BUENOS AIRES-- Cuando se piensa en Berlín 1936 es imposible separar al notable atleta Jesse Owens de la imagen de Adolf Hitler. Es imposible separar el deporte de una Europa en cuya atmósfera se respiraba aires de guerra. A pesar de ser agua y aceite, se los debe unir para dejar bien claro que los Juegos Olímpicos no pueden estar alejados de las vivencias del mundo.
Barcelona debió ser la sede, pero se proclamó la República de España y el Comité Olímpico Internacional (COI) prefirió elegir a Berlín por 43 votos a 16. Eso fue en mayo de 1931. No podía prever que, dos años más tarde, Hitler iba a asumir como canciller de Alemania.
El temor por los sucesos de España (no participó en Berlín por estar inmersa en la guerra civil) los había hecho caer sin pensarlo en la hoguera de la propaganda nazi.
BAJO EL MANTO DEL MIEDO
El racismo ya estaba implantado. Cerca de cinco mil creyentes de Testigos de Jehová se encontraban en campos de concentración. El 7 de mayo de 1936, Alemania invadió Renania. El 12 de julio (los Juegos se inauguraron el 1° de agosto), los gitanos alemanes fueron detenidos y encerrados en el campo de concentración de Dachau.
El presidente del Comité Organizador Alemán, el doctor Theodore Lewald, era cristiano, pero como uno de sus abuelos había sido judío, pretendieron revocarlo. La presión del COI hizo que lo mantuviesen en sus funciones.
Hitler tenía en sus manos la gran oportunidad de impactar al mundo y estaba dispuesto a no dejarla escapar. Ante el temor de varios países de enviar a sus atletas, permitió que dos judíos integraran la delegación. Admitió no hacer un discurso y solamente decir en la ceremonia de apertura: "Declaro inaugurados los XI Juegos Olímpicos de la Era Moderna".
Ordenó quitar las leyendas antisemitas de las paredes de la ciudad. Cualquier cosa con tal de realizar los Juegos. Como escribiera el entonces diario francés L´Auto, percusor del actual L´Equipe: "Jamás el deporte había sido tan profundamente desfigurado".
UNA ORGANIZACIÓN PERFECTA
No hubo límites para los gastos. Treinta millones de dólares se invirtieron contra los dos millones y medio de Los Angeles 1932. El fastuoso estadio, con su impactante frente de mármol negro, podía albergar a 110.000 espectadores. Fue construido en el mismo sitio donde estaba el de Grünewald, destinado para los Juegos de 1916 que impidió la guerra. Vaya paradoja.
A un costado del estadio se ubicaron tribunas, con una capacidad de 7000 personas, para presenciar las pruebas ecuestres y en el otro extremo, alrededor de las dos piletas de natación, la capacidad de las gradas era de 18.000.
Un complejo cercano, con tribunas para 45.000 espectadores, se destinó al polo, el hockey sobre césped y la gimnasia. Impactante resultaba ver la Villa Olímpica situada a diez kilómetros de la ciudad, con 116 casas de dos pisos, dentro de un hermoso paisaje de lagos y jardines, que posteriormente fueron destinadas a los oficiales del régimen.
Las novedades tecnológicas fueron sorprendentes. Apareció un sistema de foto-finish perfeccionado. Transmisiones de radio para 41 países, sistema de telex para el periodismo, la televisión hizo su entrada triunfal. Un circuito cerrado en el estadio, 25 pantallas gigantes fueron ubicadas en teatros, mientras un dirigible transportaba las cámaras para filmar la película Olympia, también conocida como Los Dioses del estadio, dirigida por Leni Riefenstahl.
LA GRAN CEREMONIA
Aquel 1° de agosto, la población se volcó a las calles y las avenidas, donde las banderas olímpicas se entremezclaban con las rojas de la cruz gamada. Rebozando de felicidad, Adolf Hitler ingresó al Estadio Olímpico luciendo su uniforme feldgrass y escoltado por sus fieles lugartenientes, el mariscal Goering y el doctor Goebbels.
Impresionante fue ver a la multitud de pie con el brazo extendido y escuchar el unísono saludo de "Heil, Hitler". De ahí en más todo resultó impactante. El desfile marcial de las juventudes hitlerianas al compás de la Marcha de Tannhauser, en una compacta formación hasta cubrir la totalidad de la pista de atletismo, al que siguieron los 4056 atletas representantes de 49 países (récord de participantes y de naciones).
La llama olímpica encendida por primera vez en el altar de Zeus, a través de un crisol por el que convergían los rayos del Sol, transportada por posta por Atenas, Sofía, Belgrado, Viena y Praga, iluminaba desde el enorme pebetero.
