El misterio de LaMelo Ball
El equipo que gane la lotería del draft de la NBA de esta noche tiene la oportunidad de seleccionar al prospecto más intrigante en años.
Debemos tener esto presente desde el inicio: LaMelo Ball no se somete a informes de evaluación de talento. Estos hombres que se preparaban para el pitazo inicial en una noche cualquiera del mes de octubre en Australia eran, simplemente, cuerpos en uniformes distintos, que no representan para él una amenaza mayor a una serie de conos colocados sobre la cancha para una rutina de entrenamientos. No se trata de nada personal: esa es la forma en la que siempre ha visto a esa clase de jugadores, desde los atletas de secundaria en California, pasando por los profesionales en Lituania, hasta los hombres que juegan en la Liga Nacional de Baloncesto de Australia. Son meros obstáculos temporales en su ruta para alcanzar algo mejor.
Pero en esta noche particular Matt Flinn, su entrenador con los Illawarra Hawks, había considerado que uno de esos hombres eran meritorios de su atención. Por ello, Flinn llamó a su base a la línea de banda, para impartirle la dosis de sabiduría que su posición exige.
"¿Ves a ese chico?", preguntó Flinn, apuntando a un escolta rival.
"Sí, sí", respondió Ball, utilizando uno de sus tics verbales.
Flinn puso una mano sobre su boca y giró su cabeza a un lado. Era un entrenador, viendo el enfrentamiento que esperaba ver, y esto (al demonio con la indiferencia de Ball) era lo suficientemente importante como para asegurarse de que nadie pudiera leer sus labios.
"Cuando ese chico te marque, desbórdalo todo el tiempo", dijo Flinn. "Él no tiene posibilidad de permanecer frente a ti".
"Te entiendo, coach", dijo Ball, antes de darle una palmada a Flinn sobre su espalda y agregar: "Ni él, ni el resto del mundo".
Flinn estalló en risas, justo allí, sobre la cancha.
Como prácticamente todo en la vida de LaMelo Ball, este momento permanece vívido en la mente del resto del mundo, pero cayó en el olvido en la conciencia de Ball. Cuando hago un recuento de la anécdota a LaMelo, él dice: "Sí, creo que lo recuerdo. Pero, es que... todo el tiempo digo cosas así".
El mundo en sí es una abstracción, una serie de conos sin fin, una colección de hombres sin rostro y sin nombres, incapaces de marcarle, junto a las posibilidades geométricas que se abren a medida que él se sumerge dentro del flujo de un juego. "No lo puedo explicar, pero no tengo pensamientos cuando estoy jugando", expresa. "Sin embargo, siempre tengo canciones sonando en mi mente, lo que es raro". Se ríe y sacude su cabeza. Todo un misterio, incluso para él mismo.
"¿Cómo puedo describirle?", dice Jermaine Jackson, mánager y preparador físico de Ball. Jackson es un ex base de la NBA que vivió con Ball en Australia. Aleja su mirada, asintiendo mientras busca las palabras apropiadas. "Pongámoslo de esta forma: Él es un hombre con quien no te puedes enfadar".
Ball es el jugador más famoso entre los candidatos que se presentarán al draft de la NBA en su edición 2020. Además, es el misterio más famoso dentro del mundo del baloncesto. Sabemos de su existencia gracias a su padre, conocido por su habilidad única para formar turbulencias, su icónico apellido y dos hermanos mayores que también juegan al baloncesto. Sin embargo, LaMelo sigue siendo particularmente un concepto, famoso por ser famoso, con un rol dentro del programa de telerrealidad de su familia "Ball in the Family" ("Ball en la familia"), transmitido por Facebook (co-protagonizado por LaMelo Ball, quien se interpreta a sí mismo) y los "no-se-cuántos-millones" de seguidores en Instagram. (Para los quisquillosos: rondan los 5.5 millones). Ha vivido una niñez de programa de telerrealidad que nunca se sintió particularmente real.
