LOS ÁNGELES -- Hipnotizado o no, André-Pierre Gignac está más despierto que nunca. El francés debió de haber dado, ante el León, este miércoles, uno de sus mejores partidos con Tigres.
Cierto: el gol de la victoria reúne a todos los comensales a honrarlo como la figura del juego, pero su trascendencia fue más allá.
Lo he sostenido: la televisión muestra retazos del juego de futbol. La jauría de transmisión, comenzando con la cámara, persigue al protagonista absoluto: el balón. Y claro: si es la doncella de la noche.
Este miércoles, Gignac resolvió el juego ante León, en otros terrenos, más allá de un par de equivocaciones que sulfuraron al nitrotolueno en reposo que es el Tuca Ferretti. "El futbolista puede equivocarse con los pies, pero no con la cabeza", dijo alguna vez el legendario Renato Cesarini.
Y tal vez para las pulgas en celo que carga siempre el Tuca en la mollera de su intransigencia, Gignac se equivocó ese par de veces, pero con los pies, nunca con la cabeza.
Su gol es estupendo. Recrea con un colorido magnífico los ensueños de todo futbolista: acurruca, primero, en el pecho un pase magnífico de Sosa. Esa bendita telepatía entre ambos, que les permite susurrarse complicidades obscenas a más de 40 metros. La mímica del crimen.
Y Gignac deja que la pelota ejecute la perfección de sus habilidades: rodar. El amague, el recorte, la elección del buzón donde quiere depositar la pelota, y el viaje al marcador, y tal vez a la final, son de una perfección cinéfila.
Antes de enriquecer su museo de obras fantasiosamente personales, porque también ha marcado goles que debieron ser anulados por su rústica obviedad, y después de ese gol, el peso del delantero francés fue evidente.
Quitó balones en media cancha, jugó incluso espalda con espalda con el exquisito carnicero Guido Pizarro, y gasta proyecto un par de veces a Dueñas, alimentándoles sus ansias de gol. Sí, Gignac, hipnotizado, está más despierto que nunca.
¿Fue la hipnosis? Bendito John Milton. ¿No fue la hipnosis? Maldito gitano francés que se fugó de vacaciones más de 800 minutos. Pero está de vuelta.
La fiera cazando fieras y casando ilusiones: victima a Pumas con goles soberbios, especialmente con el sadismo con que resuelve el primero, y ahora se apodera de la jungla mexicana de futbol, finiquitando, aparentemente, al Rey de la Selva y de los pronósticos calientes.
Pero el Tuca Ferretti tiene razón. Totalmente. Solos, Milton, el diván, Gignac y el estadio de vigilia hipnótica, no ganan partidos, aunque en la manifestación colectiva desembocan en resultados.
Ojo: queda claro que la curación de Gignac es la sanación de Tigres. Hipnosis o no, lo cierto es que la abrupta exposición del francés ante Pumas significó la catarsis de todos los miedos en Zuazua.
Porque, hace tiempo, hace más de mil minutos ya, la manada felina cazaba chimuela. Sin Gignac era un felino desesperado de zoológico. Hoy, aparentemente, la jungla le pertenece.
Fue, por lo demás, una noche notable de Aquino, Damm, Dueñas, Pizarro, especialmente Estrada, mientras estuvo dentro de la cancha, y Sosa hubiera consumado una jornada perfecta si no desperdicia o desprecia el arrebato pasional de un gol que se le ofreció en el área.
Absurdo sería sacrificar al León. Reaccionó al gol en contra, se posesionó de la pelota y obligó a la cólera táctica del Tuca a pegar más gritos y reacomodar a Damm y a Aquino por momentos.
Y Ferretti lo sabe. Porque lo ha sufrido. Al Tuca se le han levantado los muertos de la mesa de autopsias y lo han liquidado.
Claro, hoy tiene al mando de su patíbulo a un Gignac despiadadamente sensible, bastó ver cómo en el homenaje previo a las víctimas del Chapecoense, las lágrimas, esos pétalos marchitos del alma, le iluminaron la mirada.