1.- Javier Báez (Chicago Cubs)
El puertorriqueño de los Cubs es sencillamente el pelotero más divertido de ver en todas las Grandes Ligas. Divertido y espectacular. No por gusto lo apodan "El Mago". Siempre tiene un truco debajo de la manga, lo mismo con el bate, que con el guante o en el corrido de las bases. Con 27 años recién cumplidos, posiblemente no hayamos visto todavía lo mejor de Javier Baéz.2.- Ronald Acuña Jr. (Atlanta Braves)
¿Cuál es límite para el talentoso jardinero venezolano? ¿El cielo? Acuña Jr. ha dejado claro su objetivo para la campaña del 2020: convertirse en el primer jugador 50-50 (50 jonrones y 50 bases robadas. El año pasado, en su segunda temporada en las Mayores, se quedó a tres robos de ser el quinto pelotero 40-40. La meta es difícil, pero con que sólo lo intente, ya valdrá la pena seguirlo día a día en su progreso.3.- Luis Robert (Chicago White Sox)
4.- Luis Arráez (Minnesota Twins)
Si lo que mostró en el 2019 es real, el segunda base venezolano de los Twins es un firme candidato a ganar el título de bateo de la Liga Americana. Arráez tuvo average de .334, con 109 imparables en 326 turnos, apenas un punto menos que Tim Anderson, el líder de los bateadores del joven circuito, aunque sin las veces requeridas. Su promedio de embasamiento fue de .399, con un slugging de .439. El 23 por ciento de sus hits fueron extrabases (20 dobles, un triple y cuatro jonrones) y recibió más boletos (36) que ponches (29).5.- Félix Hernández (Atlanta Braves)
Es difícil creer que uno de los mejores lanzadores que ha tenido las Grandes Ligas en lo que va de siglo XXI esté acabado a los 33 años. Lo cierto es que desde que cumplió 30 fue como si le hubieran apagado un interruptor, pues en sus tres últimas campañas tuvo récord de 15-27 y efectividad de 5.42 en 314 entradas, mientras que en sus primeras 12 temporadas dejó balance de 154-109 y promedio de limpias de 3.16. Tal vez lo que necesitaba el venezolano era cambiar de aires, después de jugar 15 contiendas en Seattle. Quizás lo veamos incluso lanzar en playoffs, la asignatura pendiente en la carrera del Rey Félix.6.- Miguel Cabrera (Detroit Tigers)
7.- Yoenis Céspedes (New York Mets)
El cubano le ha robado hasta ahora el dinero a los New York Mets. En sus tres primeros años de un contrato de cuatro cobró 73 millones de dólares y apenas participó en 119 partidos (81 en el 2017, 38 en el 2018 y ninguno en el 2019). El equipo consiguió una notable rebaja del salario que devengaría Céspedes en el 2020, al bajar de 29 a seis millones, más incentivos. El pelotero llegó a los campos de entrenamiento más cerrado que una tumba, negado a conceder entrevistas y dispuesto a que su bate hablara por él en la temporada. Luego suavizó y dijo a los medios su disposición a estar listo para el Día Inaugural y recuperar todo el camino perdido. El talento le sobra, aunque la salud no lo ha acompañado y ya son 34 años en las costillas. Si está saludable y logra ser el pelotero que fue, será de gran ayuda para los Mets y una diversión ver de nuevo sus kilométricos jonrones y certeros disparos desde los jardines.8.- Chris Sale (Boston Red Sox)
El zurdo Chris Sale tuvo en el 2019 la peor temporada de su carrera, con registro de 6-11 y efectividad de 4.40. Desde que se estableció como un abridor estelar en el 2012, nunca tuvo números tan bajos en aperturas (25) e innings lanzados (147.1). De hecho, se perdió por primera vez en ocho años ser invitado al Juego de las Estrellas. Los Boston Red Sox esperan desesperadamente un rebote de su astro, sobre todo después de ceder al también zurdo David Price a Los Angeles Dodgers y pasarse de tacaños en el arbitraje salarial con el venezolano Eduardo Rodríguez, hecho que podría haber dañado la relación entre el pitcher y el equipo.9.- Gerrit Cole (New York Yankees)