Diez mil palomas cubrieron el cielo del estadio, mientras el zeppelín Hindenberg lo sobrevolaba desplegando una enorme bandera olímpica. El compositor Ricardo Strauss estrenó un nuevo himno olímpico y acompañó con su orquesta todos los movimientos.
Un coro de 10.000 voces, al que se sumaron todos los espectadores, cantó el Aleluya de Heindel. Y como broche de oro, el festival de la Juventud Olímpica, creado por Carl Deim, pleno de belleza y grandiosidad.
OWENS, HÉROE DE LOS JUEGOS
¿El rey de los deportes en Berlín? El atletismo. ¿El rey del atletismo y de los Juegos? James Cleveland Owens, el gran Jesse. El joven, de 23 años, nacido en Alabama, de origen afro-americano, de 1 metro 82 centímetros de estatura y 72 kilos de peso, poseedor de un armonioso físico, veloz como una gacela, cautivó con sus notables actuaciones al público alemán y las ovaciones estremecieron el estadio, hasta hacer borrar el gesto triunfador del rostro del Führer.
De origen muy humilde, desde su niñez trabajó en tiendas de comestibles, en un taller de zapatería y cargó camiones, estudiaba en una escuela pública de Cleveland. Un día midieron el tiempo de los estudiantes en 60 yardas. El entrenador Chris Riley vio su talento en crudo y así inició Jesse su carrera atlética.
A los 15 años poseía los récords colegiales de 90 yardas, salto en largo y salto en alto. Pese a ello, no le otorgaron una beca y trabajó para pagar sus estudios universitarios, mientras por las mañanas, Riley continuaba amasando su portento.
Sus marcas en 100 metros, 220 yardas y salto en largo como atleta de la Universidad de Ohio hicieron que lo apodaran la "Perla negra". Pero será el 25 de mayo de 1935, en Ann Harbor, Michigan, el día que esa "Perla negra" concrete una proeza imposible de superar.
A pesar de estar convaleciente de un caída, mejoró tres récords mundiales e igualó otro, en poco más de una hora. La fantástica actuación comenzó a las 15.15, con las 100 yardas, al equilibrar los existentes 9s4. A las 15.40, quebró la barrera de los 8 metros en largo, al saltar 8m12 (esa fabulosa marca se mantuvo vigente hasta 1956). A las 16.05, estableció una nuevo registro mundial en las 220 yardas, con 20s3, y 25 minutos más tarde, hizo lo mismo en las 220 yardas con vallas, con 22s3.
Antes de los Juegos, se convirtió en el hombre más rápido del mundo, al emplear 10.2 segundos para los 100 metros. En Berlín ganó las medallas de oro de los 100 metros (10.3), de los 200 metros (20.7), de la posta 4 por 100 (39.8, rompiendo la barrera de los 40 segundos) y de salto en largo (8.06 metros).
Este fue el fin deportivo de Jesse Owens. Poco después pasó a ser profesional. Corrió carreras contra caballos, automóviles y motocicletas. Se convirtió en un ferviente luchador por los derechos de la raza negra. Apoyó a la juventud predicando la religión, el deporte y la lealtad.
En 1976, la Perla negra recibió de manos del presidente Gerald R. Ford la más alta distinción para un ciudadano de los Estados Unidos: la Medalla de la Libertad.
ETERNA AMISTAD
Pero aquel fin deportivo encierra otra historia plena de humanidad. En la prueba de salto en largo. Jesse y el alemán Lutz Long, que fue su escolta, se hicieron entrañables amigos. Owens conoció a su familia, mantuvieron una asidua correspondencia hasta que Long murió en una batalla durante la Segunda Guerra Mundial.
Concluida la guerra, Owens visitó a la familia del alemán y fue invitado de honor al casamiento de su hijo en 1960. Resultan curiosas las ironías del destino. Primero, el ideal de Coubetin quedó históricamente burlado con la presidencia de un demente racista, que además pronunció las palabras del ritual, y luego, el atleta más destacado de los Juegos fue un negro que triunfó en sus propias narices y entabló una eterna amistad con el más rubio de los atletas de raza blanca.
SOLO, MUERE COUBERTIN
En la soleada tarde de 3 de febrero de 1937, en un banco del parque Eaux Vives, de Ginebra, hallan muerto, como consecuencia de un infarto, a un hombre de 74 años.
Por su reloj de oro es identificado en la morgue como Pierre de Fredy, barón de Coubertin. Como si los sucesos de Berlín y los tambores de guerra hubiesen paralizado su corazón, al notar que se había roto su idealismo, al que había dedicado toda su vida...
DATOS COMPLEMENTARIOS
Medallas argentinas y aparece el basquetbol
Al igual que en París en 1924, el polo argentino dijo presente y ganó su segunda medalla de oro. Como en Ámsterdam 1928 y Los Angeles 1932, el boxeo argentino aportó más oro a su rico historial. El total de preseas fue de siete: dos doradas, dos plateadas y tres de bronceadas.
