WEST PALM BEACH - No, no estamos hablando de los Florida Marlins de 1998, desmantelados hasta el hueso al año siguiente de ganar la Serie Mundial.

Los Washington Nationals, campeones defensores, tienen prácticamente el mismo equipo con el que derrotaron a los Houston Astros en el pasado Clásico de octubre.

Casi el mismo, menos Anthony Rendón. Pero, aun así, no parten como favoritos. No para repetir la corona. Ni siquiera para ganar la División Este de la Liga Nacional.

"Es lo mismo que decían de nosotros el año pasado, cuando arrancamos con 19-31 y nadie creía en nosotros. Cuando todo el mundo decía que la temporada se había acabado para nosotros, nunca nos rendimos y salimos cada día a jugar buena pelota", dijo el dominicano Juan Soto, restándole valor a los pronósticos.

La gerencia tuvo en el invierno la disyuntiva entre traer de vuelta a Rendón o al derecho Stephen Strasburg, ambos agentes libres.

No había dinero para los dos y decidieron asegurar a Strasburg, Jugador Más Valioso de la Serie Mundial, para mantener el núcleo de la rotación que les dio el banderín del 2019, junto a Max Scherzer, el zurdo Patrick Corbin y el diestro venezolano Aníbal Sánchez, aunque perdieron los 34 jonrones, 44 dobles y 126 carreras impulsadas de Rendón en el medio de la alineación.

La dupla del brasileño Yan Gomes y Kurt Suzuki volverá a compartir las labores detrás del plato.

Lo mismo harán los veteranos Ryan Zimmerman y Howie Kendrick en la inicial, lo mismo que hicieron en el equipo campeón.

Otras caras conocidas en el infield son el veloz campocorto Trea Turner y el venezolano Asdrúbal Cabrera, mientras que se suman ahora el dominicano Starlin Castro y Eric Thames.

Estos hombres le dan flexibilidad al manager Dave Martínez, que podría usar a Kendrick como reemplazo de Cabrera o Castro en la intermedia, en dependencia de cuál de los dos ocupe la antesala que dejó vacante Rendón.

Los jardines tampoco tienen cambios, con Soto, su compatriota Víctor Robles y Adam Eaton, de izquierda a derecha, con Michael Taylor como cuarto guardabosques.

El derecho Daniel Hudson y el zurdo Sean Doolittle se rifarán los puestos de cerrador y preparador del octavo episodio (¡cómo el año pasado!) e incluso el bullpen se reforzó con Will Harris, el ex de los Astros que se pasó al otro lado de la fuerza.

Si todo está casi igual, entonces, ¿por qué no se toma en serio un equipo que protagonizó en el 2019 una de las historias beisboleras más espectaculares en lo que va de siglo XXI, comparable con la de los Marlins del 2003? ¿Raro, no?

Quizás sea porque los Atlanta Braves, campeones divisionales por las dos últimas campañas, los Philadelphia Phillies y los New York Mets, luzcan, al menos en el papel, más sólidos que los capitalinos.

Tal vez es porque desde que comenzó la actual centuria, ningún equipo logró levantar el trofeo en años consecutivos.

Pero siempre hay una primera vez y los Nacionales están dispuestos a dejarlo todo en el terreno con tal de repetir.

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Cada año escogemos diez peloteros que, por diferentes razones, serían interesantes de seguir en la temporada.

En algunos casos, se trata de jugadores jóvenes que mostraron destellos de su potencial y deberían dar un salto mayor hasta establecerse por completo como verdaderas estrellas en el mejor béisbol del mundo.

En otros, hablamos de veteranos que por una u otra causas, necesitan demostrar que aún les queda gasolina en el tanque para seguir adelante.

Estos son los diez peloteros a seguir en el 2020.

1.- Javier Báez (Chicago Cubs)

El puertorriqueño de los Cubs es sencillamente el pelotero más divertido de ver en todas las Grandes Ligas. Divertido y espectacular.

No por gusto lo apodan "El Mago". Siempre tiene un truco debajo de la manga, lo mismo con el bate, que con el guante o en el corrido de las bases.

Con 27 años recién cumplidos, posiblemente no hayamos visto todavía lo mejor de Javier Baéz.

2.- Ronald Acuña Jr. (Atlanta Braves)

¿Cuál es límite para el talentoso jardinero venezolano? ¿El cielo?

Acuña Jr. ha dejado claro su objetivo para la campaña del 2020: convertirse en el primer jugador 50-50 (50 jonrones y 50 bases robadas.

El año pasado, en su segunda temporada en las Mayores, se quedó a tres robos de ser el quinto pelotero 40-40.

La meta es difícil, pero con que sólo lo intente, ya valdrá la pena seguirlo día a día en su progreso.

3.- Luis Robert (Chicago White Sox)

Aunque nunca jugó en Grandes Ligas, todo el mundo del béisbol sabe quién fue Omar Linares, el cubano que desde su adolescencia fue codiciado por los cazatalentos como uno de los peloteros más completos que haya pisado jamás un terreno de pelota en cualquier nivel.