El pitcher mejor pagado de la historia tiene ahora la oportunidad de hacer realidad un sueño de su infancia: jugar para los Yankees. Ahora bien. No es lo mismo lanzar en Yankee Stadium que en el Minute Maid Park. No es lo mismo encabezar la rotación del equipo más emblemático de todas las Grandes Ligas, que ser el segundo de los Houston Astros, con Justin Verlander por delante. Pero hoy mismo, Gerrit Cole es tal vez el mejor lanzador que hay y tiene por delante el reto adicional de liderar a un grupo que ya perdió a Luis Severino por toda la campaña y a James Paxton por las primeras semanas de temporada.10.- Los Houston Astros
No es uno, sino varios. José Altuve, Carlos Correa, Alex Bregman, George Springer, Yuli Gurriel ...todas las principales figuras de Houston estarán bajo la lupa este año. Nadie duda de su talento, pero muchos queremos ver si sus números anteriores son legítimos y si pueden repetirlos en el 2020, sin trampas, ni ayudas adicionales.Comentarios
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Sindicato debería defender a jugadores cubanos de MLB
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Mike Fiers es un soplón. Un chivato. Un delator. Un informante. Un sapo.
Vaya al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española y busque cuanto sinónimo aparezca para calificar al lanzador de los Oakland Athletics, el hombre que destapó el escándalo del robo de señales de los Houston Astros.
Todos los calificativos serán aceptables, si se mira desde el punto de vista de David Ortiz.
Es cierto que Fiers se benefició también de la trampa de sus compañeros cuando formaba parte de los Astros en el 2017.
Su delación puede verse como un acto oportunista, después de recibir el anillo de campeón de la Serie Mundial y la pregunta que todo se hacen es ¿por qué no denunció el esquema de fraude en aquel momento y renunció al premio, en vez de esperar dos años para hacerlo?
Otro punto a favor del Big Papi, quien hace unos días arremetió con los peores epítetos contra el serpentinero.
Ahora bien. Si a Fiers le caben todos esos calificativos mencionados más arriba, a la gerencia de Houston le vienen como anillo al dedo los de idiota, imbécil, cretino, estúpido, tonto, ingenuo y cuantos más quiera sumar a la lista.
Porque hay que ser muy bobo para pensar que el sistema para robar señales era algo que podía mantenerse en secreto hasta la eternidad.
La única manera en que eso no hubiera salido a la luz es si el equipo firmaba a perpetuidad a todos sus integrantes hasta el final de sus respectivas carreras, como una manera de comprar su silencio.
Fiers es visto ahora mismo por muchos como un villano, como en su momento le ocurrió a José Canseco, tácitamente desterrado del béisbol.
Quizás el lanzador no encuentre trabajo a partir del año próximo, cuando se le venza su actual contrato después de la temporada del 2020.
Tal vez termine en una liga independiente, fuera del sistema de las Grandes Ligas y sus sucursales, aunque todavía le quede gasolina en el tanque.
Pero Fiers, como lo fue Canseco, es un buen villano, cuya acción permitió al béisbol cortar un problema que iba creciendo como una bola de nieve en avalancha.
Ya no sólo eran los Astros. Fueron también los Boston Red Sox de Alex Cora. ¿Alguien duda que podrían ser también los New York Mets de Carlos Beltrán? ¿Y cuál sería el próximo? ¿O los próximos?
Algún día el béisbol tendrá que agradecerle a Fiers su delación, como debería darle las gracias a Canseco.
Olvídense del motivo que tuvo el cubano para destapar el escándalo de los esteroides. Obviamente, quería el dinero que le proporcionaría el libro Juiced y tiró a medio mundo debajo de la guagua.
Pero si de algo no se le puede acusar es de mentiroso. A cuanto pelotero señaló como consumidor de sustancias para mejorar el rendimiento, dio en el clavo siempre.