Sin embargo, es importante verle por lo que es y no por lo que se ha proyectado de su persona al mundo exterior. Fue envuelto en un deporte como si fuera un bebé dentro de una faja, con su identidad escondida por su talento y una extraña odisea global. Él es delgado y fluido, con una larga quijada y una gran sonrisa que reiteradamente se expande lo suficiente como para exponer la cruz tallada con rayos láser sobre uno de sus molares caninos. Tiene 6 pies y 7 pulgadas de estatura, con brazos similares a jóvenes ramas: esbeltas, aunque en crecimiento; dentro de ellos, podemos empezar a imaginar el hombre en el que eventualmente se convertirá.
Su hermano Lonzo, base de los New Orleans Pelicans, le dice que "mantenga lo prioritario, prioritario", y es fácil imaginarse las múltiples capas de experiencia compactadas en esas pocas palabras. LaMelo se ha visto rodeado por el humo y el ruido durante tanto tiempo, que ha terminado desarrollando la inmunidad a sus repercusiones. La música suena dentro de su mente y el mundo exterior se mantiene fuera. Nada (ni los rugidos de su padre, o las incógnitas sobre su juego, o los alocados giros de su trayectoria terriblemente poco convencional, o la constante filmación y transmisión de su vida, o las tribulaciones que conlleva prepararse para un draft aplazado por largo tiempo en medio de una pandemia) pueden abrir un hoyo dentro de su psique.
Puede requerir cierto tiempo, pero la gente que vive cerca de las pistas de ferrocarril eventualmente deja de escuchar a la bocina del tren.
UNA CONVERSACIÓN CON LaMelo Ball se asemeja a escuchar a escondidas un monólogo interior. En enero pasado, cuando esas cosas aún eran posibles, Ball se sentaba en un café de Wollongong, Australia, ingiriendo su ensalada César de pollo de todos los días. Sin salsa, sin queso. Hablaba con respecto a la posibilidad de ser tomado en el primer puesto del draft de la NBA y si eso tenía algún significado para él (más o menos, algo así, pero al final, lo que importa es que todo salga bien), cuando empezó a entonar algunos versos de una canción que yo no podía reconocer. LaMelo se interrumpió a sí mismo, por razones sólo conocidas por él, diciendo:
"God. Bless. America. (Dios. Bendiga. A. Estados Unidos)"
Sí, sí.
"Le dejo todo a Dios".
LaMelo será elegido por un equipo de la NBA dentro de uno de los primeros puestos en el draft de este 16 de octubre, posiblemente como número 1, y los videos con sus mejores jugadas lo mostrarán vistiendo uniformes desconocidos en tierras lejanas, haciendo pases por encima de los hombros a jugadores cuyos nombres jamás hayan escuchado, en lugares donde probablemente jamás hayan estado. Nunca jugó bajo las ardientes luces del Cameron Indoor, estadio de baloncesto de la Universidad de Duke, leyenda de este deporte en su versión colegial; ni tampoco ha participado de las solemnidades que rodean al Torneo de la NCAA.
Por el contrario, LaMelo ha vivido la vida del espectáculo. Él es un objeto de curiosidad, el deleite de un portero de atracción de feria: Pasen y vean al Asombroso Prodigio del Baloncesto. LaMelo firmó su primer autógrafo cuando tenía 5 o 6 años, luego de que comenzara a regarse la voz sobre sus asombrosas destrezas manejando el balón entre los estudiantes de la escuela primaria donde laboraba su madre Tina. Jugó con sus hermanos Lonzo y LiAngelo siendo novato en la Secundaria Chino Hills, dentro de un equipo que tuvo marca 35-0, ganó un campeonato estadal, y se hizo líder nacional en violaciones al código de incendios. Anotó 92 puntos en un partido durante su segundo año de estudios y fue sometido a la clase de escarnio público normalmente reservada para los mayores de 15 años.