Bueno, según aseguran colegas que lo vieron desde sus inicios en la isla, Luis Robert es lo mejor que ha dado Cuba desde Omar Linares.

No debe haber sido por gusto que los White Sox le dieron una extensión contractual por $50 millones sin haber debutado aún en las Mayores.

4.- Luis Arráez (Minnesota Twins)

Si lo que mostró en el 2019 es real, el segunda base venezolano de los Twins es un firme candidato a ganar el título de bateo de la Liga Americana.

Arráez tuvo average de .334, con 109 imparables en 326 turnos, apenas un punto menos que Tim Anderson, el líder de los bateadores del joven circuito, aunque sin las veces requeridas.

Su promedio de embasamiento fue de .399, con un slugging de .439. El 23 por ciento de sus hits fueron extrabases (20 dobles, un triple y cuatro jonrones) y recibió más boletos (36) que ponches (29).

5.- Félix Hernández (Atlanta Braves)

Es difícil creer que uno de los mejores lanzadores que ha tenido las Grandes Ligas en lo que va de siglo XXI esté acabado a los 33 años.

Lo cierto es que desde que cumplió 30 fue como si le hubieran apagado un interruptor, pues en sus tres últimas campañas tuvo récord de 15-27 y efectividad de 5.42 en 314 entradas, mientras que en sus primeras 12 temporadas dejó balance de 154-109 y promedio de limpias de 3.16.

Tal vez lo que necesitaba el venezolano era cambiar de aires, después de jugar 15 contiendas en Seattle.

Quizás lo veamos incluso lanzar en playoffs, la asignatura pendiente en la carrera del Rey Félix.

6.- Miguel Cabrera (Detroit Tigers)

¿Alguien duda que Miguel Cabrera es un futuro miembro del Salón de la Fama?

Con los números que tiene, ya debería alcanzarle para la inmortalidad, pero las cifras redondas llaman más la atención y Cabrera podría llegar en esta misma campaña a los 3,000 hits, 500 jonrones, 1,700 carreras impulsadas, 1,500 anotadas y 600 dobles.

Para ello necesita estar saludable y jugar en al menos 140 partidos, para acumular los 185 imparables, 23 bambinazos, seis remolcadas, 71 anotadas y 23 biangulares que les faltan para esos números cerrados.

7.- Yoenis Céspedes (New York Mets)

El cubano le ha robado hasta ahora el dinero a los New York Mets. En sus tres primeros años de un contrato de cuatro cobró 73 millones de dólares y apenas participó en 119 partidos (81 en el 2017, 38 en el 2018 y ninguno en el 2019).

El equipo consiguió una notable rebaja del salario que devengaría Céspedes en el 2020, al bajar de 29 a seis millones, más incentivos.

El pelotero llegó a los campos de entrenamiento más cerrado que una tumba, negado a conceder entrevistas y dispuesto a que su bate hablara por él en la temporada.

Luego suavizó y dijo a los medios su disposición a estar listo para el Día Inaugural y recuperar todo el camino perdido.

El talento le sobra, aunque la salud no lo ha acompañado y ya son 34 años en las costillas.

Si está saludable y logra ser el pelotero que fue, será de gran ayuda para los Mets y una diversión ver de nuevo sus kilométricos jonrones y certeros disparos desde los jardines.

8.- Chris Sale (Boston Red Sox)

El zurdo Chris Sale tuvo en el 2019 la peor temporada de su carrera, con registro de 6-11 y efectividad de 4.40.

Desde que se estableció como un abridor estelar en el 2012, nunca tuvo números tan bajos en aperturas (25) e innings lanzados (147.1).

De hecho, se perdió por primera vez en ocho años ser invitado al Juego de las Estrellas.

Los Boston Red Sox esperan desesperadamente un rebote de su astro, sobre todo después de ceder al también zurdo David Price a Los Angeles Dodgers y pasarse de tacaños en el arbitraje salarial con el venezolano Eduardo Rodríguez, hecho que podría haber dañado la relación entre el pitcher y el equipo.

9.- Gerrit Cole (New York Yankees)

El pitcher mejor pagado de la historia tiene ahora la oportunidad de hacer realidad un sueño de su infancia: jugar para los Yankees.

Ahora bien. No es lo mismo lanzar en Yankee Stadium que en el Minute Maid Park. No es lo mismo encabezar la rotación del equipo más emblemático de todas las Grandes Ligas, que ser el segundo de los Houston Astros, con Justin Verlander por delante.

Pero hoy mismo, Gerrit Cole es tal vez el mejor lanzador que hay y tiene por delante el reto adicional de liderar a un grupo que ya perdió a Luis Severino por toda la campaña y a James Paxton por las primeras semanas de temporada.

10.- Los Houston Astros

No es uno, sino varios. José Altuve, Carlos Correa, Alex Bregman, George Springer, Yuli Gurriel ...todas las principales figuras de Houston estarán bajo la lupa este año.

Nadie duda de su talento, pero muchos queremos ver si sus números anteriores son legítimos y si pueden repetirlos en el 2020, sin trampas, ni ayudas adicionales.