Fue entonces que las Grandes Ligas decidieron tomar cartas en el asunto, que llegó hasta el Capitolio de Washington y se estableció una política de control de sustancias prohibidas.
En el caso de Fiers, cuando abrió la boca para contar lo que ocurría con el robo de señales, simplemente lo que hizo fue defender a su nuevo equipo de la posibilidad de caer víctimas del engaño.
Si no hubiera sido Fiers, hubiera sido otro de los que estuvieron y ya no están. Quizás Marwin Gonzalez. O Dallas Keuchel. O Charlie Morton. Cualquiera que hubiera tenido que enfrentar a los Astros en un momento decisivo y supiera que mediante trampa llevaban ventaja.
Por cierto, en su diatriba contra el soplón, Ortiz no mencionó el fraude de sus adorados Medias Rojas, todavía pendientes de castigo.
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Cuando Yasiel Puig debutó en las Grandes Ligas en el 2013, parecía que estábamos en presencia de un hombre llamado a convertirse en una superestrella, de esas que cuando llegara a la agencia libre, muchos equipos romperían la alcancía por tal de hacerse de sus servicios.
Lo que parecía ser nunca fue. Puig, a quien alguna vez le proyectaron ser un pelotero de 40-40, no pasó de ser un jugador apenas por encima de la media, que no cubrió nunca sus elevadas expectativas.
Jamás llegó a los 30 cuadrangulares ni robó 20 bases. Una sola vez superó las 80 carreras remolcadas y solamente en tres años jugó más de 140 partidos.
Su average de por vida ha sido de .277, con un OBP de .348 y un slugging de .475.
Defensivamente es mucho mejor, sobre todo con uno de los brazos más poderosos de todo el béisbol, capaz de hacer disparos a las bases que paralizan el estadio, pero eso no lo es todo.
Salvo aquella primera campaña, en la que fue segundo en la votación del Novato del Año de la Liga Nacional, que ganó su compatriota José Fernández, la mayoría de las veces en que estuvo en los titulares de prensa fue por sus actitudes extravagantes, que le valieron el apodo de "El Caballo Loco".
Todavía resulta épica la imagen de él solo, con el uniforme de los Cincinnati Reds, peleando contra todos los peloteros de los Pittsburgh Pirates, minutos después de haber sido canjeado a mitad de la temporada pasada a los Cleveland Indians.
Hasta que llegó el momento en el que su nombre figuraba en la lista de los principales agentes libres.
El invierno ha resultado particularmente frío para el jardinero cubano. Los rumores del mercado lo asociaron pálidamente a varios equipos, los Chicago White Sox, los Tampa Bay Rays, los San Francisco Giants, los Miami Marlins...pero sólo eso, pálidamente.
Primero, parece que andaba demasiado goloso, en busca de un contrato multianual que no se ganó.
Las ofertas que llegaban eran en su mayoría de apenas un año y menos de diez millones de dólares, que el jardinero dejó pasar como envíos por el medio del plato.
Está también el tema de las relaciones públicas en estos tiempos de las redes sociales.
Cuando debía estar publicando en Facebook, Twitter o Instagram videos suyos entrenando como nunca, preparándose para demostrarle al mundo su plena capacidad, el único que salió a la luz fue uno por Japón, enfrentando a un luchador de sumo, en el que, por cierto, se le vio bastante pasado de peso.
Poco a poco, los conjuntos que alguna vez mostraron cierto interés en sus servicios, fueron llenando ese espacio con otros jugadores y el mercado prácticamente se le ha cerrado.
Puig sigue siendo Puig. No todas las franquicias están dispuestas a pagar por un pelotero que implica esos riesgos.
Todavía queda algo de tiempo para que algún equipo le dé una oportunidad a un jugador que de una u otra forma nos va a divertir.
Ojalá que él entienda que un pacto por una campaña es lo que se ganó en todos estos años y que debe aprovecharlo para sacar ese enorme potencial que nunca explotó al 100 por ciento.