LaMelo es casi desafiante en su reticencia a hacer introspección, en parte debido a las intrusiones a su vida privada que ha debido soportar durante toda su existencia y, sobre todo, porque tiene 18 años. Pero sus acciones hablan. En Wollongong, fuimos al mismo café en tres ocasiones, y en cada una de esas visitas, Ball se apuraba para mantener la puerta abierta para el resto del grupo. En una oportunidad, hizo el gesto característico de un veterano, pagando la cuenta a escondidas, disimulando con una supuesta ida al baño. Cuando llegó a su primera práctica con los Illawarra Hawks, saludó a todos y cada uno de los presentes en el vestidor, presentándose y preguntando cómo estaban. Al día siguiente, hizo lo mismo. "Lo hizo, todas y cada una de las veces que entraba a un salón o una cancha de entrenamientos", expresa Flinn. "No tenía idea previa de algunas cosas que ya otros sabían (nunca había visto su programa de televisión); pero pude ver de inmediato que este chico fue criado de la forma correcta. Su alegría me cautivó".
Al principio de la temporada de baloncesto en Australia, Flinn se levantó frente a su equipo, presto a impartir sabiduría. Tenía una historia preparada, la parábola de los dos lobos, y comienza con una descripción de los lobos en cuestión. Tenemos al "Lobo Malo", responsable de propagar depresión y crear desacuerdo entre sus compañeros. Del otro lado, se encuentra el "Lobo Bueno", generoso y desinteresado, ansioso por saltar a la cancha y pasar el balón en un espacio abierto para crear uno mejor a su compañero. Cada uno, les dijo Flinn, tiene un lobo malo y un lobo bueno, luchando dentro de ustedes. "¿Ustedes saben qué lobo gana?", le preguntó Flinn a su equipo.
Por supuesto que hay una alegoría por descubrir y Flinn hizo la pregunta para responderse a sí mismo. Pero antes de que pudiera llegar allí, LaMelo gritó: "¡El lobo bueno!", y todos los presentes en el salón estallaron en risas.
"No tengo dudas de que eres un buen lobo, amigo", le respondió Flinn. "Pero Melo, la moraleja de la historia es ésta: el lobo que gana es el lobo que alimentas dentro de ti".
El positivismo fluye por cada uno de sus poros, al igual que la euforia juvenil. Apenas tiene 18 años, pero ya es incapaz de contar la cantidad de países que ha visitado. Los sitios, al igual que los defensores, son obstáculos para superar, pasar alrededor de ellos y después, acumularlos y almacenarlos para otro momento. El pasaporte es impresionante, pero las experiencias son limitadas. LaMelo Ball ha vivido una vida de aislamiento internacional, siempre poniendo un sitio a su servicio, para llegar hasta otro confín.
UN MONSTRUOSO LOGO de la marca Big Baller Brand se ubica al centro de la fachada de la monstruosa vivienda de 16.000 pies cuadrados de superficie, como si fuera el escudo de armas de un castillo. Otro monstruoso logo de Big Baller Brand se encuentra inscrito sobre el monstruoso candelabro que cuelga sobre la monstruosa sala de estar. La gira de su casa en la californiana ciudad de Chino Hills, en la que LaVar Ball sirve como anfitrión, incluye una parada prolongada y llena de descripciones dentro de su "Salón de los $100.000": un comedor que afirma utilizar una vez al año, el Día de Acción de Gracias. Su nombre se debe al precio total de la mueblería que adorna el lugar. Mientras LaVar explica con detalle y cariño el género y especie de cada una de las 12 sillas tapizadas, es escalofriante imaginarse el destino de alguna tía o tío que haya osado derramar salsa sobre ellas.
LaVar es fornido, ruidoso, soez, acogedor, retador, hilarante. Estar a su lado se asemeja a compartir espacios con una catarata de agua. Se arroja sobre un lujoso sofá de color verde, con sus brazos extendidos a los lados, con un alcance impresionante. Corre el mes de junio y sus tres hijos se encuentran todos en casa, esparciendo chistes internos en una habitación adyacente, mientras LaVar se deleita, en un estado permanente de regodeo. Me lleva al jardín delantero (monstruoso, con una fuente) y explica cómo removió todos los árboles, matorrales y césped (todo lo que crecía, en otras palabras), para instalar grama artificial y piedras de paisajismo blancas. "¿Qué necesito yo de todos esos árboles?" se pregunta, y su risa llena el cielo.