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MIAMI - El Marlins Park de Miami albergará por primera vez la final del Clásico Mundial de Béisbol (WBC, por sus siglas en inglés) que se disputará entre el 9 y el 23 de marzo del año próximo.

La joya beisbolera de la Pequeña Habana acogerá un grupo de primera ronda, otro de segunda fase, los partidos de semifinales y el choque decisivo.

En camino a su quinta edición y aun cuando hay mucho que mejorar, el WBC sigue afianzándose como la expresión suprema del béisbol global, bajo la égida de las Grandes Ligas.

Mucho bien le hizo a la salud del torneo los títulos alcanzados por República Dominicana en el 2013 y Estados Unidos en el 2017, luego de que Japón dominara las dos primeras puestas en escena (2006 y 2009).

Como mucho aportaría también que en algún momento fueran los puertorriqueños o los venezolanos quienes alcen el trofeo, por tratarse de dos de las principales potencias internacionales en el deporte de las bolas y los strikes.

¿Y Cuba? Luego del milagroso subtítulo conseguido por la mayor de las Antillas en el 2006, la selección cubana ha venido a menos y hoy es una triste caricatura de aquel país que desde los orígenes de este deporte en el siglo XIX era el segundo exponente en todo el planeta, detrás de Estados Unidos.

Cubanos hay de sobra para conformar un equipo de lujo, que automáticamente se colocaría entre los favoritos a coronarse campeón.

La mayoría de los peloteros de Cuba que juegan en las Mayores han expresado en múltiples ocasiones su deseo y disposición de representar a su país en el WBC.

Pero en La Habana no existe la mínima voluntad política para hacerlo, a pesar de ser un reclamo a gritos de la exigente fanaticada dentro y fuera de la isla.

Los argumentos son, cuando menos, infantiles. Que si los que juegan en las Series Nacionales tienen iguales o más derechos. Que quienes se fueron son traidores. Que los millonarios bigleaguers le restregarían sus logros en la cara a quienes decidieron quedarse. Que si el llamado Equipo Unificado (odio esa nomenclatura) debería conformarse con 50 por ciento de peloteros de MLB y 50 por ciento de las Series Nacionales. Que si pito, que si flauta. En fin...

La realidad es que la negativa de los federativos de La Habana a aceptar a quienes decidieron labrarse un camino por sí mismos pasa porque no podrían ejercer el control absoluto de la selección.

Si desde Cuba se rindieran a las evidencias, no habría un solo pelotero de los que juegan ahora mismo allá con la calidad para integrar la selección al WBC y eso significaría aceptar tácitamente el fracaso rotundo de su sistema deportivo, una de las banderas propagandísticas del gobierno.

El WBC es un evento patrocinado y organizado por MLB, no por la Confederación Mundial de Béisbol y Softbol, a la que Cuba está adscripta.

El Sindicato de Peloteros debería defender el derecho de sus afiliados cubanos a participar en un torneo creado por MLB, quienes están siendo discriminados por el gobierno de su país de origen.

Además, un equipo compuesto por José Abreu, Yoan Moncada, Yasmani Grandal, José Iglesias, Aroldis Chapman, Jorge Soler y los hermanos Yuli y Lourdes Gurriel Jr, entre otros, elevaría sobremanera el nivel competitivo, que ahora mismo sufre con la presencia de la pobre selección que envían desde La Habana.

Por cierto, la prensa de la isla no ha publicado hasta el momento alguna nota de protesta por la designación como sede de la final de Miami.

No se extrañe si aparecen, en esa hipotética nota, alguna teoría conspirativa de que la elección de la capital del exilio cubano fue una movida para que la selección de la isla juegue en un ambiente políticamente hostil, con incitaciones a las deserciones, aunque el mundo sabe que su calidad no les permitirá ni de casualidad llegar a Miami.
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MLB: Mike Fiers, el buen villano

FECHA
24/02
2020
por Jorge Morejón | ESPN Digital

Mike Fiers es un soplón. Un chivato. Un delator. Un informante. Un sapo.

Vaya al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española y busque cuanto sinónimo aparezca para calificar al lanzador de los Oakland Athletics, el hombre que destapó el escándalo del robo de señales de los Houston Astros.

Todos los calificativos serán aceptables, si se mira desde el punto de vista de David Ortiz.

Es cierto que Fiers se benefició también de la trampa de sus compañeros cuando formaba parte de los Astros en el 2017.

Su delación puede verse como un acto oportunista, después de recibir el anillo de campeón de la Serie Mundial y la pregunta que todo se hacen es ¿por qué no denunció el esquema de fraude en aquel momento y renunció al premio, en vez de esperar dos años para hacerlo?

Otro punto a favor del Big Papi, quien hace unos días arremetió con los peores epítetos contra el serpentinero.

Ahora bien. Si a Fiers le caben todos esos calificativos mencionados más arriba, a la gerencia de Houston le vienen como anillo al dedo los de idiota, imbécil, cretino, estúpido, tonto, ingenuo y cuantos más quiera sumar a la lista.

Porque hay que ser muy bobo para pensar que el sistema para robar señales era algo que podía mantenerse en secreto hasta la eternidad.

