Fue uno de esos partidos que marcaron la historia. Hace 20 años, el 3 de abril de 2005, Roger Federer y Rafael Nadal se enfrentaron por primera vez en una final en el circuito. En las canchas del Miami Open, en uno de los escenarios más codiciados del calendario, una copa estaba en juego entre dos figuras llamadas a ser iconos. Y se impuso el suizo en ese tradicional Masters 1000 estadounidense.
Se trataba apenas del segundo capítulo en una rivalidad que estaba naciendo en el tenis y el deporte mundial. Un año atrás, en la tercera ronda del torneo, el español había sorprendido al suizo dejando una enorme huella, cuestionando como pocos el orden establecido. Aunque Roger seguía siendo el indiscutible N°1 y el español permanecía fuera del Top 30, las distancias entre ambos ya eran bastante más cortas de lo indicado en el ranking ATP.
En una final épica, Federer sobrevivió a Nadal y le ganó 2-6, 6-7 (4), 7-6 (5), 6-3 y 6-1 en tres horas y 43 minutos. Varias cosas quedaron claras aquel día. Sus estilos de juego se engranaban a la perfección, debutando en una final de Masters 1000 dejaba en claro que los grandes escenarios eran un terreno nada temido por Nadal y mostraba que como muy pocos jugadores era capaz de hacer sufrir al helvético, aún cuando Rafa tenía 18 años.
"No me ha sorprendido porque sé lo buen jugador que es", dijo Federer. "Soy el gran favorito en cada partido que juego y hasta parece una locura cuando pierdo sets. Así que hoy vi el peligro que representa Nadal. Así fue hasta el final del partido", agregó.
El suizo estuvo a dos puntos de la derrota. Aquel partido fue una visión a cámara rápida de lo que la historia ya escribía. Roger salió de la cancha con algo más que un título entre las manos: la certeza de que, pese a su impronta adolescente, un enorme rival estaba ya del otro lado de la red. Y amenazaba en serio.
“Estoy contento con mi juego, pero no con el resultado final”, analizó Nadal. “He perdido algo de energía en el cuarto y quinto sets. En el tercero he tenido buenas sensaciones. Notaba un buen nivel de juego y tenía confianza para ganar, pero él ha jugado bien en momentos claves. Creo que mi nivel ha sido bueno de principio a fin. En el quinto set, una vez que perdí el servicio, perdí el partido”, admitió el zurdo de Manacor.
La realidad era clara: Federer había ganado los últimos 21 partidos y apenas contaba una derrota en sus 48 encuentros más recientes. Su relación con la victoria era una consecuencia necesaria en cada duelo, pero esa tarde Nadal lo hizo atravesar un vía crucis. Hasta el punto de desenterrar un impulso que el suizo había logrado contener con el paso del tiempo: estrellar la raqueta contra el cemento estadounidense.
Sin dudas, aquel día, en Miami, nació un duelo muy especial, histórico e inolvidable. La primera final entre ambos fue todo un espectáculo. Todos se quedaron con ganas de más.
Por suerte, la historia no había hecho más que empezar. Después, claro, vinieron decenas de luchas épicas entre el suizo y el español, en todo tipo de escenarios, casi siempre en semifinales y finales. Fue el principio del famoso Fedal.