LaVar se refiere a sí mismo como "Big Baller" ("Gran jugador"), de forma similar a: "La chica de la gasolinera vio y se dio cuenta: 'Ese es un gran jugador'", y dice cosas tales como: "Nadie había oído hablar de Lituania hasta que mis hijos fueron allí". Su momento de mayor animación es cuando predica el evangelio de sus tres hijos. Espera el momento en el cual los tres jueguen simultáneamente en la NBA, para poder decir: "¿Saben qué? Big Baller ha hecho su trabajo". Es un fanático en espera del Éxtasis.
LaVar fue el primer entrenador de sus hijos, y les entrenó prácticamente desde que nacieron. Las escenas en horas posteriores a la escuela que se podían ver a las afueras de su (previo, pre-monstruoso) hogar de Chino Hills se asemejaban a un campamento instruccional de baloncesto: los tres hermanos Ball, chicos del vecindario, los hijos de los amigos de LaVar provenientes de todo Los Ángeles. Corrían cerros y se sometían a rutinas de práctica de enceste y jugaban "tres contra tres" hasta el atardecer.
"Era rudo con nosotros tres", afirma LaMelo, antes de hacer una pausa para replantear su respuesta. "Sin embargo, no diría que era 'rudo'. Pero, si eras una persona cualquiera que pasaba y lo veías entrenando, dirías: '¿Qué demonios?'"
El talento de LaMelo, que surgió después de Lonzo y LiAngelo, le permitió a LaVar soñar sueños monstruosos, llenos de posibilidades infinitas. Justo antes de iniciarse el segundo año de LaMelo en secundaria, mientras Lonzo se preparaba para jugar en la UCLA (Universidad de California Los Ángeles), LaVar fundó su Big Baller Brand. Creó una tenis con la firma de LaMelo, quien tenía 16 años en aquél entonces. Luego vinieron el bombo publicitario (junto con la contratación de un agente) y la combinación de ambos factores le costó a LaMelo su elegibilidad para jugar baloncesto universitario, sentando las bases de un viaje global sin precedentes con un solo objetivo: la NBA, o morir.
La primera parada: Lituania, país donde LaMelo, con su mechón de cabello marrón rojizo saltando con cada bote del balón, se veía triste y fuera de lugar. Apenas era un niño, delgado e inseguro, jugando contra hombres musculosos que sentían resentimiento ante su mera presencia. Sin embargo, se convirtió en el atleta de origen estadounidense más joven de la historia en jugar baloncesto profesional --pasen y vean--, luego que él y LiAngelo firmaran sus respectivos contratos en diciembre de 2017, dándole a LaVar la tribuna para predicar el evangelio de sus hijos a cualquier persona dispuesta a escucharle.
"Decía: '¿Sabes qué? Para ayudarle a mejorar aún más, vamos a concentrarnos sólo en el baloncesto'", afirma LaVar. "Melo no tenía que redactar todos esos ensayos, estudiar para los exámenes de química y cosas así. Pero ahora, Melo tiene que crecer rápido, porque ya no cuentas con los chicos a la hora del almuerzo para bromear y reír con ellos. Lidias con hombres adultos, todo el tiempo".
LaMelo solo disputó ocho partidos, con promedios de apenas seis puntos y par de asistencias. Con algunos episodios televisivos enlatados y una disputa a punto de estallar con el cuerpo técnico, LaVar declaró su victoria e hizo que sus hijos volvieran a California. Cuando se le pidió sus impresiones sobre el viaje, la obvia pregunta relativa a la normalidad, la niñez y experiencias perdidas, es interrumpida antes de que pueda terminar de formularse.