La única manera en que eso no hubiera salido a la luz es si el equipo firmaba a perpetuidad a todos sus integrantes hasta el final de sus respectivas carreras, como una manera de comprar su silencio.

Fiers es visto ahora mismo por muchos como un villano, como en su momento le ocurrió a José Canseco, tácitamente desterrado del béisbol.

Quizás el lanzador no encuentre trabajo a partir del año próximo, cuando se le venza su actual contrato después de la temporada del 2020.

Tal vez termine en una liga independiente, fuera del sistema de las Grandes Ligas y sus sucursales, aunque todavía le quede gasolina en el tanque.

Pero Fiers, como lo fue Canseco, es un buen villano, cuya acción permitió al béisbol cortar un problema que iba creciendo como una bola de nieve en avalancha.

Ya no sólo eran los Astros. Fueron también los Boston Red Sox de Alex Cora. ¿Alguien duda que podrían ser también los New York Mets de Carlos Beltrán? ¿Y cuál sería el próximo? ¿O los próximos?

Algún día el béisbol tendrá que agradecerle a Fiers su delación, como debería darle las gracias a Canseco.

Olvídense del motivo que tuvo el cubano para destapar el escándalo de los esteroides. Obviamente, quería el dinero que le proporcionaría el libro Juiced y tiró a medio mundo debajo de la guagua.

Pero si de algo no se le puede acusar es de mentiroso. A cuanto pelotero señaló como consumidor de sustancias para mejorar el rendimiento, dio en el clavo siempre.

Fue entonces que las Grandes Ligas decidieron tomar cartas en el asunto, que llegó hasta el Capitolio de Washington y se estableció una política de control de sustancias prohibidas.

En el caso de Fiers, cuando abrió la boca para contar lo que ocurría con el robo de señales, simplemente lo que hizo fue defender a su nuevo equipo de la posibilidad de caer víctimas del engaño.

Si no hubiera sido Fiers, hubiera sido otro de los que estuvieron y ya no están. Quizás Marwin Gonzalez. O Dallas Keuchel. O Charlie Morton. Cualquiera que hubiera tenido que enfrentar a los Astros en un momento decisivo y supiera que mediante trampa llevaban ventaja.

Por cierto, en su diatriba contra el soplón, Ortiz no mencionó el fraude de sus adorados Medias Rojas, todavía pendientes de castigo.

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Cuando Yasiel Puig debutó en las Grandes Ligas en el 2013, parecía que estábamos en presencia de un hombre llamado a convertirse en una superestrella, de esas que cuando llegara a la agencia libre, muchos equipos romperían la alcancía por tal de hacerse de sus servicios.

Sin embargo, llegó ese momento y cuando los campos de entrenamientos cobran vida y los equipos inician su preparación con esperanzas renovadas de cara a la próxima temporada, uno de los peloteros más polémicos, controversiales y divertidos de los últimos años no está en ninguno de ellos. Al menos por ahora.

De los 20 principales agentes libres que había cuando se abrió el mercado, 19 ya tienen trabajo. El único que sigue desempleado es Yasiel.

Lo que parecía ser nunca fue. Puig, a quien alguna vez le proyectaron ser un pelotero de 40-40, no pasó de ser un jugador apenas por encima de la media, que no cubrió nunca sus elevadas expectativas.

Jamás llegó a los 30 cuadrangulares ni robó 20 bases. Una sola vez superó las 80 carreras remolcadas y solamente en tres años jugó más de 140 partidos.

Su average de por vida ha sido de .277, con un OBP de .348 y un slugging de .475.

Defensivamente es mucho mejor, sobre todo con uno de los brazos más poderosos de todo el béisbol, capaz de hacer disparos a las bases que paralizan el estadio, pero eso no lo es todo.

Salvo aquella primera campaña, en la que fue segundo en la votación del Novato del Año de la Liga Nacional, que ganó su compatriota José Fernández, la mayoría de las veces en que estuvo en los titulares de prensa fue por sus actitudes extravagantes, que le valieron el apodo de "El Caballo Loco".

En ocasiones fue considerado un activo tóxico dentro del clubhouse de Los Angeles Dodgers, al punto que algunas verdaderas estrellas del equipo pidieron a la gerencia deshacerse de él.

Todavía resulta épica la imagen de él solo, con el uniforme de los Cincinnati Reds, peleando contra todos los peloteros de los Pittsburgh Pirates, minutos después de haber sido canjeado a mitad de la temporada pasada a los Cleveland Indians.

Hasta que llegó el momento en el que su nombre figuraba en la lista de los principales agentes libres.

El invierno ha resultado particularmente frío para el jardinero cubano. Los rumores del mercado lo asociaron pálidamente a varios equipos, los Chicago White Sox, los Tampa Bay Rays, los San Francisco Giants, los Miami Marlins...pero sólo eso, pálidamente.

Primero, parece que andaba demasiado goloso, en busca de un contrato multianual que no se ganó.

Las ofertas que llegaban eran en su mayoría de apenas un año y menos de diez millones de dólares, que el jardinero dejó pasar como envíos por el medio del plato.

