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Tata Martino y sus calzones rojos para el Año Nuevo

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2021, año caótico para la Selección Mexicana (2:24)

Hacemos un recuento del año del 'Tri' con Martino al mando. (2:24)

LOS ÁNGELES -- 2021, un año azaroso para Gerardo Martino. Un año para el olvido, pero un año para nunca olvidarlo. Las desgracias se olvidan, pero de ellas se aprende.

Estas navidades, el Grinch tomó forma de funesta ironía en casa del Tata: tres tundas de Estados Unidos, y patina en la resbaladiza cornisa de la repesca. Apenas un par de goles lo pone encima de Panamá.

¿Y futbol?, ni hablar. Un equipo de espasmos, casi de afortunadas alegorías individuales, más que de un proyecto sólido, vigente, promisorio.

Además, se le ha escapado un bono de casi un millón de dólares. Lo conseguiría si lograba meter a México como cabeza de serie para el Mundial de Catar. En el zaguán del sitio 14 de la Clasificación de FIFA, parece ya imposible.

En la antepuerta del 2022, el técnico de la Selección Mexicana debe mirarse ante el espejo. De frente y de perfil. Modelando, debe estar, calzones rojos (pasión), amarillos (abundancia), verdes (esperanza), blancos (salud) y azules (éxito).

Ya se sabe, el color de las trusas en el Año Viejo es un anhelo para el Año Nuevo. Sí, fatalismos; sí, supersticiones. Pero cuando el trabajo no prospera, uno descuelga sus amuletos y fetiches. “Cuando de nada nos sirve rezar...”.

Rojos, Tata, rojos deben ser tus calzones para despedir 2021 y atisbar el 2022. Rojos, sin duda, porque tú mismo, Gerardo Martino, lo fuiste reclamando a lo largo de este año. Rojos, sí, rojos.

Reiteradamente, pasando de la arenga a la súplica, de la increpación a la recriminación, Gerardo Martino fue usando, hasta el desgaste, una palabra que encierra un universo dentro del futbol: intensidad.

“Nos faltó intensidad”. “Perdimos intensidad”. “Se necesitaba más intensidad”. Esa era la jaculatoria de Gerardo Martino cuando tropezaba con Estados Unidos o Canadá, o cuando recibía el sopapo inesperado de un empate.

“Intensidad”. Pasión, pues. Calzones rojos, pues.

Alguna vez, el escritor catalán Manuel Vázquez Montalbán escribió: “El baloncesto español necesita héroes con carne de cromo coleccionable”. Sí, de esos mismos necesita Gerardo Martino. Espartanos, pues. Calzones rojos, pues.

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“Intensidad”. La palabra condensa toda esa implacable reflexión de Vázquez Montalbán. “Héroes con carne de cromo coleccionable”. ¡Poderosísimo!

Intensidad, como la de Estados Unidos en la Final de la Liga de las Naciones. O como en la Final de la Copa Oro. O como en la eliminatoria mundialista. O como Canadá en Edmonton.

Vayamos a terreno doméstico. Once jugadores de medio pelo, poco apetitosos en un tianguis de piernas como ocurre en el futbol mexicano, hicieron campeón al Atlas. Fue, en medio de sus carencia, de su escasez, un prodigio de intensidad. Hasta cuando falló su penalti, Aldo Rocha, el capitán, el referente, fue una descarga de intensidad.

Por eso, se entiende la súplica de Gerardo Martino. Por eso, Tata, rojos, que sean rojos los calzones para despedir 2021 y abrir la puerta, con sigilo, al 2022.

Porque, entendamos, tal vez a Gerardo Martino le ha hecho falta también esa intensidad para generar esa otra intensidad en sus dirigidos.

Ojo: no es su culpa. El Tata supone que a seleccionados nacionales no hay que latiguearlos con el discurso motivacional del #MasSiOsare. Deberían haberse mamado ya la maravillosa responsabilidad y el privilegio de estar ahí.

Gerardo Martino supone como Sven-Göran Eriksson que el jugador mexicano no necesita de “verdadazos”, para salir a la cancha. “Son profesionales, no tengo que explicarles que juegan por México”, dijo el técnico sueco alguna vez dirigiendo al Tri. Sí, equivocado.

Martino supone, como supuso Juan Carlos Osorio, antes del juego de Cuartos de Final ante Brazil en Rusia 2018, que sus futbolistas sabían que era “el juego más importante de su vida”. Osorio recibió silencio entonces, ese silencio que mastica miedo. Hoy, semejante escena, provocaría una fuga histérica en el vestidor mexicano.