Estábamos conscientes del por qué nos encontrábamos allí. Eso me llevó a encontrarme en esta posición; por eso no puedo decir nada negativo al respecto, creo yo
- LaMelo Ball"No... no", responde. "Mira, yo sabía lo que ibas a preguntar antes de que lo hicieras". Hace una pausa, sonríe, complacido consigo mismo. "Él no se perdió de nada. Todo el mundo dice: 'Oh, te perdiste el baile de graduación'. Pues bien, no dejó de comprarse un Lamborghini. No dejó de hacer lo que quisiera sin tener que pedirle dinero a mamá y papá. Entonces, ¿qué fue lo que realmente perdió? ¿Un par de chistes por aquí y por allá? Uno puede vivir con eso".
Por su parte, LaMelo expresa: "Yo no hubiera ido a un baile de graduación, de todos modos", como si el dilema fuera lugar común y binario a la vez: el alocado espectáculo global de Lituania o un baile de graduación. Mirando en retrospectiva, lo que más recuerda es el clima. "Cada vez que dices 'Lituania', me pongo a pensar en aquel hotel en medio de la nada", afirma. "Y la nieve. Gimnasios fríos. Siempre fríos. Estábamos conscientes del por qué nos encontrábamos allí. Mi papá me dijo: 'Este es uno de los sacrificios que tienes que hacer'. Dejar a tus amigos. Dejarlo todo, ¿sabes? Eso me llevó a encontrarme en esta posición; por eso no puedo decir nada negativo al respecto, creo yo".
En este caso, la perspectiva es importante: el viaje está a punto de completarse, con el destino final en el horizonte. Por eso, LaMelo habla sobre su niñez truncada de la misma forma en la que un veterano de guerra rememora las batallas peleadas, mientras marcha en el desfile de la victoria. Sin embargo, Lonzo, un erudito con canas a sus 22 años, sacude su cabeza y dice: "Estuvo en Lituania cuando tenía 16 años. Una locura. Ha visto muchas cosas diferentes, solo para jugar al baloncesto".
LaVar se inclina hacia adelante en el acolchado sofá verde. "Mi frase famosa es: ¿Estás hecho para esto?", indica, quizás tomándose algunas libertades con respecto a la definición de la fama. "Algunas personas no lo están".
¿Cuándo se dio cuenta de que LaMelo estaba hecho para esto?
"¿A qué edad? Antes de que dejara el vientre de su madre", responde. "Todos mis chicos. Por eso, tuve tres. Traje al mundo tres monstruos y sabía que iba a tener tres monstruos".
No estoy totalmente seguro del por qué, pero le pregunto a LaVar cómo habría respondido si uno de sus hijos le hubiese dicho, a los 12 o 13 años, que quería dejar de practicar baloncesto y dedicar esfuerzos con el fin de hacerse veterinario.
"Pudieron haber sido veterinarios", responde LaVar, sin convicción. "Pero no esperen que ande con ustedes, porque no voy a estar leyendo libros ni nada de eso. Yo ando al aire libre. Hago dominadas, fondos, corro sobre colinas. Ahora bien, si quieren andar con su papá, salgan y diviértanse un poco conmigo".
Cuando le pido a LaMelo que se imagine la respuesta de su padre a esa pregunta, comienza a reír y dice: "No te voy a mentir: creo que me hubiese visto con los ojos de piedra y se habría echado a reír. 'Vete al diablo, hijo, ¿de qué hablas?'"
LOS ILLAWARRA HAWKS tenían varias reglas específicas para la situación generada por la presencia de LaMelo: no se permiten cámaras de Facebook alrededor del equipo, cero consideraciones especiales para la familia o la fama.
"Puedes ser quienquiera desees ser", le dijo Flinn a LaMelo.
Ya no era un hijo menor que juega baloncesto profesional.
Ya no era un hermano menor que juega baloncesto profesional.
Ya no era un pasen y vean.
Por primera vez, LaMelo jugaba baloncesto profesional porque pertenecía, dentro de un lugar que eligió por cuenta propia, preparándose para aquel momento que siempre sentía era su destino. Por estos días, LaVar pasa la mayor parte de su tiempo en Chino Hills cuidando a Tina, quien se recupera de una apoplejía sufrida en 2017. Hizo tres viajes a Australia, aunque nunca interactuó con el cuerpo técnico. LaMelo vivía a pocas cuadras de la arena, caminaba todos los días a las prácticas, y frecuentemente volvía por las noches para entrenamientos personalizados con Jackson. Pocas semanas después de iniciada la temporada, Flinn llamó a Jackson.
