Cuba se despidió del Clásico Mundial de Béisbol con la derrota más humillante de su historia.
Con una soberbia paliza, Holanda devolvió a la realidad a una frágil escuadra cubana cuyas aspiraciones de mantenerse con vida en el certamen pasaban por el sueño imposible de vencer a los europeos no una, sino dos veces, si conseguían forzar un juego de desempate.
Seamos honestos. Si Cuba llegó hasta donde llegó, fue gracias a haber sido colocada en el grupo más débil de los cuatro en la primera ronda.
De haber jugado en alguna de las dos llaves de este lado del mundo --como debía corresponder por lógica-- posiblemente se hubieran ido sin poner los pies en el suelo, levantados en peso por el poderío de República Dominicana, Estados Unidos, Venezuela o Puerto Rico.
La decente actuación registrada un mes antes en la Serie del Caribe, prácticamente con este mismo róster, produjo un espejismo que los jerarcas del béisbol cubano prefirieron creer para seguir enmascarando su mediocridad.
En parte porque enfrentaban selecciones casi juveniles, inexpertas que se morían de miedo tan sólo de entrar al terreno ante tan encumbrados contrarios.
Y también porque esa generación brillante que dejaba salivando a los cazatalentos como los perros de Pavlov nunca se arriesgó a probar suerte en el mejor béisbol del mundo y se conformó con el aplauso inmediato que garantizaba el triunfo en los certámenes amateurs.
El estado actual de la pelota cubana es el reflejo de la decadencia de una sociedad ineficiente, habituada a buscar fuera de la isla las justificaciones de sus fracasos.
Hoy no puede culparse de este estado de miseria al éxodo constante de jugadores.
Ahí estaban a mano los Yoenis Céspedes, Yasiel Puig, José Abreu, Kendrys Morales y muchos más dispuestos a vestir el uniforme de la selección nacional, lo cual repetían una y mil veces en cuanta entrevista les preguntaban sobre el asunto.
No, la culpa no está en la fuga de peloteros que quieren buscar un futuro independiente y mejor, pues de hecho, la propia Federación Cubana de Béisbol le vende los jugadores a cualquier liga que pague cuatro centavos, siempre y cuando las autoridades puedan mantener el control sobre sus súbditos.
La responsabilidad del actual estado de cosas en el béisbol cubano hay que buscarla dentro de la isla.
El miedo a abrirse al mundo, el empecinamiento por encapsularse a perpetuidad en un búnker ideológico sin sentido, es lo que tiene a Cuba así. Y no sólo en materia beisbolera.
Mientras Holanda llevaba a cabo una práctica de bateo en el Tokyo Dome para ponerse a punto para las semifinales en Los Angeles, los narradores de la televisión cubana tenían la desfachatez de alabar la ''buena actuación del equipo en el torno y la alta moral que mantenía el grupo'', como si estuvieran mirando otro juego diferente a lo que ocurría en la capital japonesa.
Las autoridades --y no sólo las deportivas-- son las únicas culpables de que el béisbol, elemento integrante de la nacionalidad cubana- pase por este estado de coma y que los niños prefieran, contra natura, el fútbol de CR7 o Lio Messi.
Porque aquí no estamos hablando sólo de deportes. Estamos hablando de la imperdonable aniquilación gradual de un rasgo de la identidad nacional.
Mientras las luminarias del Real Madrid o el Barcelona son casi tan habituales en la pequeña pantalla de los cubanos, como los actores de la telenovela de turno, existe un incontrolable miedo de transmitir por la televisión los juegos de Grandes Ligas.
Un partido a la semana, diferido y editado para evitar que se muestren los cubanos que brillan en las Mayores, no va jamás a conseguir relanzar el interés de la población en el deporte nacional, cuyo torneo doméstico subsiste a duras penas y pide a gritos su profesionalización absoluta.
El béisbol en la isla se muere lentamente, lo están dejando morir lentamente.