Es lo que toca.
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El comisionado de Grandes Ligas, Rob Manfred, parece empeñado en convertir el béisbol en un videojuego.
Desde que asumió el cargo hace cinco años, Manfred ha trabajado incansablemente en crear la ilusión de que está haciendo las cosas importantes que necesita el béisbol, aunque en realidad, cada paso que da es un golpe bajo a la esencia de un deporte que, a pesar de él, goza de una salud económica envidiable.
¿Resultado? La pasada temporada, los juegos tuvieron una duración de tres horas y diez minutos, el promedio de tiempo más largo de la historia.
Ahora se le ocurre ampliar a 14 la cifra de equipos que clasifiquen a la postemporada, con un enrevesado sistema que incluye un reality show donde algunos escogerán a sus rivales.
¿Escoger rivales? Eso parece como el boxeo actual, donde los campeones esquivan a los mejores retadores y seleccionan contrincantes de menor lustre para engordar su palmarés.
Lo que no está roto, no lo arregles. Los playoffs y la Serie Mundial, tal cual están, funcionan muy bien. Si acaso, pudiera señalarse como su punto más debatible el famoso juego entre comodines, que muchos quisieran que fuera una serie de tres partidos, a ganar dos.
Pero salvo ese detalle, que quizás prolongaría demasiado la postemporada, el béisbol que se juega en octubre reúne todos los ingredientes para complacer al más exigente de los aficionados.
La propuesta de Manfred significaría que prácticamente la mitad de los equipos clasificarían a los playoffs, incluso, posiblemente, algún que otro con récord negativo.
Así pasa en la NBA, donde pasan a la postemporada ocho quintetos por cada conferencia. Pero a diferencia del baloncesto, donde los octavos y séptimos lugares tienen posibilidades casi nulas de vencer al primero o segundo clasificados, en el béisbol las cosas son mucho más parejas y en una serie corta cualquier cosa puede suceder.
Sino, basta con mirar el clásico de octubre pasado, donde un comodín como los Washington Nationals venció a los Houston Astros, uno de los equipos más completos, sin fisuras, de los últimos años.
Ampliar de manera tan exagerada los cupos a la postemporada restaría valor al esfuerzo que se hace durante el largo calendario de 162 partidos de la campaña regular e incentivaría la mediocridad.
De hecho, podría hasta rebajarle el valor a los peloteros en el mercado, pues, ¿qué sentido tendría entonces gastar dinero en un gran agente libre o buscar un refuerzo de primer nivel en julio, si con jugar para balance de .500 alcanzará para colarse en la fiesta de octubre?
La clasificación de algunos se definiría demasiado temprano y eso disminuiría el interés, mientras que con el formato actual, no hay nada decidido prácticamente hasta la última jornada de la temporada.
A los playoffs deben ir sólo los buenos equipos. Es un derecho exclusivo de quienes mejor jueguen, quienes deberán elevarse sobre su propio nivel para poder salir airosos en una etapa que ya tiene asegurada una gran carga de drama.
Lamentablemente, uno de los peores defectos que tiene el béisbol actual es que está siendo dirigido desde las oficinas por personas que desconocen la esencia, el espíritu e incluso, la ética del juego, movidos sólo por la ambición de ganar más dinero, aunque vayan en detrimento del espectáculo.
Manfred es uno de ellos.
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Parecía que este sería el año en que el Salón de la Fama del béisbol se abriría de par en par a la llamada generación de los esteroides.
En la medida en que el colega Ryan Thibodaux iba revelando en su cuenta de Twitter @NoMrTibbs la marcha de las votaciones, Barry Bonds y Roger Clemens bordeaban la frontera del 75 por ciento necesario para ser exaltados.
Sin embargo, sólo aproximadamente la mitad de las boletas se hicieron públicas y cuando se anunció la votación final, tanto Clemens, como Bonds, se cayeron estrepitosamente hasta 61 y 60.7 por cientos, respectivamente.
