculpando, por el soborno de un autógrafo o una fotografía, a los 11 pusilánimes, a los 11 timoratos, a los 11 fanfarrones que idolatra.
La FMF toma una decisión inesperada. Peligrosa, riesgosa, sorpresiva, pero aparentemente acertada.
Pero, también, la FMF toma una decisión tramposa, farsante, corrupta. Se lava las manos. Y los dueños de equipos, que prometieron, como Jorge Vergara, "ir hasta las últimas consecuencias", se acurrucan cómplices a su alrededor.
1.- Ojo: le da un voto de confianza al entrenador colombiano, por encima de los jugadores. Inusitado, totalmente.
2.- Ojo: Osorio no claudica en su punto medular: las rotaciones. Para él son imprescindibles por salud grupal; necesarias por exigencias del rival, y porque en su carrera le han dado éxito, ojo, lo hemos dicho reiteradamente, en clubes, donde el contacto es diario.
3.- Ojo: Osorio no aceptó ninguna de las imposiciones. Ni a un auxiliar mexicano, ni un cambio de timpon en su forma de manejar al grupo, y menos aún en su grupo de colaboradores.
4.-Ojo: Osorio no acudió a la rueda de prensa. Podrán algunos catalogarlo de cobardía, pero, refleja la astucia de Decio de María. Entre todo la perorata de Guillermo Cantú nada rebasó el anuncio medular de la continuidad, ni el enamoramiento de la mosca por su agua de colonia... o su falta de agua de colonia.
5.-Ojo: Osorio tendrá su más cruda, ruda y frontal prueba antes de recibir a Honduras y viajar a El Salvador en el cierre de la fase de grupos de Concacaf. Me refiero al momento de la convocatoria para esos partidos.
6.-Ojo: México ya clasificó al Hexagonal. Si Osorio llama a los europeos, y a otras balas perdidas como Paul Aguilar, es que está decidido a librar una batalla final: la redención colectiva o la renuncia masiva.
7.-Ojo: por otro lado, puede empezar a armar su propia selección, con lo que encuentre en la Liga MX, buscando lealtades genuinas y voluntades absolutas. Un ejército propio.
8.- Ojo: la permanencia de Osorio, es, obviamente, una permanencia condicionada. No la condicionan ni las fórmulas ni las formas, sino los resultados. La consigna es muy clara: cero derrotas en Concacaf. ¿Incluido el eterno Waterloo del Tri en Columbus?
9.- Ojo: Osorio acepta como el gran examen, la Copa Confederaciones, que será el reencuentro eventual con un par de potencias europeas y... ¿con Chile? Los sorteos, manoseados y todo, guardan rencores sadomasoquistas.
Viene pues, un escenario dramático de cambio. Osorio ya no puede equivocarse, y por ello, ya no puede equivocarse en la decisión fundamental: la elección de futbolistas.
Lo tiene claro el técnico colombiano: debe cambiar para evitar que lo cambien. Y debe hacer cambios. Hoy, la rotación de jugadores, e slo único que puede salvar su doctrina de la rotación.
Pero, insisto, no puede permitir que le manipulen su estilo de trabajo, porque hacerlo, sería traicionar sus principios, y entonces sería un espantajo sin autoridad.
Y en ese sentido, se agrega otra victoria de Osorio: prefiere morir por sus convicciones, que morir traicionando sus convicciones.
Y lo que queda claro, es que, como canta su paisano Juan Luis Guerra, en esa travesía de "cruzar el Niágara en bicicleta", no puede perpetrar errores.
Osorio lo sabe: la cicatriz del 7-0 no es un estigma eterno sólo para el futbol mexicano. Él también lo arrastrará como la página ensangrentada de su curriculum.
Nunca llegarán ni el perdón ni el olvido de una afición que hoy, confundida, difusa, dolida, sigue buscando a alguien para sacrificarlo en la picota.
Y hoy, es menos ingenuo, o menos desprevenido el técnico colombiano. Hoy, ya sabe, que en México, las emboscadas visten de pantalones largos... pero también de pantaloncillos cortos.
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La Conmebol ha terminado exhibiendo al futbol de la Concacaf en esta Copa América del Centenario. Argentina, Chile y la propia Colombia han dejado en claro la distancia que existe con el futbol de Estados Unidos, de México o de Costa Rica. Es un tema de calidad, de jugadores, de Messi, de Vidal, de James. Cuando suponíamos que las distancias se habían recortado, el torneo ha puesto a cada quien en su lugar.
LOS ANGELES -- "Si el norte fuera el sur", dice la canción de Arjona y la Copa América ha dejado una constancia definitiva del nivel y del papel que tiene cada hemisferio en el futbol.