Está también el tema de las relaciones públicas en estos tiempos de las redes sociales.

Cuando debía estar publicando en Facebook, Twitter o Instagram videos suyos entrenando como nunca, preparándose para demostrarle al mundo su plena capacidad, el único que salió a la luz fue uno por Japón, enfrentando a un luchador de sumo, en el que, por cierto, se le vio bastante pasado de peso.

Poco a poco, los conjuntos que alguna vez mostraron cierto interés en sus servicios, fueron llenando ese espacio con otros jugadores y el mercado prácticamente se le ha cerrado.

Puig sigue siendo Puig. No todas las franquicias están dispuestas a pagar por un pelotero que implica esos riesgos.

Todavía queda algo de tiempo para que algún equipo le dé una oportunidad a un jugador que de una u otra forma nos va a divertir.

Ojalá que él entienda que un pacto por una campaña es lo que se ganó en todos estos años y que debe aprovecharlo para sacar ese enorme potencial que nunca explotó al 100 por ciento.

Es lo que toca.

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El comisionado de Grandes Ligas, Rob Manfred, parece empeñado en convertir el béisbol en un videojuego.

Desde que asumió el cargo hace cinco años, Manfred ha trabajado incansablemente en crear la ilusión de que está haciendo las cosas importantes que necesita el béisbol, aunque en realidad, cada paso que da es un golpe bajo a la esencia de un deporte que, a pesar de él, goza de una salud económica envidiable.

Primero empezó con que el juego es demasiado largo y su ritmo muy lento, por lo que implementó una serie de iniciativas para acelerar los partidos. Que si limitar las visitas al montículo, que si las bases intencionales automáticas.

¿Resultado? La pasada temporada, los juegos tuvieron una duración de tres horas y diez minutos, el promedio de tiempo más largo de la historia.

Ahora se le ocurre ampliar a 14 la cifra de equipos que clasifiquen a la postemporada, con un enrevesado sistema que incluye un reality show donde algunos escogerán a sus rivales.

¿Escoger rivales? Eso parece como el boxeo actual, donde los campeones esquivan a los mejores retadores y seleccionan contrincantes de menor lustre para engordar su palmarés.

Lo que no está roto, no lo arregles. Los playoffs y la Serie Mundial, tal cual están, funcionan muy bien. Si acaso, pudiera señalarse como su punto más debatible el famoso juego entre comodines, que muchos quisieran que fuera una serie de tres partidos, a ganar dos.

Pero salvo ese detalle, que quizás prolongaría demasiado la postemporada, el béisbol que se juega en octubre reúne todos los ingredientes para complacer al más exigente de los aficionados.

La propuesta de Manfred significaría que prácticamente la mitad de los equipos clasificarían a los playoffs, incluso, posiblemente, algún que otro con récord negativo.

Así pasa en la NBA, donde pasan a la postemporada ocho quintetos por cada conferencia. Pero a diferencia del baloncesto, donde los octavos y séptimos lugares tienen posibilidades casi nulas de vencer al primero o segundo clasificados, en el béisbol las cosas son mucho más parejas y en una serie corta cualquier cosa puede suceder.

Sino, basta con mirar el clásico de octubre pasado, donde un comodín como los Washington Nationals venció a los Houston Astros, uno de los equipos más completos, sin fisuras, de los últimos años.

Ampliar de manera tan exagerada los cupos a la postemporada restaría valor al esfuerzo que se hace durante el largo calendario de 162 partidos de la campaña regular e incentivaría la mediocridad.

De hecho, podría hasta rebajarle el valor a los peloteros en el mercado, pues, ¿qué sentido tendría entonces gastar dinero en un gran agente libre o buscar un refuerzo de primer nivel en julio, si con jugar para balance de .500 alcanzará para colarse en la fiesta de octubre?

La clasificación de algunos se definiría demasiado temprano y eso disminuiría el interés, mientras que con el formato actual, no hay nada decidido prácticamente hasta la última jornada de la temporada.

A los playoffs deben ir sólo los buenos equipos. Es un derecho exclusivo de quienes mejor jueguen, quienes deberán elevarse sobre su propio nivel para poder salir airosos en una etapa que ya tiene asegurada una gran carga de drama.

Lamentablemente, uno de los peores defectos que tiene el béisbol actual es que está siendo dirigido desde las oficinas por personas que desconocen la esencia, el espíritu e incluso, la ética del juego, movidos sólo por la ambición de ganar más dinero, aunque vayan en detrimento del espectáculo.

Manfred es uno de ellos.

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Cuando uno ha tenido una carrera estelar y llega su momento de ser elegible para el Salón de la Fama, el mayor sueño es entrar en el primer año. El que diga lo contrario estará mintiendo.

Sin embargo, sólo 57 de los 233 peloteros de Grandes Ligas exaltados al Templo de los Inmortales lograron entrar en su primera aparición en las boletas.

Esa cifra representa apenas un 24 por ciento del total de miembros del Salón de la Fama que tuvieron tal trayectoria que no dejaron espacio para dudas entre los votantes de la Asociación de Escritores de Béisbol de América (BBWAA, por sus siglas en inglés).