Las cifras representan una ligerísima ganancia en relación con las votaciones del 2019, cuando el siete veces ganador del premio Cy Young consiguió 59.5 por ciento y el líder en jonrones de todos los tiempos tuvo 59.1.
El tiempo comienza a correr en contra de ellos, dos de los principales exponentes de la llamada era de los esteroides y de cuya entrada o no al Templo de los Inmortales depende la suerte de otros vinculados al tema de las sustancias prohibidas.
A ambos les quedan dos años elegibilidad en las boletas de la Asociación de Escritores de Béisbol de América (BBWAA) y la progresión mostrada en las ocho ocasiones anteriores no parece muy optimista.
Clemens y Bonds debutaron en las boletas de la BBWAA en el 2013, cuando consiguieron 37.6 y 36.2, respectivamente.
Al siguiente año tuvieron un retroceso, cuando el lanzador bajó a 35.4 y el jardinero cayó a 34.7.
En el 2015 tuvieron un ligero repunte que los llevó prácticamente al mismo punto de su primer año de elegibilidad, cuando Clemens fue votado por el 37.5 por ciento y Bonds por el 36.8.
Esos significaron tres años prácticamente perdidos y no fue hasta el 2016 que consiguieron un buen empuje.
En esa ocasión, el serpentinero que jugó 24 temporadas repartidas entre los Boston Red Sox, los Toronto Blue Jays, los New York Yankees y los Houston Astros subió hasta el 45.2.
Por su parte, el jardinero de los Pittsburgh Pirates y los San Francisco Giants repuntó hasta el 44.3.
Las esperanzas de ambos se renovaron en el 2017, segundo año consecutivo con un gran salto, cuando Clemens terminó con 54.1 y Bonds con 53.8.
Pero en las tres votaciones siguientes, en 2018, 2019 y 2020, aunque ambos han tenido ganancias, estas han sido menores, a razón de dos o tres por ciento anual.
El lanzador derecho tuvo en esos años 57.3, 59.5 y 61 por cientos, mientras que el toletero zurdo cosechó 56.4, 59.1 y 60.7.
A ese ritmo, ni de casualidad conseguirán los casi 15 puntos porcentuales que necesitan para ser entronizados al Salón de la Fama.
Ya hay en Cooperstown algunas figuras que en algún momento se mencionaron como sospechosos de usar esteroides para mejorar su rendimiento deportivo, como Jeff Bagwell, Mike Piazza e Iván Rodríguez.
Pero Clemens y Bonds eran dos de las caras más visibles de toda una generación que los mira con esperanza de recibir algún día un perdón reivindicador que reconozca sus hazañas en el terreno.
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El caso ya le costó la cabeza al gerente general y al director de los Astros, Jeff Luhnow y A.J. Hinch, respectivamente, a Cora en los Red Sox y a Carlos Beltrán en los New York Mets, equipo con el que no llegó a dirigir ni un juego.
La envergadura del escándalo ha sido tal que algunos buscan similitudes con la de los Chicago White Sox de 1919, cuando ocho de sus jugadores vendieron a los apostadores la Serie Mundial ante los Cincinnati Reds.
Nada que ver. Aunque en ambos casos se trata de una trampa, la de los Medias Blancas es éticamente más condenable, pues aquellos llevaron a perder a su propio equipo a cambio de un beneficio económico resultante de las apuestas.
Éstos, independientemente de que también recibieron una gruesa bonificación propia de la postemporada, lo hicieron para ganar a toda costa, al precio que fuera, sin importar las consecuencias.
Y como las personas inevitablemente buscamos comparaciones en cada actividad humana, una pregunta que se ha repetido muchas veces en los últimos días es: ¿es peor el robo de señales de los Astros con el uso de la tecnología o la utilización de esteroides y hormonas de crecimiento para mejorar el rendimiento atlético que se expandió por el mundo del béisbol como una epidemia?
Antes de comenzar a escribir esto, coloqué una encuesta en mi cuenta de Twitter @JorgeMorejon63 y el 66.7 por ciento de los votantes dijeron que era peor el escándalo que por estos días envuelve a los Astros y Red Sox, mientras que un 33.3 por ciento se decantó por los esteroides.