"Son demasiadas cosas extra", le dijo Flinn. Se sentía preocupado de que LaMelo fuera obligado a trabajar en exceso, que sus piernas se agotarían para terminar lesionado.
"Coach, esto es lo que hacemos", respondió Jackson. "Esto es lo que hacemos a diario. Este es nuestro estilo de vida".
El resumé de LaMelo es amplio, pero sucinto: Dos temporadas jugando baloncesto en secundaria, ocho partidos en Lituania, una temporada bajo las órdenes de Jackson en el instituto SPIRE del estado de Ohio, una breve serie de juegos en ligas estadounidenses fuera del sistema organizado (la Drew League en Los Ángeles, la Junior Basketball Association, creada por LaVar y de existencia breve, que abrió y cerró sus puertas en una sola temporada) y finalmente, los 12 juegos en Australia. Su juego, al igual que su personalidad, es difícil de clasificar. El manejo del balón es preciso, innovador, un lenguaje por sí mismo. El balón se convierte en otro apéndice de su cuerpo. Su atributo más elogiado es su visión, pero ese análisis es fácil e incorrecto a la vez. Es su habilidad de sentir cosas que no puede ver lo que le separa del resto. En Australia, los gigantes de los Hawks aprendieron a estar híper conscientes después de los pick-and-rolls; era común ver a Ball botar el balón hacia la pintura y soltar pases de alta velocidad, con sus ojos puestos frente a la línea de banda.
En ocasiones, LaMelo parecía operar con alguna forma humana de ecolocalización, viendo en raras ocasiones a su objetivo. En un partido contra el equipo de Adelaide, enfrentándose al hombre que Flinn dijo que no podía permanecer con él, recibió un flojo pase por la banda izquierda, aproximadamente a 40 pies de distancia del aro. Corrió para llevar a su defensor rival hasta hacer un pase de pique en la parte superior de la pintura, desbordó la marcación doble con un drible por detrás de su espalda: con un solo movimiento, volvió a llevar el balón con su mano derecha e hizo un pase detrás de su espalda para que un compañero hiciera la volcada.
Un evaluador de talento que vio a Ball jugar durante tres años, desde Lituania hasta Australia, le dijo a Flinn: "Nunca le había visto tan contento. Normalmente, él se muestra deprimido y quejón, pero ahora, puedo ver a un chico feliz, que bromea con sus compañeros. No lo había visto antes".
LaMelo hablaba con su mamá todas las mañanas tras despertarse, y todas las noches antes de dormir. Intercambiaba mensajes de texto con Lonzo y LiAngelo todos los días y, después de que surgieran acusaciones de holgazanería por parte de sus compañeros en Lituania, escuchó cuando Lonzo le dijo: "No tienes otra opción, sino actuar como un profesional. Si no haces tu trabajo, no te llamarán por teléfono para decirte: 'Oye, ¿dónde estás?' Ser un profesional es una actitud que se mantiene 24 horas al día, 7 días a la semana".
Una contusión ósea en uno de sus pies abrevió su temporada, limitándolo a apenas 12 encuentros. Sin embargo, durante ese ciclo, LaMelo ostentó promedios de 17 puntos, 6.8 asistencias y 7.6 rebotes. Sumó triples-dobles en cada uno de sus dos encuentros finales. Se produjeron momentos de transcendencia, cuando aprovechó su longitud y pudo hacer quiebres rápidos contra dos o tres de los "resto del mundo", para rematar sobre el aro. Solo doce partidos, pero fue designado Novato del Año de la Liga Nacional de Baloncesto. Allá por septiembre pasado, un ejecutivo de la NBA comentó a ESPN;: "Él cambió por completo mi percepción de la clase de prospecto que es, y toda la información sobre sus antecedentes que he recopilado aquí, aportada por sus entrenadores y compañeros, pintan una historia completamente diferente a lo que creía sobre él fuera de la cancha".