Algunos, incluso, consiguieron su exaltación gracias al Comité de Veteranos y no a la votación de la BBWAA.

Pero al final, ¿qué importa en qué oportunidad entró, si a la larga lo logró? Hoy Larry Walker es un hombre tan feliz como Derek Jeter y en julio ambos irán juntos a la ceremonia de exaltación.

Para quienes no obtienen los votos suficientes a la primera, sus posibilidades dependen entonces no sólo de las estadísticas que pusieron en el terreno y de la integridad con que jugaron el béisbol.

Tiene mucho que ver también con los otros nombres que aparecen cada año en las boletas.

Por ello, el 2021 podría ser el momento en que el venezolano Omar Vizquel, uno de los mejores campocortos que pisaron jamás un diamante, sea finalmente inmortalizado.

A primera vista, ninguno de los candidatos que debutarán en las boletas el año próximo tiene el calibre de Salón de la Fama.

Mark Buehrle, Tim Hudson, Torii Hunter, el dominicano Aramis Ramírez, Shane Victorino, Dan Haren, Barry Zito, Alex Ríos, Aaron Harang, A.J. Burnett, Nick Swisher y Grady Sizemore fueron buenos peloteros, con una calidad por encima del promedio, pero sin la categoría suficiente para tener una placa en Cooperstown.

Por ahí lleva ventaja el venezolano de las manos de seda, ganador de 11 Guantes de Oro como defensor de la llave del cuadro.

Vizquel debutó en las boletas en el 2018 y obtuvo el 37 por ciento de los votos.

En esa ocasión la competencia estaba demasiado fuerte, pues también se iniciaban en la papeleta Chipper Jones y Jim Thome, quienes fueron escogidos, junto al quisqueyano Vladimir Guerrero, en su segundo año y Trevor Hoffman, en su tercero.

Y todavía quedaban el puertorriqueño Edgar Martínez, Mike Mussina y Larry Walker.

En el 2019, la porfía era igual de dura, con el debut del panameño Mariano Rivera y Roy Halladay, quienes fueron entronizados junto a Edgar y Mussina.

No obstante, el venezolano tuvo ganancia de 5.8 por ciento y obtuvo 42.8.

En su tercer año de elegibilidad, cuando debutaba Derek Jeter, Vizquel ascendió aún más en la preferencia de los votantes hasta el 52.6, casi diez puntos porcentuales en relación con el 2019.

Para que se tenga una idea de cuán cuesta arriba ha sido el camino del estelar torpedero, baste decir que en sus tres primeros años de elegibilidad fueron exaltados diez jugadores por la BBWAA y cinco por el Comité de Veteranos. ¡15 en total!

Para el 2021, el gran favorito es el lanzador Curt Schilling, quien consiguió esta vez 70 por ciento de los votos.

Nunca un candidato que logró entre 70 y 74 por ciento en una ocasión, quedó fuera en la siguiente oportunidad, así que, de seguir esa tendencia, Schilling estará entrando el año próximo.

Y quién sabe si acompañado por Vizquel, quien además de su defensiva hermética, elegante y espectacular, es el segundo campocorto con más hits, sólo detrás de Jeter.

Entonces, no importará si lo hizo en su primero o en su cuarto año.
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Parecía que este sería el año en que el Salón de la Fama del béisbol se abriría de par en par a la llamada generación de los esteroides.

En la medida en que el colega Ryan Thibodaux iba revelando en su cuenta de Twitter @NoMrTibbs la marcha de las votaciones, Barry Bonds y Roger Clemens bordeaban la frontera del 75 por ciento necesario para ser exaltados.

Sin embargo, sólo aproximadamente la mitad de las boletas se hicieron públicas y cuando se anunció la votación final, tanto Clemens, como Bonds, se cayeron estrepitosamente hasta 61 y 60.7 por cientos, respectivamente.

Las cifras representan una ligerísima ganancia en relación con las votaciones del 2019, cuando el siete veces ganador del premio Cy Young consiguió 59.5 por ciento y el líder en jonrones de todos los tiempos tuvo 59.1.

El tiempo comienza a correr en contra de ellos, dos de los principales exponentes de la llamada era de los esteroides y de cuya entrada o no al Templo de los Inmortales depende la suerte de otros vinculados al tema de las sustancias prohibidas.

A ambos les quedan dos años elegibilidad en las boletas de la Asociación de Escritores de Béisbol de América (BBWAA) y la progresión mostrada en las ocho ocasiones anteriores no parece muy optimista.

Clemens y Bonds debutaron en las boletas de la BBWAA en el 2013, cuando consiguieron 37.6 y 36.2, respectivamente.

Al siguiente año tuvieron un retroceso, cuando el lanzador bajó a 35.4 y el jardinero cayó a 34.7.

En el 2015 tuvieron un ligero repunte que los llevó prácticamente al mismo punto de su primer año de elegibilidad, cuando Clemens fue votado por el 37.5 por ciento y Bonds por el 36.8.

Esos significaron tres años prácticamente perdidos y no fue hasta el 2016 que consiguieron un buen empuje.