Lo del polo fue notable. Luis Duggan (6 de handicap), Roberto Cavanagh (6), Andrés Gazzotti (8) y Manuel Andrada (7) compusieron un juego avasallante y de alto nivel técnico para vencer a México por 15-5 y a Inglaterra por 11-0.
Los goles ante el cuarteto inglés los convirtieron Duggan (4), Cavanagh (4) y Gazzotti (3). La progresión fue 1-0, 2-0, 4-0, 4-0, 8-0, 9-0 y 11-0. Cuarenta y cinco espectadores presenciaron el encuentro y ovacionaron al equipo argentino, que recibió, como reconocimiento a su actuación y a su caballerosidad, el retoño de un roble, que fue plantado en el Campo Argentino de Polo, en Palermo, al que se lo puede apreciar a la entrada de la tribuna C, con una placa que recuerda aquel acontecimiento.
Casanovas lideró el boxeo
El pluma Oscar Casanovas venció en la final al sudafricano Charles Caterall por decisión unánime. El pesado Santiago Lowell, cuyo hermano fue oro en Los Angeles, ganó la plata al perder con el alemán Herbert Lunge por puntos.
El mediano Raúl Villarreal y el semipesado Francisco Risiglione obtuvieron las de bronce. En esa época el tercer y cuarto puestos se definían en el ring y el mosca Alfredo Carlomagno finalizó cuarto, mientras que el liviano Lidoro Oliver y el welter Raúl Rodríguez ocuparon la quinta ubicación.
Jeannette Campbell y el remo
En 1936, Jeannette fue la única mujer en la reducida delegación de 55 atletas de la Argentina y, a las vez, la primera presencia femenina de su país en los Juegos Olímpicos.
En las series eliminatorias de los 100 metros libre, mejoró dos veces el récord argentino y sudamericano; y lo volvió a hacer en la final, con 1 minuto 06 segundos 4, siendo sólo superada por la holandesa Hendrika "Rie" Mastenbroek, que triunfó con el récord olímpico de 1:05:9.
En remo, Horacio Podestá y Julio Curatella, en dos largos sin timonel, subieron al tercer escalón del podio, al escoltar a Alemania y Dinamarca. En tanto el singlista Pascual José Giorgio concluyó en el sexto puesto.
Carlos Hofmeister, Antonio Sande, Juan Levenas y Tomás Clifford Beswich integraron la posta 4x100 metros de atletismo, que concluyó en el cuarto lugar, detrás de Estados Unidos, Italia y Alemania. Juan Carlos Anderson fue séptimo en 800 meros. Juan Carlos Zabala, sexto en 10.000 metros y abandonó la maratón.
En yachting, el barco Wiking, tripulado por Germán Fers, Julio Sieburger, Claudio Brincaz, Edlef Hossmann y Jorge Link, finalizó cuarto en la Clase 6 metros FI.
Apareció el básquetbol
James Naismith, el creador del básquetbol, realizó el salto inicial del partido entre Francia y Estonia, el primero de la historia olímpica de este deporte.
Todos los encuentros se realizaron al aire libre, en canchas de ceniza y tierra batida, inclusive la final entre Estados Unidos y Canadá, que se jugó bajo una lluvia torrencial., impidiendo por momentos el movimiento de los jugadores. Esto último justifica el pobre score final de 19 a 6 -el primer tiempo fue 15-4- a favor de los Estados Unidos.
Participaron 21 equipos, entre ellos cuatro latinoamericanos: Perú, Chile, México y Uruguay. México perdió en las semifinales ante Estados Unidos por 25 a 10 y conquistó la medalla de bronce al vencer, por el tercer y cuarto puestos, a Polonia por 26 a 12. Uruguay fue sexto, al perder con Filipinas por 33 a 23, por el quinto lugar. Perú se clasificó para los octavos de final, pero se retiró del torneo, y Chile, por su parte, no pasó la rueda de clasificación.
Nacieron los relevos para transportar la antorcha
En estos Juegos se utilizaron por primera vez relevos para llevar la antorcha con el fuego olímpico desde su encendido en la antigua Olimpia, en Grecia, hasta el sitio donde debían realizarse. El alemán Carl Diem (secretario general del comité organizador) concibió la ceremonia del transporte.
Del 20 de julio al 1° de agosto, 3422 relevistas llevaron la antorcha en un recorrido de 3422 kilómetros, por Grecia, Bulgaria, Yugoslavia, Hungría, Austria, Checoslovaquia y Alemaniahasta Berlín, donde el atleta Fritz Schilgen encendió la llama en la ceremonia de apertura.