Ambos casos son deplorables y sancionables, pero las consecuencias son distintas.
Esteroides
Ozzie Canseco pudo meterse las mismas sustancias que su hermano José, gemelo idéntico, pero sin igual coordinación ojo-mano, pasó sin dejar huellas por el béisbol.
Barry Bonds, con o sin esteroides, ha sido uno de los mejores bateadores que hayan pasado por las Grandes Ligas y en realidad no necesitaba apelar a ayuda externa para brillar.
El asunto de las sustancias prohibidas es que amplían la capacidad de trabajo en el gimnasio, retrasan la fatiga y permiten mayores repeticiones con las pesas, lo cual hace que el atleta sea más fuerte, con una mayor masa muscular.
El problema es que el uso de esos fármacos sintéticos causa daño orgánico muchas veces irreversible y ésa es la razón fundamental por la que son prohibidos, aparte de brindar una ventaja considerable frente a quienes han decidido jugar de manera limpia, con los límites de esfuerzos que la naturaleza les dio.
Encima de ello, esta epidemia creó un problema social que se expandió más allá de las ligas Mayores y Menores.
La presión por conseguir una beca universitaria o la firma de un contrato profesional llevó a muchos padres a someter a sus hijos adolescentes a estos experimentos que de cierta manera pueden ser considerados una forma de abuso infantil.
Jovencitos que aún no habían terminado su desarrollo ya estaban metiéndose Dios sabe qué químicos porque sus padres los veían como una inversión que les aseguraría una vida sin escasez a sus hijos y una vejez sin sobresaltos para ellos.
Se creó toda una mafia de ventas de esas sustancias, similares a las redes del narcotráfico, sin importar la salud y los valores del juego limpio.
Si en Estados Unidos el problema era ya incontrolable, peor aún resultaba en países pobres sin ningún rigor científico, donde los muchachos se metieron hasta hormonas de caballos con tal de una firma que los sacara de la pobreza.
Robo de señas
Esta noticia desplazó del panorama informativo a los agentes libres que siguen sin trabajo, la inminente entronización de Derek Jeter al Salón de la Fama de Cooperstown de manera unánime y hasta el juicio político contra Donald Trump y la carrera por la nominación presidencial del Partido Demócrata.
Pero el fraude del robo de señas no garantizó en un 100 por ciento el triunfo de Houston en la Serie Mundial del 2017.
Bastaba con que Dave Roberts, el mánager de Los Angeles Dodgers, hubiera dirigido aceptablemente uno solo de los siete juegos del Clásico de Otoño y de nada le hubiera valido a los Astros su trampa.
Roberts solito perdió la Serie Mundial con el cúmulo de despropósitos que mostró desde el puente de mando de la nave angelina.
Por otro lado, es humanamente imposible descifrar con exactitud cada seña del receptor y en cuestión de dos o tres segundos enviar la señal de la cámara al cuarto de video, de ahí al dugout y luego golpear el tanque de basura con el que se transmitía al bateador en turno el envío que vendría.
Alguna que otra vez debió salir bien, pero no en todos y cada uno de los lanzamientos.
Aun así, avisado, trate de pegarle bien a una recta de 100 millas por hora o deje pasar un envío de rompimiento por el supuesto de que caerá fuera de zona.
Si no, que le pregunten a quienes enfrentaron tantas veces a Mariano Rivera, quien todo el mundo sabía que vendría con una recta cortada.
Advertidos y todo, los bateadores caían ante el panameño como moscas golpeadas con un periódico.
¿Que es un fraude? Sí, por supuesto que lo es. Desde que se creó el béisbol, los rivales han tratado siempre de descifrar las señas del rival como parte de la picardía del juego, pero lo que hicieron Houston y Boston con la ayuda de la tecnología, viola los principios éticos y la integridad del deporte.
En el béisbol, el único robo permitido es el de bases. En la vida, quizás robarse un beso.
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