La Conmebol está en su sitio, con una Argentina imparable, que parece abusar de los demás, incluyendo de Estados Unidos, al que con "el acelerador" a media intensidad, le ha pasado por encima en la ronda de las semifinales. Pero si se trata de "pasarle por encima", Chile se encargó de lo propio, ante México, en la histórica y humillante vapuleada de los cuartos de final. La Conmebol, aún sin tener en plenitud a dos de sus más destacados integrantes --Brasil y Uruguay que se fueron temprano del evento-- ha establecido condiciones imponentes.
Jugador por jugador, equipo por equipo, el futbol que se juega en el sur del continente es mucho más competitivo. Y eso es algo que sabíamos y parecíamos entender desde un inicio. Lo que no sabíamos o no queríamos saber del todo, es la verdadera distancia que había entre uno y otro. De eso, no quedan dudas. Futbolistas como Messi, Higuaín, Vidal, Alexis, James, Cuadrado marcan una diferencia considerable. Juegan y desarrollan su talento en algunos de los clubes más importantes del mundo, en la elite de este deporte. Sobre una cancha, hay que tener otro tipo de elementos para poder competir con ellos.
Habíamos creído, en un momento dado, que la Concacaf a través de Estados Unidos, de México, de Costa Rica y de lo que habían logrado en algunas competencias internacionales en los últimos tiempos --Mundiales, Olímpicos, Copas Confederaciones, Mundiales con límite de edad y hasta Copas América-- que tenían otro tipo de argumentos. Puede que los tengan, pero todavía no para hablarse de tú a tú ante las grandes potencias sudamericanas.
La Copa América del Centenario ha puesto a cada quien en su lugar. Tendremos una final sudamericana., tendremos en ella al mejor futbolista del mundo y quizá de la historia, tendremos talento natural, directamente provisto de los clubes de elite de las ligas europeas, tendremos a equipos que saben competir entre las potencias, que tienen personalidad, experiencia y que difícilmente pierden el orden, el control, y los estribos.
Si el norte fuera el sur, pero no es así. Cada hemisferio tiene su nivel, su historia, su protagonismo, sus alcances, sus virtudes y sus carencias. Conmebol está en su sitio, la Concacaf en el suyo...
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CHICAGO -- ¿Cómo no recordarlo? ¿Cómo? Cómo si es más genuina, leal y fiel mi memoria que todos los videos de YouTube. ¿Cómo olvidarlo?
El granuja, el pibe de arrabal, de potrero, ya había puesto de rodillas a la Reina (Dios la salve de D10s) y a sus súbditos, con la chapucera mano superando a Shilton.
Aún entre los tramposos hay clases sociales. A estos, a los Diegos, se les llama magos. El resto, viles mendigos y delincuentes.
El 1-0 hacía sangrar al Palacio de Buckingham. El tunecino Alí Bennaceur había legitimizado el hurto más canalla en la historia del futbol, más incluso que el gol fantasma de, mire usted, Inglaterra a Alemania, en la Final de 1966.
'La Mano de Dios', diría después Diego. Claro, no era La Mano de Dios, pero sí, La Mano de D10s.
A veces, sólo a veces, en el deporte, el más horrendo de los crímenes, recibe la penitencia con el más fascinante de los indultos.
Ese día ocurrió. 22 de junio. Estadio Azteca. Cuando aún le cabían a su majestuosidad 124 mil majestuosos corazones en delirio.
¿Cómo olvidarlo? Para qué olvidarlo. Cómo no recordarlo. Porque estaba ahí, en la tribuna de prensa del Azteca. En la fila de atrás, regalo del destino, la Legión de Honor del periodismo deportivo.
Los había leído, vorazmente, cada semana, con semanas de retraso, en El Gráfico, aquel Gráfico, que a veces hurtaba y a veces compraba. Era la mejor academia vía postal, de periodismo deportivo. Docencia absoluta. El arte de investigar. De hacer de historias comunes, epopeyas.
Onésime, Juvenal, Cherquis Bialo, Proietto, Gorín y hasta alguien me dijo que seguro estaba ahí el espíritu de Borocotó. Me sentí bendecido: debía entregar la crónica para El Heraldo de México del partido más codiciado antes de la Final del Mundial de México. Y detrás, los maestros, sin saber ellos de ese anónimo escolapio por correo.
Segundo tiempo. Y Diego Armando Maradona, una vez más, coreado por la devota idolatría de la tribuna.
Y uno sabía cómo comenzaría aquello, con ese regordete melenudo, bajito, con la pelota menos lejos que un arrumaco de tango. Uno sabía cómo comenzaría, pero nunca sabía cómo terminaría.
Pero aquello se fue insinuando. Y las gargantas comenzaron en murmullos. In crescendo. Hasta los alaridos.
Porque Diego abate a la guardia personal de la reina. Scotland Yard aún busca levantarle cargos. Ni Dios salvaría a la Reina de la invasión de D10s.