En esa ocasión, el serpentinero que jugó 24 temporadas repartidas entre los Boston Red Sox, los Toronto Blue Jays, los New York Yankees y los Houston Astros subió hasta el 45.2.

Por su parte, el jardinero de los Pittsburgh Pirates y los San Francisco Giants repuntó hasta el 44.3.

Las esperanzas de ambos se renovaron en el 2017, segundo año consecutivo con un gran salto, cuando Clemens terminó con 54.1 y Bonds con 53.8.

Pero en las tres votaciones siguientes, en 2018, 2019 y 2020, aunque ambos han tenido ganancias, estas han sido menores, a razón de dos o tres por ciento anual.

El lanzador derecho tuvo en esos años 57.3, 59.5 y 61 por cientos, mientras que el toletero zurdo cosechó 56.4, 59.1 y 60.7.

A ese ritmo, ni de casualidad conseguirán los casi 15 puntos porcentuales que necesitan para ser entronizados al Salón de la Fama.

Ya hay en Cooperstown algunas figuras que en algún momento se mencionaron como sospechosos de usar esteroides para mejorar su rendimiento deportivo, como Jeff Bagwell, Mike Piazza e Iván Rodríguez.

Pero Clemens y Bonds eran dos de las caras más visibles de toda una generación que los mira con esperanza de recibir algún día un perdón reivindicador que reconozca sus hazañas en el terreno.

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Tuvieron que pasar 83 años desde que se creó el Salón de la Fama de Cooperstown para que alguien consiguiera la exaltación con el 100 por ciento de los votos de los miembros de la Asociación de Escritores de Béisbol de América (BBWAA).

Apenas 12 meses después de que el panameño Mariano Rivera lograra entrar por unanimidad, su compañero de los New York Yankees Derek Jeter se quedó a un voto de repetir la hazaña, al llevarse 396 de 397 posibles (99.7).

Si excepcional es el logro de Rivera, lo extraordinario es que nadie lo hubiera conseguido antes.

Ni Babe Ruth, la encarnación suprema del béisbol, pudo llevarse la totalidad de los sufragios, al terminar con el 95.13 por ciento.

De hecho, Ruth, exaltado en la clase inaugural del Templo de los Inmortales en 1936, ni siquiera fue el más votado en esa ocasión, honor que correspondió a Ty Cobb, con el 98.23.

El que más cerca había quedado antes que Mariano rompiera esa barrera fue Ken Griffey Jr., con el 99.32 en el 2016.

Ahora Jeter, con el 99.7, es el segundo de más alto porcentaje y la pregunta que flota en la mente de todos los que siguen esto, ya periodistas, ya peloteros, ya fanáticos, es ¿quién fue el único que no votó por el Capitán?

Uno trata de meterse en la cabeza de los votantes para entender cómo alguien pudo desechar en sus boletas al Junior, al Bambino o a otras luminarias indiscutibles que elevaron el juego a sus niveles supremos.

¿Puede algún miembro de la BBWAA haber tenido prejuicios raciales para no votar por Hank Aaron, quien brilló en la era en que se llevaba a cabo en Estados Unidos una batalla crucial por los derechos civiles de los afroamericanos en la década de los 60?

Es lo único que puede haber llevado a nueve escritores a obviar quien era, al momento de su exaltación, líder absoluto en jonrones y carreras impulsadas en la historia de las Mayores.

¿Habrá existido algún periodista dolido de Boston que no lo hizo por Ruth?

Es difícil imaginar a alguien que ignore a Nolan Ryan, con sus 5,714 ponches y siete juegos sin hits, ni carreras.

¿Jeter? ¡Ni soñarlo! Eso no cabía en la imaginación de nadie.

No es que todos tengan que votar por todos. La mayoría de los inmortales tiene puntos cuestionables, pero hay otros en los que no queda el más mínimo espacio para dudas.

La unanimidad de Mariano sigue siendo excepcional. Ahora sólo nos queda esperar para cuando les toque su turno a Ichiro Suzuki y a Albert Pujols, los dos con mayores posibilidades de tener el 100 por ciento.
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El béisbol está viviendo por estos días uno de los mayores escándalos de su historia con la novela del robo de señas de los Houston Astros en la postemporada del 2017, práctica que se extendió un año después a los Boston Red Sox de la mano del mánager Alex Cora.

El caso ya le costó la cabeza al gerente general y al director de los Astros, Jeff Luhnow y A.J. Hinch, respectivamente, a Cora en los Red Sox y a Carlos Beltrán en los New York Mets, equipo con el que no llegó a dirigir ni un juego.

Además, han salido a la luz una serie de videos sospechosos que dan pie a teorías conspirativas que señalan a José Altuve y a Robinson Chirinos como usuarios de las más sofisticadas tecnologías puestas en función de la trampa.

La envergadura del escándalo ha sido tal que algunos buscan similitudes con la de los Chicago White Sox de 1919, cuando ocho de sus jugadores vendieron a los apostadores la Serie Mundial ante los Cincinnati Reds.