Ojalá la humillación holandesa marque el tan esperado punto de giro después de tocar fondo, aunque tengo dudas de que a esta altura, a las autoridades de la isla realmente les interese salvar el deporte nacional.
Si usted creía que el grupo de la muerte en el Clásico Mundial de Béisbol fue el que se jugó en Guadalajara, espere a ver lo que se viene a partir de hoy en San Diego.
República Dominicana, Estados Unidos, Puerto Rico y Venezuela se disputarán los dos boletos a las semifinales en una segunda fase que está para alquilar balcones.
Estamos hablando de cuatro de los cinco países que más peloteros aportan a las Grandes Ligas, donde se juega el mejor béisbol del mundo. En San Diego se darán cita muchos de los más encumbrados nombres del deporte de las bolas y los strikes, repartidos por igual entre los cuatro conjuntos.
Dominicanos y boricuas llegan invictos y precisamente ellos son los encargados de abrir la segunda ronda, en una repetición de la final del Clásico anterior, dominado por Quisqueya.
Los campeones defensores lucen blindados por los cuatro costados, con una ofensiva de miedo, defensa hermética, pitcheo abridor efectivo y un bullpen solidísimo, lo cual les ha permitido eslabonar una cadena de 11 triunfos consecutivos en estos eventos, sumadas las ediciones del 2013 y 2017.
Los venezolanos tienen un plantel de lujo, con Miguel Cabrera a la cabeza, aunque su cuerpo de serpentineros no haya rendido al nivel esperado en el estadio Charros de Jalisco.
Pero las cosas podrían cambiar en el Petco Park, un terreno favorable para los lanzadores, donde la pelota vuela menos, lo cual podría favorecerlos.
¿Sobrevivirá la racha de 11 triunfos en fila de los dominicanos? ¿Podrán los puertorriqueños finalmente ganar la corona ahora, que tienen un mejor equipo que el subcampeón del 2013? ¿Se harán justicia finalmente los inventores del béisbol, a deber hasta ahora en las ediciones anteriores? ¿Renacerán los venezolanos en todo su esplendor, inspirados por el triunfo a última hora en el choque de desempate?
Lamentablemente, sólo dos podrán avanzar a las semifinales en el Dodger Stadium de Los Angeles, a pesar de la ostensible diferencia de nivel con los equipos del grupo asiático -con la excepción de Japón- que se juega en el Tokyo Dome.
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Clásico Mundial, un evento con mucho margen de mejora
La polémica desatada en Guadalajara por el desempate entre México, Venezuela e Italia por el controversial coeficiente TQB (Team Quality Balance) es apenas una de las tantas cosas que deben mejorarse en el Clásico Mundial de Beisbol, evento cuya continuidad muchos ponen en duda.
El TQB no es otra cosa que (A) la cantidad de carreras anotadas dividida entre (B) la cifra de innings jugados a la ofensiva, menos (C) las anotaciones permitidas divididas entre (D) las entradas jugadas a la defensiva.
A entre B menos C entre D, lo cual arroja un coeficiente determinado.
Complicado, pero parejo para todo el mundo y establecido de antemano.
Lo imperdonable en este caso es la demora para hacer una fórmula matemática que toma minutos calcular. Pero este es sólo un punto.
Resulta inexplicable el hecho de que en la primera ronda del evento no se permita el uso del video para apelar jugadas cerradas, como el famoso out en home al final del noveno inning del juego en el que Colombia pudo haber dejado en el campo a la poderosa selección de República Dominicana.
Sólo en la fase de grupos se acepta la apelación al video para determinar casos de cuadrangulares, pero no otras jugadas que perfectamente podrían ser determinantes en la decisión de un partido.
Por cierto, el arbitraje es otro de los asuntos en que hay que trabajar duro. Se entiende que la convocatoria de umpires de países tan exóticos, beisboleramente hablando, como República Checa o España, es parte de la globalización de la pelota que busca la MLB, pero es imprescindible que las mismas Grandes Ligas lleven a cabo una capacitación exhaustiva con todos los oficiales que impartirán justicia para evitar errores que puedan malograr el buen espectáculo.