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“Intensidad”. Tal vez el Tata espere una epifanía. Que el Espíritu Santo o la Virgencita de Guadalupe (como el legendario Ratón Macías), baje al vestidor a ungir de intensidad a sus jugadores.

No, Tata. Y no bastan los calzones rojos. Hay que entender a tus dirigidos. Si el futbolista en sí, es ya un animal diferente en el concierto de la humanidad, el futbolista mexicano es aún más atípico. Reflejo de un mestizaje, a estas alturas, multiétnico.

De intensidad saben algunos tipos: Miguel Herrera, Javier Aguirre, Manuel Lapuente y Miguel Mejía Barón. Primero se posesionan, primero se apropian del tipo frágil que hay dentro del futbolista, y después asumen el control del futbolista. Y aún así, les ha alcanzado para muy poco.

¿Qué es intensidad? ¿Qué es ese maldito conjuro que tanto bendice Martino? Es un todo: concentración, disciplina, compromiso, diligencia, hambre, personalidad, furia, rabia, sacrificio, hambre, fe y pasión por el futbol mismo.

La intensidad, queda claro, convierte a un jugador vulgar, corrientón, un palurdo del futbol, en un jugador tan o más importante que los exquisitos y los genios. El que tenga las dos cosas, claro, es de otro universo.

Johan Cruyff ejemplificaba: “El estilo del Barcelona (sí, del otrora Barcelona), sólo funciona a máxima intensidad”. Agregaba: “Es fantástico cuando se realiza al 100 por ciento”.

Lo respaldaba Eusebio Sacristán: “Nosotros necesitamos una intensidad máxima para hacer nuestro juego: presión, ritmo alto, velocidad de balón... Cuando perdemos intensidad, perdemos”, reflexionaba ante El País.

Claro, la intensidad necesita de ritmo. Intensidad a alta velocidad pero también intensidad con el freno puesto. Jorge Valdano lo puntualizaba: “Sería como pensar que un reloj es el mejor sólo porque avanza más rápido que los demás”, escribió, al defender que la intensidad no cohabita con la precisión.

Un ejemplo más puntual. La intensidad del Chelsea es distinta a la intensidad del Manchester City. Y, por eso, a veces, Thomas Tuchel inclina a Pep Guardiola, un maestro de la intensidad.

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Tal vez la glorificación de la intensidad pertenezca a Marcelo Bielsa y su “MurderBall”, su balón asesino. No hay entrenador más intenso que el argentino ni equipo tan disfrutable como su Leeds United.

Un día a la semana, Bielsa ordena “MurderBall”. Sus jugadores tiemblan. Algunos de ellos en el Leeds han reconocido que esa sesión es más agotadora, ¡intensa!, que un partido mismo. Se reduce la cancha y no hay pausas. No se pierde tiempo en saques de banda, tiros de esquina o festejos, o reclamos, o teatralidades, o faltas.

“El ‘MurderBall’ es 10 veces más intenso y duro que un partido de la Liga Premier”, revela Patrick Bamford, delantero del Leeds, a TalkSport. “Pero, estamos en el mejor momento de nuestra carrera”.

Son seis segmentos de trabajo de cinco minutos cada uno. Y en el “MurderBall” nadie para. Presionan, piden la pelota, conducen, se mueven, despliegan, marcan.

Y claro, el mismo Bielsa grita, apura, castiga, orienta, ordena, aunque todo lo hace en español, pero su mímica es más poderosa que la palabra. “A veces no escuchaba lo que me decía, pero sabía que si no hacía lo que me decía, la iba a pasar mal”, recordaba sonriente Pável Pardo, sobre sus días con el Loco en el Atlas.

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Intensidad. Tal vez Martino deberá agregar un “MurderBall” a sus sesiones. No sólo por los beneficios, sino para saber quiénes están hechos para semejante exigencia. Los supervivientes, esos sí, le darán la intensidad constante que busca.

Entonces, Gerardo Martino, que sean rojos tus calzones de Año Viejo y de Año Nuevo. Que sean rojos, de puritita pasión. Para que invoquen puritita intensidad.

Pero, también vístete uno sobre otro del resto de los colores. Sí: rojos (pasión), amarillos (abundancia), verdes (esperanza), blancos (salud) y azules (éxito). Con ese animal tan distinto del resto, que es el jugador mexicano, los vas a necesitar.

Y aún es tiempo, mándales unos calzones, unos taparrabos, rojos por supuesto, a cada uno de los seleccionables. Por si acaso. Porque necesitas, citando a Vázquez Montalbán: “Héroes con carne de cromo coleccionable”.