Nada que ver. Aunque en ambos casos se trata de una trampa, la de los Medias Blancas es éticamente más condenable, pues aquellos llevaron a perder a su propio equipo a cambio de un beneficio económico resultante de las apuestas.

Éstos, independientemente de que también recibieron una gruesa bonificación propia de la postemporada, lo hicieron para ganar a toda costa, al precio que fuera, sin importar las consecuencias.

Y como las personas inevitablemente buscamos comparaciones en cada actividad humana, una pregunta que se ha repetido muchas veces en los últimos días es: ¿es peor el robo de señales de los Astros con el uso de la tecnología o la utilización de esteroides y hormonas de crecimiento para mejorar el rendimiento atlético que se expandió por el mundo del béisbol como una epidemia?

Antes de comenzar a escribir esto, coloqué una encuesta en mi cuenta de Twitter @JorgeMorejon63 y el 66.7 por ciento de los votantes dijeron que era peor el escándalo que por estos días envuelve a los Astros y Red Sox, mientras que un 33.3 por ciento se decantó por los esteroides.

Ambos casos son deplorables y sancionables, pero las consecuencias son distintas.

Esteroides

El uso de esteroides y hormonas de crecimiento humano (HGH) no hace mejor bateador a quien nunca fue bueno.

Ozzie Canseco pudo meterse las mismas sustancias que su hermano José, gemelo idéntico, pero sin igual coordinación ojo-mano, pasó sin dejar huellas por el béisbol.

Barry Bonds, con o sin esteroides, ha sido uno de los mejores bateadores que hayan pasado por las Grandes Ligas y en realidad no necesitaba apelar a ayuda externa para brillar.

El asunto de las sustancias prohibidas es que amplían la capacidad de trabajo en el gimnasio, retrasan la fatiga y permiten mayores repeticiones con las pesas, lo cual hace que el atleta sea más fuerte, con una mayor masa muscular.

El problema es que el uso de esos fármacos sintéticos causa daño orgánico muchas veces irreversible y ésa es la razón fundamental por la que son prohibidos, aparte de brindar una ventaja considerable frente a quienes han decidido jugar de manera limpia, con los límites de esfuerzos que la naturaleza les dio.

Encima de ello, esta epidemia creó un problema social que se expandió más allá de las ligas Mayores y Menores.

La presión por conseguir una beca universitaria o la firma de un contrato profesional llevó a muchos padres a someter a sus hijos adolescentes a estos experimentos que de cierta manera pueden ser considerados una forma de abuso infantil.

Jovencitos que aún no habían terminado su desarrollo ya estaban metiéndose Dios sabe qué químicos porque sus padres los veían como una inversión que les aseguraría una vida sin escasez a sus hijos y una vejez sin sobresaltos para ellos.

Se creó toda una mafia de ventas de esas sustancias, similares a las redes del narcotráfico, sin importar la salud y los valores del juego limpio.

Si en Estados Unidos el problema era ya incontrolable, peor aún resultaba en países pobres sin ningún rigor científico, donde los muchachos se metieron hasta hormonas de caballos con tal de una firma que los sacara de la pobreza.

Robo de señas

Quizás la gente haya votado más por la trampa de los Astros y los Red Sox debido al momento.

Esta noticia desplazó del panorama informativo a los agentes libres que siguen sin trabajo, la inminente entronización de Derek Jeter al Salón de la Fama de Cooperstown de manera unánime y hasta el juicio político contra Donald Trump y la carrera por la nominación presidencial del Partido Demócrata.

Pero el fraude del robo de señas no garantizó en un 100 por ciento el triunfo de Houston en la Serie Mundial del 2017.

Bastaba con que Dave Roberts, el mánager de Los Angeles Dodgers, hubiera dirigido aceptablemente uno solo de los siete juegos del Clásico de Otoño y de nada le hubiera valido a los Astros su trampa.

Roberts solito perdió la Serie Mundial con el cúmulo de despropósitos que mostró desde el puente de mando de la nave angelina.

Por otro lado, es humanamente imposible descifrar con exactitud cada seña del receptor y en cuestión de dos o tres segundos enviar la señal de la cámara al cuarto de video, de ahí al dugout y luego golpear el tanque de basura con el que se transmitía al bateador en turno el envío que vendría.

Alguna que otra vez debió salir bien, pero no en todos y cada uno de los lanzamientos.

Aun así, avisado, trate de pegarle bien a una recta de 100 millas por hora o deje pasar un envío de rompimiento por el supuesto de que caerá fuera de zona.

Si no, que le pregunten a quienes enfrentaron tantas veces a Mariano Rivera, quien todo el mundo sabía que vendría con una recta cortada.

Advertidos y todo, los bateadores caían ante el panameño como moscas golpeadas con un periódico.

¿Que es un fraude? Sí, por supuesto que lo es. Desde que se creó el béisbol, los rivales han tratado siempre de descifrar las señas del rival como parte de la picardía del juego, pero lo que hicieron Houston y Boston con la ayuda de la tecnología, viola los principios éticos y la integridad del deporte.

En el béisbol, el único robo permitido es el de bases. En la vida, quizás robarse un beso.

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