El estilo de juego de LaMelo se fundamenta en la improvisación y es un testimonio a favor del valor del juego no estructurado. Aprendió a jugar para su padre, quien gritaba y chillaba, alentando a sus hijos a disparar prácticamente desde la mitad de la cancha. El parqué era un lienzo, y nunca se le exigió a LaMelo acallar sus talentos sólo para encajar dentro de la ofensiva consagrada por el tiempo de algún técnico multimillonario.
"Un entrenador dice: 'Tienes que hacer las cosas de este modo', pero Melo no piensa así", afirma Jackson. "Es un tomador de riesgos positivo. Los chicos piensan: 'Oh, no puedo hacer este pase'. Pero él sí puede hacer ese pase. ¿Ven esos pases de béisbol que hace? ¿Cuántos entrenadores enseñan cosas así? Ningún entrenador enseña cosas así. Si existe una forma de describirle, es que se trata de un trabajador independiente de la estructura de juego. La cancha de juego es su estructura".
Ese estilo sin estructuras e improvisado parece tener otra consecuencia: un enceste deteriorado. Al igual que Lonzo (pero caso distinto al de LiAngelo, cuya cesta en salto parece salida de un manual de la década de 1970), LaMelo lanza con ambas manos, como si fuera un niño que intenta generar suficiente torsión para alcanzar el aro. El seguimiento es rápido y furtivo, casi en son de disculpas, con sus manos yendo a los lados, como si el balón se consumiera por las llamas. De alguna forma, la rotación es relativamente constante; sin embargo, apenas logró sumar 25 por ciento de enceste desde la línea de 3 puntos en Australia y este tiro (su mecánica, al igual que los resultados) motiva a Flinn a decir: "Se encuentra en desarrollo, pero creo que es demasiado tarde para cambiarlo. Cuenta con deficiencias, pero convierte cestas importantes en los momentos importantes, lo que nos da una percepción de su creencia en sí mismo".
LaMelo no disfruta hablar de su forma de enceste, los resultados, o responder a las preguntas que deberá escuchar en la noche del draft y días posteriores. Está consciente de que el enceste, especialmente frente a la línea de 3 puntos, nunca había tenido tanto valor como ahora. "Puedo encestar", expresa. "No tengo problemas con eso".
LaMelo no es un gran entrevistado, pero lo intenta. El tedio y la obligación compiten por su atención. Repite prácticamente todas las preguntas, ocultándose en su respiración, para resolverlas en su mente antes de contestar. Desea hacerlo bien, porque es una persona respetuosa y sabe que se trata de algo importante; sin embargo, ahora debe lidiar con tantas cosas puestas frente a él, cosas en las que nunca había tenido que pensar. Tiene 18 años, cumplirá 19 pocos meses antes del draft, y su vida nunca había sido tan complicada como ahora.
Cuando le pregunto si cree que su padre se convertirá en una distracción, responde: "En mi caso, nada de eso. Nunca en mi vida". Cuando le pregunto qué aprendió sobre sí mismo en Australia, cuando se encontraba solo con el baloncesto y un objetivo visible y tangible frente a él, dice: "Siento que ya me conozco bien. Mi mensaje, en resumidas cuentas, es el siguiente: si crees en ti mismo, puedes hacer lo que desees".
De vuelta a la ensalada César de pollo, sin salsas, sin queso. Entona algo, hace saltar su cabeza varias veces al son de la música y se dice: "sí, sí" a sí mismo, un hombre joven en paz, aún lo suficientemente joven para creer que los deseos, por sí solos, dan forma al mundo.
SIEMPRE SE CREÍA que LaMelo jugaba por algo distinto al amor por el deporte, que el baloncesto era meramente un conducto para sumar seguidores en Instagram, o vender zapatillas, o darle a su padre una tribuna más amplia.