Y Maradona recibe del Negro Enrique en su propia cancha. "Mirá Diego, que te di medio gol en ese pase", bromearía Enrique después.
Y comienza la obra más grande en la historia del futbol mundial. Nueve segundos. Doce toques lascivos a la piel tersa de durazno de la gordita blanca.
Diego, pisa, gira, amaga, piruetea. Maestro, música, que el baile comienza. El vals apresuradito de los nueve segundos.
Y se deshace del primer mastín, de apellido Beardsley. Maradona hace del serpenteo y el vértigo un cromo pendulante. Su baja estatura es cómplice de su centro de gravedad.
Los desalmados y desarmados ingleses ya no buscan la pelota, buscan la humanidad del holograma vivaz que transita en tercera dimensión. Estatuas de sal.
Desde las alturas del Estadio Azteca la travesía al Buckingham de Shilton parecía un laberinto inexpugnable. Un callejón sin salida. Pero donde los vulgares ven murallas, Diego ve pasadizos, ve atajos.
El Hércules chaparrón se lanzaba cobre el Cancerbero de seis fauces babeantes y con ojos inyectados de odio. Tenía una espina aún para el Equipo de La Rosa.
La coreografía del asombro en la tribuna. Una danza tribal. De cuerpos y de voces. Nos empezamos a poner de pie. Sí, de nuevo, in crescendo. Y no en homenaje a los cadáveres ingleses exhumados de frustración, caídos en el césped de la catedral mexicana. No. Sino porque Diego Armando Maradona empezaba a pintar su propio mural del Juicio Final en la Capilla Sixtina del futbol universal.
124 mil testigos del asesinato perfecto. Y la cabalgata de Maradona en el corcel invisible de la gloria, con la doncella blanca como bayoneta de perfidia.
Diego entregaba un crisantemo a cada rival caído. Para su tumba. Los aniquilaba de asombro. Si el propio Pelusa no sabía qué inventaría en la siguiente acrobacia, con la musculosa delicadez de su cadencia, cómo demonios podrían saberlo ellos. Su certificado de defunción rezaba: eutanasia.
Primero Beardsley. Y después Hodge. Y Reid. Y Butcher. Y Fenwick, y hasta el arquero Shilton, embobado ya, embelesado ya, resignado ya, cuando Diego encamina ante el altar del 2-0 esa pelota dócil, mientras simultáneamente se colapsaban Buckingham y el Azteca. Dos cataclismos con un mismo epicentro.
Que dulce defunción para Shilton: desde 60 metros y nueve segundos antes, vio venir al heraldo, al portador de su propia muerte, con la ominosa inmortalidad de recibir el mejor gol de la historia.
El Azteca se llena de 124 mil microsismos. Convulsiones. Alaridos. Lágrimas. Bosques de puños al cielo. Ojos desmesuradamente abiertos, como para guardar el momentum de todos los momentos de ese gol. Algunos derrumbados en sus asientos queriendo creer lo que parecía increíble.
Diego hizo que la realidad degradara hasta la vulgaridad todas las fantasías incubadas en las febriles premoniciones de 124 mil privilegiados en el Azteca. Los Mundiales en México han sido los ascensos al Olimpo de los dos mejores futbolistas: Pelé y Maradona.
Gary Lineker tendría que salir a legitimizar su sentencia célebre: "El futbol es un deporte que inventaron los ingleses... pero para que los mexicanos convirtieran en semidioses a sus dos mejores exponentes".
Súbitamente escuché a mis espaldas, en esa sinfonía de Babel, donde el festejo era absoluto, pero con un lenguaje invertebradamente difuso, lo más brutalmente insólito.
Y venía de gargantas argentinas, colapsadas, indecisas entre romper a llorar o en carcajadas. Pero lo escuché clarito, y de esa fraternidad de letrados capaz de narrarme un partido de futbol como una Ilíada y una Odisea.
"Hijo de puta", gritaba uno. Y otro. Y otro más. Los periodistas argentinos tenían un rictus indescifrable en su rostro. Y ese grito se multiplicaba. Yo rebuscaba adjetivos para anotar en mi libreta, y me encontraba con una descripción inusitada de ese gol que cada año, como Gardel, es más legendario, más mítico, y más universal...
Me explicaría uno de ellos: "Es que en Argentina cuando quieres elogiar a alguien le dices que es un hijo de puta, es el mayor elogio, en estos casos".
Los observé. Más a ellos que al carnaval festivo de la cancha. Tenían razón. No había que ir al diccionario de mi memoria.
Me senté. Tomé libreta y pluma. Y empecé a anotar, por disciplina, no porque hiciera falta, el nombre del autor del gol: "Diego Armando Maradona, el mayor hijo de puta en la historia del futbol...".
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