Y por supuesto que están los temas que causan controversia desde la primera edición del certamen en 2006.
La fecha en que se disputa, cuando apenas han abierto los campos de entrenamiento primaverales hace que la mayoría de los peloteros no estén en su mejor forma deportiva, pues recién comienzan a quitarse el óxido del invierno.
Pero, de momento, no hay otra fecha posible. La opción de celebrar el WBC en noviembre, después de la Serie Mundial, es menos factible. Si hoy es difícil conseguir el compromiso de muchas estrellas, que prefieren concentrarse en su preparación para la temporada de Grandes Ligas, será casi imposible lograrlo en noviembre, cuando las figuras han pasado seis meses de duro trabajo y el cansancio se ha apoderado de sus cuerpos casi por completo.
No es que marzo sea la mejor fecha. Es simplemente la única posible.
Olvídense de que MLB vaya a detener su temporada en julio o agosto por cuatro semanas para permitir a las estrellas sumarse a sus respectivas selecciones nacionales, como ocurre con la Copa Mundial de futbol.
Nadie dijo que el mundo era perfecto.
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Derrota ante Israel desnuda miserias del béisbol cubano
Israel continuó su paso sorprendente por el Clásico Mundial de Béisbol y tras concluir invicto la primera ronda, arrancó la segunda fase con un triunfo frente a Cuba.
Hasta hace una semana, cualquier persona que se atreviera a pronosticar una victoria del debutante cuadro israelí sobre escuadras con la tradición de Cuba, Sudcorea y Taiwán y con el poderío ascendente de Holanda, habría sido ingresado de inmediato en un hospital psiquiátrico.
Algunos dirán que se trata de un equipo formado por peloteros judíos estadounidenses en su gran mayoría (lo cual es real), pero también es cierto que son hombres o muy veteranos, con experiencia de Grandes Ligas, o jóvenes con pocas millas en las Menores.
Pero tanto los veteranos, como los noveles, conocen los fundamentos del juego y cómo ejecutarlos, sin aspavientos, ni espectacularidades, pero con eficacia.
El resultado ante Cuba, independientemente de la grata sorpresa que sigue representando este equipo israelí, desnuda las miserias del béisbol de la isla en la actualidad.
Si los cubanos están hoy en la segunda ronda se debió a un solo swing de Alfredo Despaigne que encontró la casa llena ante Australia en un partido de vida o muerte y no a un desempeño constante que significara una superioridad evidente sobre los rivales.
Y contra Israel, nuevamente un swing de Despaigne, aunque con la casa limpia, fue la causa de la única carrera de los antillanos en el encuentro.
Los lanzadores cubanos han sido mediocres, demasiado nobles y faltos de recursos, y si han sobrevivido hasta ahora es, en gran medida, al desnivel de calidad entre los dos grupos de la zona asiática, en comparación con las dos llaves de este lado del planeta.
Al mismo tiempo, la mayoría de los bateadores de la isla, acostumbrados a enfrentar a esos mismos pitchers endebles, se ven desconcertados ante serpentineros con mejores herramientas.
La diferencia más palpable la pone Despaigne, que ha crecido como bateador por su roce con lo mejor de la liga profesional japonesa.
Y mientras las autoridades cubanas continúen en su atrincheramiento ideológico, renuentes a convocar a los mejores peloteros que juegan en las Grandes Ligas, la otrora poderosísima selección se acerca más al fondo de su calidad y amenaza con convertirse en uno de los equipos más débiles en próximos Clásicos Mundiales.
Esta es la dolorosa realidad de un país que en algún punto de la historia, varias décadas atrás, le seguía los pasos a las Grandes Ligas en poderío, dominaba a su antojo las entonces muy exigentes Series del Caribe, era el máximo exportador de peloteros extranjeros al béisbol profesional de Estados Unidos y dominaba también la esfera internacional a nivel de selecciones amateurs.
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Cuba perdió antes de salir al terreno ante los japoneses
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