Sin embargo, durante todo este tiempo, LaMelo Ball ha seguido jugando, orbitando el mundo del baloncesto sin nunca aterrizar, dedicándose al solitario emprendimiento de mejorar en la cancha. Durante una cálida tarde del mes de julio, dentro de un gimnasio prácticamente vacío de los suburbios de Detroit, LaMelo, LiAngelo y Jackson practican rutinas de enceste, trabajan en desbordar marcaciones dobles, simulan situaciones de pick-and-roll. Todas rutinas para trabajar en los fundamentos del baloncesto, cosas elementales, y durante un quiebre, LaMelo se ubica en la parte superior de la pintura, hace botar el balón hacia el aro para rematar con una volcada. Como es obvio, la hazaña es registrada en video y publicada en la cuenta de Instagram de LaMelo. En cuestión de 24 horas, ha sido vista en más de cuatro millones de ocasiones".
"Cuando escucho esas preguntas sobre el misterio, les digo: 'Vengan a ver'", dice Jackson. "Se nos dijo que muchos evaluadores de talento de la NBA decían que no irían a Australia. Y de repente, todos estaban en Australia, porque sabían de baloncesto y al ver esas cosas en video, decían: 'Eso no es normal'".
"Todas las cosas por las que este chico ha pasado habrían motivado a un montón de chicos de 18 años a renunciar, pasarse a un camino distinto, conseguir excusas. Por el contrario, él sonrió, se rio y se sometió a ellas".
Todos los grandes jugadores, de alguna forma o manera, utilizan el baloncesto como una catapulta para alcanzar mayor fama. LaMelo podría ser el primero en descifrar esa ecuación en reversa. "Me siento único, el primero en atravesar toda esta ruta por la que pasé", dice LaMelo. "Definitivamente, me siento como todo un pionero".
Todas las cosas por las que este chico ha pasado habrían motivado a un montón de chicos de 18 años a renunciar, pasarse a un camino distinto, conseguir excusas. Por el contrario, él sonrió, se rió y se sometió a ellas
- Jermaine JacksonEs probable que LaMelo juegue un partido de la NBA antes de graduarse de la escuela secundaria, y su debut en la NBA será su primer partido significativo en su país natal desde que disputara un encuentro por el campeonato estadal en 2016, siendo novato de secundaria. Su odisea fue extraña, dictada por los caprichos del azar, imposible de repetir. Pero su impacto podría ser duradero.
Mientras los principales jugadores de baloncesto de escuela secundaria se han percatado del poder económico de sus talentos y las oportunidades de mercadeo perdidas por un año trabajando para una universidad en vez de laborar para sí mismos, la NBA ha tomado nota. El reclutado número 1 de la clase de 2020, Jalen Green, jugará para un nuevo equipo de la G League (el Equipo Selecto) cuya plantilla consistirá en prospectos altamente cotizados que han decidido dejar la universidad a un lado.
"Una cosa con respecto a Melo: Parece que siempre ha tenido un pie adentro y otro fuera, dondequiera que se ha encontrado en la vida", expresa Flinn, el entrenador del Illawarra. "Desde Chino Hills, hasta Lituania, hasta acá... siempre tiene un pie puesto en dirección al próximo lugar. Una vez que encuentre su identidad y donde desee permanecer, el cielo será el límite. Sé que yo lo elegiría [en el draft]. Es bueno para el negocio".
Lo que haga LaMelo Ball de ahora en adelante dependerá solo de él. Será dueño de su destino, se convertirá en su futuro, lo vivirá. Finalmente, el destino habrá sido alcanzado, el misterio habrá sido finalmente resuelto. "No se trata de llegar a la liga y decir: 'Oh, lo logré'", dice LaMelo. "No... ahora, la vida finalmente ha comenzado". El ruido se incrementará en volumen e intensidad (sí, sí), pero permanecerá seguro en el mundo exterior, ahogado por la música que suena en su mente.
Estilista por Whitney Michel; producción por Shel Burks/The Wall Productions; campera por Amiri; T-shirt por Billy Reid; pantalones por Rhude; tenis de Nike; abrigo de Rhude.